Si en mi entrada del pasado día 27 de enero, consideraba que ese mismo día pero de 1952, había sido el más determinante de toda mi vida y precisamente para bien, el 3 de febrero de 1997, lo fue con diferencia, el más NEFASTO. Todo comenzó a gestarse el día anterior.
Aquel 2 de febrero de 1997, unos minutos después de las cuatro y media de la tarde, un sanitario en el Hospital Parque de San Antonio de esta capital, y en una camilla, conducía a mi mujer a los quirófanos de dicho centro para ser operada, por cuarta o quinta vez, ya no sé, en poco más de tres años, de su deteriorado aparato digestivo. Si cuando hacía cuarenta y cinco años y una semana que la conocí, lo que mas me impactó desde el primer momento fue aquella sonrisa emitida por una mujer que terminaba de cumplir 17 años, llena de vida, y que siempre llevé impreso en mi mente aquel recuerdo, esa tarde del dos de febrero, aunque tanto mis hijos como yo, antes de salir de la Sala hacia quirófanos ya la habíamos besado y desearle suerte, yo la acompañaba hasta su entrada en el ascensor que había de transportarla. Sujetando la puerta del mismo para facilitar la entrada de la camilla y ya una vez dentro, posiblemente para darme ánimo a mí, trató de dirigirme una de aquellas sonrisas como ella solo sabía hacerlo, a la vez que con la mano trato de decirme adiós. Todo fue un remedo. Sus facultades físicas tan mermadas, solo consiguieron mostrar levemente parte de su blanquísima dentadura. Su mano derecha no consiguió levantarla creo más de tres o cuatro centímetros. Aquello fue lo último que vi de ella. El ruido característico del ascensor descendiendo, surtieron en mis sentimientos el efecto de una marcha fúnebre. Aquello, quizá agravó un tanto el malestar físico que yo llevaba sintiendo desde hacía un par de días. A partir de esos momentos comencé a perder la noción del tiempo e incluso de mi propia existencia. Me movía creo que solo a impulsos de la inercia.
Podrían ser algo mas de las ocho de tarde, cuando el propio cirujano que la había operado, acompañado de algunos compañeros que le habían ayudado en la intervención, a mis hijos y a mí, nos facilitaba la desalentadora noticia del resultado. "Durante la operación, Gloria ha sufrido unos vómitos y se le han encharcado los pulmones, La cosa es bastante seria". Si queréis podéis pasar a la UVI para verla. Mis hijos pasaron los tres. Yo no lo hice, ya no era dueño de mis decisiones. Poco después mis dos hijos varones y yo nos íbamos a mi casa. Mi hija que estaba sobre el 7º mes de gestación de su segundo hijo, se marchó a la suya.
Minutos antes de las ocho de la mañana del siguiente día, 3 de febrero de 1997, sonaba el teléfono de mi casa. Al otro lado del hilo telefónico, la voz del propio cirujano. Mi hijo mayor recibía la noticia. "Tu madre ha empeorado, veniros para acá". Esto se lo transmitíamos a mi hija. Ellos tres fueron a verla a la UVI. Yo quedaba en la sala de espera sumido en un estado que parecía irme alejando de cualquier realidad de este mundo. No se que tiempo habría pasado, recobrando un tanto mi propia conciencia, me di cuenta estaba en la sala de urgencias del hospital y tenía conectadas unas cuantas cosas. Las únicas palabras que salían de mi ser, eran preguntarles a mis hijos por su madre. Creo que un par de horas después me trasladaron a planta. Un fuerte dolor en el pecho puso en movimiento al médico de guardia y vario personal sanitario más, de lo que solo recuerdo haber captado, las peticiones de bolsas de sangre. Mi último recuerdo de aquellos momentos, fueron la de la entrada en la sala donde yo estaba, del Doctor José María Rodríguez, que había sido quien operó a mi mujer. Sé que le pregunté cómo estaba mi mujer. Su lacónica respuesta fue: "Gloria está mejor". Y me preguntó como seguía yo. Sé que le respondí: "yo estoy mejor". La realidad es que iba a comunicarle a mis hijos que su madre terminaba de fallecer. Yo sin tener noticia de ello, a partir de aquel instante perdía totalmente la conciencia. Cinco minutos después ingresaba en la UVI, con el siguiente diagnóstico. " Neumonía, hemorragia gástrica severa, precisando transfusión y angina post-infarto".
A las cinco de la tarde de aquél aciago 3 de febrero de 1997, mi hijos se encontraban con su madre fallecida y su padre en la UVI. En esta situación permanecí durante diez días, volviendo en sí durante ese tiempo creo que en tres o cuatro ocasiones solamente y motivado cuando percibía la voz de algunos de mis hijos y recuerdo que en alguna ocasión le preguntaba por su madre.
Su ausencia dejó en mi vida tal vacío, que aún pasados catorce años, especialmente en esas largas soledades de las noches, cierro los ojos y trayendo a la mente tantos felices recuerdos, siempre hay alguna lágrima dispuesta a volver a mis ojos, llorando su PÉRDIDA.
El día 13 de febrero y en vista de que yo no me iba como temían los médicos en busca de mi mujer, decidieron operarme, para lo cual y extrayéndome la vena safena interna de la pierna derecha, me colocaron, casi un acueducto, o sea tres puentes, en los conductos del corazón que se hallaban casi totalmente obstruidos.
Yo siempre en mis conversaciones con unos cuantos matrimonios amigos que salíamos juntos todas las semanas, decía siempre que si mi mujer moría yo quería hacerlo a la par que ella. Estos amigos, en aquellos momentos de los sucesos relatados, se decían unos a otros, "pero como Rafael se va a salir con la suya". Esto no lo quiso Dios, pasados CATORCE AÑOS, aquí sigo y la única satisfacción es que su solo recuerdo sigue alimentando mi existencia.
Hasta la próxima entrada.
1 comentario:
Siento mucho por lo que has pasado, te comprendo perfectamente por que a mi me pasó igual, en diciembre ha hecho 5 años, no me gusta hablar de eso porque me duele muchiiiisimo, es mejor dar gracias por lo que vivimos y seguir "palante" ¿no crees?. Saludos: Carmen
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