lunes, 25 de octubre de 2010

Adiós definitivo a otro hermano

Han pasado diez días desde mi última entrada en el blog. Hoy vuelvo a entrar de nuevo, pero con otro desgarro producido en el alma, por el fallecimiento de mi hermano Antonio al que en el día de ayer dimos sepultura. Estos hechos, aunque el paso del tiempo trata de amainar el dolor causado en el sentimiento, las cicatrices causadas no desaparecen jamás de nuestros sentires, sino que al contrario se van acumulando a las otras que con motivo de iguales o similares consecuencias suceden con el paso de los años.

Querido hermano Antonio:

Cuando apenas hace veinticuatro horas, que tu presencia física desapareció de todos nosotros, tengo la seguridad de que ya te encuentras en el lugar que tu comportamiento durante toda tu existencia te hicieron merecedor, y, que a las puertas del cielo donde ya moras, estaba esperándote nuestro hermano Cesáreo para enseñarte el camino en que al final del mismo estará la MANSIÓN donde igualmente nuestros padres te habrán recibido como ellos siempre supieron hacerlo con sus hijos. El rictus que en tu rostro ya inerte se dibujaba, mostraba a las claras con la tranquilidad de conciencia que abandonabas esta vida, hecho al que solo a las almas nobles les acaece. Del cariño, entrega y dedicación de los tuyos más próximos, es también parte del bagaje que te llevas consigo de tu travesía por esta vida. Así mismo el cariño de tus hermanos lo fue en paralelo y reciprocidad a tus méritos y sentimientos hacia nosotros, y por último, la despedida que la inmensa mayoría de tus paisanos te hicieron, daban fe de lo que dejabas en el sentir de todos ellos. Querido hermano, solo nos conforta un tanto el dolor de tu pérdida, la certeza de que a partir de ya, y por toda la eternidad, estarás junto a nuestros padres y hermano Cesáreo, gozando el descanso y reposo merecido.

Antonio, hasta siempre.

viernes, 15 de octubre de 2010

Entrevista en Onda Azul - Málaga en la Red

Una entrevista en Onda Azul Málaga al autor de este blog puede descargarse AQUÍ (Sección "Málaga en la Red", 6/10/2010, con Celia Bermejo y Auxi Barea).

Nota del editor: intenté poner un reproductor integrado en el post, pero no fui capaz y no tengo tanto tiempo, así que lo descargáis y lo escucháis en vuestros respectivos ordenadores. Comprensión. Gracias.

jueves, 14 de octubre de 2010

Trabajar en la mina



Quizá por el tema de mi entrada hoy en el blog, se me pueda tachar de oportunista dada la inmensa popularidad adquirida por el recate de los mineros chilenos, en el día y noche de ayer.

Durante ya mi larga vida, solo tengo el recuerdo de haber sentido pánico en dos ocasiones. La primera fue, cuando contaba solo 11 años de edad. Transcurrían no más de diez o doce días del inicio de la Guerra Civil Española, cuando encontrándonos quince o veinte niños jugando a los soldados en las afueras del pueblo, haciendo instrucción y portando una gran bandera republicana, (mi pueblo quedó en poder de la república), de pronto apareció por encima de donde estábamos, una avioneta procedente de Córdoba y tomándonos realmente por soldados y que un par de días antes habían llegado encontrándose acampados no mas de un kilómetro de distancia de nosotros, comenzaron a arrojar bombas contra los aprendices de soldados, lo que produjo la espantada total de la pandilla, cada cual hacia su casa. Yo lo hacía en compañía de un primo mío, y a poco de de iniciar la carrera, una de las bombas cayó de nosotros a una distancia aproximada de sesenta o setenta metros y que debido a la escasa potencia del explosivo, resultamos ilesos.

Lo que yo sentí por mi cuerpo no es posible definirlo. Las piernas me temblaban al punto que me daba la sensación de no poder caminar. Yo creía morir antes de llegar a mi casa que aún distaba del lugar no menos de 300 ó 400 metros.

La segunda, sucedió ocho años mas tarde. Yo llevaba trabajando en unas minas de carbón que se denominaban "Coto Hullero la Ballesta". Los trabajos se realizaban en tres turnos diarios y que comprendía el horario de 6 a 14; de 14 a 22 y de 22 a 6 horas. Las ocho horas solo las trabajaban el personal que lo hacía en el exterior, si bien los que lo haciamos en el interior, eran solo siete horas la jornada.

El último turno o relevo, como lo llamábamos, verificaba solo trabajos de mantenimiento a fin de que cuando llegara la hora del primero, lo tuvieran todo preparado y pronto para la extracción del mineral. Este último turno era practicado por un reducido número de hombres, así que pasaban incluso meses de que fueras nombrado para ello. Al fondo de los pozos y a un nivel de un par de metros por debajo de la planta de la última galería, se hacía una excavación y que no se porqué se la llamaba calderilla, teniendo por finalidad de que las aguas que manaban de las distintas partes fueran recogidas allí y con ello evitar que las respectivas galerías donde al día siguiente se iban a practicar los trabajos fueran anegadas.

Los medios con que se trabajaba en aquella explotación eran totalmente rudimentarios, al punto de que en los momentos a que me estoy refiriendo ni siquiera se utilizaba la electricidad.

El día de autos, como se dice en términos judiciales, me encontraba en el último relevo y se me encomendó la faena, a mi solo en el fondo del pozo, alumbrado por un carburo, de extraer el agua que se iba acumulando en la "calderilla". Para bajar hasta el fondo, lo hice utilizando una especie de lazo de una cuerda gruesa, que se introducía por una argolla al final del cable, metía una pierna hasta la ingle, con las manos me cogía al citado cable que se enrollaba en un cilindro de madera de unos dos metros y medio de la largo, y un diámetro de unos treinta o cuarenta centímetros. Una vez llegué al lugar de trabajo, los dos compañeros que en la superficie hacían girar el torno con sus respectivas manivelas, engancharon un bidón y así cuando llegaba donde yo estaba lo hundía y una vez lleno, le daba la señal para que lo izaran y una vez arriba lo vertían sobre un pequeño canal y ese era mi cometido. Podía llevar en la faena un par de horas, por tanto podría ser sobre la media noche, cuando a unos cuatro o cinco metros de donde yo me encontraba se produjo un fuerte ruido y comenzaron a hundirse las maderas que formaban el entibado de la galería cayendo gran cantidad de rocas y tierra y ocasionándose una gran polvareda, al punto que casi me impedía ver donde me encontraba. En el instante que se producía este derrumbe, el bidón lleno de agua llevaba recorrida sobre la mitad del trayecto y ello con la velocidad que se podía originar con la fuerza motriz de los brazos de mis dos compañeros. Si cuando en el primer caso que he contado cuando nos arrojaban las bombas me entró pánico pero lo hacía en silencio, en esta ocasión comencé a gritar para que rápidamente los dos torneros subieran el bidón, quitaran éste y me enviaran a la máxima urgencia el cable para subir en igual forma en que había bajado. Los escasos minutos en que se realizó toda esta operación hasta que yo me vi fuera del pozo, me parecieron una eternidad. Me recuerdo que a la vez que gritaba con todas mis fuerzas pensaba en mi madre, que para ella siempre fue una honda preocupación el que trabajara en el interior de la mina.

Acto seguido procedimos a llamar al Capataz, se apellidaba Moya y era de Pedroche. Bajó él y comprobó la realidad de cuanto le había contado. A la vista de ello paso urgente aviso a Don José, que lo conocíamos como el geómetra, no sé si ese era su cargo en la empresa, ni lo que eso significaba, si era el que inspeccionaba todos los trabajos y ordenaba la forma en que se realizaban y el modo en que se hacían las entibaciones. Instantes después, el geómetra y el capataz, bajaron, uno a uno por supuesto y como yo lo había hecho colgado del cable. Al cabo de una hora poco más o menos, subieron y dándome ánimo del susto que había pasado, consiguieron finalmente que bajara de nuevo a continuar el trabajo, asegurándome de que no volvería a repetirse otra vez derrumbe alguno, como así sucedió. El miedo no se me quitó en toda la jornada.

Cuando ayer y hoy veía las noticias de los mineros de Chile, me hacía una idea de cuales hubieran sido los días pasados hasta que consiguieron establecer contacto con el exterior. En mi caso yo tenía la ventaja sobre ellos, de que el pozo estaba libre de obstáculos para poder salir, pero la desventaja de que yo estaba solo, tenía 19 años y llevaría trabajando en la mina cuatro o cinco meses como máximo. Estuve unos días que me daba cierta vergüenza cuando todo el mundo se enteró del griterío que formé, pidiendo auxilio. No obstante no tarde mucho tiempo, si no en olvidarlo, si no preocuparme por lo sucedido y continuando mi trabajo con normalidad.

Una de las explicaciones que dio el geómetra, fue de la que sobre la media noche solían producirse ciertos movimientos internos en la tierra. No sé cuanto de cierto tenía esta teoría.

Cuantos me conocéis, tengo la seguridad dais por cierto cuanto acabo de relatar, y puedo aseguraros que así sucedió, sin añadir ni quitar nada. Hasta otra.

martes, 12 de octubre de 2010

La Virgen del Pilar, Patrona de la Guardia Civil


Poco más de media hora hace han terminado los actos celebrados en Madrid, con motivo del día de las Fuerzas Armadas. Asi mismo hoy es la festividad de la Virgen del Pilar, Patrona de la Guardia Civil.

En el salón de mi casa he presenciado todos los actos celebrados en la Capital de España, los cuales se cerraban con el desfile de la Sección de Caballería de la Guardia Civil. Asimismo y con anterioridad al cierre, desfilaban entre otras Unidades, otras del mismo Cuerpo de esa Caballería. Quién me conozca bien, sabe que la Guardia Civil, a la que he pertenecido mas de treinta y un años, ha sido para mí, además de una forma de "ganarme la vida", como suele decirse en estos casos, una razón de ser de mi existencia. He querido a la Guardia Civil, y la seguiré queriendo mientras yo siga mi caminar por esta vida y el uso de razón me lo conceda. Si a este sentimiento íntimo que manifiesto, se une el cariño que mi mujer siempre sintió por la Guardia Civil, nadie se extrañe que cada vez que por cualquier motivo, y hoy día de NUESTRA PATRONA, mas aún, haga referencia a esta festividad, mis sensibilidades llevan a lo mas profundo de mis sentimientos, el agradecimiento de haber dedicado la mayor parte de mi vida a esa pertenencia.

Hoy, a la vez que mi vista percibía todo el devenir del desfile de las fuerzas armadas, mi mente vagaba por esas muchas festividades de la Patrona de la Guardia Civil, en que primero yo solo en compañía de mis compañeros, a partir de la celebración de la segunda hasta la cuarta, inclusive. Patrona, siempre con la que entonces era mi novia, de alguna de las cuales conservo inolvidables fotografías; a partir de la quinta, con mi mujer, después con mi mujer y mis hijos; a medida que iban pasando los años, alguno de éstos, por razones de su ausencia, iban descolgándose de su asistencia, hasta que lo hacíamos solamente el matrimonio. Una vez quedé yo solo, por la ausencia definitiva de mi mujer, he asistido solamente a la celebración de la Misa en el acuartelamiento de los Ángeles, principalmente, y no casi principalmente, sino como homenaje a ELLA, en la que durante todo el acto mi pensamiento no se desviaba un solo instante de su recuerdo.

En el día de hoy, no me encontraba con el ánimo predispuesto para ir, como he dicho anteriormente, al mencionado Cuartel para asistir a la misa. Desde mi posición en el salón de la casa donde he estado presenciado los actos de Madrid, tenía también frente a mi vista, una fotografía y para mayor efecto sentimental, las cenizas de la incineración de sus restos mortales. La acumulación de todas esas coincidencias, me han llevado a permanecer todo ese tiempo con mis ojos anegados en lágrimas y mis recuerdos como cité anteriormente, vagando por aquellos felices recuerdos, de los que hacían llevar a mi ánimo a ese sentimiento de que aquellos momentos, jamás volverán. No obstante ello, a la vez que me acongojaban los sentimientos, esos mismos felices acontecieres me sirven del bálsamo para cauterizarlos y termine por dar gracias a Dios de que así sucedieran, a excepción del de su pérdida. Tengo la plena convicción de que el resto de mis días, cada llegada de la Virgen del Pilar, Patrona de la Guardia Civil, todos mis sentimientos y recuerdos serán idénticos a los padecidos, y al propio tiempo gozados, hoy. Lo que sigue siendo una incógnita, es saber cuántos serán.

Hasta una nueva entrada.

sábado, 9 de octubre de 2010

Dos efemérides

Hoy 9 de octubre se cumplen dos efemérides, de las que hicieron mella en el devenir de mi vida, aunque de signo totalmente opuesto.

Fuente: Indexarte

Comenzaré a relatarlos según su orden cronológico. El primero lo fue hace hoy SETENTA Y CUATRO AÑOS. Aún no había entrado yo en la adolescencia, era todavía un niño. Estábamos en los primeros meses de la Guerra Civil Española. Las tropas nacionales (o fascistas como se las llamaba en la zona roja, donde quedó mi pueblo al inicio de la misma) se anunciaba que estaban rompiendo los frentes de guerra establecidos en poblaciones o lugares próximos. Mi padre que desde los primeros momentos de la guerra lo designaron guarda rural, sobre la hora en que comienzo a escribir este relato, o sea las once de la mañana, se pasaba por el cortijo donde toda la familia nos habíamos trasladado desde el pueblo, por temor a los bombardeos que unos días antes se habían realizado sobre el mismo. Nos comunicó el detalle que antes mencionó de que los fascistas estaban rompiendo los frentes de guerra y que estuviéramos preparados por si en su consecuencia tendríamos que salir huyendo, en principio con dirección a Pozoblanco, localidad en poder del ejército republicano. Pocos momentos después de las cinco de la tarde de aquél día, mi padre volvía con precipitación confirmando lo que por la mañana nos había anunciado. A lomos de una caballería que teníamos y la que mi padre utilizaba para su cometido, procedíamos a cargar sobre las mismas los pocos bártulos que teníamos, colchones y algunas prendas de ropa. Además de ello teníamos dos cabras. La familia estaba compuesta, por el matrimonio y cinco hijos, yo el mayor con once años. Los cuatro siguientes, con ocho, seis, cuatro y la mas pequeña, la única hembra, con dos. El dispositivo de marcha iniciado escasos minutos después de la llegada de mi padre, lo estableció de la siguiente forma: Sobre una de las caballerías, los colchones y mantas; sobre la otra, varios utensilios de cocina, unas sillas, y alguna ropa, En esta última caballería, colocaron a dos de mis hermanos, los de seis y cuatro años, que mi padre en su proximidad sostenía a fin de que no se cayeran de la misma; mi otro hermano de ocho, se le asignó la conducción de las dos cabras: mi madre portaba dos bultos, de ropa, uno a la cadera y otro a la cabeza, y a mí, tomar a mi hermana pequeña a cuestas. A poco de iniciarse la comitiva se unieron a la nuestra otras, entre ella una en que iba una prima de mi madre y que por hallarse en avanzado estado de gestación se puso de parto y comenzó a parir a lomos de un burro. Este acontecimiento y la llegada de la noche, nos hizo pernoctar en otro caserío distante del que habíamos abandonado, no mas de cinco o seis kilómetros y donde la parturienta dio a luz un niño.

Cuando aún no había amanecido el día siguiente, reanudamos la marcha, hasta el punto donde en principio se decidió, o sea hasta Pozoblanco, que distaba unos TREINTA KILÓMETROS, con el mismo plan de marcha de la tarde anterior y a donde llegamos cuando caía la tarde. Nadie podía relevarme siquiera un momento de mi cometido, llevando a mi hermana a cuestas. El día 11 de abril de 1939, dos años y medio después de la salida, regresamos a nuestro pueblo. Detallar todo el tiempo que duró este exilio, precisaría no menos de cien páginas.

SEGUNDA EFEMÉRIDES: hoy se cumplen 17 años del matrimonio de mi hija y de la que yo fui el padrino. Como a primera vista podrá comprobarse, del uno al otro acontecer, va un largo trecho, tanto en la distancia en el tiempo, como en el efecto que ello producía sobre el entorno inmediato de la familia. Aquél dejó en mi recuerdo un reguero de calamidades, inconvenientes y sufrimientos y, mas que nada, no solo por lo que a mi afectaba, sino por el que hubieron de soportar mis padres. Éste, el de que aparte de lo perfecto que resultaron todos los actos de la boda, la consecuencia de ello, que principalmente son dos nietos, con 15 y 13 años respectivamente, y que unidos a los otros cuatro más, forman el principal aliciente y razón de ser de mi vida actual. Pero si todo lo señalado de este acontecer, lo fue como se indica y sus consecuencias las que se señalan, una honda preocupación bullía por lo mas profundo de mi ser, y que no era otro que el deterioro físico que desde hacía un par de meses mostraba mi mujer. Pasados escasos días después de la boda, se confirmaba cuanto temía, y tras un rosario de alternancias en su ir y venir de consultas médicas, operaciones quirúrgicas que duraron algo más de tres años, acabaron por apartarla de nosotros para siempre. Este impacto, aún sigue perforando lo mas profundo de mi alma. ¡Cuánto daría ELLA por contemplar hoy, todo lo que a mi me llena de vida! Desde aquí se lo transmito.

El dolor me impide el seguir con estos relatos.

Hasta otra entrada.

lunes, 4 de octubre de 2010

Ya huele a otoño



Esta madrugada llovía en Málaga. El peine del viento ayudaba a las acacias del barrio a irse desprendiendo de sus hojas muertas, que aventadas por el mismo las iba transportando hasta sepa Dios donde. Todos los árboles de hoja caduca comienzan una competitiva carrera por ver quien llega primero hasta su alopecia total. Los armarios en los hogares comienzan a facilitar el regreso de aquellas prendas de vestir que llevaban varios meses sin aparecer por los mismos, a la par que consienten la salida de otras mas acorde con el tiempo que llega. La melancolía parece llevar al ánimo de muchas personas el grisáceo ambiente de los días del otoño, aunque por lo que a mí respecta, no afecta para nada mi estado anímico, antes bien, me libera un tanto del agobio que ocasionan los rigurosos calores del verano. Para los anciano comienza la campaña de vacunación contra la gripe a fin de que nos libere, o cuando menos, reste gravedad en caso de que nos visite tan poco agradable compañía.

El paso de las estaciones para quienes están realizando un largo viaje, suponen solo un pequeño escalón en su trámite, pero para quienes por razones de las muchas paradas efectuadas ya por el tren que nos lleva está ya sin duda muy cerca de su meta, cada una de ellas que termina y comienza otra, nos va acercando irremediablemente a bajar al anden. No obstante nos aferramos al equipaje que llevamos consigo y aunque sea solo con el pensamiento y el deseo, tratamos que el convoy aminore en lo que sea posible su marcha y nos permita, aunque sea un poquito más, el seguir contemplando el paisaje que nos circunda. Que así sea.

Hasta otra.