viernes, 18 de enero de 2008

El otoño perpetuo


Incluso antes de llegar a ser un octogenario bien consolidado, mi situación vital ante la existencia, así como la de todos mis coetáneos, podría compararse a un apéndice extremo de un árbol de hoja caduca en un otoño bien adentrado en el tiempo, allá por los últimos días del mes de noviembre en nuestras latitudes.

Aunque estando a socaire de algún tronco que te sostiene de los vaivenes del viento, ves como las de tus inmediaciones se van desprendiendo en cuanto Eolo sopla un poco mas fuerte de la cuenta.

La pérdida de un familiar, de un amigo, de un antiguo compañero, en fin de cualquier conocido, supone que un nuevo jirón, mas o menos importante, se desprende de tu entorno y te hace recapacitar en tu estado de ánimo y dejándote poco a poco desnudo de lo que ha sido tu proximidad social en la vida. Siempre que un acontecimiento de esta índole te llega al conocimiento, terminas volviendo el pensamiento hacía atrás, comprobando como a medida que ha ido pasando el tiempo, han saltado a "mejor vida", personas, costumbres,modas, profesiones, regímenes e infinidad de variantes en el modo y formas del caminar diario de todos nosotros.

Aunque en otra ocasión pueda extenderme sobre el particular, terminaré señalando solamente tres profesiones u oficios que durante mi niñez y primera juventud estaban en todo su apogeo y las cuales hace ya algunos años que han desaparecido totalmente, al punto de que la inmensa mayoría de la juventud y, también, como no, algún talludito no tiene ni idea de que a qué se dedicaban tales ejercitantes. Eran éstas, los arrieros, cosarios y recoveros. Quizá la consulta al diccionario os pueda sacar de vuestra ignorancia sobre el particular. Refiriéndome solo a la primera señalada y atendiendo a la época del año en que nos encontramos, mes de enero, recuerdo como por los caminos y veredas de los campos de mi pueblo podías ver interminables recuas de burros, un arriero nunca diría asno, portando sobre sus lomos, los dos o tres sacos de aceitunas que les habían sido colocados. Hoy estos semovientes han desaparecido de toda faena del campo y sustituidos por vehículos automóviles en sus diferentes modalidades.

En cuanto a las costumbres, voy a citar solamente un hecho que dice a las claras la enorme diferencia de ese antaño a hogaño, como solían decir antes los viejos. Ayer día 17 de enero, festividad de SAN ANTÓN, se cumplieron sesenta y cuatro años del primer beso que le di a una novia. Aunque pueda parecer un tanto exagerado, para nosotros entonces era más ilusionante y le dábamos mayor trascendencia, que hoy llevarse la novia a la cama, al coche o a un pajar.

Por cuanto he dejado escrito, no vayáis a pensar que detesto la forma y modo en que se vive hoy en general, si no todo lo contrario y esperando que esa virtual hoja casi solitaria en rama semi desnuda, continúe estándolo por mucho tiempo para deleitarse con lo que pueda servirle de nutriente.

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