Hay un dicho muy extendido que dice que "toda comparación es odiosa". Como en todas las cuestiones de la vida, no hay regla sin excepción, y las que voy a exponer a continuación, antes pueden calificarse como de venturosas, que no como se apunta anteriormente.
Como fiel jubilado, con la añadidura de bastante deslizado sobre el paso de los años y reiterándome en mis principios de este blog, hoy me he regodeado pensando y comparando mi niñez, adolescencia y primera juventud, cuando yo tenía la edad de cada uno de mis nietos en la actualidad.
Comencemos por mi lejanía en el tiempo. Esto sería los diez años y pico del mas joven te todos ellos, que es Pepillo. A las alturas de su edad, yo cada siete días de la semana y una tras otra sin alteración alguna, auxiliando al abuelo de un amigo mio, guardábamos una piara de cerdos y por tal misión recibía el emolumento de una peseta diaria. En los días como la mañana del actual, cuando la lluvia caía sobre nosotros, solo me resguardaba de ella, cobijándome sobre el tronco de las encinas y situándome en el lado opuesto de donde llegaba la ventisca. La situación suya actual y la mía de antaño, poca correlación tienen.
Sigamos con el segundo, Jorge. Con su edad, nos hallábamos en plena Guerra Civil. Mis ocupaciones consistían de cuando menos cuatro o cinco días por semana, y casi siempre en compañía de mi primo Rafaelito, un año mayor que yo, y utilizando alguna caballería nos trasladábamos a la localidad de Pedroche, donde cada uno nos uníamos a la cola de una panadería distinta y cuando nos tocaba, comprábamos uno o dos panes que era lo máximo que te daban. Como había cuatro o cinco panaderías en el pueblo, de aquella nos íbamos a otra y así hasta que terminaban sus respectivas cochuras a finales de la tarde. No recuerdo que en alguna ocasión hubiéramos llevado algo para comer. Un cantero de pan era nuestro almuerzo, que algunas veces lo era a las tres o cuatro de la tarde. Pese a los estudios y muchos deberes que le ponen en el Instituto, si no mas llevadero que aquéllo, si con mucho mas porvenir y sobre todo la compensación cuando regresa a su casa. La cama que toda mi familia tenía estaba hecha de troncos y ramas de encina y sobre ella unas mantas. La cama era corrida para los siete de la familia.
El tercero, Pablo, esa adolescencia me cogió recién terminada la guerra y cuando yo tenía su edad, me pasaba nueve, de las diez partes del año en el cortijo de la Calera. En el mes de enero de 1941, estaba vareando aceitunas. Estudiar precisará de su esfuerzo, pero la tortícolis del cuello estando todo el día mirando hacía arriba, no era nada de agradable. A las horas del desayuno, almuerzo y cena, los condumios estaban sujetos a los mas estrictos racionamientos. La única variedad, es que "todo" nos gustaba.
El cuarto y quinto puesto, Alberto y Rafita, van a ir unidos en el mismo lote. Cuando tenía 19 y 20 años, los pasé trabajando en la mina. Sin duda ha sido una de las etapas menos ilusionantes de toda mi existencia. Creo que he contado demasiadas veces la clase de trabajo y los itinerarios a recorrer para ir y volver al tajo. Las únicas compensaciones que me proporcionaba aquella actividad, eran, la una, que descansábamos los domingos y días festivos y la segunda que nos facilitaban un pequeño suministro mensual de alimentos de primera necesidad, tales como arroz, azúcar garbanzos y otros, pero como digo en cantidades casi ridículas. Los que trabajábamos en la mina estábamos exentos, si lo deseábamos de ir a la mili, pero el noventa y cinco por ciento de los que eramos mineros allí, cuando nos llegó la hora, decidimos hacer el servicio militar antes que continuar con aquella clase de "trabajo". El marcharme a la mili, ha sido sin duda una de las mas acertadas decisiones de mi vida.
Por último, le ha llegado la hora a Carlitos. Como había terminado la época de las edades de los dos anteriores, a la edad de este me hallaba en pleno cumplimiento del servicio militar en Sevilla. El comienzo de tal situación, no fue muy prometedor que digamos. Malos ranchos, malos tratos, mal cuido y sucios platos, eran el pan nuestro de cada día. Una de las peores noches de toda mi vida, lo fue la comprendida entre el 30 de Abril y 1º de Mayo de 1.946. Motivado a una úlcera en la cornea del ojo izquierdo, me enviaron hospitalizado al denominado "Hospital Militar "Queipo de Llano", no mas de un kilómetro de distancia de nuestro acuartelamiento. Íbamos diez o doce enfermos y el camino lo hacíamos a pié. Por no haber servicios de oftalmología en el centro donde me mandaban, fui rechazado para que al siguiente día fuera remitido al denominado Hospital de La Macarena. Tanto a la ida como a la vuelta de aquella noche, desde el primer hospital referenciado, nos cayó encima una tormenta que llegamos al cuartel totalmente calados. Para arreglar la cosa, no quedaba ninguna cama libre y lo único que me facilitaron fue una manta, sin cabezal y extendida sobre el suelo, fue el lecho de aquella interminable noche, con la añadidura del tremendo dolor que me producía la úlcera del ojo.
Mi llegada al Hospital Militar de La Macarena al siguiente día, me supuso llegar a la misma gloria. Las atenciones, la comida, el trato del Comandante oftalmólogo, fueron de lo mas extraordinario que pueda imaginarse.
Después de mes y medio de estancia en el centro, mas de un mes en la oficina de la clínica volví al cuartel, pero un mes después y tras la mayor y mas atrevida decisión de toda mi larga vida, pasaba destinado a las oficinas Capitanía General, como mecanógrafo, destino que yo había peticionado cuando anunciaron las vacantes, sin tener ni la mas remota idea ni haber tocado siquiera en mi vida una máquina de escribir. En mis memorias detalle todos los pormenores de mi incorporación. A partir de entonces, comencé a pasar los mejores días de todos los que hasta aquellas fechas había gozado.
Pero independientemente de todo este largo, pesado y cansino relato, al tratar de verificar comparaciones con todos vosotros, me llena de satisfacción por la coincidencia de una de las principales virtudes que puedan
adornar a la juventud, que no es otra que LA RESPONSABILIDAD EN VUESTROS COMPORTAMIENTOS, y que sin duda os ha sido inculcada por vuestros padres. Yo la recibí también de los mios, aunque por carencia de posibilidades económicas las estrecheces fueran por otros derroteros. Perdonadme todo este rollo.