Hoy, en uno de esos rebobinados del discurrir de nuestras vidas, que solemos hacer los viejos, o mayores que es como suele denominársenos en estos tiempos, he realizado un pequeño descanso en el recuerdo de mi abuela paterna, que se llamaba Elisa. Al traerla a mi memoria, no he podido por menos que comparar lo que a mi me contaron y lo que yo conocí del desarrollo de su vida, con la mía propia, constatando que la suya pasó y, la mía sigue pasando, de forma totalmente opuesta la una a la otra.
Ella, nació en el seno de una familia de un poder económico de cierta importancia para aquellos tiempos, ya que sus padres eran propietarios de un número de fincas, de relativa importancia, principalmente de olivar. Su padre, mi bisabuelo, era conocido por el apodo de "El Niño Bonito" y que con este apodo era conocido quizás la principal finca de olivar que poseían en el término municipal de Obejo de la provincia de Córdoba, limítrofe a la finca de La Calera, donde yo estuve trabajando algunos años, desde mi adolescencia hasta mi primera juventud.
Según llegó a mi conocimiento, las malas lenguas comentaban que mi abuela durante su matrimonio y mientras vivió su marido, mi abuelo Rafael, siempre iba presumiendo de llevar la faltriquera llena de duros, como se conocían las monedas de plata de cinco pesetas, que circulaban entonces.
En su matrimonio tuvieron, cuanto menos 9 hijos, que vivieron hasta edades relativamente avanzadas, la mayoría de ellos. De estos nueve hijos, cinco varones y cuatro hembras, lo que se dice trabajar en sus fincas, solo lo hacían los dos varones mas pequeños, que eran mi padre y mi tío Antonio. Los demás varones, por causas que sería largo de explicar, no daban ni golpe.
La cinco hembras, solo se dedicaban a las faenas propias de la casa, que entre todas ellas a poco trabajo caerían. En fin, una familia compuesta por el matrimonio y nueve hijos, sin control alguno de sus actividades y creo que también del manejo del dinero, poco a poco fue decayendo el patrimonio con la venta de las propiedades y cuando llegó la guerra civil española, que es desde cuando yo tengo algún conocimiento de la situación por la que atravesaban, todo se reducía a una parte mínima de otra parte del olivar que a mi abuela le correspondió en herencia en el conocido por el cortijo del "Niño Bonito" , que poco tiempo después de terminada la contienda procedieron a su venta.
Desde entonces y hasta su fallecimiento, que lo fue en agosto de 1950, yo ya había ingresado en la Guardia Civil, estuvo acogida por meses con cada uno de los hijos que residían en el pueblo, que a lo sumo, cuando no por una causas o por otras, solamente eran cuatro o cinco en total. Precisamente durante ese tiempo que estuvo a expensas de los hijos su manutención, coincidió con los llamados años del hambre, con una falta casi total de medios y de alimentos. Yo la recuerdo, que los meses que le tocaba venir a la casa de mis padres, que como podéis comprenden también era la mía, las escasísimas y paupérrimas cantidades de comida que mi madre preparaba para el matrimonio y sus cinco hijos, habíamos de compartirla con ella. Se me vienen a la memoria, que los ratos que había de esperar hasta que la comida se ponía en la mesa, mi abuela Elisa se sumía como en una especia de duermevela, lo que yo ahora pienso debía de ser, como yo he hecho hoy, lo que hacía era rebobinar su propia vida, y a donde había llegado, tan diferente a como había sido, su infancia, juventud y madurez de su larga existencia, pues no recuerdo, pero debía rebasar los ochenta años cuando falleció.
Lo que también recuerdo es que mi abuela siempre siguió usando la faltriquera, que como todas las mujeres se colocaban amarrada a la cintura debajo del delantal. Supongo sería como homenaje a su pasado, porque en aquellos entonces de su asilado con los hijos, tengo la seguridad de que su faltriquera, no solo no contenía duros, sino tampoco pesetas.
Como todos los míos sabéis, el devenir de mi existencia, ha sido todo lo contrario de mi abuela Elisa, que Dios la tenga en su Santa Gloria.
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