sábado, 23 de julio de 2011

Desde mi octogenenariedad


En estos momentos y haciendo un repaso por mis archivos, un poco presuntuoso parece esto que acabo de decir, pero dejémoslo así, me he tropezado con unas reflexiones que me hacía, y la expuse en mis recuerdos, en abril de 2007, exactamente cuando cumplía los 82 años, y que lo titulé con el mismo que doy a esta entrada. Aunque quizá un poco extenso para lo que yo acostumbro hacer en mi blog, lo voy a exponer a continuación y de antemano digo, que apruebo de la "pe" a la"pa", como diría un antiguo compañero mio. Así consta:

¿Cuántos años tienen que pasar para poder llegar a ser octogenario ?. Muchísimos. Tantos como lo que yo llevo acumulados. Tengo la sensación que desde la sociedad en que nos desenvolvemos, se nos mira a los viejos, si no con desdén, sí con cierta indiferencia y a veces hasta con lástima, que posiblemente sea una de las causas exponentes del desprecio, aunque en ocasiones podamos confundirlas con la misericordia.

Si la mayoría de los ancianos nos vemos arropados y protegidos por nuestro entorno familiar mas próximo, no es menos cierto que en mas casos de los deseados ocurre todo lo contrario. Por no alterar los planes de un viaje, unas vacaciones o cualquier evento que se proyecta desde un núcleo familiar en que la compañía del abuelo, o abuela, para que nadie se moleste, pueda considerarse una circunstancia onerosa, se recurre a desprenderse de ese obstáculo que sería la compañía de un ser que mas que ayudar a "pasarlo bien", precisaría la permanente vigilancia sobre el mismo, recurriendo en su consecuencia a dejarlo "aparcado", en alguna residencia u otro punto en que fuera admitido.

Por otro lado, incluso desde nuestros propios familiares mas cercanos, se considera un capricho o manía, eso de que a los viejos nos cuesta un enorme sacrificio el que se nos desplace del entorno en que nos desenvolvemos y lo hemos venido haciendo años ha. A todos nos ha sucedido lo mismo al pensar esto, y es como se dice, una enfermedad que se cura con el paso del tiempo. Si es a nosotros cuando se nos acusa de esa "simpleza", comprendemos la injusticia que se comete al criticar el deseo, sobre otras cosas, tal circunstancia. Incluso seres vivos como son las plantas y aún careciendo de sentimientos, acusan el hecho de ser trasplantadas de uno a otro lugar a pesar de que lleven adheridas todo el entorno por el que estaban unidas a la vida, llegando a experimentar cierto síntoma de marchito hasta que por fin se aclimatan a su nuevo ambiente. Una de las sensibilidades que más se acentúan en el ser humano cuando se llega a la vejez, es la del apego al hábitat en que hayas venido haciendo tu cotidiano vivir. Son muchos los momentos en que la imaginación se recrea pasando por aquellos entornos en que pasaste cierta época de tu vida. ¿Es ésto un síntoma de que nos invade cierta inclinación a la nostalgia?. Posiblemente sí. Pero no por eso debe culpársenos de un capricho propio de viejos. Sin duda nos viene impuesto por el paso de los acontecieres, vicisitudes y eventos, que no son otra cosa que la acumulación de años sobre tu existencia,y su efecto, es todo lo que ha conformado nuestra propia vida.

Otro de los motivos en que somos causa de censura, e incluso muchas veces hasta de mofa, es cuando entre los coetáneos comentamos hechos o sucesos que nos acaecieron o de los que fuimos testigos de ello, en tiempos generalmente de nuestra juventud, y que en el argot popular se ha dado en llamarle "batallitas del abuelo". Todo ello no es otra cosa que la consecuencia de que al carecer de futuros proyectos, por razones obvias, hemos de pasar nuestra imaginación por lo que fue nuestro vivir y como la prisa de los mas jóvenes no nos alcanza, nos deslizamos por ello con la recreación del gozo que en su momento pudo producirnos tal circunstancia.

Aunque pueda parecer una petulancia, desde mi propia experiencia, llegar a estas alturas de la vida manteniendo las facultades psíquicas que en mi caso conservo, se goza en toda su plenitud de todo y cada uno de los hechos que a diario te acontecen. Tampoco es menos cierto, que cualquier eventualidad adversa se sufre y padecen en su grado máximo. Es sin duda en esta etapa de la vida, cuando valoramos en su justo término, lo que los demás hicieron en nuestro favor y el comportamiento que hacia nosotros tuvieron, lamentando el no poder haber mostrado nuestro agradamiento a ellos, en ocasiones por ese prurito de amor propio que a todo ser humano nos invade y en no pocas, por haber abandonado este mundo a quienes debiéramos haber rendido reverencia.

La perspectiva que se divisa desde los OCHENTA años bien cumplidos, dista mucho de ser aquella que se nos exponía, o para ser mas exactos, la que creíamos contemplar, cuando teníamos los veinte treinta e incluso los cincuenta. Apaciguadas las pasiones; totalmente menguadas las ambiciones; sin razón de ser las arrogancias y en fin todo aquello que suponga una consecución sin mas razón de ser que un simple capricho, nos lleva a la recreación de pasar el último tramo de nuestra existencia con el deleite sencillo y sosegado de la vejez, de todo aquello que pasó sobre nuestra persona.

Tal vez otra de las circunstancias que se consiguen a estas alturas de la vida, es el desbroce de nuestra propia conciencia. Durante esas soledades que diariamente nos acompañan tanto durante el día como de la noche, celebramos virtuales juicios sobre nuestros comportamientos pasados, y con una claridad de la que en su momento no llegó siquiera a inquietarnos, dictamos sentencia, si no condenatoria, sí rechazando tajantemente algunas de las acciones de las que ahora nos damos cuenta no fueron lo correctas que debieron y que de volverse a poder repetir la escena, jamás retornariamos a cometer igual arbitrariedad. Estas sentencias que con toda imparcialidad nos hemos auto dictado, con una increible visión de sus realidades, tienen el defecto de que jamás podemos cumplir tales veredictos, pero sí ponernos ante el espejo de nuestras equivocaciones, que no conllevarán mas pena que el sentirnos arrepentidos de ello.

En mi caso particular y aunque pueda pecar de vanidoso, he llegado a las conclusiones de haber sido cuando menos, un correcto hijo: fraternal hermano; amoroso, fiel y cumplidor esposo; padre responsable; como no, abuelo complaciente y deferente con mis amistades. A pesar de todo ello, sin ninguna duda. en cada una de las situaciones referidas, hubiere podido tener mejor comportamiento, pero consecuentemente de de como todo se ha desenvuelto en mi entorno más próximo, mi conciencia se da como mínimo, medianamente satisfecha y he tenido colmados premios y felicidades, tal vez excesivos a cuanto haya podido merecer, y espero, como decía Cervantes, "que mis últimos pasos por esta vida, me alcance la muerte en vejez suave y madura, y cierren mis ojos las delicadas manos de mis terceros netezuelos.

Málaga, abril de 2007.


Perdonar quienes tengan la osadía de leerse todo cuanto queda escrito en esta entrada, y pido perdón por si algunos párrafos puedan dar la sensanción de "mirarme un poco el ombligo". Pero así pienso cuando paso en largo los ochenta años de edad.

Hasta la próxima.

P/D. A Carmen: me dá la sensación de que en ocasiones tratas de "como pedir perdón, al pensar que puedas molestar con tus opiniones sobre cuanto escribo en este blog; al contrario, debes saber, que siento un no sé qué algo vanidoso, cuando leo tus pareceres.

2 comentarios:

Carmen dijo...

¿Tu sabes cuanto es ochenta años?, pues cuatro veces veinte, a que visto así no es tanto? no se porqué te recreas tanto en lo de la ancianidad, cada uno tiene la edad que tiene desde que nació hasta ahora y deberías estar contento por lo vivido y disfrutado y agradecido por lo que aún te quede por vivir, sea mucho o poco, que ninguno tenemos asegurado nada, yo si he aprendido algo es que cada uno tenemos "nuestro dia" fijado y cuando llegue aunque te metas en el centro de la tierra te va a "pillar" así que a disfrutar el dia a dia y la edad es muuuucho de coco, que conozco yo a cada "viejo de 30 que eso si que da miedo, se envejece cuando se pierde la ilusión de vivir o se menguan las facultades, que yo no se las físicas, pero las mentales te las veo de "superlujo" je je, creo que hoy no te has levantado muy optimista que digamos, así que mejor pasamos página, que mañana será otro dia. Saluditos: Carmen

El abuelo de Villaharta dijo...

Carmen, esto es contestar a una contestación. Yo en escasísimos momentos de toda mi vida me he sentido pesimista. Soy optimista por naturaleza, me siento el hombre casi mas feliz del mundo,me falta solamente "ELLA". Cada momento que pasa no dejo de dar gracias a Dios por todo cuanto me ha concedido. Nada de cuanto escribo está sujeto a mi estado de ánimo, si no que consigo narrar lo que en cada momento se me apetece o me parece oportuno. Totalmente de acuerdo contigo, cada uno tenemos señalado "nuestro día", pero podría jurarte que todo cuanto me venga asignado lo aceptaré de buen talante. Harto feliz me considero por lo vivido y cómo lo he vivido. Saludos y como siempre agradecido a tí.El abuelo de villaharta, o Rafael, que ambas cosas soy.