sábado, 28 de marzo de 2015

Día de mal recuerdo



28 de marzo de 1939, día de pésimo recuerdo.

Haré una somera historia, antes de entrar en desentrañar el porqué de citar como día de mal recuerdo el citado 28 de marzo de 1939.

Desde septiembre de 1938, ejercía como zagal en la guarda de un rebaño de ovejas de unas trescientas cabezas aproximadamente, bajo las órdenes del  Mayoral, un tal José, de unos cincuenta años de edad, y otro pastor, un tal Pepe, de unos sesenta, como entre ellos se llamaban el uno al otro,  ambos de Pozoblanco. El ganado pertenecía al Ejército Republicano y por las fechas que cito, lo era durante la Guerra Civil Española. El encargado del mismo era un Comisario Político del Cuerpo de Intendencia del que solo sé, era también de Pozoblanco, se llamaba Bartolomé y era sobrino del Mayoral, e ignoro donde tenía la base de su destino y que posiblemente pudiera ser precisamente Pozoblanco.

Pocos días antes de enrolarme en tal menester, mi padre había sido movilizado y llevado al frente de guerra de Extremadura. Ante la petición para ayudar a los dos pastores en la guarda del rebaño que por decisión del propio ejército republicano lo ubicaron en una finca conocida por Don Elías Cabrera, del término municipal de Pedroche, sin duda requisada al propietario que habría de llamarse así,  en la que se había establecido  un año antes, una Colectividad de Trabajadores, compuesta por hombres, entre ellos mi padre, todos exiliados de sus respectivos pueblos de residencia como consecuencia de haber sido tomados por las fuerzas sublevadas, o fascistas como eran llamadas en zona roja, donde estábamos. Mi madre accedió a ello debido a que ofrecían que, quincenalmente, nos daban un pequeño suministro de artículos alimenticios de primera necesidad, de lo que tanto escaseábamos, más diez pesetas de jornal diario, aunque el dinero nada valía, debido a que no había casi nada que pudiera comprarse. Hasta aquí, cuanto quería señalar para entrar en materia con lo acaecido el día del que hoy se cumplen SETENTA Y SEIS AÑOS. A mí me faltaba un mes para cumplir los catorce, los mismos que hoy lo son para cumplir los noventa.

Vamos a ello. Recuerdo que no hacía mucho rato que los tres, mayoral, pastor y zagal,  habíamos estado comiendo, cada uno en puntos distintos, claro como se hacía todos los días según la situación en que nos encontrábamos para la custodia y guarda del rebaño, cuando apareció todo excitado, el comisario político que antes he citado, y dirigiéndose a su tío, le ordenó que como máximo dentro de una hora u hora y media, había que partir con las ovejas hacía la localidad de Conquista, último pueblo de la provincia de Córdoba, limitando con la de Ciudad Real, tiempo que consideraba mas que suficiente para que fuéramos a nuestros domicilios, se lo comunicáramos a nuestros familiares y tomáramos las cosas  precisas para ello. Que el motivo de tal traslado era el de que las fuerzas fascistas estaban rompiendo los frentes de guerra de Pozoblanco en la sierra de la Chimorra, y los de Extremadura, y a fin de que no se apoderaran del ganado, en caso de que pudieran llegar hasta donde estábamos.

Arreando el rebaño a toda marcha hasta los corrales que se hallaban a menos de un kilómetro, lo encerramos en los mismos y cuando yo llegué al cortijo y puse a mi madre en conocimiento  de la orden recibida, jamás en toda la vida, y que mi madre falleció cuando iba a cumplir los noventa y siete años de edad, la vi en un estado tan de locura como lo que le produjo la noticia que terminaba de darle. El ambiente desde hacía un par de días estaba muy cargado de rumores alarmantes sobre la situación de la guerra, y que todos eran como que la misma se iba a perder por la República. Mi madre, además de que estaba muy preocupada por la situación de mi padre que se hallaba en el frente de Extremadura y hacía mas de quince días que no sabía nada de él, llorando y gritando se abrazó a mí diciendo que no permitiría que a un niño, como yo entonces lo era, lo apartaran de su madre, y yo, que además del propio miedo que  tenía, y de verla a ella en tal estado, comencé a acompañarla en los llantos y así hasta que pasados un rato en tal estado, al fin dándome una manta, y un pequeño hatillo con ropa interior, y como yo consideraba necesaria cumplimentar la orden recibida, que muchas veces las circunstancias suelen obrar acciones incomprensibles, salía hacía la majada, siendo seguido por mi madre durante muchos metros sin dejar de besarme y abrazarme, hasta que al fin y creo que ya falta de fuerzas me dejó seguir. Ella volvía hacía el cortijo donde quedaba en la situación que he señalado, teniendo allí cuatro hijos, de diez, ocho, seis y cuatro años de edad, respectivamente.

Comenzaba a caer la  tarde cuando los tres componentes de la guarda, manta y hatillo al hombro, tomábamos el camino al que pronto llegamos casi paralelo a la carretera Pozoblanco-Villanueva de Córdoba, hacia donde llevábamos la intención de llegar para pernoctar en la misma. No llevaríamos una hora caminando, que como he dicho lo era paralelo a la indicada carretera, cuando llegando sobre nuestra altura un tanque quedaba parado en la orilla de la misma conforme circulaba hacía la dirección que nosotros llevábamos. Tal vez pudiera ser por haber sufrido una avería o quizá por haberse quedado sin combustible, un número de cinco o ses militares bajaban del mismo, se despojaban de sus prendas de cabeza y las divisas de su empleo, tirándolas sobre la cuneta de la vía y continuaban su marcha a pie. Cuando el más retrasado se había distanciado unos quince o veinte metros del vehículo blindado, parándose y volviendo la vista hacia el mismo, permaneció por espacio de un minuto poco mas o menos, observándolo muy pensativo, sin duda diciendo el ultimo adiós a una máquina de guerra que la habría tenido bajo su mando por espacio quizá de un par de años, y allí quedaba dando testimonio que de nada había servido tal vez que sin duda en alguno de los combates en que tomara parte, hasta habría ocasionado la muerte de algún que otro soldado y seguro que también españoles. Otros muchos pensamientos y sentimientos le vendrían al recuerdo como los sufrimientos padecidos a lo largo de casi tres años de guerra, tanto ellos como soldados, como la población civil, con la desventaja de que en la parte que el había estado combatiendo le correspondía la derrota para mayor inri, y la incertidumbre de cual fuere su futuro inmediato.

No mas de dos kilómetros mas adelante del punto donde presenciamos lo detallado, había una ambulancia del ejército también parada junto a la orilla de la carretera, con las puertas abiertas y sin que nadie se observara a su alrededor. Sin duda sería abandonada por las mismas causas que el tanque. Lo que nos causaba cierta extrañeza es que el frente de guerra mas próximo a donde caminábamos y quedaban aquellos vehículos, estaba a unos treinta kilómetros, lo que a lo mejor sería la avanzadilla de la desbandada que aquella tarde noche se produjo en todos los frentes de guerra, cuando menos del Sur de España.

Siguiendo nuestra marcha con el ganado, nos alcanzó la noche en un grupo de casas que había junto a la carretera, antes de llegar a Villanueva de Córdoba, vía que ya habíamos tomado para conducir el ganado, donde se hallaba destacada la Plana Mayor de una Brigada del Ejército, donde un componente de la misma, tal vez pudiera ser el mismo general, de lo que no se podía dar fe de ello, dado a que también todos los militares que componían aquella unidad, se habían despojado de sus divisas militares, si bien se podía suponer que  serían de alta graduación, ya que vestían en su mayoría prendas todas de cuero, distintas a las que usaban los soldados, ordenó hiciéramos noche allí, encerrando las ovejas en un cercado que había en las proximidades.

Tomamos  unos bocadillos que nos fueron servidos por los militares, y cuando no habían transcurrido ni cinco minutos de haberlo tomado, recibí la mayor alegría de mi vida, ya que el marido de la hermana mayor de mi madre, que era el único hombre de la familia que no estaba en el frente por ser el mayor de todos, y temiendo el que caso de llegar los "fascistas" fuera detenido por su actuación en el pueblo al principio de la guerra, se prestó voluntario para reemplazarme. En toda la noche pude pegar ojo y cuando solo estaban asomando las primera claras del siguiente día, tomaba el camino de regreso al cortijo que distaría unos diez kilómetros, donde llegué cuando el sol terminaba de asomarse en aquellos encinares de La Jara, mi madre y yo nos fundimos en un abrazo, que no se cuanto pudo durar, pero seguro lo fue varios minutos.

Unas dos horas después de mi regreso se tuvo noticia que en el cortijo, de que en otro no mas de dos kilómetros de distancia del nuestro, donde había estado instalado un Depósito de Intendencia del Ejército, había sido abandonado por los militares y la población civil se estaba apoderando de todas las existencias que habían dejado. Todos los niños incluso con no mas de cinco o seis años, provistos de sacos o envases corrimos hacía el punto señalado, y dimos varios viajes, especialmente de latas de conservas de carne, y de frutas, y sobre todo de chocolates, que a la par que echábamos a nuestros envases, íbamos comiendo, sin duda mas de la cuenta y en su consecuencia ninguno nos salvamos de sufrir unas diarreas con lo que pagamos nuestra glotonería.

Como consecuencia de estar resultando la presente entrada mas larga de lo normal, este último tramo he tratado de abreviarlo en lo posible, aunque lo que supuso para nuestras menguadas despensas fue bastante importante, los viajes que dimos hasta los abandonados depósitos de la intendencia militar.

Los momentos de la despedida de mi madre cuando partí hacía donde no sabíamos donde y cuál sería nuestra suerte, el solo traerlo al recuerdo, como suele decirse me rebana el alma, y como y cuanto sería lo pasado por ella, solo una madre es capaz de soportarlo.

Hasta la próxima entrada.

miércoles, 25 de marzo de 2015

Pasando página




Aunque hace ya tres años que dejé de conducir (automóviles se entiende), más que por carecer de facultades, por atender a las recomendaciones de mis hijos, esta mañana en un rutinario escrutinio de documentos, de todos esos que suelen formar parte de la nostalgia de los ya metidos en años, se ha puesto ante mis ojos el último permiso de conducir que me fue concedido y que estaba en vigor hasta precisamente antes de ayer, o sea el día 22 del actual.

Aunque, y perdón, quizá porque tal vez pueda resultar un tanto pedante o fanfarrón, yo que cada vez que oigo pronunciar la palabra  "anciano" no me considero incluido dentro de ese término, en el momento de ojear el referido permiso de conducir, he sentido cierto gusanillo de tristeza al comprobar que con el vencimiento del tan  repetido permiso y la NO renovación del mismo, doy por pasada una página más en el devenir de mi ya larga vida.

Como eso de los proyectos, sean de la índole que fueren, si reconozco y me considero no suelen estarlo ya para mí, me hacen volver la vista atrás, y como cada hijo de vecino, a estas alturas del tiempo pasado, me pasan por la mente esas principales etapas o circunstancias que van dejando hitos como señal, especialmente donde han ido culminando hechos señalados por los que vamos pasando, en el recorrido de, unas veces, podrían catalogarse de grandes y lujosas avenidas, autopistas, calles, carreteras, callejuelas, veredas y hasta vericuetos, que el destino nos impone en el caminar por la vida. Pero aquí también, y no pienso ahora pedir perdón por ello, en mis sentimientos bullen el considerarme he circulado en la inmensa mayoría de toda mi vida, por esas grandes y lujosas avenidas, o formidables autopistas en las que cuando se van recorriendo, se ensanchan las sensibilidades y a la par que se van dando gracias a Dios de que así lo sea, te van dejando ese regustillo de andar y haber tenido la dicha de venir a este mundo, donde la catalogación en la inmensa mayoría de las veces en considerarlo como premio o castigo, depende del talante de cada cual. O sea, como suele decirse de ver, no la botella medio llena o medio vacía, cuando contiene la mitad de su volumen ocupado, si no incluso de considerarla LLENA, cuando a lo mejor solo contiene unos posos que hasta pudieran considerarse como "zurrapas".

Sí, así ha sido mi forma de ser y pensar, y ahora en este caso del que me ha traído a esta nueva entrada en el blog, con el dejar de conducir y el cese en la validez del permiso, he ganado, el no tener que preocuparme si cuando llegaba al barrio había o no había sitio donde estacionar el coche, de si estaba el mismo más o menos limpio y proceder en su consecuencia, de tener que repostar a cada momento que parecía que el combustible se lo bebía aún estando parado, sin tener que estar siempre pendiente del despiste o barrabasada que pudiera cometer cualquier otro conductor, y como recompensa, tengo la de viajar en el autobús contemplando todo cuanto se va cruzando por el camino, que la preocupación que antes había que llevarse al volante, tiene que llevarla el conductor del mismo, e incluso hasta las no pocas veces el comportamiento de los demás pasajeros te dan, si se observan, el modo y forma de ser las gentes, que en no pocas ocasiones hablando de forma que los demás pasajeros hemos de enterarnos por fuerza de todos sus problemas que va contando a quien lleva a su lado, que posiblemente le vaya en ello lo mismo que a los demás, y así un largo etcétera. Sobre esto, voy a relatar un hecho contemplado ayer tarde cuando regresaba a casa en el autobús, que me trajo entretenido durante la mayor parte del trayecto.

Resulta que viajaba en el mismo un matrimonio metidito en años, y estoy por asegurar que el marido había sido Guardia Civil de Tráfico aquí en Málaga y al que estuve tentado por preguntarle tal circunstancia. Pero yendo al hecho, resulta que la esposa, debe ser de esas que, como se dice, no se calla ni debajo del agua, y no cesaba un instante de hablar y de gesticular, y como la hora que eran las tres y algunos minutos de la tarde, y no sé si el matrimonio habría comido por ahí, el caso es que el marido, que parecía estar a punto de dar una cabezada, no se inmutaba siquiera a cuanto la mujer decía,  y cuando hacia casi veinte minutos en que yo tomé el autobús en el que ellos ya venían, el paciente marido se limitó a hacer un ligero movimiento de cabeza, pero sin despegar los labios siquiera, como muestra de asentimiento a cuanto su incansable esposa no paraba de decirle. Simplemente ese gesto, era la respuesta dada a casi media hora de charla a marchas forzadas que parecía denotar en sus exposiciones. En un momento de la charla de la señora, quise descubrir que se refería a la descripción de la  cara de otra persona, porque se pasaba la mano derecha por la suya, los ojos, la nariz y sobre todo el mentón, que seguro debiera tenerlo bastante prominente, por el gesto que hizo al pasar la mano por el mismo. Yo procuraba mirarlos con cierto disimulo porque me producía una sonrisa que me era imposible de ocultar, a la par que sentía compasión por el paciente marido, aunque creo que el propio Job no lo era tanto como éste.

En concreto, que el paso del tiempo todo lo va colocando en su sitio, aunque a mí hasta el momento, cuando menos, no ha podido quitarme la ilusión y el deseo de vivir, el considerarme un ser privilegiado que todos debemos hacerlo por el mero hecho de venir a esta vida, y en fin, aunque deba andar por los espacios donde se debe ir haciendo balance de todo lo pasado, creo y espero no me sorprenda negligente de dar cuenta a Dios de todos mis actos, a la vez que nunca podré darle las suficientes gracias por todo cuanto me ha dado y sigue dándome.

Hasta la próxima, que sobre la conducción de automóviles ya me está vedado pronunciarme al haber prescrito lo que a ello me autorizaba.

martes, 17 de marzo de 2015

Aquellos DÍAS DE QUINTOS


Los días de quintos cuando yo moceaba, eran días extraordinarios en los pueblos. Los hombres teníamos entonces un hito importante en nuestras vidas, que solía contarse en el antes o después de la mili.

Cada quinta, o reemplazo como era la denominación oficial, tenía para ello tres días de trámite, en distintas fechas.

El primero, al que se le llamaba el día de la talla, consistía en el alistamiento, reconocimiento médico, y que entre ello entraba la talla del mozo, y de ahí salía el que se le clasificara  de "apto" para el servicio de las armas, cuyo término de no apto, realmente era el de "inútil total  para el servicio de las armas". También había una circunstancia entremedia, que se consideraba "útil solo para servicios auxiliares", que solía aplicarse al que tenía cierta merma de condiciones físicas, que no lo consideraba para ser clasificado como "apto". Estos eran llamados a filas y solían prestar solo servicios de limpieza, de cocina, imaginaria, cuartel y todos aquellos en los que no fuere necesario el uso de las armas. Solían ser muy escasos los que eran clasificados como tales.

Este primer acto se realizaba durante el verano del año anterior al que habías de incorporarte al Ejército, que en el caso de mi "quinta", lo fue el día primero de agosto de 1945. Todos estos actos se realizaban en los Ayuntamientos de los pueblos o ciudades, y cuyos resultados eran enviados a las Cajas de Recluta que se hallaban enclavadas en Capitales de provincia, y en las que había más de una, en pueblos importantes situados en puntos que comprendían varios pueblos y que solían estar mas alejados de la Capital. Oficialmente también a este hecho, se le denominaba "Ingreso en Caja".

El segundo acto era el sorteo del reemplazo para determinar a los puntos donde habían de destinarse por las Cajas de Recluta, y que se hacía extrayendo de un bombo una letra del abecedario, y a partir de esa letra por orden alfabético del primer apellido de cada mozo, y el cupo que se había establecido de enviar a cada Región militar o plaza, se iban destinando según correspondiera al orden que se había preestablecido.

Pues el día del sorteo de mi quinta, se realizó el domingo 17 de marzo de 1946. Hoy se cumplen, nada menos, pero nada más, que SESENTA Y NUEVE AÑOS de ello. La mayoría de los quintos de mi pueblo (entre ellos yo), nos tocó Sevilla. De ello fuimos informados por la familia de uno de los quintos que tenía familia que vivía en Córdoba y a su vez tenían la central de teléfonos en el pueblo, por cuyo conducto lo hicieron y por medio de un propio, nos lo hicieron llegar hasta donde nos encontrábamos preparando las pitanzas. A partir de tener conocimiento del resultado del sorteo, cada cual daba contínuos vivas a la ciudad o pueblo donde había sido destinado.

Cada día en que se realizaba uno de estos actos, era celebrado por los Quintos, con una comilona, siempre en el campo, y bien regada con vino abundante. No se porqué, al día del sorteo era al que mayor solemnidad solía dársele, dado también a que dos o tres semanas después llegaba la hora de marcharse, como en nuestro caso, sucedió el siguiente seis de abril, veinte días después del sorteo.

Sobre este día quiero recordar escribí ya en una ocasión anterior, y nos comimos un chivo en las inmediaciones del Balneario de Fuente Agria, a dos kilómetros de mi pueblo. También, y creo lo cite en la entrada anterior que señalo, que mientras se preparaba la comida, el hijo del dueño de la finca, que  también era quinto, tenían una vaquilla, que los cuernos eran como dos botones, o sea comenzaban a asomar en la cabeza. y que embestía tan pronto se la citaba y dio varios revolcones a quienes se ponían delante de ella. Aunque siempre lo supe, aquel día me desengañé de que yo no vine al mundo para ser torero, pues mientras la vaquilla anduvo por nuestras proximidades, yo me la pasé subido a un árbol, y no fui el único, si no que me copiaron algún que otro compañero. Terminado el atracón de carne, que a la mayoría buena falta nos hacía, nos fuimos al pueblo continuando la juerga durante toda la tarde y noche, y en lo que era  costumbre, entonando canciones de las llamadas de "quintos", que generalmente en su mayoría. eran de tono bastante subidas, especialmente por lo que respecta al sexo, y de lo que se les perdonaba, solo a los "quintos", en sus días especiales.

Tales acontecimientos, tan arraigados estaban, sobre todo en los pueblos pequeños, que hoy mirando hacía atrás, parece mentira que no queda actualmente ni siquiera creo, el recuerdo de aquellos acontecimientos, que bastante importancia y trascendencia se les daba por los jóvenes varones, y que como citaba anteriormente, aquello suponía el final de una etapa de la vida, y el comienzo de otra, para nosotros. No obstante, y retrotrayendo el recuerdo a como entonces solía vivirse la vida, hasta yo mismo, y creo que sucedería igualmente a mis coetáneos, si pudiéramos contemplar tal se celebraban aquellos jolgorios, los consideraríamos como fuera de lugar y  de sitio. Aunque con cierta nostalgia, hay  que reconocer que los tiempos pasan, y con ellos se llevan, no solo a las personas, sino también hasta los usos y costumbres de las épocas que lo fueron.

De aquellos quince o veinte que formábamos la quinta, solo quedamos en este mundo, dos, precisamente mi mas íntimo amigo, que incluso, por ser tres días mayor que yo, estamos inscritos en el Libro del Registro Civil, él, en folio par y yo en el impar siguiente, que una vez se cierra el libro, estamos los dos juntitos desde ya mismo va a hacer noventa años de ello. El primero en fallecer, de mis "quintos" hace ya más de cincuenta años. Después le fueron siguiendo los demás. Mi amigo Alfonso y yo, continuamos por estos lares y "unidos", manteniendo una amistad, que en mi pueblo, Villaharta, se cita como ejemplo de ello.

Hasta la próxima entrada.

martes, 10 de marzo de 2015

Palabras moribundas


Tras trece días de sequía bloguera, por desidia o como consecuencia de una prueba médica, de la que hube de pasar por el quirófano que me ha tenido un tanto desganado, y ya repuesto gracias a Dios, hoy al fin me decido nuevamente a verificar otra entrada en este blog.

Después de leer un libro que recientemente me ha sido regalado por un familiar querido, cuyo título es el mismo al que he dado a esta entrada, o sea "Palabras moribundas", que como su título reza lo son de palabras que a lo largo de los años se han ido olvidando, o están a punto de serlo, y de las cuales cuando menos un noventa por ciento me son conocidas e incluso usadas por mí en mi niñez, juventud y ya metido en años, salvo algunas de las que solo han sido, o lo son, usadas en puntos muy determinados de España e incluso en países de habla española, primero me han dejado un tanto pensativo de los años que arrastrados llevo, y para mayor "inri", otras muchas de las que los dos autores del libro han dejado de citar, que aún como antes he señalado, también he utilizado a lo largo de mis años. Sobre éstas, hoy voy a citar solo tres de ellas y en entradas sucesivas iré señalando alguna que otra.

Comenzaré la casa por el tejado como suele decirse, o sea por orden alfabético invertido, de la Z a la A. Vamos a ello.

Zurrón. Según el DRAE, "bolsa grande de pellejo que regularmente usan los pastores para guardar y llevar su comida u otras cosas." El hecho de que se cite que era de pellejo, generalmente de piel de cabra u oveja, era para que si en alguna ocasión si se derramaba en el interior parte de la comida que  estaba hecha con aceite, no se traspasara la mancha y llegara a la ropa de los mismos. Generalmente, y lo digo por haberlo visto, solían añadirle al zurrón por la parte exterior, que descansaba sobre la espalda, un trozo de piel de oveja con su propia lana, a fin de que caso de que incluso la mancha lo traspasara, nunca podía llegar a su vestimenta.

Los cazadores asimismo solían, y no sé si lo seguirán haciendo, utilizando el zurrón,  y en mis años mozos, había un dicho de los mismos, que cuando cobraban una pieza, solían decir "¡Pieza al zurrón!".

En la actualidad, las misiones del zurrón, y su formato, aunque confeccionadas de diferente material, son las mochilas de uso tan popular, y los pastores, no sé si seguirán utilizando el zurrón como lo hacían en mis años de niño y joven, el caso es que hace muchas anualidades no he oído pronunciar semejante palabra, por lo que cuando menos, considero debieran haberla incluido también como "moribunda" o "agonizante".

Zurrapa. En su primera acepción el DRAE dice "Brizna, pelillo o sedimento que se halla en los líquidos y que poco a poco se va sentando". Tan de uso lo era en mis tiempos como solemos decir los metidos en años, que incluso había un dicho del tenor siguiente: "Al primer tapón, zurrapa", que solía emplearse cuando algún intento en su primera intención había fracasado, como el experimento de una nueva comida, un trabajo, un proyecto, etcétera, y que este dicho, si suele oírse de vez en vez, sobre todo por personas mayores.

Este nombre se daba también a los residuos de los productos de una matanza, a los posos de una bebida, y también en mi pueblo por lo menos, se le llamaba así a los posos que quedaban en los vasos o tazas donde se tomaba el café. Sin embargo, años ha, no he oído pronunciar esta palabra, aunque para mí sigue siéndome familiar, pero creo tiene ganado el mérito de estar incluída entre las "moribundas".


Talega. La define el DRAE como "Saco o bolsa ancha y corta, de lienzo basto u otra tela, que sirve para llevar o guardar las cosas".

Esta palabra si que hace no sé cuantos años no la he oído pronunciar, y nunca por los jóvenes, cuando en mis años, vuelvo a repetirme, lo era de uso diario, e incluso utilizada por mí, al igual que  la inmensa mayoría de los trabajadores que se desplazaban desde el pueblo para trabajar en punto distinto al mismo. Yo la utilicé, lo mismo en los trabajos del campo, que los dos años que trabajé en la mina, donde llevaba la comida, y generalmente solíamos llevarla enganchada al cinturón que sostenía los pantalones, con el cuidado de que, como señalé en los zurrones, no se derramara la comida y nos manchara los pantalones.

Si está vigente una palabra, que aunque pueda parecer un diminutivo de talega, no lo es, y es la llamada "taleguilla", que resulta ser el nombre que se da al calzón del traje de luces de los toreros utilizado en las corridas. Así en muchas ocasiones y en las referencias, sobre todo cuando el torero es cogido por el toro, se escribe "fue enganchado por la taleguilla", que resulta lo enganchó por alguna parte del pantalón, que por cierto lo utilizan muy ceñido, para evitar el ser enganchados por dicha prenda con facilidad.


¡Cómo el tiempo todo lo va transformando, y que en su día a día nada se nota, pero volviendo la vista atrás ochenta o algunos años más, cuántas cosas no lo son tal lo eran, entre ellas, yo mismo! No obstante esto último, mucho más es lo ganado desde aquellos tiempos y de mayor importancia, que la pérdida, o dejado de utilizarse gran número de las palabras que lo fueron mi uso cotidiano, y si cuando comencé a tener uso de razón, me hubieren dicho, cómo me hallaría a las puertas de ser nonagenario, hubiere dado, como hoy no lo hago por carecer de facultades, más saltos que un canguro.

Hasta la próxima entrada.