Una maleta conteniendo tres o cuatro mudas interiores, otros tantos pañuelos y pares de calcetines, una camisa y un pantalón además de las que llevaba puestas, eran mi ajuar con el que salía de mi pueblo, aquella luminosa mañana del día 6 de abril de 1946. Destino, la prestación del servicio militar que voluntariamente había elegido, dado a que por mi trabajo en una explotación minera de carbón en que me hallaba desde hacía dos años, me permitía haber continuado con dicha actividad laboral y que para todos los efectos era el equivalente al servicio militar obligatorio. No obstante, y como creo recordar lo he manifestado en varias ocasiones anteriores, la penosidad en el trabajo que se realizaba en la mina, y la nulidad en una posible consecución de mayores incentivos, me hicieron optar, como la inmensa mayoría de los jóvenes que nos encontrábamos en igual situación, por la de irme a la mili. Pero además de ésto, me llevaron a ello la esperanza de una posibilidad de resolverme un porvenir algo mas brillante que el dejaba atrás.
Volviendo mis recuerdos hasta aquella fecha de hace hoy nada menos que SESENTA Y DOS AÑOS, me vienen a la mente que revoltillo de ilusionantes esperanzas invadían mi joven e inexperto cerebro, dado a que ni siquiera sabía que es lo que podría conseguir con la decisión que había tomado desde hacía tiempo, de cambiar el trabajo en aquellas ratoneras de la mina por la práctica del servicio militar. Pero soñaba. Soñaba despierto, pero al igual que de esas ensoñaciones que en esas noches de tribulaciones inexplicables te llevan a ese desconcierto de lo que te ha sucedido, era lo que en la pura realidad me estaba sucediendo.
Bueno, como mi intención ha sido solamente el hacer referencia a esta efemérides, doy por terminado este relato, no sin antes manifestar, que las consecuencias que de todo aquello se derivaron, hicieron de mi existencia un devenir tan afortunado, como jamás me hubiera podido siquiera imaginar.
Bueno, como mi intención ha sido solamente el hacer referencia a esta efemérides, doy por terminado este relato, no sin antes manifestar, que las consecuencias que de todo aquello se derivaron, hicieron de mi existencia un devenir tan afortunado, como jamás me hubiera podido siquiera imaginar.
Una pequeña anécdota. Aquel 6 de abril de 1946, se me perdió, o me quitaron, una humilde pluma estilográfica que mi tío Antonio, hermano de mi padre, me había regalado un par de años antes. No pude hacerme de otra, hasta mas de cuatro años después, siendo ya Guardia Civil, que me compré una "Parker 21", que ésta si era bastante mejor, aunque no una cosa del otro mundo.
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