jueves, 9 de octubre de 2008

Marchando, dos de aniversario

Cuando uno ha vivido la cantidad de años que yo tengo, raro es el día que no se cumpla el aniversario de algún acontecimiento que de alguna manera haya afectado en el devenir de tu propia existencia. Concretamente, en el día de hoy 9 de octubre, esta circunstancia se cumple en mí por partida doble. Comencemos por orden cronológico el relato de ambas efemérides.


Como cito anteriormente era el día 9 de octubre, pero de 1936. Por tanto todavía no hacía tres meses desde el inicio de la Guerra Civil española, y toda mi familia, más la de todas las de las hermanas de mi madre, nos habíamos trasladado desde mi pueblo a un cortijo del olivar conocido como de "Don Manuel Velarde", distante de Villaharta unos cinco kilómetros y todo como consecuencia de dos o tres bombardeos que habían efectuado en el pueblo las avionetas "fascistas", aunque ninguno de ellos produjo víctima alguna, pero el miedo era libre.

Sobre las once y media de la mañana de aquel día, mi padre, que había sido designado por el Frente Popular como guarda forestal, llegó al cortijo donde nos encontrábamos diciendo que tuviéramos preparado todo, aunque escaso, equipaje con que contábamos por si hubiera que salir huyendo hacia Pozoblanco, dado que el ejército de los fascistas estaban rompiendo los frágiles frentes de guerra de los pueblos limítrofes a Villaharta. Esta misión la iba realizando mi padre por todos los caseríos de a unos cinco o seis kilómetros a la redonda del pueblo.

Unas seis horas después de la primera incursión volvió mi padre todo precipitado, diciendo que a la mayor brevedad íbamos a iniciar nuestra marcha conforme a lo anunciado en la primera, dirección a Pozoblanco. dado a que los fascistas se aproximaban a Villaharta.

No más de media hora había transcurrido cuando la caravana de toda la familia se ponía en marcha. Desde varias cortijadas de los alrededores llegaban grupos de familias enteras con el mismo propósito y dirección que nosotros.

Entre estos grupos que llegaban, venía uno en que estaba una prima hermana de mi madre llamada Carmen, que, por hallarse en avanzado estado de gestación y el sobresalto del momento, se puso de parto, e iba pariendo a lomos de un asno de cuyo cabestro tiraba su marido y otros familiares iban sujetando a la parturienta. Esta circunstancia especialísima hizo que todas las familias que caminábamos próximas, tuviéramos que pernoctar en un cortijo distante del que habíamos partido no mas de tres o cuatro kilómetros, ya que la llegada al mundo del nuevo neófito era inmediato. Efectivamente y ya tendida sobre unos colchones en el suelo y atendida por varias mujeres, acabó pariendo la prima Carmen. Demos por terminado este acontecimiento y volvamos a mi entorno familiar mas íntimo.

Mi familia entonces estaba compuesta por el matrimonio y cinco hijos, de los cuales yo era el mayor. Como medio de transporte contábamos con un mulo llamado "morito". En dicho semoviente se habían cargado, unos colchones, mantas y otros enseres de cocina. Mi hermano Cesáreo que me seguía a mí en edad, todavía no había cumplido ocho años, le encargaron el cuidado y conducción de una cabra que teníamos y que nos facilitaba dos o tres litros de leche diarios, que era una parte importante de nuestro sustento. Mis otros dos hermanos, Antonio y José, de seis y cuatro años, respectivamente, iban subidos en el mulo entre los colchones y mi padre al cuidado de ellos, de la caballería y también llevando un pequeño bulto a sus espaldas. Mi madre caminaba con dos o tres bultos, uno de ellos a la cabeza y otros a la cintura o asidos por sus manos. Por último, mi hermana, única hembra de la prole, contaba con dos años y medio de edad. En aquellos momentos yo tenía la misma edad que hoy tiene mi nieto Pepe, el mas pequeño de todos, o sea once años y algunos meses.

Con el dispositivo que cito anteriormente, apenas las primeras claras del día se hicieron asomar por el oriente de aquel 10 de octubre, y desde el cortijo donde habíamos pernoctado, continuábamos nuestros inicios del exilio rumbo a Pozoblanco, cuya distancia sería de unos 25 kilómetros aproximadamente. Tal vez os hayáis dado cuenta de no haber citado la misión que a mí se me encomendó en aquel discurrir, pues fue nada más y nada menos, que cargar con mi hermana a cuestas durante todo el recorrido, que como digo no era inferior a los veinticinco kilómetros. Era la caída de la tarde cuando llegábamos a nuestro primer punto del destino de nuestro exilio. Pese a mis once años y como era el mayor, me tocó llevar a mi hermana a cuestas durante aquel largo caminar. A este respecto, tengo que hacer constar, que este hecho no produjo en mí ninguna alteración problemática en el desarrollo de mi persona, sino que siempre lo consideré, y tras el paso de SETENTA Y DOS AÑOS, lo sigo considerando un deber de colaboración que las circunstancias imponían.

Este exilio, duró dos años y medio. En otra entrada continuaré narrando todo el devenir.

Ahora vamos al segundo de los aniversarios que se cumplen en esta fecha, y este gracias a Dios no tan trágico como el anterior, aunque una circunstancia familiar le restaba un tanto de la alegría que el hecho en sí merecía.


Hoy se cumple el 15º aniversario de la boda de mi hija, de la que yo fui el padrino. Parece que fue ayer y como consecuencia de tal enlace, dos nuevos nietos han venido para unirse a los cuatro que ya tenía, y que el mayor, Jorge, ya tiene 13 años y el segundo, Pepe, tiene once, como cito ,la edad que yo tenía cuando salimos huyendo de Villaharta, durante la Guerra Civil.

Cuando un hijo se casa, en vez de perderlo, se dice que se gana otro, pero realmente el sentimiento interno que se tiene, es que algo se va de ese entorno, que si es el primero empieza a desgajarse y cuando es el último, como en este caso lo fue, termina el desgaje total. Siempre en los padres, se mezcla la alegría y la satisfacción de que ese hijo, y que gracias a Dios en los míos, en todos ha sido así, comienzan a forjar una familia que les colme de felicidad y la llegada de hijos al matrimonio, con ese otro sentimiento de la mengua de componentes de esa familia que fue y que por imperativos de esas uniones, jamás volverá a serla tal cual.

Todo el discurrir en la boda de mi hija fue de lo mas entrañable y perfecto que se de deseaba, pero sólo en el sentimiento de dos personas, reconcomía una situación, que por desgracia fue sucediendo como ambos temíamos. Estos, éramos mi mujer y yo.

Tan pronto, y como me temía he nombrado a mi mujer, acuden a mí unas lágrimas de tristeza, recuerdo y agradecimiento hacia ella. Con toda seguridad, pocas mujeres ha habido ni habrá, que más se hayan preocupado y entregado por el porvenir y cuidado de sus hijos, como lo fue la madre de los mios.

Desde unos meses antes del casamiento de mi hija, su madre venía notándose un decaimiento paulatino en su estado de salud, pérdida de peso y un color amarillento en su piel, que tanto ella como yo, aunque cada cual nos lo teníamos guardado para nosotros mismos, sospechábamos que ello pudiera ser el inicio de algún trastorno importante en su estado de salud. Sin que se lo dijera abiertamente, en no pocas ocasiones le daba a entender que debía de someterse a un reconocimiento médico, pero ella ante el temor de que ese hecho conllevara un periodo de tiempo inmersa en visitas, análisis y reconocimientos que le impidieran el dedicarse enteramente a la preparación de la boda de su hija, lo fue posponiendo hasta que por fin se celebró el casamiento.

Lo que a partir del siguiente día de la boda comenzó, vamos a dejarlo por hoy, para no enturbiar un tanto la dicha, el recuerdo y todo lo que después ha supuesto aquel 9 de octubre de 1993.

Ambos hechos expuesto hoy en este mi blog, lo fueron hitos importante en el devenir de esta mi larga existencia.

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