Fuente: http://canales.elcomercio.es
28 de marzo de 1939, día de pésimo recuerdo.
Haré una somera historia, antes de entrar en desentrañar el porqué de citar como día de mal recuerdo el citado 28 de marzo de 1939.
Desde septiembre de 1938, ejercía como zagal en la guarda de un rebaño de ovejas de unas trescientas cabezas aproximadamente, bajo las órdenes del Mayoral, un tal José, de unos cincuenta años de edad, y otro pastor, un tal Pepe, de unos sesenta, como entre ellos se llamaban el uno al otro, ambos de Pozoblanco. El ganado pertenecía al Ejército Republicano y por las fechas que cito, lo era durante la Guerra Civil Española. El encargado del mismo era un Comisario Político del Cuerpo de Intendencia del que solo sé, era también de Pozoblanco, se llamaba Bartolomé y era sobrino del Mayoral, e ignoro donde tenía la base de su destino y que posiblemente pudiera ser precisamente Pozoblanco.
Pocos días antes de enrolarme en tal menester, mi padre había sido movilizado y llevado al frente de guerra de Extremadura. Ante la petición para ayudar a los dos pastores en la guarda del rebaño que por decisión del propio ejército republicano lo ubicaron en una finca conocida por Don Elías Cabrera, del término municipal de Pedroche, sin duda requisada al propietario que habría de llamarse así, en la que se había establecido un año antes, una Colectividad de Trabajadores, compuesta por hombres, entre ellos mi padre, todos exiliados de sus respectivos pueblos de residencia como consecuencia de haber sido tomados por las fuerzas sublevadas, o fascistas como eran llamadas en zona roja, donde estábamos. Mi madre accedió a ello debido a que ofrecían que, quincenalmente, nos daban un pequeño suministro de artículos alimenticios de primera necesidad, de lo que tanto escaseábamos, más diez pesetas de jornal diario, aunque el dinero nada valía, debido a que no había casi nada que pudiera comprarse. Hasta aquí, cuanto quería señalar para entrar en materia con lo acaecido el día del que hoy se cumplen SETENTA Y SEIS AÑOS. A mí me faltaba un mes para cumplir los catorce, los mismos que hoy lo son para cumplir los noventa.
Vamos a ello. Recuerdo que no hacía mucho rato que los tres, mayoral, pastor y zagal, habíamos estado comiendo, cada uno en puntos distintos, claro como se hacía todos los días según la situación en que nos encontrábamos para la custodia y guarda del rebaño, cuando apareció todo excitado, el comisario político que antes he citado, y dirigiéndose a su tío, le ordenó que como máximo dentro de una hora u hora y media, había que partir con las ovejas hacía la localidad de Conquista, último pueblo de la provincia de Córdoba, limitando con la de Ciudad Real, tiempo que consideraba mas que suficiente para que fuéramos a nuestros domicilios, se lo comunicáramos a nuestros familiares y tomáramos las cosas precisas para ello. Que el motivo de tal traslado era el de que las fuerzas fascistas estaban rompiendo los frentes de guerra de Pozoblanco en la sierra de la Chimorra, y los de Extremadura, y a fin de que no se apoderaran del ganado, en caso de que pudieran llegar hasta donde estábamos.
Arreando el rebaño a toda marcha hasta los corrales que se hallaban a menos de un kilómetro, lo encerramos en los mismos y cuando yo llegué al cortijo y puse a mi madre en conocimiento de la orden recibida, jamás en toda la vida, y que mi madre falleció cuando iba a cumplir los noventa y siete años de edad, la vi en un estado tan de locura como lo que le produjo la noticia que terminaba de darle. El ambiente desde hacía un par de días estaba muy cargado de rumores alarmantes sobre la situación de la guerra, y que todos eran como que la misma se iba a perder por la República. Mi madre, además de que estaba muy preocupada por la situación de mi padre que se hallaba en el frente de Extremadura y hacía mas de quince días que no sabía nada de él, llorando y gritando se abrazó a mí diciendo que no permitiría que a un niño, como yo entonces lo era, lo apartaran de su madre, y yo, que además del propio miedo que tenía, y de verla a ella en tal estado, comencé a acompañarla en los llantos y así hasta que pasados un rato en tal estado, al fin dándome una manta, y un pequeño hatillo con ropa interior, y como yo consideraba necesaria cumplimentar la orden recibida, que muchas veces las circunstancias suelen obrar acciones incomprensibles, salía hacía la majada, siendo seguido por mi madre durante muchos metros sin dejar de besarme y abrazarme, hasta que al fin y creo que ya falta de fuerzas me dejó seguir. Ella volvía hacía el cortijo donde quedaba en la situación que he señalado, teniendo allí cuatro hijos, de diez, ocho, seis y cuatro años de edad, respectivamente.
Comenzaba a caer la tarde cuando los tres componentes de la guarda, manta y hatillo al hombro, tomábamos el camino al que pronto llegamos casi paralelo a la carretera Pozoblanco-Villanueva de Córdoba, hacia donde llevábamos la intención de llegar para pernoctar en la misma. No llevaríamos una hora caminando, que como he dicho lo era paralelo a la indicada carretera, cuando llegando sobre nuestra altura un tanque quedaba parado en la orilla de la misma conforme circulaba hacía la dirección que nosotros llevábamos. Tal vez pudiera ser por haber sufrido una avería o quizá por haberse quedado sin combustible, un número de cinco o ses militares bajaban del mismo, se despojaban de sus prendas de cabeza y las divisas de su empleo, tirándolas sobre la cuneta de la vía y continuaban su marcha a pie. Cuando el más retrasado se había distanciado unos quince o veinte metros del vehículo blindado, parándose y volviendo la vista hacia el mismo, permaneció por espacio de un minuto poco mas o menos, observándolo muy pensativo, sin duda diciendo el ultimo adiós a una máquina de guerra que la habría tenido bajo su mando por espacio quizá de un par de años, y allí quedaba dando testimonio que de nada había servido tal vez que sin duda en alguno de los combates en que tomara parte, hasta habría ocasionado la muerte de algún que otro soldado y seguro que también españoles. Otros muchos pensamientos y sentimientos le vendrían al recuerdo como los sufrimientos padecidos a lo largo de casi tres años de guerra, tanto ellos como soldados, como la población civil, con la desventaja de que en la parte que el había estado combatiendo le correspondía la derrota para mayor inri, y la incertidumbre de cual fuere su futuro inmediato.
No mas de dos kilómetros mas adelante del punto donde presenciamos lo detallado, había una ambulancia del ejército también parada junto a la orilla de la carretera, con las puertas abiertas y sin que nadie se observara a su alrededor. Sin duda sería abandonada por las mismas causas que el tanque. Lo que nos causaba cierta extrañeza es que el frente de guerra mas próximo a donde caminábamos y quedaban aquellos vehículos, estaba a unos treinta kilómetros, lo que a lo mejor sería la avanzadilla de la desbandada que aquella tarde noche se produjo en todos los frentes de guerra, cuando menos del Sur de España.
Siguiendo nuestra marcha con el ganado, nos alcanzó la noche en un grupo de casas que había junto a la carretera, antes de llegar a Villanueva de Córdoba, vía que ya habíamos tomado para conducir el ganado, donde se hallaba destacada la Plana Mayor de una Brigada del Ejército, donde un componente de la misma, tal vez pudiera ser el mismo general, de lo que no se podía dar fe de ello, dado a que también todos los militares que componían aquella unidad, se habían despojado de sus divisas militares, si bien se podía suponer que serían de alta graduación, ya que vestían en su mayoría prendas todas de cuero, distintas a las que usaban los soldados, ordenó hiciéramos noche allí, encerrando las ovejas en un cercado que había en las proximidades.
Tomamos unos bocadillos que nos fueron servidos por los militares, y cuando no habían transcurrido ni cinco minutos de haberlo tomado, recibí la mayor alegría de mi vida, ya que el marido de la hermana mayor de mi madre, que era el único hombre de la familia que no estaba en el frente por ser el mayor de todos, y temiendo el que caso de llegar los "fascistas" fuera detenido por su actuación en el pueblo al principio de la guerra, se prestó voluntario para reemplazarme. En toda la noche pude pegar ojo y cuando solo estaban asomando las primera claras del siguiente día, tomaba el camino de regreso al cortijo que distaría unos diez kilómetros, donde llegué cuando el sol terminaba de asomarse en aquellos encinares de La Jara, mi madre y yo nos fundimos en un abrazo, que no se cuanto pudo durar, pero seguro lo fue varios minutos.
Unas dos horas después de mi regreso se tuvo noticia que en el cortijo, de que en otro no mas de dos kilómetros de distancia del nuestro, donde había estado instalado un Depósito de Intendencia del Ejército, había sido abandonado por los militares y la población civil se estaba apoderando de todas las existencias que habían dejado. Todos los niños incluso con no mas de cinco o seis años, provistos de sacos o envases corrimos hacía el punto señalado, y dimos varios viajes, especialmente de latas de conservas de carne, y de frutas, y sobre todo de chocolates, que a la par que echábamos a nuestros envases, íbamos comiendo, sin duda mas de la cuenta y en su consecuencia ninguno nos salvamos de sufrir unas diarreas con lo que pagamos nuestra glotonería.
Como consecuencia de estar resultando la presente entrada mas larga de lo normal, este último tramo he tratado de abreviarlo en lo posible, aunque lo que supuso para nuestras menguadas despensas fue bastante importante, los viajes que dimos hasta los abandonados depósitos de la intendencia militar.
Los momentos de la despedida de mi madre cuando partí hacía donde no sabíamos donde y cuál sería nuestra suerte, el solo traerlo al recuerdo, como suele decirse me rebana el alma, y como y cuanto sería lo pasado por ella, solo una madre es capaz de soportarlo.
Hasta la próxima entrada.
Haré una somera historia, antes de entrar en desentrañar el porqué de citar como día de mal recuerdo el citado 28 de marzo de 1939.
Desde septiembre de 1938, ejercía como zagal en la guarda de un rebaño de ovejas de unas trescientas cabezas aproximadamente, bajo las órdenes del Mayoral, un tal José, de unos cincuenta años de edad, y otro pastor, un tal Pepe, de unos sesenta, como entre ellos se llamaban el uno al otro, ambos de Pozoblanco. El ganado pertenecía al Ejército Republicano y por las fechas que cito, lo era durante la Guerra Civil Española. El encargado del mismo era un Comisario Político del Cuerpo de Intendencia del que solo sé, era también de Pozoblanco, se llamaba Bartolomé y era sobrino del Mayoral, e ignoro donde tenía la base de su destino y que posiblemente pudiera ser precisamente Pozoblanco.
Pocos días antes de enrolarme en tal menester, mi padre había sido movilizado y llevado al frente de guerra de Extremadura. Ante la petición para ayudar a los dos pastores en la guarda del rebaño que por decisión del propio ejército republicano lo ubicaron en una finca conocida por Don Elías Cabrera, del término municipal de Pedroche, sin duda requisada al propietario que habría de llamarse así, en la que se había establecido un año antes, una Colectividad de Trabajadores, compuesta por hombres, entre ellos mi padre, todos exiliados de sus respectivos pueblos de residencia como consecuencia de haber sido tomados por las fuerzas sublevadas, o fascistas como eran llamadas en zona roja, donde estábamos. Mi madre accedió a ello debido a que ofrecían que, quincenalmente, nos daban un pequeño suministro de artículos alimenticios de primera necesidad, de lo que tanto escaseábamos, más diez pesetas de jornal diario, aunque el dinero nada valía, debido a que no había casi nada que pudiera comprarse. Hasta aquí, cuanto quería señalar para entrar en materia con lo acaecido el día del que hoy se cumplen SETENTA Y SEIS AÑOS. A mí me faltaba un mes para cumplir los catorce, los mismos que hoy lo son para cumplir los noventa.
Vamos a ello. Recuerdo que no hacía mucho rato que los tres, mayoral, pastor y zagal, habíamos estado comiendo, cada uno en puntos distintos, claro como se hacía todos los días según la situación en que nos encontrábamos para la custodia y guarda del rebaño, cuando apareció todo excitado, el comisario político que antes he citado, y dirigiéndose a su tío, le ordenó que como máximo dentro de una hora u hora y media, había que partir con las ovejas hacía la localidad de Conquista, último pueblo de la provincia de Córdoba, limitando con la de Ciudad Real, tiempo que consideraba mas que suficiente para que fuéramos a nuestros domicilios, se lo comunicáramos a nuestros familiares y tomáramos las cosas precisas para ello. Que el motivo de tal traslado era el de que las fuerzas fascistas estaban rompiendo los frentes de guerra de Pozoblanco en la sierra de la Chimorra, y los de Extremadura, y a fin de que no se apoderaran del ganado, en caso de que pudieran llegar hasta donde estábamos.
Arreando el rebaño a toda marcha hasta los corrales que se hallaban a menos de un kilómetro, lo encerramos en los mismos y cuando yo llegué al cortijo y puse a mi madre en conocimiento de la orden recibida, jamás en toda la vida, y que mi madre falleció cuando iba a cumplir los noventa y siete años de edad, la vi en un estado tan de locura como lo que le produjo la noticia que terminaba de darle. El ambiente desde hacía un par de días estaba muy cargado de rumores alarmantes sobre la situación de la guerra, y que todos eran como que la misma se iba a perder por la República. Mi madre, además de que estaba muy preocupada por la situación de mi padre que se hallaba en el frente de Extremadura y hacía mas de quince días que no sabía nada de él, llorando y gritando se abrazó a mí diciendo que no permitiría que a un niño, como yo entonces lo era, lo apartaran de su madre, y yo, que además del propio miedo que tenía, y de verla a ella en tal estado, comencé a acompañarla en los llantos y así hasta que pasados un rato en tal estado, al fin dándome una manta, y un pequeño hatillo con ropa interior, y como yo consideraba necesaria cumplimentar la orden recibida, que muchas veces las circunstancias suelen obrar acciones incomprensibles, salía hacía la majada, siendo seguido por mi madre durante muchos metros sin dejar de besarme y abrazarme, hasta que al fin y creo que ya falta de fuerzas me dejó seguir. Ella volvía hacía el cortijo donde quedaba en la situación que he señalado, teniendo allí cuatro hijos, de diez, ocho, seis y cuatro años de edad, respectivamente.
Comenzaba a caer la tarde cuando los tres componentes de la guarda, manta y hatillo al hombro, tomábamos el camino al que pronto llegamos casi paralelo a la carretera Pozoblanco-Villanueva de Córdoba, hacia donde llevábamos la intención de llegar para pernoctar en la misma. No llevaríamos una hora caminando, que como he dicho lo era paralelo a la indicada carretera, cuando llegando sobre nuestra altura un tanque quedaba parado en la orilla de la misma conforme circulaba hacía la dirección que nosotros llevábamos. Tal vez pudiera ser por haber sufrido una avería o quizá por haberse quedado sin combustible, un número de cinco o ses militares bajaban del mismo, se despojaban de sus prendas de cabeza y las divisas de su empleo, tirándolas sobre la cuneta de la vía y continuaban su marcha a pie. Cuando el más retrasado se había distanciado unos quince o veinte metros del vehículo blindado, parándose y volviendo la vista hacia el mismo, permaneció por espacio de un minuto poco mas o menos, observándolo muy pensativo, sin duda diciendo el ultimo adiós a una máquina de guerra que la habría tenido bajo su mando por espacio quizá de un par de años, y allí quedaba dando testimonio que de nada había servido tal vez que sin duda en alguno de los combates en que tomara parte, hasta habría ocasionado la muerte de algún que otro soldado y seguro que también españoles. Otros muchos pensamientos y sentimientos le vendrían al recuerdo como los sufrimientos padecidos a lo largo de casi tres años de guerra, tanto ellos como soldados, como la población civil, con la desventaja de que en la parte que el había estado combatiendo le correspondía la derrota para mayor inri, y la incertidumbre de cual fuere su futuro inmediato.
No mas de dos kilómetros mas adelante del punto donde presenciamos lo detallado, había una ambulancia del ejército también parada junto a la orilla de la carretera, con las puertas abiertas y sin que nadie se observara a su alrededor. Sin duda sería abandonada por las mismas causas que el tanque. Lo que nos causaba cierta extrañeza es que el frente de guerra mas próximo a donde caminábamos y quedaban aquellos vehículos, estaba a unos treinta kilómetros, lo que a lo mejor sería la avanzadilla de la desbandada que aquella tarde noche se produjo en todos los frentes de guerra, cuando menos del Sur de España.
Siguiendo nuestra marcha con el ganado, nos alcanzó la noche en un grupo de casas que había junto a la carretera, antes de llegar a Villanueva de Córdoba, vía que ya habíamos tomado para conducir el ganado, donde se hallaba destacada la Plana Mayor de una Brigada del Ejército, donde un componente de la misma, tal vez pudiera ser el mismo general, de lo que no se podía dar fe de ello, dado a que también todos los militares que componían aquella unidad, se habían despojado de sus divisas militares, si bien se podía suponer que serían de alta graduación, ya que vestían en su mayoría prendas todas de cuero, distintas a las que usaban los soldados, ordenó hiciéramos noche allí, encerrando las ovejas en un cercado que había en las proximidades.
Tomamos unos bocadillos que nos fueron servidos por los militares, y cuando no habían transcurrido ni cinco minutos de haberlo tomado, recibí la mayor alegría de mi vida, ya que el marido de la hermana mayor de mi madre, que era el único hombre de la familia que no estaba en el frente por ser el mayor de todos, y temiendo el que caso de llegar los "fascistas" fuera detenido por su actuación en el pueblo al principio de la guerra, se prestó voluntario para reemplazarme. En toda la noche pude pegar ojo y cuando solo estaban asomando las primera claras del siguiente día, tomaba el camino de regreso al cortijo que distaría unos diez kilómetros, donde llegué cuando el sol terminaba de asomarse en aquellos encinares de La Jara, mi madre y yo nos fundimos en un abrazo, que no se cuanto pudo durar, pero seguro lo fue varios minutos.
Unas dos horas después de mi regreso se tuvo noticia que en el cortijo, de que en otro no mas de dos kilómetros de distancia del nuestro, donde había estado instalado un Depósito de Intendencia del Ejército, había sido abandonado por los militares y la población civil se estaba apoderando de todas las existencias que habían dejado. Todos los niños incluso con no mas de cinco o seis años, provistos de sacos o envases corrimos hacía el punto señalado, y dimos varios viajes, especialmente de latas de conservas de carne, y de frutas, y sobre todo de chocolates, que a la par que echábamos a nuestros envases, íbamos comiendo, sin duda mas de la cuenta y en su consecuencia ninguno nos salvamos de sufrir unas diarreas con lo que pagamos nuestra glotonería.
Como consecuencia de estar resultando la presente entrada mas larga de lo normal, este último tramo he tratado de abreviarlo en lo posible, aunque lo que supuso para nuestras menguadas despensas fue bastante importante, los viajes que dimos hasta los abandonados depósitos de la intendencia militar.
Los momentos de la despedida de mi madre cuando partí hacía donde no sabíamos donde y cuál sería nuestra suerte, el solo traerlo al recuerdo, como suele decirse me rebana el alma, y como y cuanto sería lo pasado por ella, solo una madre es capaz de soportarlo.
Hasta la próxima entrada.
1 comentario:
Qué barbaridad. Qué relato este, Rafael. Aquí estoy con los pelos de punta. Cuántos momentos de sacrificio y de heroísmo anónimo se producirían en aquellos días, mezclados con otros de resignación, de impotencia, o de hartazgo, o de alivio... gracias por traérnoslos al presente, como siempre, para la reflexión. Qué tesoro.
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