domingo, 25 de febrero de 2018

Año de 1959

59 años hace hoy.


Me hallaba realizando el curso para el ascenso a Cabo en Madrid. Tuve la suerte de que a los dos o tres días de incorporarme preguntaron en mi clase quien había trabajado en oficinas y nos levantamos unos cuantos. Yo lo había hecho en oficinas de Línea y del Tercio y dos años en el Servicio de información de la -comandancia como mecanógrafo; nos eligieron a un tal Julián Durán Rega, que lo había hecho en la Jefatura de la Comandancia de Palma de Mallorca con el paso del tiempo llegó a Capitán, y ambos pasamos a la oficina de la Academia, ahorrándonos todos los actos que se realizaban, excepto la asistencia a los exámenes escritos.

También fuimos convocados al curso de equitación que se realizaba por la tarde y por espacio de un mes. El primer día de clase pedían voluntarios para ver si demostraban que sabían montar a caballo y los daban de alta y el mes que duraba el curso por la tarde los  que le daban el aprobado se quedaban en la academia estudiando. Yo fui uno de los pocos que salimos y tuve la suerte de que me dieron el alta y así  me las pasaba estudiando ya que me era imposible hacerlo por las mañanas, por estar en la oficina de mando de la academia.

El curso tenía una duración de cuatro meses y medio, dando comienzo el 4 de febrero hasta el 15 de junio que salimos ascendidos toda la promoción.

La única contrariedad que tuve durante el curso, y no podía ser mas grave y dolorosa, que fue el fallecimiento de mi padre  tal día como hoy, 25 de febrero de 1959, dándose la casualidad que era el día de su santo y también de su cumpleaños, por eso el inicio de esta entrada, hoy se cumplen 59 años.

La noticia del fallecimiento la recibí aquel día a las ocho dela mañana. Con tal motivo y como es natural hube de trasladarme hasta mi pueblo, Villaharta, que dista de Córdoba capital 37 kilómetros y tal eran las comunicaciones en aquella fecha que el único medio posible para llegara a la hora del entierro prevista para las cinco de la tarde tuvo que ser un pequeño avión, quiero recordar de 17 plazas que salía de Madrid a las cuatro menos cuarto de la tarde llegando a Córdoba entre unas cosas y otras  sobre las cuatro y media. Un amigo de la familia tuvo que ir al aeropuerto a recogerme en una moto, y pese a todo, hubo de retrasarse el sepelio una hora a fin de que yo pudiera ver a mi padre y lo fue por solo media hora. Como ya hice constar en la entrada anterior se fue de este mundo sin verme con los galones de cabo de la Guardia Civil sobre mi uniforme.

El buen acomodo que tomé con la oficina de mando de la academia con la  añadidura de la ilusión. del entusiasmo y hasta el cariño puesto en el curso.  así como las horas que dedicaba al estudio con -lo que conseguía excelentes notas.

Aquellas oposiciones del año de 1958, fueron las primeras a las que pudimos asistir personal de las oficinas  aunque no  cumplieran el requisito de haber prestado los tres años de servicio en puesto, que hasta entonces habían estado exigidos, motivo por el cual yo no lo  había podido hacer, ya que ni te aceptaban la petición de tomar parte en las convocatorias lo que dio lugar de que bastantes de los opositores, cuando menos en el ejercicio escrito, nos fue bastante favorable. Según el numero de opositores presentados y los días de exámenes señalados, debían aprobarse un promedio de 18 diarios. Yo me examiné el segundo día, el ejercicio escrito  fue de lo mas difícil, sobre todo los hecho en los que se requerían la instrucción de atestados y actas y hasta registros domiciliarios con la consabida presencia de testigos y con la autorización del Juez correspondiente. Así de los 12 que aprobamos el escrito, en el oral suspendieron solamente a uno y se daba la circunstancia que estaba de ordenanza con el Director General y decía lo había recomendado la señora del mismo. En la espera de los resultados se sentía muy ufano de que el estaba aprobado, y cuando colocaron las relaciones de aprobados y suspensos salió con el rabo entre las patas como suelo decirse, Recuerdo que su primer apellido era el de Malo.

Los cuatro meses se me  pasaron volando y eso que durante los mismos tuvimos solo diez días de permiso en la Semana Santa que fueron los que pude ver y estar con mi mujer y mi dos hijos, uno de dos años y otro de uno.

Ahora aquel 15 de junio de 1959, me llevaba una de las grandes ilusiones de mi vida,  cuando sobre las mangas de mi guerrera me colocaron aquellos galones, no dejaba de mirarme en ellos, como lo hicieron mi madre y mi mujer. Mis hijos eran demasiado pequeños para sentirlo.  Yo tenía entonces 33 años y aquel ascenso colmaba todas mi apetencias.

Envío a mi editor una fotografía que un compañero me hizo cuando finalizaba la prueba de equitación, por si estima colocarla en el punto de la entrada que crea mas oportuno.

Hasta la próxima si puede ser.

lunes, 12 de febrero de 2018

12 de febrero de1959

Desde el día 4 de febrero de 1959, yo me encontraba en Madrid realizando el curso para el ascenso a Cabo de la Guardia  Civil. Una de las mayores ilusiones que tenían mis progenitores, y especialmente mi padre, era verme luciendo los galones de Cabo de la Guardia Civil.




De haber estado yo desde los diez años trabajando como porquero y jornalero agrícola, jornales de verdadera miseria, cuando no se cumplía, o por mejor decir, no había llegado eso del descanso dominical, ni días de fiesta de ninguna clase, y día que se perdía de trabajo por lluvia u otra fuerza mayor, no se percibía el jornal. En algunos de los trabajos realizados en el campo los hice acompañando a mi padre. Como quiera que surgió una crisis de trabajo en el campo  como solía ocurrir con relativa frecuencia aunque con mayor o menor tiempo de duración, yo hube de ponerme a trabajar en una mina de carbón que hacia un par de años habían echado a andar en el paraje conocido por La Ballesta, término municipal de Espiel y distante de Villaharta mi pueblo, una legua como solía decirse en aquellos tiempos y que era cinco kilómetros y medio, y que por supuesto para ir y venir del   trabajo lo hacíamos a pie.

Pero todo cuanto hasta ahora llevo escrito, no es nada más que el entramado para con esta entrada rendirle un emocionado recuerdo a mi padre, por lo que fue su vida, que aparte de lo la familiar, en su matrimonio como esposo y padre, lo fue feliz, no exenta de las escaseces en un tiempo, pero en lo que respecta a su vida particular, fue bastante desafortunada al punto que tomo parte en dos guerras, la primera en la llamada de Melilla, siendo herido en el llamado " desastre de Annual" y la otra en la Civil Española, pasando en ambas las calamidades propias de esos conflictos y en la primera años veinte y la segunda años treinta, teniendo en cuenta la situación económica y de todo orden que atravesaba España.

El título dado a esta entrada, lo es "12 de febrero de 1959" que es la fecha de su última carta que me escribió cuando como cito al principio yo me hallaba realizando el curso de ascenso a Cabo de la Guardia Civil, que con entrañable cariño guardo en mi casa.

Tengo la seguridad que un de las grandes ilusiones de su vida hubiera sido verme luciendo en mi uniforme los galones que me fueron concedidos el día 15 de junio siguiente, ilusión de la que no pudo gozar dado a que falleció el día 25 de febrero, o sea trece después de haberme escrito su ultima carta, y que además lo era el de su santo y de su 61  cumpleaños. Sin embargo mi madre si pudo hacerlo, eso y otras muchas bienaventuranzas que acaecieron en mi vida  particular y familiar, a lo largo de los más de treinta y cinco años que le sobrevivió, cuando estaba a punto de cumplir los 97.

Reconozco que el contenido de la presente entrada lo es solo una satisfacción para mi particularmente, pero tal lo siento, no he podido resistirme a plasmarlo para que de ello quede la constancia debida.

Hasta la próxima.

viernes, 2 de febrero de 2018

Lo que va de unos dias a otros

Playa de Benijo, Santa Cruz de Tenerife 

En unos días, comenzando por mañana, se van a dar la diferencia por cuanto a las efemérides que se cumplen en ellos. Mañana hace veintiún años del fallecimiento de mi mujer. Aquel 3 de febrero de 1997, no se pudieron dar las circunstancias mas trágicas de lo que fueron, incluso en las coincidencias de las horas en que acaecieron. Creo serían aproximadamente las cuatro y media de la tarde, en el momento del fallecimiento de mi mujer, yo ingresaba el la UCI del mismo hospital, Parque de San Antonio de esta capital, con un  infarto de miocardio, de tal gravedad que permanecieron diez días los médicos sin atreverse a operarme por temor a que me quedara en el quirófano.

Lo que mis hijos habrían de soportar en aquellos  momentos, como suele decirse, yo no "se lo deseo ni a mi peor enemigo" aunque puedo dar fe de que jamás he tenido a ninguna persona a la que pudiera dársele tal calificativo. Tras la operación a la que como cito me realizaron diez días después, y volver a tener conciencia de cuanto había sucedido, lo que en su momento no la tuve, creo que aunque todo  el universo hubiese caído encima de mi, no hubiere producido el efecto que en mis sentimientos causó. Parafraseando a mi madre que solía decirlo con relativa frecuencia, "yo no sé como Dios le da tanta fuerza a una persona para poder soportarlo". Pero veintiún años después  de aquella hecatombe sobrevenida a la familia, aquí me hallo con mas fortaleza de la que pudiera imaginar, ni tan lejos como se pudiera pensar.

De la gravedad de los hechos acaecidos aquel 3 de febrero, el día 6 del mismo mes, pero de mil novecientos sesenta y cuatro nacía mi hija, tercer nacimiento en el matrimonio, tras haber tenido  anteriormente dos varones, lo que venía a completar la dicha de la familia, y el día 5, también de febrero, pero siete años antes que su hermana, nacía nuestro primer hijo en el matrimonio, continuando un período nada menos que de treinta y tres años mas de dicha y felicidad que desde nuestra unión ya veníamos gozando, truncada con el fallecimiento de mi mujer, y que siendo cerca de diez años más joven que yo, aquí permanezco aún para narrarlo hoy, lo que nunca hubiera imaginado pudiera suceder, pero el devenir del tiempo, no pocas veces nos da muestras de que el destino de cada cual, sin duda desde el día en que llegamos a este mundo, está diseñado hasta su punto final.

Con mucho menos esfuerzo del esperado, doy por conclusa esta entrada pese haber sido para traer al recuerdo, de donde nunca se me fue, tan luctuoso sucedido.

Hasta la próxima que no aventuro a decir cuando será ni de que vaya a tratar.


Atardecer desde el Parque Nacional del Teide
(a la izquierda, Isla de La Gomera; a la derecha, Isla de La Palma)