jueves, 27 de enero de 2011

27 de enero de 1952

Sin mas preámbulo, el día 27 de enero de 1952 ha sido el mas determinante de toda mi vida, con la añadidura de que lo fue para bien.

Después de haber asistido a un partido de fútbol en la Rosaleda, aquella tarde del domingo del mencionado día, y como entonces era lo natural en Málaga, me dispuse a dar mis paseos por calle Larios-Parque, Parque-Calle Larios, y así vuelta tras vuelta, circunstancia que lo verificaba la inmensa mayoría de la juventud de la época. Señalaré que desde hacía año y medio aproximadamente yo tenía novia y que residía en un pequeño pueblo de la costa granadina donde también había nacido. Ese noviazgo contaba también con la aquiescencia de nuestras respectivas familias.

Como indico anteriormente y vestido de uniforme, llevaba creo que unas dos vueltas al itinerario descrito para los paseos, lo hacía en solitario y sin duda lo haría pensando en la ausencia de la entonces mi novia, cuando junto a la plaza de la Constitución hacía la Alameda, entonces Plaza de José Antonio, y por su acera derecha, paseaba un grupo de tres jóvenes en una charla bastante animada adobada, con, sino risas a carcajadas, si bastante audible. Puedo jurar en este momento, que sin otra intención que la de dejar de pasear en solitario, me uní a ellas creo que dirigiéndole la siguiente o parecida frase. "Voy a tener que acompañarlas para evitar que la conversación y risas que llevan, suba de tono". Mi incorporación al grupo fue acogida con bastante aceptación. Según mi apreciación aquellas tres jóvenes estarían rondando los veinte años. Según tras escasos minutos de acompañar a estas jóvenes, dos tenían los citados veinte años y otra, 17 recién cumplidos. Paseaban cogidas del brazo unas a otras y sus nombres de izquierda a derecha, según caminaban, Puri, GLORIA y Encarni. A mi primer golpe de vista, su físico para mi gusto, y de menor a mayor eran, Encarni; con alguna diferencia sobre ésta, Puri, y con gran diferencia sobre ambas, GLORIA, y que caminaba en el centro del grupo.

Como era natural, fui preguntándole una a una, si tenían novio, que todas me contestaron negativamente, pero cuando lo hice a la segunda, o sea Gloria, que como he dicho iba en el centro, la sonrisa que se dibujó en su boca y la mirada que percibí por aquellos hermosísimos ojos negros, sin que por el momento pude darle la menor importancia, sin duda calaron hasta tal punto en mí, que aquella noche, la pasé completamente en una duerme-vela, unas veces arrepintiédome de haberme unido a ellas; otras culpándome de lo que suponía una traición a mi entonces novia y otra, la más de ellas, en no poder apartar del pensamiento aquellos ojos y aquella sonrisa, que de una forma casual y sin ninguna otra intención yo me había buscado.

Una semana después, yo tenía dos novias. La mayoría de las tardes, a la ausente le escribía la correspondiente carta. A la de Málaga, iba a esperarla a la salida del taller de Alta Costura donde trabajaba, y que pese a su corta edad, estaba al mando de uno de los dos grupos que constituían las aproximadas treinta mujeres que componían el Taller y la acompañaba hasta su casa, donde en la puerta pasaba no menos de dos horas hablando con ella. Quince meses, me hallé inmerso en dicha situación. Nunca hasta entonces me sentí tan incapaz de tomar una decisión que me apartara de lo que yo mismo lo consideraba no se correspondía con lo que siempre fueron mis comportamientos. Pero, por un lado estaba el tener que terminar con una relación que llevaba ya mas de dos años, cuya mujer si comprendía no estaba profundamente enamorado de ella, si valoraba, en lo que sí me contrariaba el hecho de terminar con ella, es que era una persona con unas cualidades morales y personales de indudable mérito. La distancia, era una circunstancia en contra de ella.

Por el contrario, como dejaba una relación con una mujer, que aún siendo casi diez años más joven que yo, me sentía totalmente atraído por su físico, su forma de ser y en su consecuencia estaba locamente enamorado de ella.

Pasados quince meses y llegado a conocimiento de la madre de Gloria, por circunstancias que sería largo de contar, que yo tenía otra novia en la provincia de Granada, me pusieron a la necesidad de tener que optar por una de las dos, no sin antes en que una noche cuando recibía a Gloria a la salida del taller, me espetó en la forma y modo que podáis suponer, que nosotros habíamos terminado y que me marchara con la novia de Granada.

Tras las propias vacilaciones que durante aquellos quince meses estuvieron teniéndome un tanto a la deriva, me continuaron por espacio de no más de cuatro o cinco días, mi decisión fue la de que si no lo hacía decidirme por Gloria, su recuerdo me estaría pesando durante toda la vida. El domingo siguiente a la ruptura con Gloria por determinación de ella y cuando también en compañía de su amiga Puri las avisté paseando por el Parque, aunque con alguna displicencia al principio, me uní a ellas y aquella misma tarde, decidimos continuar nuestra relación. A partir de aquel instante, ninguna otra mujer se interpuso, primero entre nuestro noviazgo y luego en nuestro matrimonio, que tres años después de la definitiva reconciliación se celebró y duró CUARENTA Y UN AÑOS, en que Dios quiso llevársela, porque seguramente en el Cielo faltaban almas de su categoría, y que tanto los años de noviazgo, como los de matrimonio han sido de una FELICIDAD SIN POSIBLE COMPARACIÓN, y para mayor abundamiento en esta FELICIDAD, la descendencia y consecuencia que trajo consigo aquella unión.

EN SU RECUERDO:

Que no hay Dios, hay quien lo dice
y solo pudo ser EL,
quien designó la mujer
que hizo mi vida felice.

Paseaba por calle Larios,
como canjilón de noria.
y me topé con la GLORIA
tal evento extraordinario.

Corría una fresquita brisa,
era un Domingo de enero,
y me cautivó primero
su encantadora sonrisa.

Era graciosa y morena
como es la mujer de España,
y sus ojos y pestañas
igual que la Macarena.

Mi dicha allí comenzó,
y primero fue mi novia.
siguiendo después la historia
que en matrimonio acabó.

Fuiste una esposa ejemplar,
sin parangón como madre,
como suegra incomparable
y como abuela sin par.

Luengos años transcurrieron,
de entera felicidad,
que solo pudo acabar,
con su abandono terreno.

Pero lo quiso el destino,
que te ausentaras de aquí.
y me dejaste a mí,
llorando mi triste sino.

Solo me queda el consuelo
y mi esperanza se aferra,
que la que perdí en la Tierra,
vuelva a encontrarla en EL CIELO.

Valga todo cuanto en esta mi larga entrada en el día de hoy, para que por todo el orbe llegue mi eterno agradecimiento a la casual circunstancia en que aquel DOMINGO 27 DE ENERO DE 1952, puso en mi camino la mujer que lo supuso todo en mi vida. Hasta otra.

domingo, 23 de enero de 2011

¡Qué mejor sobremesa!


Ayer y acompañado por mi hijo mayor, estuvimos comiendo con un viejo y buen amigo mío. El menú no era nada extraordinario, a excepción de una buena botella de vino de Rioja que yo aporté, y aunque la intención no era su consumo durante la comida, una circunstancia inesperada hizo que cayera en el almuerzo. Pero esto es una simple anécdota que no tiene la mayor importancia. Tampoco nuestra reunión era la de ingerir ninguna comida ni manjar especial, si no simplemente de pasar un rato agradable y como es natural contar alguna que otra "batallita", principalmente de aquella lejana juventud.

Mi buen amigo Emilio Nuño, con quien compartimos menú, y que como consecuencia de algunas recientes alteraciones en su estado de salud, tiene un tanto disminuido circunstancialmente su sentido de la vista, tanto durante la comida, como en la posterior sobremesa, mi referido hijo, estuvo permanentemente y con el mimo que en él es innato, pendiente que de que todo se desarrollara con la mayor naturalidad y nada le faltara al amigo de su padre.

Aprovechando un momento de ausencia de mi hijo de nuestra presencia, precisamente cuando se dirigía al mostrador para traernos una consumición, mi referido amigo y también dando ejemplo de su fina sensibilidad, mirándome a la cara y con algunas lágrimas en sus ojos, creo que sin duda debido a su gratitud por el trato del que estaba siendo objeto, me dirigió la siguiente frase: "Rafael, cada vez me admiro más de la grandeza y calidad de tu hijo". Si en mi amigo aparecían unas lágrimas en sus ojos, el efecto que en mi surtió semejante declaración, los míos fueron anegados. Puedo jurar en este momento, que nada otra cosa me hubiere satisfecho más que cuanto encerraban en sí, esas catorce palabras. También, como no, en aquel momento me acordé de su madre y le agradecía, la parte que ella hubo tenido en incrementar, esos sentimientos naturales de este nuestro hijo, al igual que el de los otros dos, del que van dejando testimonio por todos los senderos en que se van desenvolviendo en todos los actos de su vida. Nada en el mundo satisface tanto, como esa manifestación que yo ayer recibí por parte de mi amigo y que aún comprendiendo que estaban totalmente justificados, no por ello dejo de agradecérselo de todo corazón.

viernes, 21 de enero de 2011

Hoy es viernes



Hoy es viernes. "¿Bueno y qué?", os preguntareis aquellos que por motivos familiares o algunas personas que me honran con sus entradas en este mi blog, suelen hacerlo. Hoy es uno de los 52 o 53 viernes que se dan a lo largo de todo un año. Sin duda ninguna que así es, cuando menos ahora. Pero hoy, al igual que esos 52 o 53 viernes que se dan a lo largo del año, es también un fin de semana. A partir de esta tarde, miles y miles de trabajadores, estudiantes y todos aquellos que durante el resto de la semana tienen una ocupación, a partir de esta tarde disponen de su asueto hasta el próximo lunes, salvo los que debido a sus profesiones u oficios particulares tengan la obligación de prestar una jornada de guardia o servicio por el estilo. Seguramente os seguiréis preguntando: "¿y éste que ve de especial en ello?" Pues sí, mucho más de lo que vosotros cuyas edades sean cuando menos veinticinco o treinta años inferiores a la mía, podáis suponer.

Desde los trece años en que yo comencé mi trabajo continuado en el campo, y muy especialmente desde los quince hasta los diecinueve años, eso de fin de semana era pura definición de que terminaba un espacio del tiempo transcurrido. Con aquellos dieciséis, diecisiete, dieciocho y diecinueve años míos, me pasaba semanas y semanas completas, día tras día, sin uno siquiera de descanso y aún lo que es peor, con el acompañamiento de seis u ocho compañeros de trabajo, algunos de la misma o parecida edad a la mía, los que una vez terminaba la jornada pernoctábamos en un caserío cuyo núcleo de población, que así pudiera denominarse, estaba cuando menos a ocho o diez kilómetros de distancia.

Seguramente, la inmensa mayoría de los que esto tengáis la deferencia de leer esta nueva entrada, pensaréis para vosotros: "Yo, eso no lo hubiere hecho ni lo hubiere podido soportar." Puedo aseguraros, que estáis en un profundo error. Las circunstancias, lo deciden todo. Cuando por encima de cualquier otra cuestión se halla el límite de la casi supervivencia, tanto de uno mismo como de los propios familiares, cuya indefensión por razones de edad u otro motivo, precisan de tu ayuda, puedo asegurar, que incluso dándose la situación aquella en la que solíamos desenvolvernos, cuando menos lo tomábamos con resignación y hasta en no pocos momentos, incluso con cierta alegría. El que cualquier ínfimo aporte que pueda suponer tu colaboración para que, esos seres queridos puedan seguir adelante, compensan cualquier sacrificio que en su ayuda tengas que soportar. Sin ninguna duda, la adversidad nos hace y nos convierte en altruistas hasta el límite. Por tanto, pedir a Dios que esas "circunstancias" no os obliguen a aquello que, no yo, sino la inmensa mayoría de mis coetáneos estuvimos obligados a realizar.

Que todos, y también yo, tengamos nuestro merecido asueto este fin de semana. Hasta la próxima entrada.

lunes, 17 de enero de 2011

Festividad de San Antón

Hoy celebra la Iglesia la festividad de San Antón, Patrón de los animales. Pero la entrada que me motiva hoy, no tiene nada que ver ni con los animales y directamente con San Antón tampoco. Vamos a ello.
Tal día como hoy pero del año de 1944, yo me encontraba trabajando en la finca de la Calera en la almazara de la misma, o molina como nosotros la llamábamos. La citada finca se halla enclavada en el término municipal de Obejo, pueblo de la provincia de Córdoba y limítrofe con el mío, en cuya localidad se celebraba con gran boato, y creo se sigue haciendo, el día de San Antón.

El entonces arrendatario del olivar, concertó con los manijeros de los vareadores y de las recogedoras de la aceituna considerar festivo aquella fecha, y los que quisieran se trasladaran a Obejo para pasar el día. La faneguería, como se conocía al conjunto de personas dedicadas a las faenas de la recogida de la aceituna, estaba compuesta al menos por cien personas, la mayoría jóvenes de ambos sexos y muchos de ellos solteros.

Desde hacía mas de veinte días, yo sostenía una relación de noviazgo con una de las jóvenes de las recogedoras, que haciendo un aparte, la formación de aquella relación dio mucho que hablar, dado a que cuando yo comencé a solicitarle las relaciones ella tenía novio desde hacía casi dos años, aunque él, se hallaba trabajando en un olivar distante unos cinco o seis kilómetros de donde nosotros estábamos, y en aquellas fechas el mero hecho de que una mujer dejara el novio para hacerse novia de otro, era un verdadero acontecimiento, sobre todo escandaloso. Pese a los más de veinte días en que éramos novios, puedo jurar en este momento, que ni siquiera habíamos tenido ocasión de darnos el primer beso y como será fácil de suponer, no lo era por falta de deseos, si no por encontrar el momento adecuado para ello que consistía en encontrarse los dos solos sin ninguna persona en las inmediaciones y que pudiera ser testigo de semejante acto.

El día de San Antón se presentaba propicio para que con muchas posibilidades consiguiera tan anhelado momento. Así es que de entre las ochenta personas aproximadamente que formabámos la comitiva hacia Obejo, íbamos mi flamante novia y yo.

La distancia por carretera desde La Calera hasta el pueblo sería de unos siete u ocho kilómetros y por su supuesto había que recorrerlos a pie. Para la ida tomamos algunas trochas lo que acortaría el camino un par de kilómetros, pero la vuelta y según una estratagema que urdimos cuatro o cinco parejas de novios, conseguimos que la salida del pueblo fuera cuando menos al anochecer, con lo que dado a que lo haríamos totalmente de noche, las cerca de dos horas de camino había que hacerlo por carretera. Nuestros proyectos dieron el resultado por lo cual fue diseñado. Así, podía ser aproximadamente la hora en que yo me encuentro haciendo este relato cuando desde Obejo salíamos hacía la Calera, carreterita adelante. Aunque con alguno que otro abucheo por parte de quienes no llevaban novia, ni novio, los que sí las y los teníamos, nos fuimos rezagando de la comitiva quedando totalmente a la cola de la misma y también como era preceptivo con cierta distancia en la separación de las otras parejas.

Tan pronto la oscuridad de la noche, y hablo solo por mí, nos dejaba fuera del campo de visión de las demás gentes, recordándolo hoy con la lejanía de sesenta y siete años, que acumulados a los dieciocho que entonces tenía, una ligera sonrisa se me viene a la mente al recordar que posiblemente en aquellos momentos hubiera preferido tener cuando menos tres o cuatro pares de manos más y sin duda también más de una boca, para poder atender a todos los puntos a los que se me apetecía y quería llegar. Aquellos besos y tocamientos eran los primeros que en mi vida realizaba con una novia y nunca se me hizo tan breve el paso de un tiempo ni tampoco deseado el que el mundo se hubiere parado en aquellos instantes por toda la eternidad. Si a todo ello se le añade la total colaboración y entrega de mi flamante novia, aquellas alrededor de dos horas de camino entre Obejo y La Calera, marcaron un hito en mi entonces incipiente juventud.

Comparando aquel evento a como se hace actualmente por las parejas, el tiempo que a mi me llevó y a ella también por supuesto, a darnos el primer beso, sin lugar a dudas hoy hubieran visitado la cama en más de una ocasión. Como yo he citado alguna que otra vez, la carencia engendra deseo, la saturación produce, sino el hastío, por lo menos lleva a la indiferencia el goce del que lo consigue tras vencer las dificultades que hicieron posible su consecución.

En otra ocasión detallaré el porqué y el cómo del inicio, y también el final de aquel efímero y apasionado noviazgo, que solo duró cuatro meses.

Como vereis por esta entrada, yo también fui joven en mis tiempos y en realidad no me fue mal del todo. Hasta otra.

viernes, 14 de enero de 2011

Final de otra etapa


Sobre las seis y media de la mañana de hoy, minuto mas, minuto menos, procedía a poner la ventana de mi dormitorio de par en par, a fin de que se ventilara adecuadamente. Acto seguido y por costumbre inveterada en mí, dirigía la mirada al cielo para contemplar a ojos de buen cubero, la situación meteorológica reinante. A continuación y también desde hace muchos años, procedía a mirar el punto donde se encontrara mi coche, que casi siempre y un aparcamiento libre me lo permitiera lo dejaba en lugar que directamente se divisaba desde mi ventana. Esta mañana, mi coche no estaba al alcance de mi vista. ¿Me lo habían robado? No. Estaba aparcado lejos de mi barriada, ayer lo dejé en la Urbanización de Guadalmar donde vive mi hija y para dirigirme allí, donde lo hago diariamente de lunes a viernes, era para lo que únicamente lo utilizaba. Un ligero nudo en la garganta me llevaron en ese momento a que unas lágrimas asomaran a mis ojos, y cuando aun han pasado cerca de doce horas, continúo con ese pellizco en mi sentimiento. Pero, ¿tanto quiero a mi coche? No es eso. Ayer decidí no volver a conducir nunca más y cuya decisión la he tomado voluntariamente sin que ninguna contrariedad relacionada con el tráfico lo haya motivado. ¿Entonces a que ha sido debida esta decisión mía? Solo y exclusivamente llevar con ello la tranquilidad a mis hijos, que aunque abiertamente nunca me han dicho que dejara de conducir, sí, en más de una ocasión y de una forma indirecta, me lo daban a entender. Ello y con cierta campaña que en televisión se vino haciendo en meses pasados sobre los conductores de cierta edad, o sea de los viejos, entre los cuales me hallo inmerso, ha sido la motivación de mi abandono del pilotaje de automóviles.

En marzo del pasado año me renové el permiso de conducir y estará en vigor hasta marzo de 2015. Esta renovación por el tiempo citado, creo es muestra de que mis facultades físicas y psíquicas son las correctas para lo cual me fue renovado; pese a ello comprendo el recelo que mis hijos puedan tener acerca de la capacidad suficiente que por mis cerca de los OCHENTA Y SEIS AÑOS que hace que vine a este mundo tenga para llevarlo a efecto.

La decisión tomada no es que la sienta por el mero hecho de no volver a coger mi "cochecito", dado a que nunca sentí interés por hacerlo y siempre preferí ser acompañante que conductor. Lo que si me llega a lo más profundo del alma, es que ésta es otra etapa más de mi vida que dejó atrás y la que por razones obvias sin esperanza alguna de que con el paso del tiempo vuelva a retomarla, o sea que así quemando etapas una tras otra, creo que pocas me van quedando hasta llegar a la meta final. Pero en fin, si con esta decisión doy a mis hijos un pequeño plus más de tranquilidad, solo a ellos me debo, con la añadidura de mis nietos claro está, y por encima de cualquier cuestión mía personal esta la de su complacencia.

A partir de hoy, pongo a la venta cuatro años y dos meses un permiso para conducir automóviles. Algo más de 41 años lo he utilizado yo.

Hasta otra entrada.

lunes, 10 de enero de 2011

Las monedas a través de los años

Fuente: http://www.fotolog.com/maitote/43794155

Esta mañana en uno de los cajones de la mesilla de noche me encontré una moneda de cinco pesetas de las que estaban en circulación cuando la entrada del Euro hace escasos años. Pese al poco tiempo que hace dejó de circular, al tomarla en mis manos, me pareció una pieza tan ridícula que contemplándola me indujo a volver la vista atrás en el recuerdo, nada más que unos ochenta años. En aquel tiempo, durante mi infancia, la moneda de menor valor era la de un céntimo, "céntimo chico" como se le llamaba popularmente. Quiero recordar que el diámetro de aquel "céntimo chico", era un poquito mayor que la mencionada de cinco pesetas a la que me estoy refiriendo. O sea, que esas cinco pesetas serían quinientos céntimos; pero no está en esa comparación la diferencia que mas me asombra, sino estas cinco pesetas con aquellos duros de plata que también su valor era de cinco pesetas, y si pudieran colocarse ésta junto a la que me encontré esta mañana, tanto en su presencia como en su valor material, sería como comparar una liebre con un elefante. Entonces estaban en circulación el céntimo chico, 1 céntimo; el céntimo gordo, 2 céntimos; la perra chica, 5 céntimos y la perra gorda, 10 céntimos. Todas estas monedas eran de cobre. Luego le seguían en orden ascendente, las monedas de 1 peseta, la de 2 pesetas y la de 5 pesetas o el duro como se le conocía. Estas tres últimas todas de plata. El billete de papel de inferior valor era el de 25 pesetas. Yo llegué a comprar en mas de una ocasión con el céntimo chico, por el cual me daban un caramelo. Quizá uno o dos años después de este recuerdo, me hice con un álbum de Chocolates Suchard y con una perra gorda, o sea diez céntimos me compraba una chocolatina que estaba riquísima y además traía dos estampas para mi álbum. Creo que unos años después de a las que me estoy refiriendo salieron las monedas de un real, o sea de 25 céntimos y que tenían una abertura circular en el centro de la misma.

Continuando mi relato, y como soy tan rico, no en dinero, sino en años, los vaivenes y modificaciones en la moneda a lo largo de mi vida ha sido muy extensa.

Comparando hoy mentalmente aquellas monedad de una, dos o cinco pesetas, tanto con las actuales como con las últimas que han circulado antes del euro, todas resultan ridículas con aquellas y muy especialmente con aquellos duros de plata, que tanto en volumen como en peso, con la añadidura de de la variante del metal con el que estaban fabricadas creo que se precisarían un montón de la que yo me he encontrado esta mañana, para compensar el valor metafísico de mis recordados duros. Recuerdo que la mayoría estaban acuñados en 1870 y la efigie del Rey Amadeo I, lo que daba lugar a que principalmente las personas viejas, o mayores como nos llaman hoy, solían denominarlos los amadeos.


Durante la Guerra Civil, hablo de la zona roja donde estaba, el dinero circulaba en abundancia, pero casi de nada valía, porque poco había que comprar. Al final de la contienda, se acuñaron billetes por valor de 1 , 2 y 5 pesetas. Incluso por los mismos comerciantes de las localidades, cuando menos en mi pueblo así era, imprimieron en cartón, vales de pequeño valor, dado que como las monedas metálicas (a las que se llamaba calderilla) escaseaban, y con esos vales solían darte la vuelta si entregabas billetes. Estos vales eran aceptados por todo el comercio de los pueblos en que se emitían. Entonces los billetes de mil pesetas eran los de mayor valor y años después se emitieron también los de dos mil y los de cinco mil pesetas, hasta últimamente los de diez mil y los actuales del euro.

A los que bien por familiaridad o bien por casualidad accedan a este blog y lean la presente entrada, podrá causarle extrañeza la diferencia entre las monedas en principio citadas y así como han ido variando a lo largo de los años, pero hay que tener en cuenta que en el tiempo en principio señalado, un obrero en el campo, trabajando de sol a sol, ganaba tres pesetas, que en valor nominal serían hoy unos dos céntimos de euro.

Yo comencé a los diez años de edad, ganando una peseta diaria como porquero, o sea guardando guarros. Con esa peseta, se podía comprar un pan de dos kilos, un poco de aceite y hasta una cajetilla de tabaco de picadura. En pesetas hoy serían cuando menos quinientas.

Bueno creo que lo relatado en esta entrada solo da una idea, de los muchos años que llevo transitando por estos lares. Que feliz era cuando conseguía juntar diez céntimos y me compraba mi chocolatina Suchard y la alegría que me daba si las dos estampas que venían en la misma, no las tenía en mi álbum.

Los que sois jóvenes no tenéis la suerte de poder relatar estos avatares, pero no me importaría tampoco el no haberlo vivido en presente y quitarme de encima aunque fueran solo la mitad de las Navidades que llevo pasadas. Hasta otra.

domingo, 9 de enero de 2011

Han pasado catorce años


Nueve de la mañana del día 9 de enero de 1997. Mi mujer salía de esta casa hacia el Hospital Parque de San Antonio de esta Ciudad. Ella, bajaba acompañada por mi cuñada Margari. Yo, con la excusa de que iba a parar el primer taxi que pasara, lo hacía delante de ellas. Pero el motivo de tomar la delantera a ellas, no era el que les dije, sino solo para ocultar la abundancia de lágrimas que comenzaron a desprenderse de mis ojos, dado que tenía el pleno convencimiento de que, jamás volvería al hogar donde durante más de cuarenta años había sido la reina y señora. Mis presentimientos se cumplieron de punta a punta. Con toda seguridad, en lo que no hubiere acertado era en que pasados catorce años yo seguiría caminando aún por esta vida.

Como es natural, esta fecha jamás me pasará inadvertida mientras viva y Dios conserve mi mente tal cual hoy la conservo. Por una parte, me destroza el alma recordando su pérdida. Por la otra, no puedo por menos que dar gracias a Dios por mantenerme vivo y con ello seguir gozando al traer al recuerdo, tantos y tantísimos eventos felicísimos, fruto de los más de cuarenta años que duró nuestro matrimonio, pero a su vez, esto mismo me lleva a lamentar que ELLA, no pueda como yo, continuar de su disfrute al contemplarlo.

Sin duda, cuando se llega a estas alturas de la vida, la mayor satisfacción es contemplar la obra conseguida consecuencia de aquella lejana unión de dos seres que lo hicieron con un enamoramiento que a medida que iban pasando los años, más se afianzaba y expandía. Esa obra no puede ser otra que la descendencia que de aquel matrimonio vino al mundo. Riquezas materiales, no llegamos a acumular, pero las afectivas, que en nada hay en la vida puedan comparársele, no todas las uniones llegaron a conseguir, ninguna, superarla. Si con la pérdida de mi mujer perdí un gran cúmulo de amor y cariño, el que los nuestros me siguen aportando, colman todo cuanto se pueda exigir para continuar transitando por la vida.

Valga esta entrada en mi blog, primero, el cariñoso y amoroso recuerdo para la que siempre estuve y aún hoy lo sigo estando, profundamente enamorado de ella; segundo mi gratitud a cuanto recibo de todos los míos, sin duda mucho más de cuanto puedan estar obligados a ello. Hasta una nueva entrada.

jueves, 6 de enero de 2011

El día de los Reyes



Hoy se celebra como popularmente se dice "El día de los Reyes". En algunas de mis entradas por esta fecha de años anteriores, creo recordar me refería a los regalos que tanto mis hermanos como yo solíamos recibir y lo efímero que sus efectos resultaban, ya que se trataba de unos cuantos dulces que engullíamos tan pronto estaban a nuestro alcance y con toda seguridad cuando aun todavía no había terminado de amanecer. Pero hoy, mi entrada la hago expresamente para señalar las diferencias que en cuanto a las clases y efectos de los regalos hechos a los niños, se han ido produciendo con el paso de los muchos años que yo he atravesado por esta festividad.

En mi infancia, solo unos cuantos niños de mi pueblo podían permitirse el lujo de salir a la calle con una patineta, una pelota o un caballo de cartón; esto los niños, y las niñas, sus típicas muñequitas o cocinitas. Aquellos privilegiados tan pronto amanecía estaban por la calle mostrando sus valiosísimos regalos. Los demás, solamente contemplarlos, aunque por lo que a mí respecta, puedo asegurar no sentía por ello ninguna envidia, a excepción de los que se deslizaban a bordo de una patineta, único juguete que solo en aquellos entonces hubiera dado lo que no tenía por tal de haber tenido uno. Esta fustración la llevo a estas alturas de mi vida en lo más profundo de mis sentimientos, pero me estoy desviando del principal motivo de esta entrada hoy en el blog.

Desde aquellos lejanísimo días de Reyes, hasta no hace quizás mas de cinco o seis años, desde las primeras horas de la mañana del día 6 de enero, enjambres de niños y niñas mostrando y jugando con lo que le habían echado los reyes, llenaban las calles de los barrios de las ciudades y calles de todos los pueblo, con alguna que otra trompeta o tambor con lo que producían, no una melodía musical que se dijera, sino un estrambótico ruido poco agradable al oído.

Otros grupos de la gente menuda, montaban en sus bicicletas o jugaban al fútbol con balones reglamentarios y que como consecuencia no faltaba que algún cristal de las ventanas o balcones próximos a lo que tomaban como campo de deportes, terminaban rompiéndose con el consiguiente disgusto de los afectados. Y vamos al motivo de mi entrada hoy en el blog. Esta mañana salía de casa a las nueve y cuarto de la mañana para asistir a la misa de nueve y media. Ni un solo niño estaba en la calle pese a haber atravesado todo el barrio hasta llegar a la iglesia. Una hora mas tarde al regresar, seguía la misma tónica, ausencia total de críos. Por curiosidad me he asomado a las ventanas y balcón de mi casa, y hasta ahora que son las doce y media de la mañana, pasadas, no he logrado ver ni uno solo de esa gente menuda en la calle y por tanto ignoro qué juguetes le habrán traído los Reyes Magos por su buen comportamiento. No obstante, aunque no los he visto, adivino que la inmensa mayoría de los regalos han consistido en artefactos que conectados a los enchufes de la corriente eléctrica de sus domicilios, los tendrá la mayor parte del día jugando, bien ellos solos o como máximo con un hermano o amigo de una casa próxima, pero con la seguridad de que ni el frío de la calle, ni el barro o el polvo del ambiente le llegue a afectar tanto en su cuerpo como en su indumentaria. Eso sí, los padres pasaran un día totalmente tranquilos, con el solo contratiempo de tener que avisar a su prole en varias ocasiones que ha llegado la hora de comer e incluso la de cenar.

Cuánto han cambiado las cosas desde mi niñez, hasta mi bien entrada ancianidad. Aunque yo me regodeo actualmente en su contemplación. No es por nada, si no porque por lo menos puedo contarlo. Señaladas las oportunas diferencias, doy por terminada mi entrada de hoy.