domingo, 14 de abril de 2013

¡Han pasado sesenta y tres años!


Tal día como hoy de 1950, a bordo de un renqueante tranvía que desde la estación Linares-Baeza, llegaba a la Academia de la Guardia Civil de Úbeda, ubicada en aquella fecha en un antiguo Cuartel de Caballería sito a extramuros de la referida ciudad jiennense.

Para hacerse una idea de lo que eran los viajes de aquellas fechas, comenzaré diciendo, que sobre  las doce y media de la noche anterior, en que en unión de un buen número de compañeros que nos incorporábamos como Guardias alumnos al mencionado centro, tomábamos el tren expreso Málaga-Madrid, en la ciudad de Córdoba, llegando a Úbeda no menos de nueve horas después, claro, previo el transbordo correspondiente en la estación ya mencionada de Linares-Baeza.

¡Cuántas ilusiones y esperanzas rondaban por mi mente en aquellos momentos! Todas aquellas ilusiones y esperanzas de las que yo ni siquiera podía alcanzar con el deseo, fueron cumpliéndose con el paso de mi permanencia en el Cuerpo, con mucha mayor amplitud de lo que siquiera soñaba. En primer lugar, con mi ingreso en la Guardia Civil, se cumplía una de mis antiguas incógnitas de cómo llegaría a ser mi forma y modo de vida cuando fuera mayor, quitándome de encima la incertidumbre que, desde incluso mi adolescencia, había supuesto mi trabajo en el campo como jornalero y los dos últimos años antes de incorporarme al ejército con mi reemplazo, trabajando en una mina.

Cuando ingresé en la Academia de Úbeda, se daba la paradoja de que llevando ya a mis espaldas treinta meses de servicio militar, ni había hecho instrucción, ni había jurado bandera, ni había practicado servicio alguno de armas, dado a que durante el tiempo en que mi reemplazo realizaba esos requisitos, yo permanecía en el Hospital Militar de la Macarena de Sevilla,  ingresado como consecuencia de una úlcera en la córnea del ojo izquierdo. Esa circunstancia me llevó a que la instrucción en la Academia de Úbeda la hiciera junto a quienes no habían hecho el servicio militar, que eran solo los hijos del Cuerpo a quienes no les era exigido tal requisito, y que  los demás,  debíamos llevar prestado como mínimo dos años de servicio militar. Así con mas mili que "Cascorro" como solía decirse, acudía a la instrucción en el pelotón de los torpes, de donde me viene la amistad con mi entrañable amigo y compañero, Juan Ortíz Dominguez, que claro y como hijos del Cuerpo, también entre otros estaban, José Barrena Bejarano, hijo del Brigada encargado de la oficina de la Comandancia de Córdoba; Eugenio Lorenzana Cid, hijo del Teniente, a la sazón Jefe de la Línea de Cerro Muriano; Santiago Calzada Calero, hijo de un Guardia que creo estaba aquí en la Comandancia de Málaga; Juan Dueñas Romero, su padre Guardia en Andújar y un largo etcétera. Hoy en este día, recordando aquella tan lejana fecha del 14 de abril de 1950, no puedo por menos que regodearme de lo que supuso para mí, aquel a simple vista humilde empleo, y de que me llevó a querer y amar a esa Institución como una de las grandes pasiones de mi vivir, y no sé si por ello, o por ello fue, el haber conseguido una dicha de cuanto me supuso, tanto en el ámbito profesional, sino por encima de todo, y sobre todo, en el orden familiar, que cien vidas que Dios me diera, las entregaría a mi pertenencia al Cuerpo de la Guardia Civil. 

De todos aquellos compañeros y que algunos llegué incluso a considerar como amigos, sólo, como he citado anteriormente, me queda, y que Dios quiera lo sea por mucho tiempo, Juan Ortiz, con quien e incluso, acompañados de nuestras esposas (q.e.p.d.), luengos años de felicidad pasamos juntos en nuestro cotidiano vivir, con también otros matrimonios, aunque nada tuvieron que ver con la Guardia Civil. Amigo Juan, con esta entrada llevas un entrañable abrazo, aunque a lo mejor dentro de no más de algunas horas, estemos hablando por teléfono.  

Además de todo cuanto dejo expuesto anteriormente, nunca  dejaré de dar gracias a Dios, por lo  que a partir de aquel catorce de abril de mil novecientos cincuenta, supuso mi ingreso, en, como bien merecido tiene, de "Benemérito Instituto".

Hasta la próxima.

1 comentario:

Carmen dijo...

Pues si que fue un gran cambio en tu vida, sobre todo tuviste la suerte de que te gustase tu incorporación al Cuerpo, tanto, que ha sido tu gran vocación, no todo el mundo puede decir lo mismo ya que hay quien se gana las ¨habichuelas" en algo que no les gusta y eso debe ser muy triste, ya que trabajas, al menos que te aporte una satisfacción personal, como a ti te ocurrió. Como siempre, me asombro de esa memoria que tienes para las fechas que marcaron tu vida, con tanta exactitud pocos lo recuerdan. Bss.