lunes, 26 de septiembre de 2016

Cuando doblan las campanas.


Hoy, sin que haya venido a cuento de nada y como hay quien dice que soy "mu pensaor", me ha venido al recuerdo un hecho que como mínimo acaeció hace por lo menos ochenta y cinco años y fue lo siguiente.

Una noche estando cenando con mis padres, comenzaron a doblar las campanas de la iglesia, y mi madre santiguándose dijo lo siguiente, " Ya ha muerto, no recuerdo el nombre, ni si era hombre o mujer", pero sin duda era una persona del pueblo que estaba gravemente enferma y por tanto terminaba sus días.

En un pequeño pueblo como era, y lo sigue siendo el mio, se estaba al tanto de quién esta enfermo y casi hasta quien había cogido un constipado, así, y como creo recordar se sucedió tal hecho de que tanto de día como hasta bien entrada la noche, cuando alguien fallecía, procedían a doblar las campanas, todo el pueblo quedaba enterado del acontecimiento.

El traer a colación este hecho no es precisamente por el relatado, si no por lo que a partir de entonces, cada vez que yo oía doblar las campanas lo relacionaba con la muerte de alguien, y aunque no siempre lo era por eso, a lo largo de algunos  años, hasta aun siendo un adolescente, se me encogía el ánimo al punto de no poder evitar que me brotaran algunas lágrimas.

En mi pueblo, éramos tan humildes que ni siquiera había torre en la iglesia, si no una pequeña espadaña, a la que por cierto le llamábamos  "torre", y contaba con solo dos campanas, de cierta diferencia entre una y otra en la gravedad de su tañido, y aunque no sea tal lo hacían, voy a tratar de hacerlo como mejor se, poco mas o menos.

Una, la más grande:

Toooooommmmm.......Toooooommmmm..............

dejando pasar unos segundos, la mas pequeña sonaba así,

tiiiiiinnnnnn........... tiiiiiinnnnnn......., tiiiiiinnnnnn,.................

La primera sonaba dos veces y la otra tres,  igualmente dejando cierto espacio de tiempo entre el toque de una y otra campana, cuyo eco con el silencio del pueblo en aquellos tiempos, estaba resonando un rato.

No entonces, si no incluso ahora que ya no soy niño ni adolescente, aquellos sonidos de una y otra campana, producían en mi estado de ánimo, un  no se que,  no  pudiendo  señalar mejor lo tétrico de su tañer para decir que alguien había muerto.

Posiblemente para desquitarme en el sentimiento de cuanto me sucedía en el doblar de las campanas, cuando repicaban, se me alegraba el ánimo, todo ello, hasta que llegó la guerra civil española, que cuando después de que una avioneta sobrevolando el pueblo arrojó unas cuantas bombas, cada vez que un avión se acercaba, se anunciaba mediante el repique de las campanas, que era lo único que no había desaparecido de la iglesia, y que también podían haberlo hecho doblando las mismas, en vez de repicar, por que lo que anunciaban no era cuestión de celebraciones.

Desde que salí de mi pueblo hace setenta años, no he oído doblar campanas como lo hacían las de mi pueblo.

Extraña y rara cuestión lo tratado hoy en esta entrada, pero como el título de este blog es el de "Recuerdos", y éste no es uno de los menores, ya que creo que han sido miles de veces a lo largo de mi ya larga existencia que me he acordado de esa primera vez que hicieron mella en mi ánimo el doblar de las campanas de mi pueblo.

Hasta la próxima que podrá ser mas alegre, pero creo que mas original, no.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Adios a las armas y con paradoja

Fortaleza de Sagres, Algarve, Portugal

17 de septiembre de 1948. Después de dos años. cinco meses y once días causaba baja en el Ejército con "permiso indefinido" que al final resultó ser definitivo. Yo había salido de mi casa para incorporarme el día 6 de abril de 1946. Hoy por tanto se cumplen "SESENTA Y OCHO AÑOS" de aquel día. Perdonadme, si como suele sucedernos a los cargados de primaveras, no podemos resistirnos al dicho ese de "y parece que fue ayer"...


En mis tiempos, para los hombres se consideraba una de las etapas de mayor trascendencia el cumplimiento del forzoso servicio militar. Así cualquier circunstancia sucedida en la vida de un hombre, se hacía comparación de haber sucedido antes o después de la mili. Todos los que  hacíamos el servicio militar, después a lo largo de la vida, raro era el día que no se sacaba a relucir cualquier evento o sucedido durante el tiempo que se permaneció en activo.



Mi curriculum cuando yo me incorporé al ejército, y que me faltaban veintiún días para cumplir esos mismos veintiún años, era de nueve trabajando en el campo entre porquero, pastor y jornalero agrícola, y dos años como minero, con la categoría de vagonero en una mina de carbón.



Como todos cuantos hayáis leído algo mío sabéis que yo podía no haber realizado el servicio militar dado a que había una disposición que los trabajadores en esa y otras clases de minas, le constaría como realizado dicho servicio si permanecían en el trabajo. el tiempo que los de su reemplazo estuvieran realizándolo en sus unidades militares.



El trabajo de minero, hasta entonces, comparándolo con todos los que había practicado en el campo, no es que fuera el que menos me gustaba, si no que casi lo detestaba y solo me mantenía en el mismo por la imperiosa necesidad de tener que ganar un jornal con que aportarlo al hogar que tan precisado estaba de ello. Pero como lo he citado muchas veces, aun siendo todavía un niño, una de mis principales preocupaciones era lo que sería de mayor con lo que me ganaría la vida, y en mi pueblo, Villaharta, no tenía otra opción que lo que había venido realizando, el campo o la mina. Ante esta perspectiva, cuando me llegó la hora, al igual que lo hicieron algunos otros compañeros, opté por dejar el trabajo en la mina, e incorporarme al Ejército, donde no se porqué, tenía la esperanza de alcanzar lo que con tanto interés deseaba.



Riotinto, Huelva

Como todos cuantos me hayáis leído algo, y si no lo repito aquí ahora, por un impulso de lo que pasados más de setenta años todavía no se porque lo hice, sin haber tocado siquiera una máquina de escribir, solicité como voluntario para irme de mecanógrafo nada menos que a Capitanía General, de Sevilla, donde los solicitaban. Como quiera que se realizó el milagro de que, al negociado que me destinaron, en vez de estar mandado por un Capitán, que también lo era, pero resultó ser además un Santo, así con mayúscula. Sin darle mas vueltas, al mes poco más o menos de mi presentación ya comenzaba a despachar correspondencia con la máquina de escribir.


A las oficinas de Capitanía pasé destinado cuando llevaba en el Regimiento de Artillería 14 de guarnición en dicha ciudad de Sevilla, tras haber estado mas de un mes hospitalizado en el militar de la Macarena. En dicho Regimiento, hacía unos días me había dado de alta para asistir a la Academia de Ascenso a Cabo, ello con miras a conseguir los ascensos necesarios para haber continuado en el Ejército cuando me llegara la hora del licenciamiento, todo con arreglo a los proyectos que yo me había formado.



El plan de vida que conseguí cuando llegué a las oficinas de Capitanía tan distinto a los que había dejado atrás desde que vine al mundo, que mas que recrearme en ello, como diría Cervantes me refocilaba en aquella vida tan placentera, y porqué no, también en el estatus de sentirme un mecanógrafo, con perdón, algo mejor que aceptable, a lo que me acostumbré sin que mis sentimientos opusieran obstáculo alguno, hasta que cuando quise darme cuenta llegaba aquel 17 de septiembre de 1948, y como ni siquiera había solicitado el llamado "reenganche", en aquella fecha causaba baja en aquellas oficinas donde me dí hasta entonces la mejor vida que ni siquiera  hubiere podido soñar.



Unos meses antes traté de cursar solicitud para ingreso en la Guardia Civil, pero circunstancias ajenas a mi voluntad no me lo permitieron.



La alegría causada en los soldados el día en que les daban por terminado el servicio militar y por ello la marcha a sus casas, era inenarrable, pero se daba la paradoja, de que cuando tomamos el tren militar, en el que todos los vagones iban repletos de soldados, ya la mayoría vestidos de paisano, tomando toda clase de bebidas alcohólicas, portando algunos carteles con escrituras haciendo alusión a la dejada atrás de la la mili, y en las que no faltaban el nombre de algún superior, del que no se llevaban buenos recuerdos, y algunos, menos,  en su contra. Yo llevando colgado al cuello una especie de escapulario que me había hecho un compañero de oficina, en el cual había colocado la siguiente inscripción: "ADIÓS SERVA LA BARI Y LAS MUCHACHAS DE LA CIUDAD JARDIN". La última frase haciendo alusión a una novia que tuve en la citada barriada de Sevilla. No fui capaz de aceptar ninguna de las invitaciones de las muchas que se me ofrecieron en el tren durante el trayecto desde Sevilla a Córdoba, ni mi estado de ánimo lo iba como para acompañarles en aquellas interminables canciones, la mayoría un tanto obscenas o subidas de tono. Como decía, en mí, se daba la paradoja de que llevaba interiormente la alegría de llegar a mi pueblo, ver y estar con mi familia y con los amigos, pero por contra, casi me atormentaba en mis interiores la desazón del fracaso sufrido por cuanto que a pocos días vista, me esperaba nuevamente la vuelta del trabajo en la mina como así resultó ser. Nunca hasta entonces me había sentido tan insignificante y falto de actitudes para no haberme dado por resuelto el motivo y causa que me llevaron a dejar el trabajo en la mina y optar por hacer el servicio militar.



Hoy en la soledad de mi domicilio, cuando estoy relatando este pasado acontecer, incluso ha habido momentos en que aquel torbellino de pensamientos que veloces pasaban por mi cerebro, hasta han llegado a sentirme un tanto culpable todavía de lo que no supe ni fui capaz de  solventar. Todo aquel día con su correspondiente noche, ni siquiera fui capaz de conciliar el sueño por el descalabro moral del que solo yo era el culpable.



No quiero hacerme mas pesado con este relato del que ya me he extendido más de la cuenta, pero no puedo dejar de citar, que aún todavía fue peor el día de, no una más de una semana después, que otra vez volví al trabajo en la mina. Ello merecía una entrada solo para medio poder exponer lo desastroso que moral y físicamente me resultó.



Pero no quiero dejar mi estado de ánimo en el punto que cuanto hasta ahora he relatado, y hago constar que tres años después, en diciembre de 1951, aquellos conocimientos de mecanógrafo que conseguí en la mili, cuando ya Guardia Civil y destinado aquí en Málaga, me dieron la oportunidad de obtener un destino que me supusieron la felicidad y dicha durante los algo más de treinta y un años que permanecí en el cuerpo, y sin duda otras circunstancias que con tal motivo se dieron, que me llevaron entonces, y continuándolo sigo, a sentirme totalmente realizado y al premio de cuanto concedido me ha sido, no solo para mí, si no para todo mi núcleo familiar mas íntimo, que ni a soñar que me hubiera echado, pudiere haber sido tan extenso y bienaventurado como lo fue, ha sido y como apunto anteriormente, siguiéndolo sigue.



Pido perdón por todo el tostón que pueda ser para quien tenga la osadía de leer esta entrada, pero tan metido he estado en ello y raíces tan profundas me dejaron aquellos momentos, que no he sido capaz de no sacarlos a la luz, y que aun pasados sesenta y ocho años intactos permanecen en lo más profundo de mis sentires.



Hasta la próxima, que procuraré ser más breve.

jueves, 8 de septiembre de 2016

El principio del fín


Aquel 8 de Septiembre de 1996, comenzaba el principio del fin de su paso por esta vida.

El principio del fin... del día
De izquierda a derecha, El Hierro, La Gomera y La Palma

Tal día como hoy pero del año citado en el párrafo anterior, los cinco matrimonios que generalmente solíamos salir juntos y de lo que en varias ocasiones lo he referido, celebrando la festividad del día, en Málaga la de su patrona la Virgen de la Victoria, asistimos a la celebración de la Santa Misa en la Catedral, estuvimos comiendo en el restaurante de pescaítos "Mario Eva", y luego nos vinimos aquí a mi casa, dedicándonos a lo que teníamos por norma, jugar al bingo, a las cartas, a cenar y pasar la velada lo mas divertida posible, lo que siempre lo conseguimos.

Mi mujer, que desde hacía tres años venía arrastrando las consecuencias  de una dolencia en su salud, y desde varios días antes lo había estado acusando, aquél, como por encanto se sentía sin dolencia alguna y pletórica de ánimo y alegría.  Aquella demostración llegaba a transmitírmela a mi, al punto de que hasta llegaba a hacerme la idea de que sus males habían terminado.

Aunque su carácter siempre fue alegre y desenfadado en las reuniones de amigos, aquel día, tarde y noche lo fue si cabe en su grado máximo.

Pasadas estaban las diez de la noche, cuando nuestros amigos se retiraban cada matrimonio para sus domicilios, cuya despedida lo fue como siempre amistosamente y su cita hasta el próximo fin de semana, como de costumbre a repetir aquellas reuniones.

Creo que aún no habían dado las doce de la noche, y toda aquella ilusión en que yo me había estado regodeando al ver su estado de ánimo, como si hubiere sido destruida por un rayo se hizo añicos. Comenzó con lo que venía siendo su martirio, los vómitos, y estuvimos toda la noche, ella que seguro no llegaría a dormir ni dos horas, y yo, como suele decirse, ni a pegar ojo.

Ni un solo día a partir de entonces tuvo lo que se podría decir uno medio tranquila, cuestión que repercutía en mí, que era su cuidador. Volvieron a comenzar sus ingresos y salidas del hospital Parque San Antonio, aunque sin que ya nunca llegara a estar sin dolencia alguna y así hasta su fatal desenlace el día 3 de febrero del siguiente año.

Todos lo comportamientos bienhechores hacía la persona amada, en este caso la propia esposa, deben hacerse  en vida como suele decirse y así es lo cierto, de lo que como mínimo tengo tranquilidad de conciencia, pero en estas efemérides de lo que acaecieron a lo largo de esa vida en común, no se puede dejar de traerlas al recuerdo, aunque sobre la propia persona, ni un solo día pasa sin que se haga, y ello puede considerarse como un homenaje al la felicidad que con su comportamiento aportaron al matrimonio durante el tiempo que transcurrió, en este caso, como la tan conocida recomendación del sacerdote que intervino en el acto del sacramento, "hasta que la muerte os separe". Miles de felices vivencias de sus hijos y nietos se perdió con su marcha, pero seguro, como se merecía, gozándolas estará, desde donde Dios ordenaría su acomodo. D.E.P.

Hasta la próxima.

lunes, 5 de septiembre de 2016

Caso raro



Durante los algo mas de treinta y un años de servicio en la Guardia Civil, también por la razón de haber estado destinado muchos años en el Servicio de Información de la  Comandancia de Málaga, tendría muchas anécdotas que contar de los hechos acaecidos a lo largo de todo ese tiempo, pero esto que voy a citar, aunque somos muchos, o para decir verdad, fuimos muchos los que pasamos por ello, aunque ya no seamos tantos los que quedamos para contarlo, y es un caso que se dio solo en el personal de la Guardia Civil que pertenecíamos a la 2ª Zona cuyo Puesto de mando por un General de Brigada entonces, estaba ubicado en la Torre Sur de la Plaza de España de Sevilla.

Creo recordar lo fue allá por los años 1960-61 al General que a la sazón ostentaba el mando de dicha Zona, debió encendérsele la luz del entendimiento y dió la orden, extensiva a su zona que comprendía toda Andalucía y creo también Extremadura, para que todo el personal perteneciente a la Clases de Tropa del Cuerpo, que lo componían, Guardias, Cabos y Cabos primeros, para que procedieran a quitarse los bolsillos laterales de las guerreras de sus uniformes.

Yo que entonces ostentaba el empleo de Cabo 1º me vi inmerso en dicha orden. Se daba la circunstancia que los uniformes que llevaban algún tiempo confeccionados y como quiera que dichos bolsillos eran bastante grandes, al quitarlos se dejaba un contraste del color del tejido, al no haberle dado nunca el sol a la parte que estaba cubierta, y aunque en rarísimas ocasiones se utilizaban para meter algo en ellos, de lo que solo recuerdo de un Capitán, que no se lo que podría llevar, pero casi siempre los llevaba repletos y tan abultados, que no se como algún superior no le llamara atención por el efecto que ello producía. Pero como digo, aquellos parches que indicaban de donde habían sido retirados los bolsillos  resultaba de lo mas improcedente en un uniforme militar.

Aquel General, no recuerdo hiciera nada notable o de importancia durante su mandato de la Zona, pero siempre quedó entre todo el personal que componía la misma, incluso a los Suboficiales, Oficiales y Jefes que no le afectó dicha orden, con el merecido sobrenombre del "General de los bolsillos" .

En la fotografía que figura en la cabecera de esta entrada, que me la hice cuando prestaba servicio en el Aeropuerto, y la guerrera y el pantalón que llevaba en aquella ocasión y siempre para el servicio en dicho aeropuerto, puede observarse la falta de los tan repetidos bolsillos, aunque en mi no se notaba el contraste de color, dado a que yo pasé al Aeropuerto procedente del Servicio de Información y en el mismo vestíamos siempre de paisano,  era poco lo que había utilizado aquel uniforme.

Yo no se si en el Reglamento de Uniformidad del Cuerpo constaba que por las clases de tropa no se utilizaran los bolsillos laterales de las guerreras, pero tan pronto el General de los bolsillos cesó en el mando de la Zona, y no recuerdo se diera orden para volverlos a colocar, todos a los que nos los quitaron, procedimos a su colocación y hasta ahora, no creo se haya repetido tal circunstancia.

Lamento tener que contar esta anécdota de un General de la Guardia Civil, pero como es cierto, la verdad debe brillar por encima de todo.

Muchos de los componentes actuales de dicho Instituto estoy seguro les causaría sorpresa si tuvieran conocimiento de cuanto dejo expuesto.

Hasta la próxima entrada.