Fuente: http://www.lavanguardia.com/
Hace dos días, y no se porqué, se me vino a la memoria el nombre, un tanto raro, de una herramienta de los herradores y de la cual puedo asegurar hace por lo menos setenta años no había pasado por mi imaginación, y que en su momento señalaré. Al asociar la parecida similitud en la fonética de herrador y herrero, ha sido el motivo de llevarme hoy a titular esta entrada con el nombre de ambos oficios.
Con respecto al herrero creo todos sabéis se trata de quien trabaja generalmente el hierro y cuyos talleres como lo eran en mis tiempos (y llamados "fraguas"), creo están casi desaparecidos. Cuando yo era niño en mi pueblo había dos fraguas, cuyos herreros eran dos hermanos, el uno llamado Ovidio y el otro no recuerdo cuál era su nombre, dado a que todo el mundo lo conocía por su apodo, que era el de "Carita". En dichas fraguas se reparaban los diversos aperos utilizados en la agricultura tanto de los usados manualmente, tales como azadas, hocinos, hachas, azadones y otros, como de los componentes de los arados, como las rejas, vertederas, manceras y demás.
El mayor de los hijos varones de Ovidio llamado Manolo y dos años mayor que yo, era buen amigo mio y con relativa frecuencia solía visitarlo en la fragua de su padre cuando le estaba ayudando en el trabajo, y yo claro, iba buscando algún favorcillo como arreglarme una "rueda" de hierro con la que solíamos jugar, el "guiador" de la misma, o también como que me hicieran una "púa" para el trompo, no para que bailara más, si no que estuviera bien afilada, y que en algunas modalidades de jugar con el mismo que lo era lanzarlos con fuerza, y como no, también con malas ideas, sobre el de los demás niños, si conseguías que le dieras de lleno, muchas veces solías hacer cuando menos dos partes del trompo tocado, y era motivo de jolgorio para todos, menos para el dueño del mismo, claro. Pero me he ido por los cerros de Úbeda y no era esto de lo que quería hablar sobre las fraguas, sino del modo y forma en que veía trabajar a Ovidio y su hijo Manolo, que con doce o trece años solía ayudarle en bastantes ocasiones, y no tenía que estar en la escuela, que a ésta no faltaba. Uno de los trabajos de mi amigo en la fragua era darle al fuelle para producir aire y avivar el fuego para calentar mas rápido la herramienta en la que se estaba trabajando. Me recuerda que Ovidio tenía una manera muy clásica de animar a su hijo en tal cometido y lo hacía solo diciendo una palabra, que era la de "aire" y tan en la mente la tenía, que incluso cuando ni siquiera estaba dándole al fuelle, solía soltar la misma como coletilla a lo que estuviera diciendo eso de, "aire".
Pero una cuestión que yo no comprendía, era que mi amigo manejaba un martillo mucho mayor y mas pesado que el que utilizaba su padre, y tenía que tomarlo con las dos manos por un mango de aproximadamente medio metro de largo y su padre con una mano asía una tenaza y sujetaba la pieza que trabajaban, y con la otra un martillo mucho mas pequeño y ligero que el de su hijo. Finalmente, no se si por propia observancia o alguien me informó de ello, el padre ejercía como maestro del trabajo y con un golpe de su martillo señalaba en punto donde su hijo había de dar con el "macho", que así se le llamaba el martillo grande, que hacía mucho mas efecto y con ello daban forma a como había de realizarse o arreglar la herramienta.
Una vez arreglada o fabricada la pieza a golpe de "macho" y martillo puesta sobre el yunque, si se trataba de una como azadas, hachas, rejas de los arados u otras que hubieren de utilizarse para cortar leñas, cavar o roturar la tierra, antes de que la misma llegara a enfriarse, la metían en un depósito de agua fría y la mantenían según el rato que el maestro consideraba necesario para darle el temple correspondiente a la misión a la que, como se dice, iba a ser dedicada. El repiqueteo de los golpes dados con los martillos, más agudos los del pequeño y mas graves, los del grande, formaban un soniquete que a mi me resultaba agradable al oído.
El día que estaba lloviendo y no se podía salir al campo, en mi pueblo había un dicho, entre otros, que decía: "día de agua, taberna y fragua"; o se iban los hombres a la taberna o iban a la fragua para arreglar algunas de las herramientas que no se hallaran en condiciones idóneas para el trabajo.
Y ahora les toca el turno a los herradores, entonces no había herradoras, que eran y son, los que les ponen las herraduras a las caballerías, o sea el similar a los zapateros para las personas.
Seguramente en mi pueblo ahora, rara vez se presenciara el hecho de herrar una caballería, dado a que si hay alguna pueda ser un caballo o yegua y no creo haya herrador como tal en el mismo, sino que lo llevaran a Espiel u otro pueblo donde quizá lo haya, pero mulos y burros que eran los que más se utilizaban para la agricultura y eran muchos los que había, era solo uno el herrador que había, y se ganaba la vida con tal oficio. Daba la casualidad, que solo una casa había por medio entre la fragua de Ovidio y la del herrador, del que no se como se llamaba, solo se que era un tanto pelirrojo y al padre se le conocía en el pueblo por el apodo de "rebañas".
Señalaré una circunstancia en la faena del herraje de una caballería y solía darse generalmente cuando el animal a herrar, era una mula "roma", de esas muy nerviosas y que lo mismo coceaban que hasta mordían, y si era que solo que daban coces, como para herrarla de las patas traseras el herrador estaba expuesto a recibir coces de la misma, se procedía a que la pata delantera del lado contrario a la trasera que se iba a herrar, se levantaba de suelo y se le amarraba con una cuerda a un punto de ventana u otro que hubiere para tenerla con la pata suspendida y si no al mismo cuello del animal, y así no podía alzar la otra pata trasera con la que que dar la coz, ya que caería al suelo. Asi mismo se conseguía no se movieran colocándoles fuertemente un instrumento llamado acial, bien en el labio superior del hocio, o en una oreja. Si lo que se quería conseguir es que no mordiera, entonces con el propio cabestro de la jáquima, se amarraba con la suficiente tirantez de que no le diera lugar a llegar con la boca hasta donde el herrador se hallaba realizando su trabajo.
Aunque pueda parecer que el hecho de poner las herraduras a una caballería sea una cuestión simple, los herradores utilizan cuando menos quince o veinte herramientas para su misión, tales como tenazas varias, martillos, gumias, escofinas, yunque y otras más, y la que yo cito al principio de esta entrada y que digo no se me había venido al pensamiento sin duda hace por lo menos setenta años, es una llamada "pujavante", y que se utiliza para cortar y poner el casco en condiciones de que la herradura, también una vez amoldada sobre el yunque, quede una vez puestos los clavos, bien ajustada y con el uso no se desprenda y que sería como si a nosotros se nos cayera un zapato.
Al principio cuando yo observaba cortar con el pujavante parte del casco a las caballerías, pensaba que debía de doler mucho al animal, pero creo fue mi padre quien me lo dijo, que era igual a cortarnos las uñas a nosotros, y por tanto resultaba indoloro.
Bueno creo que para algunos os resultará cuando menos novedoso algo de lo que he dicho hoy sobre los herreros y los herradores, cuestiones que yo solía ver casi todos los días durante mi niñez y juventud.
Hasta la próxima, que ya veremos por donde salgo.
Con respecto al herrero creo todos sabéis se trata de quien trabaja generalmente el hierro y cuyos talleres como lo eran en mis tiempos (y llamados "fraguas"), creo están casi desaparecidos. Cuando yo era niño en mi pueblo había dos fraguas, cuyos herreros eran dos hermanos, el uno llamado Ovidio y el otro no recuerdo cuál era su nombre, dado a que todo el mundo lo conocía por su apodo, que era el de "Carita". En dichas fraguas se reparaban los diversos aperos utilizados en la agricultura tanto de los usados manualmente, tales como azadas, hocinos, hachas, azadones y otros, como de los componentes de los arados, como las rejas, vertederas, manceras y demás.
El mayor de los hijos varones de Ovidio llamado Manolo y dos años mayor que yo, era buen amigo mio y con relativa frecuencia solía visitarlo en la fragua de su padre cuando le estaba ayudando en el trabajo, y yo claro, iba buscando algún favorcillo como arreglarme una "rueda" de hierro con la que solíamos jugar, el "guiador" de la misma, o también como que me hicieran una "púa" para el trompo, no para que bailara más, si no que estuviera bien afilada, y que en algunas modalidades de jugar con el mismo que lo era lanzarlos con fuerza, y como no, también con malas ideas, sobre el de los demás niños, si conseguías que le dieras de lleno, muchas veces solías hacer cuando menos dos partes del trompo tocado, y era motivo de jolgorio para todos, menos para el dueño del mismo, claro. Pero me he ido por los cerros de Úbeda y no era esto de lo que quería hablar sobre las fraguas, sino del modo y forma en que veía trabajar a Ovidio y su hijo Manolo, que con doce o trece años solía ayudarle en bastantes ocasiones, y no tenía que estar en la escuela, que a ésta no faltaba. Uno de los trabajos de mi amigo en la fragua era darle al fuelle para producir aire y avivar el fuego para calentar mas rápido la herramienta en la que se estaba trabajando. Me recuerda que Ovidio tenía una manera muy clásica de animar a su hijo en tal cometido y lo hacía solo diciendo una palabra, que era la de "aire" y tan en la mente la tenía, que incluso cuando ni siquiera estaba dándole al fuelle, solía soltar la misma como coletilla a lo que estuviera diciendo eso de, "aire".
Pero una cuestión que yo no comprendía, era que mi amigo manejaba un martillo mucho mayor y mas pesado que el que utilizaba su padre, y tenía que tomarlo con las dos manos por un mango de aproximadamente medio metro de largo y su padre con una mano asía una tenaza y sujetaba la pieza que trabajaban, y con la otra un martillo mucho mas pequeño y ligero que el de su hijo. Finalmente, no se si por propia observancia o alguien me informó de ello, el padre ejercía como maestro del trabajo y con un golpe de su martillo señalaba en punto donde su hijo había de dar con el "macho", que así se le llamaba el martillo grande, que hacía mucho mas efecto y con ello daban forma a como había de realizarse o arreglar la herramienta.
Una vez arreglada o fabricada la pieza a golpe de "macho" y martillo puesta sobre el yunque, si se trataba de una como azadas, hachas, rejas de los arados u otras que hubieren de utilizarse para cortar leñas, cavar o roturar la tierra, antes de que la misma llegara a enfriarse, la metían en un depósito de agua fría y la mantenían según el rato que el maestro consideraba necesario para darle el temple correspondiente a la misión a la que, como se dice, iba a ser dedicada. El repiqueteo de los golpes dados con los martillos, más agudos los del pequeño y mas graves, los del grande, formaban un soniquete que a mi me resultaba agradable al oído.
El día que estaba lloviendo y no se podía salir al campo, en mi pueblo había un dicho, entre otros, que decía: "día de agua, taberna y fragua"; o se iban los hombres a la taberna o iban a la fragua para arreglar algunas de las herramientas que no se hallaran en condiciones idóneas para el trabajo.
Fuente: http://www.pellagofio.com/
Y ahora les toca el turno a los herradores, entonces no había herradoras, que eran y son, los que les ponen las herraduras a las caballerías, o sea el similar a los zapateros para las personas.
Seguramente en mi pueblo ahora, rara vez se presenciara el hecho de herrar una caballería, dado a que si hay alguna pueda ser un caballo o yegua y no creo haya herrador como tal en el mismo, sino que lo llevaran a Espiel u otro pueblo donde quizá lo haya, pero mulos y burros que eran los que más se utilizaban para la agricultura y eran muchos los que había, era solo uno el herrador que había, y se ganaba la vida con tal oficio. Daba la casualidad, que solo una casa había por medio entre la fragua de Ovidio y la del herrador, del que no se como se llamaba, solo se que era un tanto pelirrojo y al padre se le conocía en el pueblo por el apodo de "rebañas".
Señalaré una circunstancia en la faena del herraje de una caballería y solía darse generalmente cuando el animal a herrar, era una mula "roma", de esas muy nerviosas y que lo mismo coceaban que hasta mordían, y si era que solo que daban coces, como para herrarla de las patas traseras el herrador estaba expuesto a recibir coces de la misma, se procedía a que la pata delantera del lado contrario a la trasera que se iba a herrar, se levantaba de suelo y se le amarraba con una cuerda a un punto de ventana u otro que hubiere para tenerla con la pata suspendida y si no al mismo cuello del animal, y así no podía alzar la otra pata trasera con la que que dar la coz, ya que caería al suelo. Asi mismo se conseguía no se movieran colocándoles fuertemente un instrumento llamado acial, bien en el labio superior del hocio, o en una oreja. Si lo que se quería conseguir es que no mordiera, entonces con el propio cabestro de la jáquima, se amarraba con la suficiente tirantez de que no le diera lugar a llegar con la boca hasta donde el herrador se hallaba realizando su trabajo.
Aunque pueda parecer que el hecho de poner las herraduras a una caballería sea una cuestión simple, los herradores utilizan cuando menos quince o veinte herramientas para su misión, tales como tenazas varias, martillos, gumias, escofinas, yunque y otras más, y la que yo cito al principio de esta entrada y que digo no se me había venido al pensamiento sin duda hace por lo menos setenta años, es una llamada "pujavante", y que se utiliza para cortar y poner el casco en condiciones de que la herradura, también una vez amoldada sobre el yunque, quede una vez puestos los clavos, bien ajustada y con el uso no se desprenda y que sería como si a nosotros se nos cayera un zapato.
Al principio cuando yo observaba cortar con el pujavante parte del casco a las caballerías, pensaba que debía de doler mucho al animal, pero creo fue mi padre quien me lo dijo, que era igual a cortarnos las uñas a nosotros, y por tanto resultaba indoloro.
Bueno creo que para algunos os resultará cuando menos novedoso algo de lo que he dicho hoy sobre los herreros y los herradores, cuestiones que yo solía ver casi todos los días durante mi niñez y juventud.
Hasta la próxima, que ya veremos por donde salgo.
3 comentarios:
Esta entrada es de diez, por que se aprenden un montón de cosas y por la forma tan amena como lo cuentas, además adornado con esas fotos tan acertadas de tu Editor que siempre lo hace muy bien, pero últimamente tenía un olorcito lo a mojo picón, un poco raro, raro, rarooooo, ja ja ja, es bromita guanche. Bss. Para los dos.
Como dice Carmen, qué impresionante, Rafael. Qué delicia pensar en escofinas, machos... por cierto, nosotros sí hemos podido ver a los herradores cortar las 'uñas' a los caballos con pujavantes. Con mucha maestría y destreza. Y es verdad, como dices, que es muy parecido a ver a un zapatero ajustar a cortes la anchura de una nueva suela... a ver si va a resultar que no estamos tan alejados de nuestro primos los zopencos.
Herrador
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