Han pasado diez días desde mi última entrada en el blog. Hoy vuelvo a entrar de nuevo, pero con otro desgarro producido en el alma, por el fallecimiento de mi hermano Antonio al que en el día de ayer dimos sepultura. Estos hechos, aunque el paso del tiempo trata de amainar el dolor causado en el sentimiento, las cicatrices causadas no desaparecen jamás de nuestros sentires, sino que al contrario se van acumulando a las otras que con motivo de iguales o similares consecuencias suceden con el paso de los años.
Querido hermano Antonio:
Cuando apenas hace veinticuatro horas, que tu presencia física desapareció de todos nosotros, tengo la seguridad de que ya te encuentras en el lugar que tu comportamiento durante toda tu existencia te hicieron merecedor, y, que a las puertas del cielo donde ya moras, estaba esperándote nuestro hermano Cesáreo para enseñarte el camino en que al final del mismo estará la MANSIÓN donde igualmente nuestros padres te habrán recibido como ellos siempre supieron hacerlo con sus hijos. El rictus que en tu rostro ya inerte se dibujaba, mostraba a las claras con la tranquilidad de conciencia que abandonabas esta vida, hecho al que solo a las almas nobles les acaece. Del cariño, entrega y dedicación de los tuyos más próximos, es también parte del bagaje que te llevas consigo de tu travesía por esta vida. Así mismo el cariño de tus hermanos lo fue en paralelo y reciprocidad a tus méritos y sentimientos hacia nosotros, y por último, la despedida que la inmensa mayoría de tus paisanos te hicieron, daban fe de lo que dejabas en el sentir de todos ellos. Querido hermano, solo nos conforta un tanto el dolor de tu pérdida, la certeza de que a partir de ya, y por toda la eternidad, estarás junto a nuestros padres y hermano Cesáreo, gozando el descanso y reposo merecido.
Antonio, hasta siempre.
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