Hoy celebra la Iglesia la festividad de San Antón, Patrón de los animales. Pero la entrada que me motiva hoy, no tiene nada que ver ni con los animales y directamente con San Antón tampoco. Vamos a ello.
Tal día como hoy pero del año de 1944, yo me encontraba trabajando en la finca de la Calera en la almazara de la misma, o molina como nosotros la llamábamos. La citada finca se halla enclavada en el término municipal de Obejo, pueblo de la provincia de Córdoba y limítrofe con el mío, en cuya localidad se celebraba con gran boato, y creo se sigue haciendo, el día de San Antón.
El entonces arrendatario del olivar, concertó con los manijeros de los vareadores y de las recogedoras de la aceituna considerar festivo aquella fecha, y los que quisieran se trasladaran a Obejo para pasar el día. La faneguería, como se conocía al conjunto de personas dedicadas a las faenas de la recogida de la aceituna, estaba compuesta al menos por cien personas, la mayoría jóvenes de ambos sexos y muchos de ellos solteros.
Desde hacía mas de veinte días, yo sostenía una relación de noviazgo con una de las jóvenes de las recogedoras, que haciendo un aparte, la formación de aquella relación dio mucho que hablar, dado a que cuando yo comencé a solicitarle las relaciones ella tenía novio desde hacía casi dos años, aunque él, se hallaba trabajando en un olivar distante unos cinco o seis kilómetros de donde nosotros estábamos, y en aquellas fechas el mero hecho de que una mujer dejara el novio para hacerse novia de otro, era un verdadero acontecimiento, sobre todo escandaloso. Pese a los más de veinte días en que éramos novios, puedo jurar en este momento, que ni siquiera habíamos tenido ocasión de darnos el primer beso y como será fácil de suponer, no lo era por falta de deseos, si no por encontrar el momento adecuado para ello que consistía en encontrarse los dos solos sin ninguna persona en las inmediaciones y que pudiera ser testigo de semejante acto.
El día de San Antón se presentaba propicio para que con muchas posibilidades consiguiera tan anhelado momento. Así es que de entre las ochenta personas aproximadamente que formabámos la comitiva hacia Obejo, íbamos mi flamante novia y yo.
La distancia por carretera desde La Calera hasta el pueblo sería de unos siete u ocho kilómetros y por su supuesto había que recorrerlos a pie. Para la ida tomamos algunas trochas lo que acortaría el camino un par de kilómetros, pero la vuelta y según una estratagema que urdimos cuatro o cinco parejas de novios, conseguimos que la salida del pueblo fuera cuando menos al anochecer, con lo que dado a que lo haríamos totalmente de noche, las cerca de dos horas de camino había que hacerlo por carretera. Nuestros proyectos dieron el resultado por lo cual fue diseñado. Así, podía ser aproximadamente la hora en que yo me encuentro haciendo este relato cuando desde Obejo salíamos hacía la Calera, carreterita adelante. Aunque con alguno que otro abucheo por parte de quienes no llevaban novia, ni novio, los que sí las y los teníamos, nos fuimos rezagando de la comitiva quedando totalmente a la cola de la misma y también como era preceptivo con cierta distancia en la separación de las otras parejas.
Tan pronto la oscuridad de la noche, y hablo solo por mí, nos dejaba fuera del campo de visión de las demás gentes, recordándolo hoy con la lejanía de sesenta y siete años, que acumulados a los dieciocho que entonces tenía, una ligera sonrisa se me viene a la mente al recordar que posiblemente en aquellos momentos hubiera preferido tener cuando menos tres o cuatro pares de manos más y sin duda también más de una boca, para poder atender a todos los puntos a los que se me apetecía y quería llegar. Aquellos besos y tocamientos eran los primeros que en mi vida realizaba con una novia y nunca se me hizo tan breve el paso de un tiempo ni tampoco deseado el que el mundo se hubiere parado en aquellos instantes por toda la eternidad. Si a todo ello se le añade la total colaboración y entrega de mi flamante novia, aquellas alrededor de dos horas de camino entre Obejo y La Calera, marcaron un hito en mi entonces incipiente juventud.
Comparando aquel evento a como se hace actualmente por las parejas, el tiempo que a mi me llevó y a ella también por supuesto, a darnos el primer beso, sin lugar a dudas hoy hubieran visitado la cama en más de una ocasión. Como yo he citado alguna que otra vez, la carencia engendra deseo, la saturación produce, sino el hastío, por lo menos lleva a la indiferencia el goce del que lo consigue tras vencer las dificultades que hicieron posible su consecución.
En otra ocasión detallaré el porqué y el cómo del inicio, y también el final de aquel efímero y apasionado noviazgo, que solo duró cuatro meses.
Como vereis por esta entrada, yo también fui joven en mis tiempos y en realidad no me fue mal del todo. Hasta otra.
1 comentario:
Leyendo lo que nos cuentas parece que ha pasado mas de un siglo y sin embargo, así eran las cosas, yo creo que en el término medio está la virtud y lo de antes era un rollo, pero anda que lo de ahora.... por lo menos nosotros teniamos muchas ilusiones y proyectos y lo poco que teniamos lo disfrutabamos muchiiiiiisimo ¿verdad?. Saludos: Carmen
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