lunes, 20 de octubre de 2014

La bellota y el hurto famélico


Por el nombre dado a la entrada de hoy, veréis que he vuelto por mis fueros, o sea como la cabra, que siempre tira al monte. Pues así es... Vamos a ello.

Comenzaré diciendo que la bellota es el fruto de varias especies de árboles, tales como la encina, la coscoja, el quejigo y el alcornoque, que yo recuerde ahora, aunque el fruto de cada uno de ellos es diferente en sus cualidades, aunque muy semejantes en su forma, siendo la principal y mas conocida, el fruto de la encina, y es a esta a la que me voy a referir principalmente, y también por otro motivo sin duda menos trascendente, a la de la coscoja, pero que también tuvieron su porqué en un momento, aunque en escaso tiempo e importancia en cuanto a mi vida.

Por las fechas en que nos hallamos en que ya habrá comenzado sin duda la maduración de la bellota de las encinas, al igual que las demás, diré en primer lugar que ello fue la causa en que yo hube de abandonar mi primer trabajo en el campo, como porquero, cuando contaba diez años de edad, y que ya he citado en varias ocasiones, debido a que al comenzar la montanera en el cebo de los cerdos para las matanzas, y para ello se precisaba el vareo del fruto de las encinas, cosa que yo por razones obvias con mi edad no podía hacerlo, tuve que cesar en mi cometido y fui sustituido por un hombre adulto.

Por otra parte, como las faenas en el campo por estas fechas era bastante escaso, me refiero a mi infancia y juventud, la mayoría de los hombres que se encontraban en el paro, y alguna que otra mujer también, procedían al hurto de dicho fruto en los extensos encinares que por el sur y la parte occidental de mi pueblo había, y los sigue habiendo. Tan necesario se hacía dicho menester, que incluso no estaba mal visto por nadie e incluso muchos eran los vecinos del pueblo que teniendo cerdos en sus casas y cebándolos para la futura matanza, procedían a la compra de dicho fruto, cuestión que todo el mundo conocía. Como no, yo también en alguna que otra ocasión, salí al campo con el mismo propósito, y recuerdo que mas de una vez vendí el fruto recolectado al propio alcalde del pueblo, que por cierto era primo hermano de mi padre.

Uno de los puntos donde mas solía irse a hurtar las bellotas, era a los encinares de una finca denominada "Peñas Blancas", que había puntos que distaban por lo menos cinco o seis kilómetros del caserío, por ejemplo uno que le llamaban "El Ronquillo", siendo el guarda un señor ya metido en años, llamado Rufino y aunque tenía su domicilio en el mismo pueblo, y tan inmenso era el terreno a guardar, que situándote un tanto retirado de los caminos, era seguro que pasabas totalmente desapercibido y los cuando menos treinta kilos de bellotas conseguías coger en dos o tres horas, aunque eso si, luego llevarlos a cuestas hasta el pueblo para su venta. Cuando menos el jornal bien servido se sacaba y rara vez era alguien sorprendido por la Guardia Civil, que decomisándole el fruto que entregaban a los dueños o sus representantes, lo denunciaban por "hurto de frutos del campo", que el juez de paz, que siempre era un vecino del pueblo, solía imponer multas de cantidades escasísimas, y que posiblemente él, en alguna ocasión lo había hecho también. A esta clase de hurto, se le denominaba "hurto famélico", que resultaba ser se hacía por pura necesidad para comer.

Con el fruto de la encina no se hacía como en el del olivo, que no solía recogerse y generalmente, aparte de lo que se vareaba para los cerdos en la montanera, solía quedar en los campos y servía de alimento para otras clases de ganado, como las cabras y las ovejas, y también para otros animales salvajes, como los jabalíes. Como digo, incluso los propios propietarios de los encinares, salvo los de escasa importancia, que les servía para el propio cebo de sus animales, no se le daba mucha importancia ni se imponían grandes medidas para evitar el hurto de los mismos.

Durante la Guerra Civil y el tiempo que estuvimos exiliados, precisamente por el Valle de los Pedroches, donde existen sin duda una de las mejores dehesas de encinar de España, y que pasamos precisamente tres otoños, los de los años 1936, 37 y 38, además de que servía para alimentar el ganado que poseíamos de cabras y caballerías, y que libremente llevabámos a pastar donde nos parecía, también nos servía de almuerzo, y en hogueras que hacíamos, a la vez que para calentarnos, también servían para asar las bellotas, que resultaban ser un exquisito manjar, primero porque realmente estaban buenas, y segundo por que era lo único que podíamos llevar a la boca hasta el regreso al cortijo poco antes del anochecer y de donde habíamos salido tan pronto hecho el desayuno. Alguien dijo en alguna ocasión, y es cierto, que para la supervivencia, no es mucho lo que se precisa. De este aserto, puedo dar fe.

Por cuanto a lo de las bellotas de coscoja, que son de un color castaño más oscuro que las de las encinas, de un paladar casi desagradable, pero tienen una cascara mucho más fuerte que el de las bellotas de encina, los recogedores de aceitunas, como los dedos índices de cada mano eran los que principalmente se utilizan para recoger el fruto del suelo y pasarlo a la palma de la mano, el roce permanente de dichos dedos con el suelo había que preservarlos a fin de no terminar haciendo desaparecer, primero la uña y luego las propias yemas de los dedos sangrando, por lo que solíamos utilizar como dediles, además de baratos, las bellotas de coscoja que una vez sacado el fruto de la cascara, y buscando las que mejor se adaptara al grosor del dedo de cada cual, daban un resultado maravilloso, ya que eran las propias cascaras de la bellota, que ya he apuntado  bastantes duras, las que sufrían el desgaste por el contacto con la tierra, yendo siempre provistos de las correspondientes reservas, para en caso de rotura o desgaste del dedil que tenías colocado, sustituirlo por otro que en un santiamén se preparaba.

Ah, y en la mayoría de las casas del pueblo, solían guardarse bellotas, siempre de las encinas que se conocían eran las que tenían el fruto más dulce, y que una vez secas incluso, resultaban riquísimas al paladar y hasta para la merienda de la tarde, solían sustituir al chocolate, que no se tenía, para comer algo, entre el almuerzo y la cena.

Por estas fechas también madura la castaña, pero en mi pueblo solo en las sierras de la Chimorra, a no menos de quince kilómetros del pueblo, había unos cuantos castaños, pocos,  y las bellotas las teníamos a las puertas de la casa.

Como podréis observar y como citaba anteriormente, para la supervivencia, con poco se soluciona. La bellota tenía, como suele pasar con la algarroba, que comiendo con exceso, extriñe un tanto su ingestión.

Hasta la próxima que ya veremos que da el tiempo para esa fecha.

2 comentarios:

Carmen dijo...

Conque Hurto Famélico eh? Esta entrada deberían leerla nuestr@s politico@s, seguro que se apropiarían el término y les serviría como descargo de sus fechorías si alguna vez llegan ante el Juez, cosa que dudo. Parece increíble desde la perspectiva de los tiempos actuales que se viviera así no hace tantos años y el ingenio que da la necesidad como los dedines de bellotas que cuentas que usabais, como siempre he aprendido cosas nuevas en esta lectura, gracias por compartir tu "sapiencia ". Bss.

Daniel Torres dijo...

Estoy con Carmen. Gracias a tus escritos, podemos admirar a todos aquellos cuya honestidad hace innecesario el que además de serlo, haya que parecerlo. Cuando no hay nada más que la sinceridad que se lleva de gala en los ojos, todo se comprende y se apacigua. Y habrá que contarle a Serrat de tu blog, amigo Rafael, solo por disfrutar de cómo se le hace imposible resistirse a ponerle música.