Contemplando hoy una fotografía mía hecha el pasado domingo con motivo de la asistencia a los actos celebrados en esta ciudad por la Guardia Civil, en honor a su Patrona la Santísima Virgen del Pilar, se me ha venido al recuerdo la indumentaria que generalmente solía usarse, y voy a ceñirme por cuanto a mi entorno familiar mas próximo se refiere, y que lo era extensible cuando menos al 95% de sus coetáneos, por lo menos de mi pueblo, aunque seguro podría extrapolarse al resto de España.
En lo de mi entorno familiar, como he dicho, lo es por lo que a mis padres se refiere.
Comenzando por mi madre, diré que los primeros recuerdos que de ella tengo, es la de haberla visto vestida de negro, incluso con un velo de dicho color cubriendo su cabeza, tanto en días laborables como los de las grandes celebridades, que aunque resulta un tanto rimbombante lo de "grandes solemnidades" que allí y entonces se celebraban, dejémolo así para que se entienda como eran las que mas realce se le daban. El ir de negro siempre vestida, era por el tener que guardar el luto de familiares fallecidos, que en las mujeres cuando llegaban a la mediana edad, solían juntárseles los lutos, dado a que cuando aún no habían terminado uno por el fallecimiento de un deudo, habían de comenzar otro por igual motivo de otro familiar. Creo podría ser allá por el año de 1934, poco mas o menos, dado a que se que fue un par de años antes del inicio de la guerra civil, mi madre y seguro para no estar siempre vestida de negro, echó la promesa de vestir por vida, el que decían era hábito de la Virgen del Carmen, vestido de color marrón, que me recuerdo no solían ser del mismo marrón cuando por el uso tenía que abandonar un vestido y hacerse otro nuevo dado a que el tejido era mas o menos claro u oscuro que el anterior. Dicho vestido en su confección, que se hacía ella misma, simplemente sin ningún ornamente incluso con el mismo tejido, se lo ceñía con una especie de cinturón creo, era de cuero o material parecido, de unos cuatro o cinco centímetros de ancho, de color negro, y del mismo pendía otro trozo de igual material, anchura y color, que le llegaba aproximadamente hasta el final del bajo de la prenda.
Esta indumentaria que termino de describir, la estuvo vistiendo mi madre ininterrumpidamente por espacio de unos SESENTA AÑOS, incluso durante la guerra civil, dado que falleció en 1994, cuando estaba a punto de cumplir los noventa y siete.
Así que poco pudo turbar en el devenir de su vida, que se ponía o dejaba de ponerse, según el día que fuere o para lo que fuere. Siempre, siempre, siempre, estuvo vistiendo esa clase de vestido y nunca podría imaginarme mi madre vestida de otro modo. Aquel traje fue su identificación a lo largo de tan dilatado tiempo. A la altura del pecho y en su lado izquierdo, se colocaba una especie de broche con la imagen de la Virgen del Carmen, y en estos momentos, creo recordar que durante la guerra civil en zona roja, no usaba el referido broche, pues de haberlo llevado, a lo mejor cuando menos le hubiera costado una llamada de atención, y con seguridad, la orden de que se desprendiera del mismo.
Por tanto, tras vestir de negro no sé cuantos años lo había hecho, a partir de los treinta y siete, hasta su fallecimiento, su vestido marrón, y su cinturón y especie de cinta de igual material le sirvieron tal lo fuese en su continuo y duro laboral, como en días en que tuvo que celebrar cualquier acontecimiento, y lo mas que pudo ser la asistencia a boda, bautizo u otro de semejante índole, ya que las mujeres casadas en aquellas fechas ni siquiera entraban a los bares.
En la feria del pueblo, lo máximo que se permitían, era acercarse al puesto donde se vendía, principalmente el turrón, y se juntaban varias señoras, que también podían unirse los y las jóvenes, se jugaban lo que se llamaba "jugar al turrón", con cartas de la baraja española, y la que llevaba el siete de la muestra que salía, o número más próximo hacia abajo, era la ganadora, y se le entregaba una "chapita" que representaba el valor de una peseta, y con esas chapas se realizaban la compra de los dulces que se expendían en aquel puesto, cuestión que había que hacer antes de que terminara la feria, si no se perdía la posesión de las chapas porque hasta el siguiente año no se volvía a poner otro puesto y a lo mejor lo hacían personas distintas. Por cada carta que se jugaba, se pagaban diez céntimos, así, si se jugaban diez, veinte, o el máximo, treinta cartas, siempre múltiplo de diez, el premio era de una, dos o tres chapas, que le eran facilitadas por el, o los dueños del puesto. Esa solía ser la única ocasión en que al cabo del año, las mujeres casadas solían salir de su casa para distraerse, salvo como citaba anteriormente, acontecimientos de índole familiar.
Todo cuanto he relatado anteriormente lo era por cuanto a mi madre, y ahora vamos a mi padre que lo era totalmente distinto, pero creo que un tanto mas pintoresco.
Los hombres casados solían celebrar, que era solo el ir a los bares o tabernas del pueblo a tomarse unas copas con los amigos, también jugaban al turrón en la feria, y nada más.
La vestimenta especial de mi padre para cualquier acontecimiento, consistía en colocarse su traje de novio que estrenó, según me dijeron, los días próximos a la navidad del año de 1923 que fue el de su boda. El traje consistía en una tela mas bien especial para días de frio, sin duda por la fecha en que hubo de estrenarlo, de color marrón claro, compuesto por pantalón, chaleco y chaqueta. La chaqueta no se la podía abrochar dado a que se le había quedado muy estrecha, y el chaleco y el pantalón apenas podía hacerlo, y ello gracias a que mi madre hubo de sacarle los botones un tanto hacía lo máximo que le permitían las prendas. Se tocaba la cabeza con un sombrero de fieltro, de un color parecido al del traje, con una pequeña pluma de faisán incrustada entre la cinta que circundaba la copa del mismo y se calzaba unas botas de cordones, color guinda aproximadamente, y lo único que creo llegó a cambiar con el paso del tiempo, fue la camisa.
El pantalón era de una estrechez tal, que creo incluso le costaba trabajo el colocárselo, pero ello hubo de ser que en la época en que se compró el traje, era la moda de llevarlos tan estrechos los pantalones, pues recuerdo tal si lo fuera en estos momentos, que todos los hombres de la edad de mi padre y algunos, con bastantes años mas o menos que él, y que sus trajes de fiesta era para todos, su traje de novio, el pantalón era de aquella estrechez, que a mí, y sin duda a todos los jóvenes, nos resultaban un tanto ridículos sus portadores, aun hasta nuestro propio padre. Jamás se veía a ninguno de los trajeados del tal guisa, el que llevara puesta una corbata. Mi padre no se la puso en su vida.
La chaqueta, el estrecho pantalón, el chaleco, el sombrero con su "plumita" de faisán, y sus botas de color guinda, salvo generalmente tres días al año que eran, un día de carnaval, el segundo día de la feria del pueblo, y el día de San Rafael, Patrono de la localidad, que entonces, y ahora también, se celebraba el día 24 de octubre, se pasaban el resto del año en el fondo del baúl, donde se guardaban las pocas prendas de todos los componentes de la familia. En aquel baúl, quedaba ese traje cuando el 9 de octubre de 1936 (pasado mañana se cumplen setenta y nueve años), hubimos de exiliarnos con motivo de la guerra civil, y no puedo decir el final que tuvo, y seguro que de no haber sido por ello, lo hubiere estado usando hasta el final de sus días, que lo fue el 25 de febrero de 1959, fecha de su 61 cumpleaños y también de su santo.
Si cuanto he relatado del como vestían mis padres lo hubieren sido solo ellos en el pueblo, hubieren resultado de un ridículo, que hubieren sido la mofa de todos los habitantes, pero tan general lo era en las mujeres y hombres de semejantes edades, o como apuntaba antes, incluso no menos de quince o hasta veinte años de diferencia, que se aceptaba con toda normalidad.
El final de la guerra civil, nos llevó a las juventudes emergentes en aquellas fechas, el comienzo del uso de prendas mas acordes con los tiempos que corrían, y el uso general de la corbata, al punto de que yo comencé a usarla cuando contaba solo con 16 años de edad, al igual que todos mis coetáneos.
Y otra vez más, he de decir "cómo han cambiado las cosas". Con la edad que yo tengo ahora, ni los mas pudientes del pueblo, tenían la mitad de la ropa que yo poseo, y que me da la oportunidad de utilizar la que mas se adapte al tiempo que haga, o el capricho que se me antoje de usar. Hasta, quien me lo iba a decir en mi juventud, tengo un esmoquin que utilicé por vez primera en la entrega de despachos de alférez de mi hijo mayor, continué utilizándolo en los mismos actos de la entrega del empleo de Teniente, lo mismo con los de mi segundo hijo, y después me lo colocaba todas las Nocheviejas cuando en compañía de mi mujer y varios matrimonios amigos, salíamos a celebrarlo en algún hotel de la capital, Torremolinos u otro punto de la provincia.
Ver a mis padres de otra guisa que no fuere la que he citado solían vestir, no los identificaría con mis padres. Ya lo he dicho en múltiples ocasiones, las personas somos la consecuencia de la época en que nos ha tocado vivir, y que con el paso de los años solemos verlo hasta con extrañeza.
Hasta la próxima, que ya veremos por lo que me da.