Curioso título el de esta entrada. Sobre todo en las grandes ciudades, cuando menos alguno de esos artilugios, la mayoría de los lectores, aunque seamos humildes, me refiero a la mayoría de los escasos que entren a leer este blog, digo alguno de esos utensilios, ni los habrán oido nombrar en su vida.
Con la reseña de esos utensilios, que es lo que eran, y están íntimamente relacionados con mi primera infancia, voy a tratar en esta entrada de contar algo que aún tan lejano en el tiempo, yo lo mantengo totalmente en el recuerdo y con ello, podréis daros cuenta de la diferencia de aquel vivir mío, como digo en mi primera infancia, a lo que hoy tenemos todos, incluido yo, claro.
Si algunos informes no me fallan, creo que allá por el mes de febrero de 1931, llegaba la luz eléctrica a mi pueblo. Yo por tanto estaba próximo a cumplir los seis años de edad. Así, antes del importantísimo acontecimiento de la llegada de la "luz", como por todo el pueblo se decía, en todas las casas, y por tanto claro en la de mis padres también, cuando llegaba la noche utilizábamos, generalmente, para alumbrarnos en el interior de la casa, el candil y la capuchina, y para salir por las calles del pueblo el farol.
El candil era un utensilio, de mayor o menor tamaño, según si era para destinarlo al alumbrado del domicilio o para algunas naves de alguna industria, con un depósito para el aceite, y una, dos o mas piqueras en las que se colocaba una torcida, hecha casi siempre de hilo de algodón. Esa torcida era encendida en la parte exterior de la piquera y el resto quedaba introducido en el pequeño recimpiente que estaba lleno de aceite y de donde se íba alimentando hasta que se agotaba, y que en tal caso, esto si lo hacía antes de irse a dormir toda la familia, había que reponer el correspondiente combustible. En la parte superior del candil, se colocaba un varilla metálica con un gancho, que en caso de tenerlo en sitio fijo se colgaba en el lugar mas apropiada para que alumbrara más y para andar por el resto de la vivienda se tomaba en la mano y se llevaba de un sitio para otro. El candil cuando se apagaba, que solía hacerse como es natural en el dormitorio donde finalmente se llevaba para acostarse los últimos de la familila, desprendía un humo que generalmente su olor no era nada de agradable, dado a que en la mayoría de las veces el aceite con el que se abastecía era el procedente de las frituras de pescado u otras comidas y que en vez de tirarlo se le daba el uso para el alumbrado.
La capuchina, era generalmente de muchísimo menor tamaño que los candiles, hecha de metal, en su mayoría de cobre como la que había en mi casa, su depósito por tanto también era mucho menor y como en el candil, se introducía la "torcida" en su interior, quedaba el aceite oculto al exterior en su depósito, y para apagarlo se volcaba sobre la torcida encendida, una especie de capucha, y de ahí su nombre de capuchina, y que a la vez que dejaba apagada la luz, evitaba que el humo que desprendía al apargarse no saliera al exterior, consiguiendo tambien con ello el que los malos olores no se extendendiera por toda la casa, como ocurría con el candil.
Como citaba al principio, el farol, solía utilizarse principalmente para caminar por las calles del pueblo, que claro se hallaban totalmente a oscuras, y como el farol estaba cubierto por sus costados con otros tantos cristales, por la parte inferior donde estaba el depósito de aceite quedaba tambien totalmente cerrado y en su parte superior estaba dotado de una especie de tejadillo para que el viendo no entrara en su interior y se apagara la torcida, que también en el farol se utilizaba igualmente.
El candil y la capuchina, y pese a que cuando llegó la luz eléctrica yo solo estaba próximo a cumplir los seis años de edad, recuerdo el haber portado en el interior de la casa muchas, muchas veces para circular por el interior de la misma. Del farol, solo tengo unos remotos recuerdos de que acompañando a mi abuelo materno, que después de cenar solía salir a lo que entonces solo se les llamaban tabernas, a tomar un café, me dejaba a mí portar el farol en una mano y la otra me era cogida por la suya. El portar yo aquel farol, era una ilusión, que aún perdido tan lejano por el paso del tiempo, aun recordándolo hoy, vuelve a mí aquella infantil satisfacción que me parecía ser transformado en un adulto, pese a tan temprana edad.
LA LUZ ELECTRICA. Como decía al principio, y que pudo ser allá en el mes de febrero de 1931, y que para el suministro de la electricidad a todo el pueblo, habian construido un transformador, en la esquina del llamado callejón de las zahurdillas y junto al entonces conocido como el "pozo grande" de agua no potable, unas cuantas horas antes de dar la luz tanto a los domicilios como a todas las calles de la localidad, que haciendo un aparte, creo recordar que solía decirse que había sido uno de los pueblos mejor alumbrado de todos aquellos contornos, digo algunas horas antes de la hora de dar el encendido, creo estábamos allí junto al transformador la mayoría de los niño del pueblo, juntamente con muchísimos adultos, y al llegar el momento de encenderse las luces de las calles y de la inmensa mayoría de las casas particulares, en las que solo se había instalado un punto de luz, o sea una bombilla, la algarabía formada por la chiquillería y no falta de ayuda por muchos adultos, sin duda en mi pueblo, Villaharta, estoy seguro no se habrá dado otro acontecimiento similar ni de tanta trascedencia.
En cada casa, se abonaba diariamente la cantidad de diez centimos de peseta, que el electricista, Sr. Benítez, iba cobrando de casa en casa, cada mañana.
Después de tan largo y quizá pesado relato, cusndo menos, los que no lo sabiáis, os habeis enterado de lo que es un candil, una capuchina y un farol, y que yo, vengo de aquellos eventos y hoy, al igual que todos vosotros, gozo de este impresionante cambio en la forma y modo de vivir, utilizando este ordenador, conectado a internet, con este blog y alguna que otra cosa más. En otra entrada que espero no se dilate mucho en el tiempo, trataré de estos cambios, que sólo los que tuvimos la dicha de nacer por aquello entonces hemos tenido la suerte de poder contemplar tales cambios en el mejor vivir. Hasta la próxima.