Comenzaré a relatarlos según su orden cronológico. El primero lo fue hace hoy SETENTA Y CUATRO AÑOS. Aún no había entrado yo en la adolescencia, era todavía un niño. Estábamos en los primeros meses de la Guerra Civil Española. Las tropas nacionales (o fascistas como se las llamaba en la zona roja, donde quedó mi pueblo al inicio de la misma) se anunciaba que estaban rompiendo los frentes de guerra establecidos en poblaciones o lugares próximos. Mi padre que desde los primeros momentos de la guerra lo designaron guarda rural, sobre la hora en que comienzo a escribir este relato, o sea las once de la mañana, se pasaba por el cortijo donde toda la familia nos habíamos trasladado desde el pueblo, por temor a los bombardeos que unos días antes se habían realizado sobre el mismo. Nos comunicó el detalle que antes mencionó de que los fascistas estaban rompiendo los frentes de guerra y que estuviéramos preparados por si en su consecuencia tendríamos que salir huyendo, en principio con dirección a Pozoblanco, localidad en poder del ejército republicano. Pocos momentos después de las cinco de la tarde de aquél día, mi padre volvía con precipitación confirmando lo que por la mañana nos había anunciado. A lomos de una caballería que teníamos y la que mi padre utilizaba para su cometido, procedíamos a cargar sobre las mismas los pocos bártulos que teníamos, colchones y algunas prendas de ropa. Además de ello teníamos dos cabras. La familia estaba compuesta, por el matrimonio y cinco hijos, yo el mayor con once años. Los cuatro siguientes, con ocho, seis, cuatro y la mas pequeña, la única hembra, con dos. El dispositivo de marcha iniciado escasos minutos después de la llegada de mi padre, lo estableció de la siguiente forma: Sobre una de las caballerías, los colchones y mantas; sobre la otra, varios utensilios de cocina, unas sillas, y alguna ropa, En esta última caballería, colocaron a dos de mis hermanos, los de seis y cuatro años, que mi padre en su proximidad sostenía a fin de que no se cayeran de la misma; mi otro hermano de ocho, se le asignó la conducción de las dos cabras: mi madre portaba dos bultos, de ropa, uno a la cadera y otro a la cabeza, y a mí, tomar a mi hermana pequeña a cuestas. A poco de iniciarse la comitiva se unieron a la nuestra otras, entre ella una en que iba una prima de mi madre y que por hallarse en avanzado estado de gestación se puso de parto y comenzó a parir a lomos de un burro. Este acontecimiento y la llegada de la noche, nos hizo pernoctar en otro caserío distante del que habíamos abandonado, no mas de cinco o seis kilómetros y donde la parturienta dio a luz un niño.
Cuando aún no había amanecido el día siguiente, reanudamos la marcha, hasta el punto donde en principio se decidió, o sea hasta Pozoblanco, que distaba unos TREINTA KILÓMETROS, con el mismo plan de marcha de la tarde anterior y a donde llegamos cuando caía la tarde. Nadie podía relevarme siquiera un momento de mi cometido, llevando a mi hermana a cuestas. El día 11 de abril de 1939, dos años y medio después de la salida, regresamos a nuestro pueblo. Detallar todo el tiempo que duró este exilio, precisaría no menos de cien páginas.
SEGUNDA EFEMÉRIDES: hoy se cumplen 17 años del matrimonio de mi hija y de la que yo fui el padrino. Como a primera vista podrá comprobarse, del uno al otro acontecer, va un largo trecho, tanto en la distancia en el tiempo, como en el efecto que ello producía sobre el entorno inmediato de la familia. Aquél dejó en mi recuerdo un reguero de calamidades, inconvenientes y sufrimientos y, mas que nada, no solo por lo que a mi afectaba, sino por el que hubieron de soportar mis padres. Éste, el de que aparte de lo perfecto que resultaron todos los actos de la boda, la consecuencia de ello, que principalmente son dos nietos, con 15 y 13 años respectivamente, y que unidos a los otros cuatro más, forman el principal aliciente y razón de ser de mi vida actual. Pero si todo lo señalado de este acontecer, lo fue como se indica y sus consecuencias las que se señalan, una honda preocupación bullía por lo mas profundo de mi ser, y que no era otro que el deterioro físico que desde hacía un par de meses mostraba mi mujer. Pasados escasos días después de la boda, se confirmaba cuanto temía, y tras un rosario de alternancias en su ir y venir de consultas médicas, operaciones quirúrgicas que duraron algo más de tres años, acabaron por apartarla de nosotros para siempre. Este impacto, aún sigue perforando lo mas profundo de mi alma. ¡Cuánto daría ELLA por contemplar hoy, todo lo que a mi me llena de vida! Desde aquí se lo transmito.
El dolor me impide el seguir con estos relatos.
Hasta otra entrada.
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