Sin lugar a dudas todos habeis adivinado de que iba a tratar hoy. Efectivamente. Como no podía ser menos, de ese undécimo aniversario del fallecimiento de la mujer que todo lo supuso para mí. Si algún día en la historia de la humanidad yo hubiere preferido que núnca llegara, ése fue el tres de febrero de mil novecientos noventa y siete. Ya han pasado once años. Como todo en la vida, el paso del tiempo lo modifica o incluso lo borra. Hoy, en diferencia con otros aniversarios anteriores, sólo hace un par de horas, unas escasas y timoratas lágrimas han acudido a mis ojos. Quiere decir ésto, que siento su pérdida menos que años anteriores. NO, sólo que, como cito anteriormente, el transcurso de los años va moldeando en este caso los sentimientos.
A pesar de que incluso los rasgos físicos de la persona que se ha ído, se van difuminando con el paso de los años, los sentimientos se amortiguan un tanto y, que como no podía ser menos en este caso con respecto a mí, asi sucede; lo que sí se incrementa proporcionalmente con respecto al tiempo transcurrido, es la necesidad de que ese ser que durante tantos años fuisteis compañeros de viaje en esa larga travesía de la vida, lo estuviera también a nuestro lado, posiblemente cuando sentimentalmente mas lo precisamos. Cuando para esos nimios detalles que a diario se van sucediendo en el vivir cotidiano, echas de menos quién este contigo ayudándote a irlos resolviendo sin ningún contratiempo. Un simple ejemplo es el que me ha sucedido esta mañana. Al intentar echarme unas gotas de colirio en los ojos, dos o tres en vez de caer en el punto deseado, cayeron sobre mis mejillas. Si aquellas amorosas manos que en consonancia con toda ella tenía, hubieran estado conmigo, sin duda esa simple operación se hubiera desarrollado con toda normalidad. Insignificante detalle que llega a lo mas profundo del alma, cuando se carece de él.
A pesar de todo, queda peremne la obra que mientras estuvo aquí supo ir fraguando día tras día con su total entrega y que, a la fecha de hoy, sigue morando en todos aquellos que fuímos sus receptores.
Voy a contar una anécdota que sucedió a la salida de una misa. Cuando salimos a la calle, vuestra madre, mi mujer, GLORIA BENDITA, me dice muy seria: "Anda hoy no hemos rezado el padrenuestro durante la misa". Y es que no se había dado cuenta de su rezo, estaría distraída con algún otro pensamiento. A partir de entonces, cada vez que llegaba el momento de rezar dicha oración, le daba con el codo en su costado, y siempre hallaba la misma respuesta acompañada de una encantandora sonrisa y era la siguiente: "Anda ya". Hoy al igual que desde que ella falta, he seguido haciendo lo mismo, pero mi gesto no llega a tocar a nadie y el mismo queda también sin la debida respuesta. Yo mismo me veo en la necesidad de respondérmela.
Si hoy pudieras asomarte a nuestro círculo familiar mas íntimo, quedarías gratamente compensada de ver que todos siguen el camino que siempre llevaron.
Hoy como siempre durante la misa he rezado por tí, aunque tengo la seguridad que tú te llevaste la GLORIA bien ganada.
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