Después de haber asistido a un partido de fútbol en la Rosaleda, aquella tarde del domingo del mencionado día, y como entonces era lo natural en Málaga, me dispuse a dar mis paseos por calle Larios-Parque, Parque-Calle Larios, y así vuelta tras vuelta, circunstancia que lo verificaba la inmensa mayoría de la juventud de la época. Señalaré que desde hacía año y medio aproximadamente yo tenía novia y que residía en un pequeño pueblo de la costa granadina donde también había nacido. Ese noviazgo contaba también con la aquiescencia de nuestras respectivas familias.
Como indico anteriormente y vestido de uniforme, llevaba creo que unas dos vueltas al itinerario descrito para los paseos, lo hacía en solitario y sin duda lo haría pensando en la ausencia de la entonces mi novia, cuando junto a la plaza de la Constitución hacía la Alameda, entonces Plaza de José Antonio, y por su acera derecha, paseaba un grupo de tres jóvenes en una charla bastante animada adobada, con, sino risas a carcajadas, si bastante audible. Puedo jurar en este momento, que sin otra intención que la de dejar de pasear en solitario, me uní a ellas creo que dirigiéndole la siguiente o parecida frase. "Voy a tener que acompañarlas para evitar que la conversación y risas que llevan, suba de tono". Mi incorporación al grupo fue acogida con bastante aceptación. Según mi apreciación aquellas tres jóvenes estarían rondando los veinte años. Según tras escasos minutos de acompañar a estas jóvenes, dos tenían los citados veinte años y otra, 17 recién cumplidos. Paseaban cogidas del brazo unas a otras y sus nombres de izquierda a derecha, según caminaban, Puri, GLORIA y Encarni. A mi primer golpe de vista, su físico para mi gusto, y de menor a mayor eran, Encarni; con alguna diferencia sobre ésta, Puri, y con gran diferencia sobre ambas, GLORIA, y que caminaba en el centro del grupo.
Como era natural, fui preguntándole una a una, si tenían novio, que todas me contestaron negativamente, pero cuando lo hice a la segunda, o sea Gloria, que como he dicho iba en el centro, la sonrisa que se dibujó en su boca y la mirada que percibí por aquellos hermosísimos ojos negros, sin que por el momento pude darle la menor importancia, sin duda calaron hasta tal punto en mí, que aquella noche, la pasé completamente en una duerme-vela, unas veces arrepintiédome de haberme unido a ellas; otras culpándome de lo que suponía una traición a mi entonces novia y otra, la más de ellas, en no poder apartar del pensamiento aquellos ojos y aquella sonrisa, que de una forma casual y sin ninguna otra intención yo me había buscado.
Una semana después, yo tenía dos novias. La mayoría de las tardes, a la ausente le escribía la correspondiente carta. A la de Málaga, iba a esperarla a la salida del taller de Alta Costura donde trabajaba, y que pese a su corta edad, estaba al mando de uno de los dos grupos que constituían las aproximadas treinta mujeres que componían el Taller y la acompañaba hasta su casa, donde en la puerta pasaba no menos de dos horas hablando con ella. Quince meses, me hallé inmerso en dicha situación. Nunca hasta entonces me sentí tan incapaz de tomar una decisión que me apartara de lo que yo mismo lo consideraba no se correspondía con lo que siempre fueron mis comportamientos. Pero, por un lado estaba el tener que terminar con una relación que llevaba ya mas de dos años, cuya mujer si comprendía no estaba profundamente enamorado de ella, si valoraba, en lo que sí me contrariaba el hecho de terminar con ella, es que era una persona con unas cualidades morales y personales de indudable mérito. La distancia, era una circunstancia en contra de ella.
Por el contrario, como dejaba una relación con una mujer, que aún siendo casi diez años más joven que yo, me sentía totalmente atraído por su físico, su forma de ser y en su consecuencia estaba locamente enamorado de ella.
Pasados quince meses y llegado a conocimiento de la madre de Gloria, por circunstancias que sería largo de contar, que yo tenía otra novia en la provincia de Granada, me pusieron a la necesidad de tener que optar por una de las dos, no sin antes en que una noche cuando recibía a Gloria a la salida del taller, me espetó en la forma y modo que podáis suponer, que nosotros habíamos terminado y que me marchara con la novia de Granada.
Tras las propias vacilaciones que durante aquellos quince meses estuvieron teniéndome un tanto a la deriva, me continuaron por espacio de no más de cuatro o cinco días, mi decisión fue la de que si no lo hacía decidirme por Gloria, su recuerdo me estaría pesando durante toda la vida. El domingo siguiente a la ruptura con Gloria por determinación de ella y cuando también en compañía de su amiga Puri las avisté paseando por el Parque, aunque con alguna displicencia al principio, me uní a ellas y aquella misma tarde, decidimos continuar nuestra relación. A partir de aquel instante, ninguna otra mujer se interpuso, primero entre nuestro noviazgo y luego en nuestro matrimonio, que tres años después de la definitiva reconciliación se celebró y duró CUARENTA Y UN AÑOS, en que Dios quiso llevársela, porque seguramente en el Cielo faltaban almas de su categoría, y que tanto los años de noviazgo, como los de matrimonio han sido de una FELICIDAD SIN POSIBLE COMPARACIÓN, y para mayor abundamiento en esta FELICIDAD, la descendencia y consecuencia que trajo consigo aquella unión.
EN SU RECUERDO:
Que no hay Dios, hay quien lo dice
y solo pudo ser EL,
quien designó la mujer
que hizo mi vida felice.
y solo pudo ser EL,
quien designó la mujer
que hizo mi vida felice.
Paseaba por calle Larios,
como canjilón de noria.
y me topé con la GLORIA
tal evento extraordinario.
Corría una fresquita brisa,
era un Domingo de enero,
y me cautivó primero
su encantadora sonrisa.
Era graciosa y morena
como es la mujer de España,
y sus ojos y pestañas
igual que la Macarena.
Mi dicha allí comenzó,
y primero fue mi novia.
siguiendo después la historia
que en matrimonio acabó.
Fuiste una esposa ejemplar,
sin parangón como madre,
como suegra incomparable
y como abuela sin par.
Luengos años transcurrieron,
de entera felicidad,
que solo pudo acabar,
con su abandono terreno.
Pero lo quiso el destino,
que te ausentaras de aquí.
y me dejaste a mí,
llorando mi triste sino.
Solo me queda el consuelo
y mi esperanza se aferra,
que la que perdí en la Tierra,
vuelva a encontrarla en EL CIELO.
Valga todo cuanto en esta mi larga entrada en el día de hoy, para que por todo el orbe llegue mi eterno agradecimiento a la casual circunstancia en que aquel DOMINGO 27 DE ENERO DE 1952, puso en mi camino la mujer que lo supuso todo en mi vida. Hasta otra.