domingo, 21 de septiembre de 2008

Pasaron 60 años

No sé si es hoy, fue ayer o sería mañana, cuando se cumplen los SESENTA AÑOS, del día mas nefasto en cuanto a mí personalmente se refiere. Pero seguro que en uno de los tres días que cito, se ha cumplido del 60º aniversario, de lo sucedido en el relato que a continuación voy a exponer.

Serían también aproximadamente, las 12'50 horas que son en este momento, de aquel ya lejano día, cuando mi amigo y compañero de fatigas Casimiro Fernández Ferrer y yo, salíamos desde Villaharta camino de la Ballesta, para comenzar nuevamente nuestro trabajo en la mina, después de dos años y medio que lo dejamos para incorporarnos al Ejército. A tal fin, el día anterior a que me refiero ahora mi camarada Casimiro y yo nos habíamos presentado a Don Marcelino, que era el jefe de la explotación minera, para manifestarle que pretendíamos incorporarnos nuevamente al trabajo en la mina y a lo cual tenía la obligación de admitirnos. Ante nuestra presentación y requerimiento, nos citó para el día siguiente y al segundo relevo que se iniciaba a las dos de la tarde.

Como sabéis por mis entradas anteriores en este blog, los dos años y medio anteriores que había pasado en la mili, lo hice en las oficinas de Capitanía lo que para mí era en plan señorito y tan distinto y distante de la rudeza del trabajo en el campo y en la mina, que hasta entonces había sido mi actividad, desde la mas temprana juventud, o para mejor decir, desde mi adolescencia. También lo he dejado expuesto en otras ocasiones que mi propósito cuando me fui a la mili era el de no volver más al denostado trabajo de la mina. Las circunstancias dispusieron lo contrario.

Así serían alrededor de la una de la tarde salíamos los dos recién licenciados del Ejército, a patita camino de la Ballesta que distaba unos seis o siete kilómetros del pueblo. ¡Cuánta amargura se apoderaba de mis sentimientos en aquellos momentos! ¡Qué oscuro porvenir se vislumbraba en mis pensamientos! ¡Qué ser tan insignificante me consideraba a mí mismo¡!Con estos pesares, llegué, acompañado por Casimiro, a nuestro destino. La explotación minera en aquellas fechas se hallaba en pleno declive, pese a lo cual era obligatoria nuestra admisión.

Quiso la casualidad de que a los dos reciÉn llegados, y solamente a los dos, nos mandaron a trabajar en un frente de carbón en una de las galerías del pozo número 6, para abrir una serie de barrenos que con su posterior "pega" con dinamita, proporcionar el correspondiente desplome de carbón. Este trabajo debería realizarse por barreneros o picadores, categoría que ninguno de los dos habíamos tenido antes, pero la falta de personal y la escasez de otros trabajos, nos asignaron el mencionado.

Provistos de barrenas y picos, comenzamos nuestra faena, que por la dureza del trabajo y que la callosidad de nuestras manos habían desaparecido durante nuestro servicio militar, agraviado con la escasez de oxígeno en la galería que carecía de la pertinente ventilación, no sé el tiempo que habría transcurrido, mi amigo Casimiro y yo, caímos desfallecidos en el lugar del trabajo y cuando fueron a vigilarnos y descubrir el estado en que no encontrábamos, hubieron de sacarnos al exterior y yo lo primero que noté fueron los guantazos que el jefe Don Marcelino me estaba dando en la cara para que volviera en sí. En idéntica situación estaba mi colega. Cuando estuvimos totalmente reanimados, nos indicaron que volvíeramos al trabajo y cada espacio de tiempo corto, saliéramos a la boca de pozo, o sea al principio de la galería junto donde se comunicaba con la luz del pozo, donde se respiraba con normalidad.


A las nueve de la noche terminó aquella jornada. Las manos las teníamos llenas de ampollas. Las sienes nos torpedeaban la cabeza como si dentro de ella tuviéramos alguien golpeándonos con un martillo. Más que el desgaste físico producido por la jornada de trabajo, era la pérdida total de la moral que había bajado hasta hallarse por debajo del nivel del suelo. Y ahora quedaba el recorridos de los seis o siete kilómetros hasta llegar al pueblo. Nunca hasta entonces, ni gracias a Dios tampoco después, me he sentido un ser tan insignificante y deprimido. Y si todo ello no era bastante, no se me quitaba de la memoria de que tal había sucedido aquel día, me esperaba al siguiente, al otro, al otro........ y así, hasta sepa Dios cuando. Cuando aquella noche una vez llegado a mi casa, lavado, ya que en el trabajo no existían duchas ni sitio donde poderse lavar y metido en la cama, confieso en este momento, que por vez primera en mi vida, lloré ante el desencanto sufrido y la dificultad que veía para resolverla.

Mi amigo Casimiro, un par de años después ingreso en la Policía Armada, pero pocos mas tarde falleció. Fue el primero que murió de todos los "quintos". Sin duda hace mas de treinta años de su fallecimiento. Él no puede celebrar esta efemérides. Yo sí, y con la alegría de cuan distinta es a lo que presentía en aquel infausto día.

Dentro de breves fechas, haré mención a otro aniversario, pero diez años anterior al que se refiere la presente entrada en el blog.

No hay comentarios: