Una historia de amor como otra cualquiera...
Centro de Visitantes del Parque Nacional de Garajonay
Isla de La Gomera
Hoy al fin hemos pasado casi del verano a casi al invierno, cuando menos por lo que respecta a la temperatura aquí en Málaga. Pero no es al tiempo a lo que me voy a referir en la entrada de hoy, si no a lo que en los años de mi primera juventud, cuando se llegaba por estas fechas, cuales eran nuestros principales anhelos.
Como la inmensa mayoría de los que sois asiduos lectores de este blog sabéis de los cinco años que pasé trabajando en la finca de La Calera (perdón por lo de "inmensa" y a la vez "mayoría"), desde los quince a los diecinueve, pasábamos a veces cuando menos quince o veinte días sin ir siquiera por el pueblo. De los ocho o diez que solíamos estar trabajando fuera de la recolección de la aceituna, cinco o seis éramos solteros y casi de idénticas edades.
El no va más de nuestras ensoñaciones durante todo el año, era la llegada de la "faneguería", como solía denominarse al conjunto de las personas que componían, cuantos se iban a dedicar a los distintos trabajos relacionados con la faena, cuyo mayor contingente lo formaban los vareadores y recogedoras del fruto, siendo éstos alrededor de las cien, de los cuales casi el doble lo eran mujeres, dado a que se consideraba una pareja de recogedoras por un vareador. De esas aproximadas setenta mujeres, también la mayoría solían ser jóvenes y solteras.
Como el inicio de la temporada solía ser casi todos los años en la primera decena del mes de diciembre, por estas fechas, como cité anteriormente, ya íbamos contando los días que faltaban para ello, y que cada jornada nos parecía una eternidad. ¿Pero qué era lo que tanta ilusión nos hacía que llegara ese momento del inicio de la recolección de la cosecha? Nada más y nada menos el que cada noche se celebraba baile después de la cena, y que en los días laborables lo era hasta las once de la noche y los domingos y festivos, hasta las doce, en que el manijero principal, que solía ser el que mandaba los vareadores, pese a que el número de personas a las cuales dirigía era muy inferior al de las mujeres, en que daba la voz de ¡termina el baile!
¿Y solo eso despertaba en nosotros semejantes ensoñaciones?
Pues sí, y posiblemente si algún joven de hoy que pudiera leer esto, ni siquiera podría imaginar que ello sucediera. Pero las personas somos lo que las épocas en las que no ha tocado vivir nos llevaban sin remedio a tales apetencias. Pero si además de poder bailar todas las noches con mujeres jóvenes, que como he dejado dicho antes se nos pasaban semanas enteras sin siquiera verlas, pues en todo el cortijo el resto del año fuera de la temporada de la recolección, solo había una mujer y era la esposa del casero, que casi seguro cuando salíamos para el trabajo incluso hasta se hallaba durmiendo, y cuando regresábamos de la jornada, habíamos de entregarnos a prepararnos la cena, con la agravante de que pocos elementos teníamos para ello, y tras una pequeña charla con los compañeros había que irse a la cama, porque tan pronto asomaban las primeras claras del día había que levantarse, y de ahí mi entrada anterior de haber contemplado infinidad de amaneceres. Por otra parte, cuando son tantas las carencias que se tienen, el mero hecho de escuchar los rasgueos de una guitarra tañida con más o menos soltura, y poder bailar, agarrado por supuesto como siempre se hacían los bailes de entonces, lo que visto desde las perspectiva de estos catorce años del ya siglo XXI, incluso a mí mismo me cueste trabajo el poder digerir como aquellas simplezas puedan parecer hoy, nos llevaban a sentirnos plenamente gratificados. Y si además, como me sucedió en la ultima temporada que pasé allí, que me eché novia, el primer amor de mi vida, guardo de ello, uno de los recuerdos mas entrañables de aquella lejana juventud. Lo que no podría decir, es si los jóvenes de hoy en su forma de relacionarse con las mujeres, y que se llaman novias a algo tan diferente a lo que entonces decíamos eran eso, pero no estoy por aceptar que para ellos hoy sientan la ilusión y la pasión en esos menesteres superior a la nuestra, pero ya lo he dicho antes, las personas somos la consecuencia de nuestras épocas y que nos vienen impuestas por las circunstancias del paso de los años. El mero hecho de besar a una novia, en mis tiempos, había que hacerlo en la más extricta intimidad, ni siquiera delante de una amiga o amigo, podía llegarse a tal evento. Pero cuando se presentaba la oportunidad, se realizaba con el apasionamiento propio del deseo contenido, y se consideraba un acto tan sublime, del que hoy solo es un remedo de aquellos besos.
Perdonar que traiga hoy a este blog, lo que sin duda a quienes tenga menos de sesenta años por ejemplo, les parezca además de ridículo una cuestión demasiado rancia, pero como yo así lo viví, y así lo mantengo en el recuerdo, así lo cuento.
Hasta la próxima entrada.
Como la inmensa mayoría de los que sois asiduos lectores de este blog sabéis de los cinco años que pasé trabajando en la finca de La Calera (perdón por lo de "inmensa" y a la vez "mayoría"), desde los quince a los diecinueve, pasábamos a veces cuando menos quince o veinte días sin ir siquiera por el pueblo. De los ocho o diez que solíamos estar trabajando fuera de la recolección de la aceituna, cinco o seis éramos solteros y casi de idénticas edades.
El no va más de nuestras ensoñaciones durante todo el año, era la llegada de la "faneguería", como solía denominarse al conjunto de las personas que componían, cuantos se iban a dedicar a los distintos trabajos relacionados con la faena, cuyo mayor contingente lo formaban los vareadores y recogedoras del fruto, siendo éstos alrededor de las cien, de los cuales casi el doble lo eran mujeres, dado a que se consideraba una pareja de recogedoras por un vareador. De esas aproximadas setenta mujeres, también la mayoría solían ser jóvenes y solteras.
Como el inicio de la temporada solía ser casi todos los años en la primera decena del mes de diciembre, por estas fechas, como cité anteriormente, ya íbamos contando los días que faltaban para ello, y que cada jornada nos parecía una eternidad. ¿Pero qué era lo que tanta ilusión nos hacía que llegara ese momento del inicio de la recolección de la cosecha? Nada más y nada menos el que cada noche se celebraba baile después de la cena, y que en los días laborables lo era hasta las once de la noche y los domingos y festivos, hasta las doce, en que el manijero principal, que solía ser el que mandaba los vareadores, pese a que el número de personas a las cuales dirigía era muy inferior al de las mujeres, en que daba la voz de ¡termina el baile!
¿Y solo eso despertaba en nosotros semejantes ensoñaciones?
Pues sí, y posiblemente si algún joven de hoy que pudiera leer esto, ni siquiera podría imaginar que ello sucediera. Pero las personas somos lo que las épocas en las que no ha tocado vivir nos llevaban sin remedio a tales apetencias. Pero si además de poder bailar todas las noches con mujeres jóvenes, que como he dejado dicho antes se nos pasaban semanas enteras sin siquiera verlas, pues en todo el cortijo el resto del año fuera de la temporada de la recolección, solo había una mujer y era la esposa del casero, que casi seguro cuando salíamos para el trabajo incluso hasta se hallaba durmiendo, y cuando regresábamos de la jornada, habíamos de entregarnos a prepararnos la cena, con la agravante de que pocos elementos teníamos para ello, y tras una pequeña charla con los compañeros había que irse a la cama, porque tan pronto asomaban las primeras claras del día había que levantarse, y de ahí mi entrada anterior de haber contemplado infinidad de amaneceres. Por otra parte, cuando son tantas las carencias que se tienen, el mero hecho de escuchar los rasgueos de una guitarra tañida con más o menos soltura, y poder bailar, agarrado por supuesto como siempre se hacían los bailes de entonces, lo que visto desde las perspectiva de estos catorce años del ya siglo XXI, incluso a mí mismo me cueste trabajo el poder digerir como aquellas simplezas puedan parecer hoy, nos llevaban a sentirnos plenamente gratificados. Y si además, como me sucedió en la ultima temporada que pasé allí, que me eché novia, el primer amor de mi vida, guardo de ello, uno de los recuerdos mas entrañables de aquella lejana juventud. Lo que no podría decir, es si los jóvenes de hoy en su forma de relacionarse con las mujeres, y que se llaman novias a algo tan diferente a lo que entonces decíamos eran eso, pero no estoy por aceptar que para ellos hoy sientan la ilusión y la pasión en esos menesteres superior a la nuestra, pero ya lo he dicho antes, las personas somos la consecuencia de nuestras épocas y que nos vienen impuestas por las circunstancias del paso de los años. El mero hecho de besar a una novia, en mis tiempos, había que hacerlo en la más extricta intimidad, ni siquiera delante de una amiga o amigo, podía llegarse a tal evento. Pero cuando se presentaba la oportunidad, se realizaba con el apasionamiento propio del deseo contenido, y se consideraba un acto tan sublime, del que hoy solo es un remedo de aquellos besos.
Perdonar que traiga hoy a este blog, lo que sin duda a quienes tenga menos de sesenta años por ejemplo, les parezca además de ridículo una cuestión demasiado rancia, pero como yo así lo viví, y así lo mantengo en el recuerdo, así lo cuento.
Hasta la próxima entrada.
4 comentarios:
Bueno,bueno, con las faneguerias, todos los dias baile hasta las 11 y "tocaban" a 2 mujeres por cada hombre? con 18/19 años?¿Una sola novia?
O soy muy mal pensado o no esta todo contado (a lo mejor no se puede)
Un Abrazo de su "inmenso" admirador.
Amigo Luís, bueno todo, todo, tampoco se puede ni se debe contar, y en fin dieciocho años y cuando se nos pasaban meses sin ver a una mujer, una vez que se presentaba la ocasión había que aprovecharla.
Un abrazo
OK, a buen entendedor........
Ja ja ja! Si es que eres todo un caballero español, Rafael. Qué delicia.
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