jueves, 14 de octubre de 2010

Trabajar en la mina



Quizá por el tema de mi entrada hoy en el blog, se me pueda tachar de oportunista dada la inmensa popularidad adquirida por el recate de los mineros chilenos, en el día y noche de ayer.

Durante ya mi larga vida, solo tengo el recuerdo de haber sentido pánico en dos ocasiones. La primera fue, cuando contaba solo 11 años de edad. Transcurrían no más de diez o doce días del inicio de la Guerra Civil Española, cuando encontrándonos quince o veinte niños jugando a los soldados en las afueras del pueblo, haciendo instrucción y portando una gran bandera republicana, (mi pueblo quedó en poder de la república), de pronto apareció por encima de donde estábamos, una avioneta procedente de Córdoba y tomándonos realmente por soldados y que un par de días antes habían llegado encontrándose acampados no mas de un kilómetro de distancia de nosotros, comenzaron a arrojar bombas contra los aprendices de soldados, lo que produjo la espantada total de la pandilla, cada cual hacia su casa. Yo lo hacía en compañía de un primo mío, y a poco de de iniciar la carrera, una de las bombas cayó de nosotros a una distancia aproximada de sesenta o setenta metros y que debido a la escasa potencia del explosivo, resultamos ilesos.

Lo que yo sentí por mi cuerpo no es posible definirlo. Las piernas me temblaban al punto que me daba la sensación de no poder caminar. Yo creía morir antes de llegar a mi casa que aún distaba del lugar no menos de 300 ó 400 metros.

La segunda, sucedió ocho años mas tarde. Yo llevaba trabajando en unas minas de carbón que se denominaban "Coto Hullero la Ballesta". Los trabajos se realizaban en tres turnos diarios y que comprendía el horario de 6 a 14; de 14 a 22 y de 22 a 6 horas. Las ocho horas solo las trabajaban el personal que lo hacía en el exterior, si bien los que lo haciamos en el interior, eran solo siete horas la jornada.

El último turno o relevo, como lo llamábamos, verificaba solo trabajos de mantenimiento a fin de que cuando llegara la hora del primero, lo tuvieran todo preparado y pronto para la extracción del mineral. Este último turno era practicado por un reducido número de hombres, así que pasaban incluso meses de que fueras nombrado para ello. Al fondo de los pozos y a un nivel de un par de metros por debajo de la planta de la última galería, se hacía una excavación y que no se porqué se la llamaba calderilla, teniendo por finalidad de que las aguas que manaban de las distintas partes fueran recogidas allí y con ello evitar que las respectivas galerías donde al día siguiente se iban a practicar los trabajos fueran anegadas.

Los medios con que se trabajaba en aquella explotación eran totalmente rudimentarios, al punto de que en los momentos a que me estoy refiriendo ni siquiera se utilizaba la electricidad.

El día de autos, como se dice en términos judiciales, me encontraba en el último relevo y se me encomendó la faena, a mi solo en el fondo del pozo, alumbrado por un carburo, de extraer el agua que se iba acumulando en la "calderilla". Para bajar hasta el fondo, lo hice utilizando una especie de lazo de una cuerda gruesa, que se introducía por una argolla al final del cable, metía una pierna hasta la ingle, con las manos me cogía al citado cable que se enrollaba en un cilindro de madera de unos dos metros y medio de la largo, y un diámetro de unos treinta o cuarenta centímetros. Una vez llegué al lugar de trabajo, los dos compañeros que en la superficie hacían girar el torno con sus respectivas manivelas, engancharon un bidón y así cuando llegaba donde yo estaba lo hundía y una vez lleno, le daba la señal para que lo izaran y una vez arriba lo vertían sobre un pequeño canal y ese era mi cometido. Podía llevar en la faena un par de horas, por tanto podría ser sobre la media noche, cuando a unos cuatro o cinco metros de donde yo me encontraba se produjo un fuerte ruido y comenzaron a hundirse las maderas que formaban el entibado de la galería cayendo gran cantidad de rocas y tierra y ocasionándose una gran polvareda, al punto que casi me impedía ver donde me encontraba. En el instante que se producía este derrumbe, el bidón lleno de agua llevaba recorrida sobre la mitad del trayecto y ello con la velocidad que se podía originar con la fuerza motriz de los brazos de mis dos compañeros. Si cuando en el primer caso que he contado cuando nos arrojaban las bombas me entró pánico pero lo hacía en silencio, en esta ocasión comencé a gritar para que rápidamente los dos torneros subieran el bidón, quitaran éste y me enviaran a la máxima urgencia el cable para subir en igual forma en que había bajado. Los escasos minutos en que se realizó toda esta operación hasta que yo me vi fuera del pozo, me parecieron una eternidad. Me recuerdo que a la vez que gritaba con todas mis fuerzas pensaba en mi madre, que para ella siempre fue una honda preocupación el que trabajara en el interior de la mina.

Acto seguido procedimos a llamar al Capataz, se apellidaba Moya y era de Pedroche. Bajó él y comprobó la realidad de cuanto le había contado. A la vista de ello paso urgente aviso a Don José, que lo conocíamos como el geómetra, no sé si ese era su cargo en la empresa, ni lo que eso significaba, si era el que inspeccionaba todos los trabajos y ordenaba la forma en que se realizaban y el modo en que se hacían las entibaciones. Instantes después, el geómetra y el capataz, bajaron, uno a uno por supuesto y como yo lo había hecho colgado del cable. Al cabo de una hora poco más o menos, subieron y dándome ánimo del susto que había pasado, consiguieron finalmente que bajara de nuevo a continuar el trabajo, asegurándome de que no volvería a repetirse otra vez derrumbe alguno, como así sucedió. El miedo no se me quitó en toda la jornada.

Cuando ayer y hoy veía las noticias de los mineros de Chile, me hacía una idea de cuales hubieran sido los días pasados hasta que consiguieron establecer contacto con el exterior. En mi caso yo tenía la ventaja sobre ellos, de que el pozo estaba libre de obstáculos para poder salir, pero la desventaja de que yo estaba solo, tenía 19 años y llevaría trabajando en la mina cuatro o cinco meses como máximo. Estuve unos días que me daba cierta vergüenza cuando todo el mundo se enteró del griterío que formé, pidiendo auxilio. No obstante no tarde mucho tiempo, si no en olvidarlo, si no preocuparme por lo sucedido y continuando mi trabajo con normalidad.

Una de las explicaciones que dio el geómetra, fue de la que sobre la media noche solían producirse ciertos movimientos internos en la tierra. No sé cuanto de cierto tenía esta teoría.

Cuantos me conocéis, tengo la seguridad dais por cierto cuanto acabo de relatar, y puedo aseguraros que así sucedió, sin añadir ni quitar nada. Hasta otra.

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