lunes, 11 de febrero de 2008

Escapada con rana y badana

Verano de 1931, casi seguro el mes de lulio, debido a la circunstancia que a continuación diré. El hijo mayor de mi tía Mercedes, hermana de mi madre, llamado Antonio y al que tanto sus hermanos como los demas primos llamábamos "Chache Chico", ya que el "Chache Grande", era el hermano de mi madre que a la sazón estaba soltero y era bastante menor que sus hermanas. Y como digo, el "Chache Chico" estaba trabajando en una era en la finca denominada "Los Puerros" y a una distancia de unos cuatro o cinco kilómetros de mi pueblo. Mi primo Rafaelito, tercer hijo de mi tía Mercedes y un año mayor que yó, me dice una mañana de aquel verano, "a la hora de la siesta sin que se enteren nuestros padres, vamos a ir a Los Puerros a ver al Chache Chico que está en una era."

Así cuando mi madre se acostó un rato para echar una pequeña siesta, con todo sigilo salí de mi casa y mi primo me esperaba en la puerta de la suya, a escasos veinte metros de la mía. Junto a mi primo estaba también un amigo de ambos al que llamabamos Currito, unos meses menor que yó. Al llegar junto a mi primo nos decidímos salir para nuestra correría, al tiempo que también invítamos para que nos acompañara a nuestro amigo Currito, que declinó nuestro ofrecimiento.

Mi primo conocía el camino, ya que había ido con su padre unos días antes a llevarle unas cosas a su hermano. Los dos Rafalitos, tomamos la carretera de Pozoblanco y a poco más de un kilómetro, al llegar al puente del Arroyo de Las Serranas, nos desviamos a la izquierda y al cabo de, yo creo que una hora poco mas o menos, llegamnos a nuestro destino. Tan pronto el Chache Chico nos vio asomar, nos echó para el pueblo con cajas destempladas. No muy contrariados tomamos el camino de regreso y cuando pasábamos por un pequeño arroyo, vímos como en un pequeño remanso había una rana. Seguidamente nos lanzamos a su pesca, siendo cogida por mi primo.

Asaz de contentos con nuestro gran trofeo íbamos subiendo una pequeña cuesta, que daba vista al puente de las serranas, cuando vimos con alegría que mi padre venía hacia nosotros y ya estaba a poca distancia nuestra.

Mi primo Rafalito iba delante de mi y cuando llegaba a la altura de mi padre, muy contento le dice. Mira tito, hemos cogido una rana. Al tiempo que mi primo le comunicaba y mostraba la rana, mi padre le arreó un par de cintazos en el culo, y como resultado del contaco de su cinto con sus tierno culete, mi primo mando la rana a tomar...¡muy lejos! Cuando le dio los dos o tres cintazos a mi primo hizo la misma faena conmigo. Emprendímos una veloz carrera huyendo de la quema, pero mi padre nos ordenó que nos paráramos a la sombra de una encina que había un poco mas adelante, lo que así hicímos. Cuando mi padre llego a nosotros, no tuvo otra cosa que hacer que repetir la misma faena de un momento antes, con la misma arma y al mismo lugar. Como mínimo y al parecer que le había tomado el gusto a calentarnos el trasero, repitió la misma faena otro par de veces, siempre precedído de la orden de mandarnos parar a la sombra de alguna encina o chaparro.

Cuando faltaba un kilómetro aproximadamente para llegar al pueblo y hartos ya de que nos zurrara tanto la badana y desobedeciendo su última orden de que volviéramos a pararnos, emprendímos la huída a todo trapo, yo entré en mi casa por la puerta falsa y me metí debajo de la cama. Cuando mi padre llegó y mi madre que estaba en la puerta de la calle esperando nuestra llegada, le preguntó a mi padre por mi y al contestarle que yo tenía que estar ya en la casa, procedieron a mi búsqueda y fui hallado acurrucado en mi escondite y temiendo la propina que mi madre estaba seguro me íba a propinar, lo que así ocurrió, aunque ella solo utilizó sus propias manos, pero que no se que fue peor, si lo de ella o lo de mi padre.

Al notar nuestra ausencia y comenzar a buscarnos por el pueblo, Currito fue quién informó a nuestros padres donde habíamos ído.

Mi padre no volvió a pegarme otra vez en mi vida; mi madre raro era el día que no pillabas algún sopapo.

Unos cuarenta años después, mi cinto también llegó a tocar en los traseros de mis dos hijos varones. Ellos saben cómo fue y cuál el motivo.

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