Hoy, 25 de febrero de 2008, se cumple el 110º aniversario del nacimiento de mi padre. También se cumple el 49º de su fallecimiento. Hoy se celebra asimismo, entre otras, la festividad de San Cesáreo, nombre que llevó mi padre y también mi hermano, recientemente fallecido.
Son muchas las circunstancias que han coincidido en tal fecha, que como dejo señalado, mi padre falleció el mismo día que cumplía 61 años, que a la vez era su onomástica.
Retrotrayéndome hasta aquel 25 de febrero de 1959, en que yo me encontraba en Madrid realizando el Curso de Ascenso a Cabo y recordando el estado físico en que mi padre se hallaba, antes de su óbito, lo recuerdo como una persona de extrema ancianidad, cuando en realidad tenía veintiún años menos que yo tengo actualmente. Las condiciones de vida que se daban durante el tiempo en que él vivió, con la añadidura de varias circunstancias especiales que personalmente le acaecieron, le hicieron, desde bastantes años antes, aparentar mucha mas edad de la que en realidad tenía.
Por si son pocas las circunstancias que en esta fecha se dieron, también fue la primera vez que yo monté en avión. Así la primera vez que volé en dicho medio fue para asistir al sepelio de Cesáreo Galán, y la última vez que lo he realizado para igual fin y dar sepultura a otro Cesáreo Galán. Aquél era mi padre; éste mi hermano. En lo que si ha existido una diferencia enorme, es en la capacidad de ambos aviones en los que volé, entonces y recientemente. El primero contaba con 17 plazas para los pasajeros, el último, posiblemente alrededor de 300. Pagar el pasaje para el primer vuelo, me supuso un gran sacrificio económico, pero su utilización era la única forma de poder llegar a tiempo para el entierro, y eso que tuve noticia de su muerte sobre las ocho de la mañana y el entierro era a las cinco y media de la tarde. El pago del último pasaje me ha pasado desapercibido. Con todo, tuvo que ir al aeropuerto de Córdoba para recogerme, un amigo de mis hermanos que tenía moto, y a pesar de ello, solo pude estar acompañando el cadáver de mi padre media hora.
Retrotrayéndome hasta aquel 25 de febrero de 1959, en que yo me encontraba en Madrid realizando el Curso de Ascenso a Cabo y recordando el estado físico en que mi padre se hallaba, antes de su óbito, lo recuerdo como una persona de extrema ancianidad, cuando en realidad tenía veintiún años menos que yo tengo actualmente. Las condiciones de vida que se daban durante el tiempo en que él vivió, con la añadidura de varias circunstancias especiales que personalmente le acaecieron, le hicieron, desde bastantes años antes, aparentar mucha mas edad de la que en realidad tenía.
Por si son pocas las circunstancias que en esta fecha se dieron, también fue la primera vez que yo monté en avión. Así la primera vez que volé en dicho medio fue para asistir al sepelio de Cesáreo Galán, y la última vez que lo he realizado para igual fin y dar sepultura a otro Cesáreo Galán. Aquél era mi padre; éste mi hermano. En lo que si ha existido una diferencia enorme, es en la capacidad de ambos aviones en los que volé, entonces y recientemente. El primero contaba con 17 plazas para los pasajeros, el último, posiblemente alrededor de 300. Pagar el pasaje para el primer vuelo, me supuso un gran sacrificio económico, pero su utilización era la única forma de poder llegar a tiempo para el entierro, y eso que tuve noticia de su muerte sobre las ocho de la mañana y el entierro era a las cinco y media de la tarde. El pago del último pasaje me ha pasado desapercibido. Con todo, tuvo que ir al aeropuerto de Córdoba para recogerme, un amigo de mis hermanos que tenía moto, y a pesar de ello, solo pude estar acompañando el cadáver de mi padre media hora.
Otra vez me repito. Los tiempos cambian.
No hay comentarios:
Publicar un comentario