sábado, 27 de septiembre de 2014

¡Aleluya! Llegaron las lluvias...


Hoy me encuentro contento. Esta noche ha estado toda ella lloviendo, pero lloviendo como Dios manda, no torrencialmente, pero sí con abundancia.

La pasada entrada que era todo lo contrario a esta, parece que Dios que a lo mejor por esos misterios del destino y hasta pudo leerla, se compadeció de mí y diría vamos a darle satisfacción a éste y nos ha dejado una noche intensa de lluvia, cuando menos aquí en esta bendita ciudad de Málaga. Aunque esta alegría mía, no lo es compartida con otras personas, pues precisamente el mismo día de la anterior entrada y unas horas después de haber terminado la misma, en una emisora de radio, casualidad, oía los comentarios de una locutora, señalando que "a ella no le gustaba la lluvia, que le producía tristeza, y no se podía salir a la calle porque se mojaba el bajo de los pantalones", entre otras cosas, y añadía que había personas a las que si le gustaba, pero como extrañándose de ello. Lo siento, pero hoy celebro la noche que ha pasado.

Ya lo he citado en muchas ocasiones en este blog de que en mi infancia y juventud, en mi pueblo cuando llegaba la lluvia se veía como una bendición de Dios, dado a que luego en el verano, de no ser así,  la penuria de la misma llegaba casi a ser dramática. Y luego, yéndome a mis raices, a la agricultura, al campo, y hoy se me viene al recuerdo una clase de siembra que se le denominaba "rozas". Este modo de labranza consistía en arrancar todo el monte bajo existente en el terreno, que generalmente se hacía cuando estaba totalmente cubierto y se iba dejando sobre el lugar donde se iba arrancando, y una vez seco se le prendía fuego y cuyas cenizas servía como abono para la siembra. Como los terrenos que se hallaban cubiertos de matorral, lo eran en donde hacía muchos años no se había cultivado, que siempre lo eran cerros o montículos de tierras pobres para la agricultura y áridas por naturaleza, con la añadidura del calor que la quema del monte que se había dejado sobre el terreno le había dado, para que lo que allí se sembraba, que casi siempre lo era de cebada, por ser el cereal que en terrenos pobres era el que mejor se adaptaba, como la pluviosidad fuera escasa durante el año, se perdía todo lo que se había sembrado y trabajado, pero si llovía con abundancia, el rendimiento de las rozas era extraordinario.

Así, los que tenían esta clase de siembra se pasaban el año implorando a Dios les mandara abundante lluvia, aunque los demás tampoco les fueran a la zaga, y el viento ábrego que era el que  traía la lluvia, siempre estaba en la boca de toda la gente del campo. Ese era el viento milagroso y cierto era, pero tampoco faltaban la alusión a las cabañuelas, que figuraban, y ochenta años después siguen figurando, en el almanaque zaragozano, cuyo autor era Don Mariano del Castillo y Osciero, aunque el actual serán por lo menos los nietos del mismo los que lo publiquen (precisamente yo tengo un ejemplar del año actual), que por haberlo referido en una ocasión delante de ella, mi amiga Carmen me lo regaló hace unos meses, que yo no sé donde pudo verlo. En eso se basaban los que predecían el tiempo, ya que las isobaras y las bajas presiones eran un misterio desconocido, incluso para los mas avezados entendidos de la meteorología, que solían ser los mas viejos.

Actualmente todo el terreno del término municipal de mi pueblo, muy pequeño por cierto, está en condiciones de ser sembrado como roza, ya que todo, y digo todo, está cubierto de monte, dado a que en las veces que en los últimos años lo he visitado, si un solo palmo de tierra he visto sembrado.

Como solía decir mi padre con frecuencia, cuando una persona se obstinaba en tender a sus querencias, que decía "el que nace barrigón, es inútil que lo fajen", pues eso me pasa a mí que tan pronto se me presenta la menor oportunidad, allá que me voy a lo que tan hondo me caló el vivir los veinte años primeros de mi vida, viviendo del, y en el campo. Ah, y para esa locutora que decía que no le gustaba la lluvia y una de las cosas que le molestaba, le digo que para ello hay un remedio muy sencillo, y es "remangarse los pantalones".

Sed compasivos conmigo y perdonarme esta tendencia a "echarme al campo" de vez en cuando, pero es que a veces y como sucede cuando dos personas no tienen nada de que hablar, "hablan del tiempo", pues yo, hablo de lo qué, aunque no mucho, algo sé.

Hasta la próxima, que no me atrevo a prometer de que no sea algo del campo, y vuelvo a referirme a lo que decía mi padre.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Esperando las lluvias...

Lluvia cayendo sobre el Océano Atlántico. Playa de Las Teresitas, Santa Cruz de Tenerife


Aunque los pronósticos del tiempo meteorológico de Televisión Española para el día de hoy, daba lluvias en Málaga, la desazón sufrida, porque hasta el momento en que he comenzado esta entrada ya casi las siete de la tarde, no ha caído ni gota, me impulsan a dejar testimonio, como digo, del desencanto que ello me produce.

Uno de mis grandes gozos es contemplar la caída de la lluvia, y como digo, aquí viene como anillo al dedo ese dicho tan popular como "mi gozo en un pozo", cuando no se cumple lo que uno esperaba o deseaba. 

Muchas veces me he preguntado a qué, y porqué,  me viene ese deleite de ver llover. Ese interrogante me transporta sin duda hasta los primeros días de mi vida, que en todo mi entorno familiar, seguro oía decir y comentar: "¡Y no llega la tan necesitada lluvia!", y "¡Y se va a perder toda la cosecha!"... Ese repetido deseo de la llegada de lluvia, sin que uno ponga nada en ello, deja huella tan profunda, que como me sucede, me lleva acompañando desde que uso de razón tengo. Los estíos en mi pueblo eran de una escasez de agua, sobre todo potable, que quienes poseían alguna caballería, y utilizando lo que en el trabajo del campo solían usarse a diario, las llamadas aguaderas, se trasladaban a lo mejor varios kilómetros para llevar a su casa cuatro cántaros de agua para beber.

En no pocas ocasiones, he oído comentarios de personas de las grandes ciudades, quizá en un tono un tanto peyorativo, cuando a lo mejor lleva dos o tres días seguidos sin dejar de llover, "ahora la gente del campo estará contenta", como si eso fuera un capricho de los "catetos",  y aquí, pese a llevar casi sesenta y cinco años viviendo en Málaga, no tengo por menos que rebelarme contra esos comentarios, y yo les preguntaría a quienes así se expresan: "¿Qué dirías si esa lluvia supusiera para ti perder el jornal de todo lo trabajado durante un año? Seguro tus lamentos serían mucho mas desgarradores, que cuando un labrador se queja de que esa falta de lluvia le supone la pérdida de parte, o toda la cosecha de lo sembrado y trabajado a lo largo de varios meses..."

Durante más de una década en que estuve trabajando en el campo, y principalmente en un olivar, donde realicé todas las faenas relativas al mismo, desde el laboreo, cogida y vareo del fruto, hasta la molturación del mismo en la almazara, recuerdo que por estas fechas, y a lo mejor había buena cosecha de aceitunas, pero que si en el mes de septiembre y octubre, no llegaban esas lluvias, el fruto, se decía no se "otoñaba", se caía en gran parte al suelo y en su consecuencia se perdía gran parte de la cosecha, y yo que ni siquiera había en casa de mis padres una maceta, sentía tan grandes deseos de que lloviera, como los mismos propietarios del olivar, dado a que la temporada de trabajo sería mucho mas corta y ello  me llevaba a dar menos jornales y por tanto dejaba de ganar lo que tan necesitado de ello estaba todo el entorno familiar.

Aunque, en la época de cuando yo trabajaba en el campo, el día que no se trabajaba no se cobraba jornal alguno, esos días de lluvia en que ni siquiera dejaba salir hacia el tajo, con gran alegría cuando al amanecer, y a lo mejor durante toda la noche había estado, y continuaba lloviendo, con cierta alegría solía decirse, "¡hoy, migas perdidas!". Y es que durante los dos o tres meses que duraba la faena de las aceituna, todas las mañanas, y digo "todas", se comían las celebres migas de pan, que por mi tierra suelen hacerse, y de ahí lo de migas perdidas. Asímismo había otro dicho que era el de "día de agua, taberna y fragua". Lo de taberna como no se podía ir a trabajar solía irse a la taberna, mas que nada por charlar con los amigos, y lo de fragua, para reparar las herramientas de trabajo que estuvieran deficientes o rotas.

Parece que en mí, pueda parecer existe cierta discrepancia entre lo que siempre desee cuando en el campo trabajaba, que era buscarme otro medio del sustento menos duro, pero sobre todo mas seguro, y esa cierta añoranza que me lleva de vez en vez a tratar cuestiones de aquella época. Y no tengo por menos que aceptar de que así sea, pero cuando desde incluso mi niñez, el trabajo en el campo  me suponía unos, aunque ínfimos medios para ayudar al sustento mío y de mi familia, y ese, sin duda, mi amor por la naturaleza pura en la que me desenvolvía, quieras que no, y como yo me considero un enamorado de todo ese entorno de las amplias extensiones de terreno, cubiertas, sobre todo de olivos, que fue siempre mi entorno, nada mas que el traer al recuerdo aquellas vivencias, siento cierto regodeo, del que no puedo, pero tampoco quiero desprenderme.

Bueno perdonarme por el tostón que os he largado, a los que tengáis esa osadía de entrar a leer este blog, y que pensareis este tío tiene espíritu de rana o pez, que tanto le gusta el agua, lo que no niego, y sobre todo como he apuntado en esta entrada, cuando del cielo la contemplo caer lentamente, me extasío al punto de que infinidad de veces estando en la cama a lo mejor de madrugada y me despierta ese divino son que produce la lluvia al caer sobre el suelo o las ventanas de la casa, me levanto y a través de los cristales me quedo un rato viéndola caer, y no me importaría el quedarme hasta el amanecer en su contemplación. Cada loco con su tema, y mira por donde yo, de "hidrófobo", nada tengo.

Hasta la próxima que trataré de ser mas ameno, ah, pero sobre todo que haya llovido ya.Y es que ese olor a tierra mojada que exhalan los campos tras recibir las primeras lluvias después del estío, es como el perfume que envían al propio Dios, en agradecimiento por el bien recibido.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Fin de las vacaciones veraniegas

Sobrevolando Fuerteventura, de vuelta de las vacaciones

Hoy han terminado para los míos las vacaciones veraniegas. Dentro de un rato, los últimos en disfrutarlas tomaran rumbo a sus residencias habituales. Como todos los años por estas fechas, el ánimo suele acusar la ausencia de quienes por fuerza mayor han de ausentarse, y anoche cuando asomado a la ventana de mi dormitorio decía adiós a los que se despedían, no pude evitar que algunas lágrimas se asomaran también a las ventanas de mis ojos y dedicadas a ellos, que siempre suelen el último acto de la despedida. En esos instantes, siempre se me viene al recuerdo de esos seres, de edades iguales, superiores o inferiores a la mía, a quienes no tienen la dicha de recibir ni de despedir, por que no los tienen, a los suyos, ¡qué aliciente tendrán para seguir viviendo! Yo, aunque se ausenten, tengo la dicha de tenerlos y sentir que cuando menos, donde quiera que estuvieren, ahí están, ahí los tengo con quienes a diario me comunico y donde en todo momento están pendientes a mí. En ese adiós de anoche, y pese a que siempre he sido, y lo continuo siendo, una persona positiva, pero el acumulo de años creo invita a ello, y como desde hace ya unos años me viene sucediendo, cuando los veo trasponer, me pregunto: "¿será la última vez que los vea marcharse?" No penséis que este sentimiento, pueda ser una señal de algún inicio de desánimo o depresión, no, estad seguros que mi estado de ánimo enseguida se repone y continúo teniendo las mismas ganas, deseos e ilusión de seguir viviendo y pido a Dios que mientras así me tenga, prisa ninguna tengo por abandonar esta vida a la que tan orgulloso y contento me siento de haber venido a ella, con la añadidura de todo cuanto me ha sido dado, al punto de que en esas soledades que los "mayores" solemos tener con mucha frecuencia, aunque alrededor tengamos a una o hasta muchas personas, yo mismo suelo decirme ¿es posible que tanta dicha se me haya dado y se me esté dando hasta estas alturas de mi vida? Pero metiéndome en mis sentimientos, hallo la respuesta, que no puede ser otra, de que me siento uno de los seres mas dichosos que darse puedan. Así que miro al horizonte y ahí mismo veo ya otra vez el mes de junio que es cuando me da la sensación comienza las vacaciones del verano, y volveremos, aunque como este año ha sido, a vernos a retazos, y dos de los miembros ni siquiera he tenido la suerte de tener ante mis ojos. Pero aún así, que el año que viene lo sea como éste.

Antes de esta entrada he hecho otra similar a esta, pero el ordenador me ha estado incordiando y al final todo lo que había escrito no me lo ha permitido publicar. Vamos a ver si esta lo consigo.

Hasta la próxima, si Dios lo quiere y el ordenador lo permite.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Hoy, fiesta de guardar

Iglesia de la Concepción (Santa Cruz de Tenerife)



Hoy domingo y como día de precepto para la Iglesia Católica, se me ha venido al recuerdo el porqué y cómo era el desenvolvimiento de la Iglesia allá por mi infancia y juventud.

Por entonces, y sobre todo desde el principio de los años treinta del pasado Siglo que es desde donde guardo fehacientes recuerdos de todo el acontecer, una de las palabras mas utilizadas, y no para enaltecerla, era la de "clero", que según una de las definiciones del diccionario de la RAE, es la "clase sacerdotal en la Iglesia Católica". Ya la estampa de los propios sacerdotes de entonces, casi nada, por no decir nada, de parecido tenían con los de hoy. Era permanente el vestido del hábito del que supongo que por llegarle hasta los talones se le denominaba talar, el uso del sombrero de ala redonda y color negro que utilizaban siempre fuera de la iglesia y de su casa. Dentro de las sacristías y de su propia casa, usaban una especie de gorro que llamaban bonete, comúnmente de cuatro picos que asimismo era usados por los seminaristas. La primera vez y que siendo niño vi la parte baja de los pantalones del cura, cuando subía los escalones de la iglesia, me causó cierta impresión dado a que yo en mi candidez de la niñez, pensaba que los curas no eran hombres propiamente dicho. y el ver que llevaba pantalones, no me cuadraba con su condición, de lo que yo no se que imaginaba que era un cura, pero desde luego no un hombre.  Pero lo que mas distinguía a los sacerdotes del resto de los hombres, era la "tonsura", que como la misma palabra indica, era una porción tonsurada de la cabeza de forma ordinariamente circular y que era conocida por el nombre de coronilla. En concreto que en la parte alta y trasera de la cabeza, llevaban un circulo afeitado o pelado al cero, y de ahí el nombre, creo, de coronilla.

Y abreviando un tanto, porque si no precisaría de varias entradas para contar todo cuanto a la memoria me viene, diré que las mujeres solo por el mero hecho de entrar a la iglesia, habían de llevar un velo, generalmente negro,  cubriendo su cabeza; tampoco podían entrar llevando los brazos al desnudo, si no que utilizaban unos llamados "manguitos", que les tapaban toda la parte del brazo que la manga corta del vestido les dejaba al descubierto, así cada una tenía su manguito para cada vez que tenía necesidad o vocación de asistir a cualquier rito, que por descontado en nada se parecía a la clase de tela del vestido que en ese momento vestía, y que en su parte alta estaban provistos de una especie de elástico que le sujetaba el mismo a la parte mas extrema de la manga, y era tal el contraste generalmente del manguito con el color y clase de tejido del vestido, que  hoy resultaría de un ridículo exagerado. Los escotes, por supuesto que entonces, eso de dejar al descubierto el "canalillo" que hoy los más recatados suelen emplear, jóvenes y no tan jóvenes, por supuesto no se utilizaban, ni por supuesto hubieran podido permitirse para entrar a los templos.


La comunión no podía recibirse sin llevar cuando menos cuatro horas sin haber ingerido alimento alguno.


Y que decir de la rigurosidad con que había que guardar ciertas normas en la celebración de la festividad de la Semana Santa, donde en mi pueblo por ejemplo, el cine no se suprimía porque no lo había, pero incluso las tabernas o bares, el Jueves y Viernes Santo estaban cerrados a cal y canto, aunque en algunos y por alguna puerta un tanto escondida a la vista, se solía entrar a los mismos y en riguroso silencio, incluso solía echarse alguna partida al dominó y tomarse alguna copa;   los aparatos de radio los pocos y únicos medios que entonces existían, solo podían transmitir música sacra o religiosa; estaba mal visto ir silbando,  cantar o tatarear por la calle y así un largo etcétera, hasta que por fin llegaba el Sábado de Gloria, y con ello la alegría de la Resurrección.


Cuando las campanas de la iglesia comenzaban a repicar, en mi pueblo había la costumbre de que los niños íbamos a la iglesia donde el sacerdote repartía agua bendita que nos echaban en recipientes que a tal efecto llevábamos (yo recuerdo que llevaba una lechera de una cabida aproximada de medio litro), y ese agua se esparcía por toda la casa,  y con ello se expulsaba a los demonios de la misma. Durante el repique de las campanas, también se lanzaban trece pequeños trocitos de piedra  a los tejados, de donde también se expulsaba a los demonios que en los mismos pudiere haber.


Volviendo lo que apuntaba casi al principio de esta entrada, por aquellos años, por todos los partidos de la izquierda, había una propaganda feroz especialmente contra lo que en términos generales, se le llama "el Clero", y que abarcaba a todo lo concerniente a la religión católica, y recuerdo hasta una especie de acertijo que circulaba y que era del tenor siguiente: ¿Qué es un cura? Un hombre blanco, vestido de negro, a quien todo el mundo llama padre, menos sus hijos que lo llaman tío". Todo esto que acabo de exponer es solo una pincelada de todo lo relacionado con la Iglesia, comparada solamente con la de aquellos lejanos años de mi niñez y juventud a la actual.


Vaya por delante, que nada contra la Iglesia tengo, me considero, como decía en el expediente que me abrieron cuando me fui a la mili, en su casilla de Religión, C.A.R., practicante, aunque seguro menos de lo que como tal debiera. En fin que con esta entrada lo que he tratado, es dejar constancia de lo que entonces era todo cuanto a la Iglesia Católica se refiere, y que a partir sobre todo del Concilio Vaticano II, comenzó a cambiar hasta llegar al punto donde actualmente está, y con ello digo, Amén.


Hasta la próxima.

lunes, 1 de septiembre de 2014

El cenacho y el papel de estraza



Hoy me ha dado el pequeño avenate de escribir sobre el cenacho y el papel de estraza, dos cosas que en mi infancia, adolescencia, juventud y hasta incluso de estar ya casi pasándose ésta, lo era de uso tan común, daros cuenta, como son hoy los teléfonos móviles y los "wasap"...

Comencemos por lo  primero. Según el diccciomario de la RAE, cenacho es:  "espuerta de esparto o palma, con una o dos asas, que sirve para llevar carne, pescado, hortalizas, frutas o cosas semejantes".  Los cenachos,  habíalos de distintos modelos, formas y dimensiones, pero a los que yo me refiero, eran de dos asas, en su mayoría de palma, de unas dimensiones aproximadas como son las bolsas que hoy suelen darse en los supermercados, y se utilizaban generalmente para ir a la compra al mercado y a las tiendas. Los "carritos de la compra", cuando menos en mi pueblo no existían, ni creo lo fueran tampoco en las grandes ciudades, o sea que yo creo no existían siquiera,  así todas las mujeres (hombres también, pero menos)  que iban a los mismos, como igualmente a las tiendas, que en su inmensa mayoría eran de particulares y dedicadas a la venta al pormenor y a granel, utilizaban los cenachos. En casa de mis padres había, dos, de ellos uno más usado, que se utilizaba para guardar las cosas dentro de la casa, que se citan en la descripción, y el otro mas nuevo para llevarlo a la compra. Ambos eran de palma, y rara vez se veía uno de esparto.

Los malagueños lo tenemos, porque yo también soy malagueño, como símbolo de la ciudad en "El Cenachero", aunque los dos cenachos que lleva el mismo, por su forma se les solía llamar "capachos", en otras partes también "capazos".

Cuando yo era muchacho, y como el mayor de los cinco hermanos, la mayoría de los recados me tocaba hacerlos a mí, y si lo era para la compra de varios artículos, llevaba siempre el cenacho donde metía toda la compra. El cenacho era a mí, como actualmente son las bolsas de plástico, o sea inseparable.

Pero había una excepción importante, que lo era para la compra del pan, que como quiera que si lo metías con carne, pescado u otros artículos, podía tomar sabor y olor de muchos de ellos, y entonces para ello se utilizaba una bolsa de tela solo dedicada para el pan, y que en casi su totalidad, todas ellas tenían bordada en uno o dos de sus costados la palabra "Pan". Aquí en mi casa, cuando menos existe todavía una de esas bolsas con su bordado correspondiente. Esto solía formar parte del ajuar que las mujeres llevaban al matrimonio.

¿A alguien no le ha quedado claro lo de cenacho, y porque era tan conocido, utilizado y popular? Enterados pues, por satisfecho me doy.

Ahora vamos al "papel de estraza". El diccionario lo describe así: "Papel muy basto, sin cola y sin blanquear". Y asímismo os preguntareis el porqué su importancia para que se haya traído a esta entrada. Pues guarda una relación muy directa con el cenacho, porque ambos estuvieron siendo compañeros inseparables durante luengos años. Vamos a explicarlo.

Los supermercados eran totalmente desconocidos en mi infancia y juventud y los comercios lo eran  de menor o mayor importancia, en los pueblos solo los había de los primeros, y la casi totalidad de los artículos, especialmente en los ultramarinos, se vendían a granel, al punto que yo recuerdo que en casa de mis padres solamente se compraba empaquetado el café, que  venía en cartuchos de un kilo, y hasta me acuerdo de la marca, "Mis nietos", en cuya envoltura había dibujados unos ancianos rodeados de unos cuantos nietos. Pues para envolver todos los productos que se compraban se utilizaba el papel de estraza, así que si llevabas artículos de cinco clases, por ejemplo, azúcar, garbanzos, judías, lentejas y, también hasta la sal, llevabas cinco paquetes hechos con papal de estraza. Encima de los mostradores de cada establecimiento. había un verdadero montón de esta clase de papel, y que solían ser generalmente de tamaño folio, y que los propios dependientes cortaban en dos o mas trozos, según la cantidad que habían de envolver. Se me viene al recuerdo, que la cantidad de la "mitad del cuarto", que son 125 gramos, solía ser la mas solicitada, dado a que las compras en la inmensa mayoría de los hogares, se hacía para el consumo diario, y que incluso los domingos y festivos, salvo dos o tres en el año, solían abrir todas las tiendas. Me admiraba la rapidez y la destreza con la que todos los dependientes envolvían los géneros, lo bien hechos que les quedaban y que por mucho que los movieras no se deshacían. A este respecto, cuento lo que con mucha frecuencia solía sucederme, y es que como de condición siempre fui bastante goloso, el azúcar, aunque lo era a granel, había siempre muchos terrones de mayor o menor tamaño, y cuando hacia compra de dicho artículo, deshacía el paquete correspondiente y tomaba uno o dos terrones, según lo grandes que fueran, pero al intentar rehacer el mismo, para lo cual y como para la inmensa mayoría de estas cuestiones he sido, y lo sigo siendo, un manazas, no había forma de dejar el paquete siquiera medio parecido a sus compañeros, lo que cuando llegaba a  mi casa, mi madre que para todo era un lince,  tan pronto le echaba la vista encima al paquete del azúcar, ya sabía que yo le había metido mano, lo que cuando menos lo que se llamaba un "pescozón", no me lo quitaba nadie. El caso es que no escarmentaba, tal era mi adicción a lo dulce.

El destino final del papel de estraza de los paquetes respectivos, solían tener el mismo que damos hoy al que  llamamos papel higiénico, que en mi pueblo cuando menos entonces, no se conocía, así al deshacer los paquetes pasaba a formar parte del retén para el uso antes indicado.

En dos o tres ocasiones, y en el cortijo de mi primera novia, comí por vez primera y después no he vuelto a probarlo, un trozo de chorizo ibérico del bueno, envuelto en papel de estraza y se ponía enterrado por el rescoldo de la candela de leña de olivo o encina durante varios minutos, y después quedaba, como uno de los bocados mas exquisitos comidos en mi vida. Claro la edad que tenía, dieciocho años, y los años de la hambre, miel sobre hojuelas.

Bueno, aquí doy por finalizada esta rara entrada, y los nombres de cenacho y papel de estraza, que tan desconocida os haya resultado a muchos de los pocos que tengais la audacia de leerla, y lo tan familiar que lo estuvo siendo para mí durante no pocos años, me despido de vosotros hasta la próxima, que sepa Dios por donde y porqué me decantaré.