martes, 12 de abril de 2011

Final de viajes, un 12 de abril


En mi entrada del día de ayer, dejaba sin terminar los tres viajes iniciados en un once de abril, aunque de distintos años, y como lo prometido es deuda, vamos a dar fin a todas ellas siguiendo el orden en el que fueron iniciados.

En el primero de ellos quedábamos los caminantes para pasar la noche en un semiderruído cortijo en plena sierra de La Chimorra. La cena consistió en unos trozos de tocino fritos, sin pan y un vaso de leche cada uno sacados del ordeño de algunas de las cabras.

Para dormir y como todos los enseres estaban colocados en el carro y dado que suponía tener que deshacer toda la carga para poder sacar los útiles para organizar alguna cama, pasamos la velada sentados en unos poyos existentes cerca de una chimenea en la que preparamos una candela y así en una duermevela nos alcanzaron las primeras claridades del alba. Uncir las mulas al carro; colocar las cargas que transportaban el resto de las caballerías y soltadas las cabras que amarradas incluso dentro del la cortijada estuvieron toda la noche, cuando aún no había terminado el amanecido, reemprendíamos la marcha hacia mi pueblo. Los veinte kilómetros aproximados que aún faltaban por recorrer, eran culminados poco antes del medio día. Un kilómetro exactamente faltaba para llegar al pueblo cuando se llegaba a un punto conocido por el Puerto Ginés y desde el mismo comenzaban a presentarse ante nuestra vista buena parte de las casas y calles del pueblo. Un ligero cosquilleo recorría por todo mi cuerpo. No lo recuerdo, pero sin duda por mi extrema sensibilidad y lágrima fácil, hoy podría jurar que mi ojos en aquellos momentos se anegaron de ellas. Cuando comenzamos a pisar las primeras piedras de sus calles, tenía la sensación de que me encontraba en algo que lo sentía como algo mío, lo que los dos años y medio que dejaba atrás me venía a la mente que nunca entonces durante ese tiempo llegué a sentir. Otra de las sensaciones que tenía era de que tanto sus casas, como sus calles, incluso hasta las propias puertas y ventanas, me parecían mas pequeñas de como yo las recordaba. Todo el conjunto que conformaba el pueblo, así como sus extramuros en no menos de uno o dos kilómetros a la redonda, me recordaba haberlos trillado infinidad de veces durante el tiempo en que a partir de los cuatro o cinco años hasta los mas de once que ya había cumplido cuando salimos hacia el exilio. La mayoría de los amigos de mi edad o similar que quedaron en el pueblo, y a medida que pasaban los días y me encontraba con ellos, me daba la sensación que habían experimentado un gran cambio. Allí permanecí hasta los inicios que dieron lugar al segundo de los viajes.

12 de abril de 1946. Procedentes de Córdoba llegábamos a Sevilla (estación que creo se llamaba Estación de Plaza de Armas) pasadas las doce de la noche. Descendimos del tren, nos formaron en los mismos andenes de las estación, ya habrían pasado la una de la madrugada, maleta en mano y andando, desde allí hasta el acuartelamiento del Regimiento de Artillería número 14, que se hallaba en las afueras de la parte opuesta de la capital sevillana, en el punto conocido por Pineda, a donde no menos de dos horas tardamos en llegar. Nueva formación, lectura de la Batería a que cada uno eramos destinado, a mi me mandaron a la 4ª, a donde no condujeron. A las siete de la mañana, tocaban diana. Dos horas escasas, no de dormir, sino de estar acostados, fueron el descanso a toda la peripecia del viaje. Aseo, desayuno y a continuación y una vez pedido voluntarios de todos aquellos que tuvieran algunos conocimientos de peluquería, procedieron a pelarnos a todos al dos. Acto seguido nos entregaron la ropa de uniforme y como estaría yo de desfigurado vestido de militar y con el corte de pelo, y lo mismo un paisano de mi pueblo que fuimos destinados al mismo regimiento, pero a el a la Plana Mayor del 2º Grupo, que estando formados uno junto al otro tardamos no menos de dos o tres minutos en reconocernos.

Aquella tarde a la hora de paseo, mi paisano y yo fuimos a Guadaira, donde se tomaba el tranvía para ir al centro de la ciudad, donde buscamos una peluquería y previo pago de su importe, nos arreglaron en lo posible el desaguisado que por la mañana habían hecho con nosotros. Un detalle gracioso guardo en el recuerdo, de un caso que nos sucedió cuando íbamos de vuelta al cuartel. Faltarían unos cien metros para llegar al mismo y en ese momento se daba la hora de la llamada bajada de bandera, o sea bajar la bandera que se izaba por la mañana temprano para lo cual se realiza con el toque de oración mediante la corneta. En ese momento unos cuantos soldados, o cabos, en fin creo que veteranos que marchaban delante de nosotros, se pararon y en posición de firmes se pusieron en primera posición de saludo, o sea saludando y mi paisano Carrillo y yo, mirándonos el unos al otro pero sin pronunciar palabra no sabíamos lo que hacer y tan despistados estábamos, que tan pronto nos parábamos, saludábamos a nuestra manera, como echábamos a andar hasta que al fin y por imitar a lo que los otros hacían, quedamos parados, firmes y saludando, Cuando ellos cesaron en el saludo e iniciaron su marcha, lo hicimos nosotros. De aquello no teníamos ni puñetera idea lo que había que hacer. Cuando dos años y medio después de aquel día que fuimos licenciados, más de mil veces hubimos de realizar aquel acto, tanto en el izado como en la bajada de bandera.


Y vamos a terminar con el tercer viaje, iniciado el 11 de abril de 1950. Para trasladarnos hasta Úbeda, hubimos de tomar el correo Málaga-Madrid, que salía de la primera de la ciudad indicada a las diez de la noche y llegaba a Córdoba pasadas las doce y media. Resulta que por la tarde de aquel día, dos compañeros y yo dejamos las maletas en consigna, en una pequeña taquilla y para ahorrar las tres juntas y el correspondiente resguardo lo tenía yo. Dado a que en principio dieron un retraso del tren más de lo normal, unos cuantos nos fuimos a un bar cercano donde como la noche la habíamos de pasar en vela, nos toamos un par de cafés cada uno. Cuando terminamos y creyendo que el tren aún no habría llegado, caminábamos con toda tranquilidad y antes de llegar preguntamos y nos dijeron que el tren había llegado hacía un rato. A toda prisa salí en busca de mi maleta, encontrando a los dos que la habían dejando con la mía, que con el estado de nervios propio del momento, creyendo que habrían de marcharse sin su maleta, recibí de ellos el propio y justo reproche por mi tardanza.

Sobre las tres y media de la madrugada llegamos a la estación de Linares-Baeza. Allí esperamos hasta después de las seis en que utilizando los servicios de un tranvía nos trasladó hasta Úbeda donde como he citado se encontraba la Academia. El día 16 de julio de aquel ya lejano 1950, salía como Guardia Civil de 2º clase y destinado a la Comandancia de Málaga, donde me incorporé el 26 del mismo mes, una vez disfrutados los diez días que a los solteros nos concedía para verificar la presentación correspondiente una vez destinados. Los casados tenían 20 días para ello.


Cansado de tanto viaje, lo dejo hasta la próxima entrada.

1 comentario:

Carmen dijo...

Me gustan estos recuerdos, especialmente los de la guerra, ya que yo no los he vivido y mi padre que era de los que se llevaron con diecisiete años y llamaban de "la quinta del biberón" no le gustaba recordar aquellos tiempos y practicamente solo se lo que he visto en películas y lo leido, pero no es lo mismo que vivido en primera persona, gracias por compartirlos. Saludos: Carmen