jueves, 15 de junio de 2017

Quincuagésimo octavo aniversario



Hoy se cumplen cincuenta y ocho años de mi ascenso a Cabo de la Guardia Civil. Creo recordar haber verificado una entrada anterior, quizás  hace algunos años, sobre el mismo tema. Pero es que volviendo el recuerdo atrás, es que ha pasado, como suele decirse, toda una vida.

Tras más de cuatro meses de curso para dicho ascenso y haber aprobado la convocatoria en el mes de junio del año anterior, me era expedido y entregado el nombramiento del mencionado ascenso, del que espero sea unida la correspondiente foto-copia a este relato por mi eficiente Editor.

Cuando se proviene de trabajos como jornalero agrícola y un periodo de dos años como minero, con la  categoria de vagonero,  tan humilde ascenso como pueda parecer, suponía para mí en aquel tiempo alcanzar un hito del que sentía y hacía totalmente feliz. Pero como todas las dichas, aquella no podía serlo tampoco, si no se compartía con algún ser querido, cuestión que llegaba el siguiente día, donde podrían ser sobre las nueve o nueve y media de la mañana, cuando desembarcaba en esta bendita ciudad de Málaga del tren expreso que procedente de Madrid, donde estuve realizando el curso, salía la noche anterior. Creo haberlo hecho constar en la entrada que citaba haber realizado sobre este tema, y también con toda seguridad, en mis memorias, ha sido sin duda, si no el más, uno entre ellos, de los que he podido gozar en mi ya larga vida y que por ventura han sido muchos. En aquella vetusta estación que tenía Málaga, esperándome estaban, mi mujer con mis dos hijos, uno con dos años y cuatro meses, y el otro con uno y dos meses y medio más, y que precisamente el mismo día en que yo ascendía a Cabo, él, daba sus primeros pasos en este mundo, que como puede observarse no fue muy precoz en tal menester. Aquél instante en que los tres, madre y dos hijos, llegaban a mi altura, y los cuatro fundidos en un emocionado abrazo, cuando las lágrimas de ella y mías brotaban abundantes, como suele suceder también con los grandes y felices aconteceres, bajaban por nuestras mejillas, aquel instante digo, hoy transcurridos cincuenta y ocho años, y además por varias circunstancias añadidas, ahora, aunque a mi solo, vuelven a brotarme nuevamente, al traer al recuerdo esos momentos que alcanzarse con tal magnitud no suelen darse muchos a lo largo de una existencia.

Contaba yo entonces con treinta y cuatro años de edad, alcanzadas varias metas de las que nunca siquiera llegue a soñar, y hoy, solo lamentando el que aquella madre, que tan feliz sentíase con aquella circunstancia, y aunque después también lo fue con muchas mas que le siguieron, no pueda hacerlo en estos instantes, con las surgidas después de su ausencia.

Después de llevar creo casi un mes sin verificar entrada alguna en este blog, doila por conclusa, pero traerla hoy, creo era de cumplimiento obligatorio.

Hasta la próxima, que no se cuando, ni tema que la motive.