jueves, 30 de octubre de 2014

La belleza de las amanecidas

Amanecer: sombra proyectada por el Padre Teide sobre el Océano Atlántico y la isla de La Gomera


Todas aquellas personas que me conocen, saben que tengo, no se si la manía de madrugar, aunque ciertamente así es. También mi gran amiga Carmen, suele decirme con frecuencia que soy "mu pensaor", creo que se debe a que pienso mucho, y si es por estar siempre pensando, también acepto que eso me diga.

Bueno ya os estaréis preguntando a que viene todo esto y quizás no os falte razón y que a lo mejor he comenzado la casa por el tejado, así que vamos a poner orden en la materia.


Amanecer: estación de guaguas de Las Palmas de Gran Canaria

Esta mañana, como todas las mañanas, salvo raras excepciones, me levanté bastante antes de que las claras del día alumbren la tierra, (me refiero claro, a Málaga, donde estoy).  Inmediatamente después de echarme fuera de la cama procedo a poner el balcón y todas las ventanas de la casa de par en par a fin de que se ventile. Suelo hacerlo con frecuencia y esta mañana también, de asomarme por la ventana de mi dormitorio para observar  como está el cielo sin duda para ver si está o no cubierto de nubes que amenacen lluvia, que como sabéis, en reciente entrada ya manifesté cuanto me place el ver llover. Pero no, esta mañana estaba el cielo totalmente raso, sin que ni una pequeña nube se hallaba cuando menos por el punto donde yo tenía dirigida la vista. Por el contrario si percibí que las primeras claras del día comenzaban a mostrarse por el oriente. Permanecí por espacio de quizá algún minuto contemplando ese detalle, y lo primero que se me vino a  la mente, fue el de dar gracias a Dios porque me permitía permanecer en la vida otra amanecida más.


Amanecer: Playa de la Misericordia (Málaga)

Sentado en la cama y quizá dando la razón a Carmen, pensaba en las muchas, muchas, muchas amanecidas que he contemplado a lo largo de mi vida, y el hacerlo desde que asoman los primeros vestigios de la aurora, como esta mañana, hasta que los rayos del sol, que como diría Cervantes en la primera salida de Don Quijote, no puede ser mas poética, y que quiero recordar, era poco mas o menos, así: "Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra, las doradas hebras de sus hermosos cabellos...". Muy particularmente pude embelesarme en más de una ocasión, cuando caminando y precisamente con rumbo de oeste a este, y comenzado cuando aún todavía el cielo estaba preñado de estrellas e igual se veía al uno y el otro lado opuesto del recorrido del astro rey, sin ninguna señal de que estuviera a punto de llegar el momento de cuando yo lo contemplé esta mañana, nada en la vida hay tan gratificante y que mas profundo llegue hasta las propias entrañas del alma, el poder observar ese tiempo, quizá puede durar cerca de una hora, pero aún, a como cito que Cervantes contaba como era la salida del sol, nunca creo haya habido, ni seguro podrá haberlo, persona que pueda describir tanta belleza, tal se produce a diario por la propia naturaleza, si el horizonte no se halla cubierto de nubes. Pues y como apuntaba antes, cuando en bastantes ocasiones yo me dirigía de mi pueblo a mi lugar de trabaja, distante unos diez o doce kilómetros de distancia, siguiendo siempre el camino de oeste a este,  comenzaba con todo el firmamento empedrado de estrellas, luego empezaba a dar señales la venida de la aurora, los pájaros desde sus lugares de pernocte comenzaban con sus trinos y algarabías, sin duda como dando muestras de alegría, como yo esta mañana, de dar gracias a Dios por permitirle estar vivos un día más, hasta que los primeros rayos de sol comenzaban a calarse a través de las verdes hojas de los olivos, como indicaba anteriormente, eso solo es obra de Dios, y Dios es inalcanzable. Ese efecto que me producía el extasiarme ante tanta belleza, me llevaba a pasar el día de un talante tan optimista, que ni siquiera el sacrificio del trabajo a realizar durante una larga jornada, conseguía hacer mella en mi estado de ánimo.


Amanecer: aterrizaje en el aeropuerto de Gran Canaria

A lo largo de mi ya larga vida, he tenido la suerte de contemplar verdaderas obras de arte, tanto en el orden pictórico, musical, la escultura, de las letras y otras, realizadas por personas, pero confieso, que el efecto que en mi producía, un solo amanecer que incluso hasta en mi busca venía, no lo ha conseguido ninguna de esas maravillas, porque también no tengo más remedio que reconocer que lo son, y lamento el no haber sido dotado con alguna de esas facultades para que cuando menos, dejar algo de cierta importancia para la posteridad, pero eso lo consiguen solo los elegidos, y estos pocos lo fueron, lo son y lo seguirán siendo.

Posiblemente no todas las personas conseguirán entusiasmarse al igual y el porque a mi me sucede, pero creo que cada ser somos un mundo y yo lo soy así.

Hasta la próxima entrada que ya veremos por donde desbarro.

viernes, 24 de octubre de 2014

Festividad de San Rafael Arcángel

Triunfo de San Rafael de la Puerta del Puente (Córdoba)

La festividad de San Rafael Arcángel, que hasta hace varios años se celebraba en el día de hoy, 24 de octubre, y que la Iglesia reunió la de los tres Arcángeles en el 29 de septiembre. Por cuanto a la ciudad de Córdoba, que es su patrón, e igualmente sucede en mi pueblo, se sigue celebrando como siempre se había hecho, y claro yo como buen villaharteño y cordobés, me llamo Rafael y por tanto hoy es mi onomástica.


Aunque hace algunos años hice la entrada en este blog y así lo hice constar, pero vuelvo a repetirlo y lo hago en memoria y recuerdo de mis padres, hoy hace 68 años recibía la primera felicitación escrita en toda mi vida, y que consistía en una postal con la imagen de San Rafael, escrita por mi madre en el reverso en la que me deseaba felicidades, y enviada hasta Sevilla donde me encontraba realizando el servicio militar. Aún el tiempo transcurrido, conservo dicha postal. Volviendo la vista atrás recuerdo a mis padres como eran entonces y siento cierta emoción al traerlos así a la memoria, y siempre y seguro hasta el fin de mis días, pocos son los que pasaron y seguirán pasando sin que pasen por mis recordaciones. Como podréis observar en la dedicatoria escrita por mi madre, la ortografía no era para ella una preocupación, claro vino al mundo tres años antes de terminar el siglo XIX,  cuando el analfabetismo era casi general en las clases trabajadoras, y en cuanto a ello, puedo decir que hasta mis cuatro abuelos, sabían leer y escribir. Pero en la citada dedicatoria hecha por mi madre, venía su propio corazón y que solo con echarme sus letras a la vista me llegaron al alma, y aun hoy, lo siguen haciendo.



Baste por hoy, y como digo sirva esta entrada como homenaje y recuerdo a mis padres, y como no, también a mis tres hermanos, que seguro ellos allá en cielo, estarán festejando su particular San Rafael.


Hasta la próxima entrada.

lunes, 20 de octubre de 2014

La bellota y el hurto famélico


Por el nombre dado a la entrada de hoy, veréis que he vuelto por mis fueros, o sea como la cabra, que siempre tira al monte. Pues así es... Vamos a ello.

Comenzaré diciendo que la bellota es el fruto de varias especies de árboles, tales como la encina, la coscoja, el quejigo y el alcornoque, que yo recuerde ahora, aunque el fruto de cada uno de ellos es diferente en sus cualidades, aunque muy semejantes en su forma, siendo la principal y mas conocida, el fruto de la encina, y es a esta a la que me voy a referir principalmente, y también por otro motivo sin duda menos trascendente, a la de la coscoja, pero que también tuvieron su porqué en un momento, aunque en escaso tiempo e importancia en cuanto a mi vida.

Por las fechas en que nos hallamos en que ya habrá comenzado sin duda la maduración de la bellota de las encinas, al igual que las demás, diré en primer lugar que ello fue la causa en que yo hube de abandonar mi primer trabajo en el campo, como porquero, cuando contaba diez años de edad, y que ya he citado en varias ocasiones, debido a que al comenzar la montanera en el cebo de los cerdos para las matanzas, y para ello se precisaba el vareo del fruto de las encinas, cosa que yo por razones obvias con mi edad no podía hacerlo, tuve que cesar en mi cometido y fui sustituido por un hombre adulto.

Por otra parte, como las faenas en el campo por estas fechas era bastante escaso, me refiero a mi infancia y juventud, la mayoría de los hombres que se encontraban en el paro, y alguna que otra mujer también, procedían al hurto de dicho fruto en los extensos encinares que por el sur y la parte occidental de mi pueblo había, y los sigue habiendo. Tan necesario se hacía dicho menester, que incluso no estaba mal visto por nadie e incluso muchos eran los vecinos del pueblo que teniendo cerdos en sus casas y cebándolos para la futura matanza, procedían a la compra de dicho fruto, cuestión que todo el mundo conocía. Como no, yo también en alguna que otra ocasión, salí al campo con el mismo propósito, y recuerdo que mas de una vez vendí el fruto recolectado al propio alcalde del pueblo, que por cierto era primo hermano de mi padre.

Uno de los puntos donde mas solía irse a hurtar las bellotas, era a los encinares de una finca denominada "Peñas Blancas", que había puntos que distaban por lo menos cinco o seis kilómetros del caserío, por ejemplo uno que le llamaban "El Ronquillo", siendo el guarda un señor ya metido en años, llamado Rufino y aunque tenía su domicilio en el mismo pueblo, y tan inmenso era el terreno a guardar, que situándote un tanto retirado de los caminos, era seguro que pasabas totalmente desapercibido y los cuando menos treinta kilos de bellotas conseguías coger en dos o tres horas, aunque eso si, luego llevarlos a cuestas hasta el pueblo para su venta. Cuando menos el jornal bien servido se sacaba y rara vez era alguien sorprendido por la Guardia Civil, que decomisándole el fruto que entregaban a los dueños o sus representantes, lo denunciaban por "hurto de frutos del campo", que el juez de paz, que siempre era un vecino del pueblo, solía imponer multas de cantidades escasísimas, y que posiblemente él, en alguna ocasión lo había hecho también. A esta clase de hurto, se le denominaba "hurto famélico", que resultaba ser se hacía por pura necesidad para comer.

Con el fruto de la encina no se hacía como en el del olivo, que no solía recogerse y generalmente, aparte de lo que se vareaba para los cerdos en la montanera, solía quedar en los campos y servía de alimento para otras clases de ganado, como las cabras y las ovejas, y también para otros animales salvajes, como los jabalíes. Como digo, incluso los propios propietarios de los encinares, salvo los de escasa importancia, que les servía para el propio cebo de sus animales, no se le daba mucha importancia ni se imponían grandes medidas para evitar el hurto de los mismos.

Durante la Guerra Civil y el tiempo que estuvimos exiliados, precisamente por el Valle de los Pedroches, donde existen sin duda una de las mejores dehesas de encinar de España, y que pasamos precisamente tres otoños, los de los años 1936, 37 y 38, además de que servía para alimentar el ganado que poseíamos de cabras y caballerías, y que libremente llevabámos a pastar donde nos parecía, también nos servía de almuerzo, y en hogueras que hacíamos, a la vez que para calentarnos, también servían para asar las bellotas, que resultaban ser un exquisito manjar, primero porque realmente estaban buenas, y segundo por que era lo único que podíamos llevar a la boca hasta el regreso al cortijo poco antes del anochecer y de donde habíamos salido tan pronto hecho el desayuno. Alguien dijo en alguna ocasión, y es cierto, que para la supervivencia, no es mucho lo que se precisa. De este aserto, puedo dar fe.

Por cuanto a lo de las bellotas de coscoja, que son de un color castaño más oscuro que las de las encinas, de un paladar casi desagradable, pero tienen una cascara mucho más fuerte que el de las bellotas de encina, los recogedores de aceitunas, como los dedos índices de cada mano eran los que principalmente se utilizan para recoger el fruto del suelo y pasarlo a la palma de la mano, el roce permanente de dichos dedos con el suelo había que preservarlos a fin de no terminar haciendo desaparecer, primero la uña y luego las propias yemas de los dedos sangrando, por lo que solíamos utilizar como dediles, además de baratos, las bellotas de coscoja que una vez sacado el fruto de la cascara, y buscando las que mejor se adaptara al grosor del dedo de cada cual, daban un resultado maravilloso, ya que eran las propias cascaras de la bellota, que ya he apuntado  bastantes duras, las que sufrían el desgaste por el contacto con la tierra, yendo siempre provistos de las correspondientes reservas, para en caso de rotura o desgaste del dedil que tenías colocado, sustituirlo por otro que en un santiamén se preparaba.

Ah, y en la mayoría de las casas del pueblo, solían guardarse bellotas, siempre de las encinas que se conocían eran las que tenían el fruto más dulce, y que una vez secas incluso, resultaban riquísimas al paladar y hasta para la merienda de la tarde, solían sustituir al chocolate, que no se tenía, para comer algo, entre el almuerzo y la cena.

Por estas fechas también madura la castaña, pero en mi pueblo solo en las sierras de la Chimorra, a no menos de quince kilómetros del pueblo, había unos cuantos castaños, pocos,  y las bellotas las teníamos a las puertas de la casa.

Como podréis observar y como citaba anteriormente, para la supervivencia, con poco se soluciona. La bellota tenía, como suele pasar con la algarroba, que comiendo con exceso, extriñe un tanto su ingestión.

Hasta la próxima que ya veremos que da el tiempo para esa fecha.

lunes, 13 de octubre de 2014

Volviendo la vista atrás, muy atrás

Puerto de Málaga

Hoy en esta sosegada jornada tras la festividad de la Virgen del Pilar, Patrona de la Guardia Civil, aunque ayer por motivo de la lluvia, se nos frustró la intención que teníamos de asistir cuando menos a la celebración de la Santa Misa, no así a la representación de una de mis zarzuelas favoritas, como es "La Boda de Luis Alonso", cuya música de su intermedio, como creo he hecho constar en un comentario en el Facebook, muchas veces he tatareado, sin nada que lo impida, trayendo a mi mente pasados y lejanos recuerdos, hoy se cumple un aniversario con relación a  mi vida en el Cuerpo.

Tal día como hoy, pero de hace sesenta y tres años, o sea el 13 de octubre de 1951, prestaba mi primer servicio en el Puesto de la Aduana, donde causaba alta en la revista del citado mes, procedente del de Torrelasal, ya desaparecido, como otros mucho más, que se hallaba, en una edificación totalmente aislada, en la costa cerca de la barriada de Sabinillas.

Aunque podía haberlo hecho cinco días después, quizá por esa tendencia mía a madrugar, o adelantar el tiempo a lo que estaba previsto, aquella mañana verificaba mi presentación ante el Brigada Comandante de puesto. Era sábado, día en que se verificaban los cambios de turno en los servicios de línea diurno y nocturno, y aunque los relevos lo eran a las catorce horas, yo realicé mi presentación sobre las diez de la mañana, comunicándome que me pasaba al turno de la noche.

Momentos antes de las veinte horas de aquel sábado y previo el sorteo correspondiente, me tocó prestarlo en el punto de entrada al recinto portuario por el Puente de Hierro, por el que pasaban y creo lo siguen  haciendo, las vías del ferrocarril y que además de los trenes de mercancías, igualmente lo hacía el tren de suburbanos, que partiendo de Málaga llegaba hasta la localidad de Coín. Así mismo existía un pasadizo para la entrada de personal, donde había de permanecer por espacio de nada más, y nada menos que doce horas.

Si atrás dejaba el servicio en la costa por aproximadamente igual número de horas, desde antes del anochecido hasta después del amanecido, como estaba estipulado, cuando menos se hacía en pareja, se tenía con quien charlar, y aunque estaba prohibido, mientras uno vigilaba, otro daba una cabezadita de dos horas, que algunas noches se llegaba hasta dar dos de ellas, con lo que se pasaba la noche mucho mas distraído. Pero doce horas completamente solo, sin más distracción que cuando algún superior llegaba a vigilarte el servicio, y las buenas noches o buenos días que te eran dados, no siempre, por los pescadores que entraban y salían de sus trabajos o para la compra de pescado en las subastas que se hacían en el sector de la pescadería, con ese lentísimo pasar de las horas, fumando cigarro tras cigarro y consultando el reloj de vez en cuando, que parecía haberse detenido el paso del tiempo, aquello eran noches interminables, como reza el dicho, "una noche toledana". Pero no quedaba ahí la cosa, si no que una vez eras relevado a las ocho de la mañana, tenías que trasladarte al local de la Aduana, donde había que prestar el servicio de reconocimiento de equipajes y viajeros a los que llegaban procedentes de Melilla, que estaba previsto para la hora citada.

Aquella mañana, ya del día catorce, recibía una gran ilusión cuando al llegar al punto donde el barco de la compañía Transmediterránea, uno de los dos que hacían dicho servicio, se hallaba atracado y que lo era el denominado "Vicente Puchol". en el que mi padre cuando hizo el servicio militar en dicha plaza, me contaba era uno de los que utilizaba para ir y venir de dicha ciudad, esto en los años 1919- 20- 21, precisamente cuando la llamada "Guerra de Melilla". Aún  el referido barco permanecía prestando sus servicios en la misma ruta. Creo sería allá por los últimos años de la década de los  sesenta, del pasado siglo, a un nuevo barco le volvieron a poner el mismo nombre y que el primero posiblemente hubiere pasado, merecidamente por su antigüedad, al desgüace. Entonces, y aún hoy, el traer este hecho al recuerdo, me transporta hasta aquellos  lejanos relatos que mi progenitor me hacía cuando era todavía muy niño, pero que llevaré en el recuerdo mientras viva.

Aún cuando esta modalidad de servicio, entre las diferentes que se prestaban en el mismo Puesto de Aduana, todas las demás mucho mas llevaderas que la citada y que se practicaba por los recién incorporados por espacio de un mes aproximadamente, el que yo pidiera mi traslado hasta Málaga, lo era con la esperanza,  primero  salir de aquella ausencia de trato con las personas, excepto las de las familias de los compañeros del puesto a la que estábamos sometidos, cuando contaba veintiséis años de edad, y aunque tuve la oportunidad de echarme una novia, a la que conocí por que circunstancialmente había ido a visitar a unos familiares que vivían en un cortijo en los confines de la demarcación del Puesto de Torrelasal, pero que hubo de volver a su pueblo, también me llevó a ello, la esperanza de poder alcanzar algún destino que no lo fuera el rutinario servicio de la vigilancia que había practicado desde que ingresé en el Cuerpo. Y tales eran mis esperanzas, mes y medio después de mi llegada a Málaga, conseguía mi pase como mecanógrafo a las oficinas del Tercio, donde daba el comienzo de mi dicha, por el resto de los treinta años siguientes de mi permanencia en la Guardia Civil, y por ende, igualmente me llegó lo que fue mi vida personal y de ello, la familiar. La dicha que buscaba quizá en ensoñaciones despierto, se cumplió mucho más allá de lo deseado. Sin duda, uno de los hechos mas trascendentales de mi vida, fue la petición de aquel destino, primero la solicitud del examen que para el mismo se requería y luego mi pase, al que hoy se han cumplido SESENTA Y TRES AÑOS, y que bendito sea el momento en que decidí hacerlo. Muchas veces el destino en la vida de las personas, pende de las decisiones que a lo mejor por "ver", sueles tomar. Eso sí, miro hacia atrás y ya ha transcurrido toda una vida desde mi primer servicio en el Puente de Hierro, que sobre la próxima desembocadura del río Guadalmedina en el mar, une las dos orillas del mismo, con el Puerto de Málaga.

Bueno, como veréis, esta vez me he pasado del campo a las orillas del mar. Hasta la próxima, que no me alcanza de lo que trataré.

martes, 7 de octubre de 2014

Estampas de la vida en el campo

Un campo cualquiera,,,
Valle Gran Rey, isla de La Gomera, Santa Cruz de Tenerife

Sin que falta me haga para ello, pero siendo un tanto empujado para que lo haga, hoy vuelvo a mis raíces y voy a escribir sobre la vida en el campo.

Hoy quiero dar mi total aprobación, a ese dicho, en verso, de que "nada en el mundo señores, nunca es verdad ni mentira, si no todo es del color, del cristal con que se mira", y aquí me incluyo para decir, que yo las cosas y la vida del campo las he visto siempre en color de rosa, que suele hacerse cuando es en sentido positivo.

Me vienen al recuerdo estampas que solían darse con mucha frecuencia de las gentes del campo cuando por parajes de por sí solitarios caminaban hacia sus lugares de trabajo o a sus viviendas que lo estaban en despoblados, al punto de que en algunos kilómetros a la redonda, solo existían los pájaros y los animales salvajes y allá a lo lejos se divisaba el simple habitáculo de su vecino mas próximo, aunque se le llamara cortijo. Si cuando a lomos de la caballería que lo transportaba, sumido en quien sabe Dios iba cavilando, se cruzaba de buenas a primeras con otro, cabalgando sobre otra acémila, que a lo mejor iba al pueblo para proveerse de cualesquiera de las necesidades que en su humilde morada precisara, para ambos suponía una alegría de tropezarse con otro ser humano por aquellos descampados. Tanto si eran conocidos y llevaban cierto tiempo sin verse,  como si en la vida lo hubieren hecho, sin que norma hubiere establecida para ello, en la mayoría de los casos y como si fuere un acto de cortesía hacía su prójimo, ambos detenían sus caballerías, se daban los buenos días o tardes, según procediera, y mútuamente se preguntaban por la salud y la de su familia, como se presentaba la cosecha, quizá la falta que hacía de que cayera la lluvia y todo cuanto a su vida en el campo era, a la par que uno de ellos, sacando su petaca del bolsillo, recipiente donde se echaba el tabaco suelto, la ofrecía al encontrado, y con ese rito pausado y ceremonioso que el caso merecía, procedían a liar su cigarrillo a la par que no dejaban de charlar entre ellos. Como no, y si ambos eran jóvenes y en edad de ello estaban, nunca podían faltar las alusiones a las novias, bien que ya la tuvieran o lo estuvieran en ciernes.

Las propias caballerías, se olisqueaban la una a la otra como queriendo emular a sus amos y a lo mejor, quien sabe, si en su forma de comunicarse también se hacían sus preguntas de que tal la trataban o de alegrarse  de haberse conocido, si no lo habían hecho antes, como lo estarían haciendo sus cabalgantes, si ello mismo le sucedía. Si el caso se daba de que otro caminanate, a lomos de otra caballería o incluso a pie, pasaba por el lugar, se unía a la tertulia, y como las prisas en el campo y en aquellos tiempos en que yo vivía del mismo o en el mismo, no existían, allí permanecían largos minutos y que para ellos suponía un rato de expansión, y como no, de gozo. El murmullo de las voces de los contertulios y quizá el relincho o rebuzno de alguno de los semovientes, eran lo único que se percibía en el inmenso silencio de aquellos campos, aunque de vez en vez solían escucharse el canto de una oropéndola, de un jilguero, o el arrullo de una paloma o una tórtola, pero la inmensidad de aquellos cielos nítidos que libres de toda polución estaban, todo aquel conjunto que en aquel mínimo de hombres estaba reunido y una o mas caballerías, y efectos especiales del sonido de los cantos de los pájaros, componían una de las sinfonías y sentimiento poético que de mayor deleite pueda darse.

Cierta nostalgia siento al traer al recuerdo cuando algún caso semejante al relatado se me dio, cuando por aquellas veredas que me llevaban hasta mi lugar de trabajo donde a lo mejor había de permanecer incluso semanas, o me volvía hasta el pueblo, eso sí, una vez cumplida la jornada y con la obligación de volver para el inicio de la del siguiente día, pero no por ello lo echo de menos.

Sin lugar a dudas a otros seres, humanos, claro, tales eventos no le resultaran tan interesantes ni guarden de ellos el recuerdo que yo hago.

Hasta la próxima, que no lo será del campo, eso sí, no me provoquéis para que ello no lo haga.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Las zahurdillas


Haciéndome eco de la recomendación que mi amigo Luis Carballeda  me hacía  en su comentario de la entrada anterior, y sacar de la duda que también en igual modo y sitio, mi amigo Daniel ignoraba lo que era una zahúrda, para complacer a ambos, y a mí que no me hace falta nada para hablar de mi pueblo y volver por aquellos lejanos recuerdos de mi niñez y primera juventud, hoy voy a tratar de las zahurdíllas, dos puntos que se hallan en los extrarradios de Villaharta.

Comenzando por su etimología, diré que deben su nombre a que luengos años ha, en dichos puntos los habitantes de mi pueblo creo tenían por costumbre edificar en los mismos los pequeños establos donde encerraban los cerdos a lo que se llaman zahúrdas y en otros puntos de España creo que se les llaman también pocilgas. En los tiempos en que yo jugaba allí, se podían ver todavía algunos restos de  de piedras y barro que formaron parte de aquellas zahúrdas. Igualmente y como citaba en su comentario Luis, en la pequeñísima explanada existente en dichos puntos, en la época de la recolección de los cereales solían poner algunas eras donde trillaban y aventaban para separar el grano de la paja de los que habían tenido sembrados.

Y ahora que ya he cumplido con con mi deseo de complacer a mis dos buenos amigos, voy yo a explayarme y añadir eso de como he citado antes de mis viejos recuerdos.

Villaharta (Córdoba)

Como decía en mi comentario de la anterior entrada, hay en Villaharta dos puntos conocidos por ese nombre, que llamábamos las de arriba y las de abajo. A las zahurdillas de abajo es donde generalmente íbamos los niños a jugar y a la vez por aquellos aledaños, nos dedicábamos según el tiempo, a buscar grillos, buscar nidos de pájaros, que el primero que lo divisaba pasaba a ser de su propiedad, y aunque alguien pueda dudarlo, rara vez cometíamos  alguna tropelía de romper los huevos o matar alguno de los pajarillos. El desarrollo de éstos lo observábamos casi a diario, y el día que llegábamos y ya habían abandonado el nido, nos producía una gran decepción. En no pocas ocasiones comenzábamos a merodear por los alrededores de donde había estado el nido, y veíamos a alguno de los polluelos revoloteando de un árbol a otro, con la inexperiencia de haber comenzado a volar a lo mejor el día anterior, y los padres llevándoles la comida en cortos espacios de tiempo. Cuando yo contemplo ahora el embeleso de los niños ensimismados con sus "maquinitas" de todo tipo, en muchos casos que les han supuesto a sus padres un gasto importante para regalárselos me transporto hasta estos hechos que estoy relatando, y puedo asegurar que nos proporcionaba a nosotros posiblemente mayor deleite y goce que a ellos. Otro de los recuerdos incomparables de mi niñez es escuchar el canto de un ruiseñor entre los zarzales de un río o de un arroyo, que no hay un sonido y melodía tan sublime en el mundo como ello. Lástima, por una parte, pero alegría para él, que dicho minúsculo pajarillo, no soporta el cautiverio y nos prive de no poderlo oír a diario.

También en la primavera casi todos los días nos dedicábamos a recoger hierbas que conocíamos debidamente que eran comestibles, entre las que recuerdo, los cornachos, las arbejanas, las yerba gitana, las alcubillas, nombres que seguro nada tienen que ver con los específicos, pero nosotros así las conocíamos y nos las comíamos con lo que nos suplía la falta de no tener otra cosa que merendar, y con el caso de que toda la boca se nos ponía de un color verdoso que luego trabajo costaba volver a su color natural.

Otra de las cosas por las que yo me iba a las zahurdillas, era los días que no había escuela, y me llevaba dos cabras que había en mi casa, a pastar por aquellos parajes, y con ello ahorraba a mis padres 20 céntimos, que cobraba el cabrero a quien se las llevaba los días de colegio, y  a su vez le entregaba diez céntimos por cada una.

Por último, que me he pasado ya tres pueblos por lo menos, y aunque en un comentario que hice en la anterior entrada a Luis y Daniel lo conté, diré para quien no lo haya visto, que a los pocos días de iniciarse la Guerra Civil Española, en las zahurdillas, esta vez las de arriba, una mañana estábamos quince o veinte niños jugando a los soldados portando una bandera republicana de grandes dimensiones, y que daba la casualidad que un par de días antes habían llegado al pueblo posiblemente eran como un batallón de soldados del ejército rojo que iban  con destino a Córdoba para sofocar la rebelión. Cuando más a gusto estábamos jugando a soldados, llegó una avioneta procedente de Córdoba y seguro que confundiéndonos con los verdaderos, comenzaron a arrojarnos bombas y a la explosión de la primera, abandonando la bandera salimos de estampida cada uno en busca de su casa. A unos doscientos metros del lugar de donde nos sorprendió la primera explosión a un primo mío y a mí, volvió a explosionar una segunda que cayó a no más de cien metros de donde corríamos, menos mal que era posiblemente una bomba de mano, y la metralla no nos alcanzó, si hubiere sido mayor, creo que hubiéramos tenido problemas.

A lo mejor otro día volveré a hablar, en vez de como se dice, del Gobierno, de las cosas del campo. Como no.