Los Sabandeños - Llamarme Guanche
Con la llegada de estas temperaturas a lo que aquí en Málaga ya llegamos a llamar frío, se me vienen al recuerdo aquellos sabañones y cabrillas que con motivo de la llegada de los frios invernales, solíamos padecer en general los niños, y las cabrillas, mas generalizadas en las mujeres de aquellos tiempos a los que yo me refiero.
Para despejar alguna mala interpretación a cuanto acabo de señalar, diré que los sabañones y las cabrillas se originaban por el acercamiento a las lumbres de las chimeneas y los braseros, que solían colocarse en las mesas camillas (o mesas estufas como se les llamaba en mi pueblo) cuando llegaban los fríos, cosa que creo ha desaparecido por completo, a la par que lo han hecho aquellas candelas en la chimeneas y los braseros de picón que a lo largo de todo el invierno se utilizaban.
Los niños de hoy, no saben de lo que se han librado, pues aquellos sabañones que salían en las manos, los pies y las orejas, originaban dos circunstancias, que no se cuales de ellas era peor, la picazón en algunos casos cuando del frío te aproximabas al calor de la candela o el brasero, o el dolor que te producía cuando se te enfriaban.
También durante la noche, en la cama cuando se te calentaban los pies, manos y orejas, esos picores llegaban a despertarte y alterarte el sueño, hechos que noche tras noche, y así durante todo el invierno, yo, como todos los niños, solíamos padecer.
Las cabrillas salían solo en la parte anterior de las piernas por su acercamiento también a la candela y el brasero. Digo que generalmente eran las mujeres de mis tiempos, debido a que como entonces, cuando menos en mi pueblo no salían a trabajar fuera de casa, estaban en la misma, bien junto a la candela preparando las comidas y luego una vez terminados esos menesteres, lo hacían cosiendo u otras ocupaciones, pero sentadas en la mesa camilla, se les originaban esas manchas que solo con el uso de aquellas medias de algodón, de color negro, que en su mayoría solían confeccionarse ellas mismas, como mi madre hacía, conseguían que salieran a la vista exterior y con ello se evitaba la fealdad que ello originaba, y también porque jamás una mujer solía usar pantalones en sus vestimentas ordinarias, lo que solo en las faenas de la recolección de la aceituna utilizaban una especie de pantalón que desde la cintura les llegaba hasta una altura aproximada de los tobillos y que en su parte inferior solían amarrarse a la pierna por medio de una especie de cinta.
Pero, ¿y en los hombres porque se daban menos los sabañones y en rarísimas ocasiones las cabrillas? Sencillamante como estaban trabajando en el campo, no solían arrimarse a las lumbres, por supuesto durante largos espacios de tiempo, y ni por supuesto a los braseros, y también dado a que utilizando los pantalones, y también, como recuerdo lo hacía mi padre, usaban calzoncillos que como en los pantalones de las mujeres en las faenas de recoger la aceituna, pero en color blanco, les llegaba hasta los tobillos, e igualmente mediante unas cintas de color blanco se los amarraban a esa altura de la pierna, cuestión que les suponía un punto importante de combatir el frío en la faena a campo descubierto como habían de trabajar.
Quedan fijos en mis recuerdos aquellas estampas de varios niños, mal vestidos, y en no pocas ocasiones mal nutridos, ateridos de frío, a veces hasta discutiendo por ver quien ocupaba el mejor sitio para poder recibir el calor de aquellas candelas de leña de encina que en todos los hogares por imperativo de las temperaturas dentro de las propias casas había que hacer.
Pero de todo esto de los sabañones, lo que mas llegó a impactarme al punto que, pasados así como ochenta años largos, no se me ha olvidado, ni jamás estoy seguro ya lo haré, dado a que lo era antes de la Guerra Civil Española, un señor del que recuerdo solo se apellidaba Marín, procedente de la localidad vecina a mi pueblo llamada Espiel, y utilizando un pequeño burro de andar diligente, venía hasta mi pueblo dos o tres veces por semana a lo largo de todo el año, vendiendo pescado y que cuando apenas había amanecido ya estaba allí tras haber recorrido una distancia de unos quince kilómetros que separan ambas localidades, y aquel hombre tenía la parte superior de los hélix de ambas orejas, todo de un color morado y se le notaba de haber perdido cuando menos varios centímetros de sus orejas en la parte señalada, lo que entonces, y hoy también, pensaba y pienso cuantos picores y dolores habría de haber padecido aquel hombre para llegar al punto de haber dejado sus pabellones auriculares en aquella situación. El trayecto que había de recorrer de su pueblo al mío, que como he citado lo era de unos quince kilómetros, mas de diez, lo eran por un terreno de lo mas frío de aquellos contornos, pero lo que tampoco nunca llegue a comprender, ni hoy tampoco, el porqué de no haber utilizado medios que le cubrieran las orejas, si no que lo hacía solo con una pequeña gorra de visera, y que no le recuerdo de que ni siquiera la hubiese cambiado nunca, si no que era siempre la misma y posiblemente hubiere remediado, cuando menos en parte el haber llegado a aquella situación. Tan en el recuerdo mantengo su estampa, que podría describir hasta la indumentaria que solía vestir, también a lo largo del año, su gorra de un color marrón oscuro, quizá por la falta de no ser lavada muy a menudo, una especie de blusa de color azul celeste, no siempre lo limpia que había de menester, y en iguales condiciones, unos pantalones de tela color indefinido, creo debido a lo raído que se hallaban por el uso. Pero era verdadera compasión lo que yo siempre sentía por el pobre Marín, cuando durante la época del invierno lo veía recorrer las calles del pueblo pregonando su "pescado fresco", aunque tras ser pescado, luego llegara a su pueblo y desde el suyo al mío, me supongo habría de transcurrir no lejos de una semana.
Quizá de aquellos padecimientos durante mi infancia, niñez, adolescencia y juventud venga el total disfrute de mi situación actual y como diría Cervantes, "en la adversidad, se forjan los grandes corazones"... Cuando menos se aprende a sufrir y a soportarlo.
Hasta la próxima entrada.
Para despejar alguna mala interpretación a cuanto acabo de señalar, diré que los sabañones y las cabrillas se originaban por el acercamiento a las lumbres de las chimeneas y los braseros, que solían colocarse en las mesas camillas (o mesas estufas como se les llamaba en mi pueblo) cuando llegaban los fríos, cosa que creo ha desaparecido por completo, a la par que lo han hecho aquellas candelas en la chimeneas y los braseros de picón que a lo largo de todo el invierno se utilizaban.
Los niños de hoy, no saben de lo que se han librado, pues aquellos sabañones que salían en las manos, los pies y las orejas, originaban dos circunstancias, que no se cuales de ellas era peor, la picazón en algunos casos cuando del frío te aproximabas al calor de la candela o el brasero, o el dolor que te producía cuando se te enfriaban.
También durante la noche, en la cama cuando se te calentaban los pies, manos y orejas, esos picores llegaban a despertarte y alterarte el sueño, hechos que noche tras noche, y así durante todo el invierno, yo, como todos los niños, solíamos padecer.
Las cabrillas salían solo en la parte anterior de las piernas por su acercamiento también a la candela y el brasero. Digo que generalmente eran las mujeres de mis tiempos, debido a que como entonces, cuando menos en mi pueblo no salían a trabajar fuera de casa, estaban en la misma, bien junto a la candela preparando las comidas y luego una vez terminados esos menesteres, lo hacían cosiendo u otras ocupaciones, pero sentadas en la mesa camilla, se les originaban esas manchas que solo con el uso de aquellas medias de algodón, de color negro, que en su mayoría solían confeccionarse ellas mismas, como mi madre hacía, conseguían que salieran a la vista exterior y con ello se evitaba la fealdad que ello originaba, y también porque jamás una mujer solía usar pantalones en sus vestimentas ordinarias, lo que solo en las faenas de la recolección de la aceituna utilizaban una especie de pantalón que desde la cintura les llegaba hasta una altura aproximada de los tobillos y que en su parte inferior solían amarrarse a la pierna por medio de una especie de cinta.
Pero, ¿y en los hombres porque se daban menos los sabañones y en rarísimas ocasiones las cabrillas? Sencillamante como estaban trabajando en el campo, no solían arrimarse a las lumbres, por supuesto durante largos espacios de tiempo, y ni por supuesto a los braseros, y también dado a que utilizando los pantalones, y también, como recuerdo lo hacía mi padre, usaban calzoncillos que como en los pantalones de las mujeres en las faenas de recoger la aceituna, pero en color blanco, les llegaba hasta los tobillos, e igualmente mediante unas cintas de color blanco se los amarraban a esa altura de la pierna, cuestión que les suponía un punto importante de combatir el frío en la faena a campo descubierto como habían de trabajar.
Quedan fijos en mis recuerdos aquellas estampas de varios niños, mal vestidos, y en no pocas ocasiones mal nutridos, ateridos de frío, a veces hasta discutiendo por ver quien ocupaba el mejor sitio para poder recibir el calor de aquellas candelas de leña de encina que en todos los hogares por imperativo de las temperaturas dentro de las propias casas había que hacer.
Pero de todo esto de los sabañones, lo que mas llegó a impactarme al punto que, pasados así como ochenta años largos, no se me ha olvidado, ni jamás estoy seguro ya lo haré, dado a que lo era antes de la Guerra Civil Española, un señor del que recuerdo solo se apellidaba Marín, procedente de la localidad vecina a mi pueblo llamada Espiel, y utilizando un pequeño burro de andar diligente, venía hasta mi pueblo dos o tres veces por semana a lo largo de todo el año, vendiendo pescado y que cuando apenas había amanecido ya estaba allí tras haber recorrido una distancia de unos quince kilómetros que separan ambas localidades, y aquel hombre tenía la parte superior de los hélix de ambas orejas, todo de un color morado y se le notaba de haber perdido cuando menos varios centímetros de sus orejas en la parte señalada, lo que entonces, y hoy también, pensaba y pienso cuantos picores y dolores habría de haber padecido aquel hombre para llegar al punto de haber dejado sus pabellones auriculares en aquella situación. El trayecto que había de recorrer de su pueblo al mío, que como he citado lo era de unos quince kilómetros, mas de diez, lo eran por un terreno de lo mas frío de aquellos contornos, pero lo que tampoco nunca llegue a comprender, ni hoy tampoco, el porqué de no haber utilizado medios que le cubrieran las orejas, si no que lo hacía solo con una pequeña gorra de visera, y que no le recuerdo de que ni siquiera la hubiese cambiado nunca, si no que era siempre la misma y posiblemente hubiere remediado, cuando menos en parte el haber llegado a aquella situación. Tan en el recuerdo mantengo su estampa, que podría describir hasta la indumentaria que solía vestir, también a lo largo del año, su gorra de un color marrón oscuro, quizá por la falta de no ser lavada muy a menudo, una especie de blusa de color azul celeste, no siempre lo limpia que había de menester, y en iguales condiciones, unos pantalones de tela color indefinido, creo debido a lo raído que se hallaban por el uso. Pero era verdadera compasión lo que yo siempre sentía por el pobre Marín, cuando durante la época del invierno lo veía recorrer las calles del pueblo pregonando su "pescado fresco", aunque tras ser pescado, luego llegara a su pueblo y desde el suyo al mío, me supongo habría de transcurrir no lejos de una semana.
Hasta la próxima entrada.
4 comentarios:
Aterido y hélix, dos palabras nuevas para hoy...
Las partes de una oreja son:
Hélix
Canal del Hélix
Fosa del Antihélix
Antihélix
Concha
Trago
Antitrago
Lóbulo
Mi preferida es el lóbulo, también conocida como pulpejo...jejejeje
Señor Editor, la foto de hoy viene al caso, como a un Santo dos pistolas, o no.
Sr.Editor: Los vídeos que contienen la fotpgrafía colocada a la cabecera de esta entrada,son una verdadera maravilla. Muchas gracias y no tenga en cuenta mi comentario anterior. Gracias otra vez.
En la adversidad se forjan los grandes corazones. Genio sobre genio. Gracias, Rafael.
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