Ayer recibí de mi editor unas fotografías de los almendros en flor allá en las Islas Afortunadas, donde se encuentra cumpliendo con sus obligaciones profesionales. Como a mí siempre me ha encantando, y sígueme encantando la naturaleza, y sin duda alguna esa maravilla de las flores y en su consecuencia el placer de poder comer los frutos, le correspondí sobre el particular y volvióme a contestar e insinuar que si pensaba escribir sobre el tema de los almendros en flor, tenía fotografías suficientes para documentar lo que pudiera decir sobre el tema.
Confieso mi escaso conocimiento sobre esta clase de árboles, o sea los almendros, pero el contemplarlos en flor, es una verdadera delicia para el sentido de la vista.
Lo que si me sorprendió siempre, es que a contrario de lo que sucede con la inmensa mayoría, y yo creo que todos los árboles, el almendro, echa las flores antes que las hojas, que a mi me da la sensación de que las mismas dan protección a las flores. pero sabia es la naturaleza y cuando así sucede, sin duda tiene razón de ser.
Dejando sentado cuanto acabo de decir, y creo es todo lo que puedo y se de los mismos, voy a referirme al título de la entrada, "Recordando un Almendro", y a ello voy.
Como no podía ser de otro modo, sucedía en la finca de La Calera, donde creo todos sabéis, por lo repetitivo que he sido, y seguiré siendo, relatando mi paso por allí durante los años de mi adolescencia y primera juventud. A no más de doscientos o doscientos cincuenta metros a espaldas del caserío de dicha finca y a no más de un par de metros del camino por donde desde mi pueblo se llegaba a la misma, había un almendro en aquellos tiempos, con un tronco algo mas grueso de lo normal en esa clase de árboles, como también una altura poco común. Como los demás de su clase, solía florecer sobre la segunda quincena de enero, o primera de febrero dependiente de la climatología sobre dichas fechas. Esta floración, que por su tiempo era cuando estábamos en plena faena de la recolección y molturación de la aceituna y que como he citado antes me encantaba contemplar, cuando por su lado transitaba y se hallaba en ese tiempo, no tenía por menos que perder algunos pasos y hacer una breve parada extasiándome mirando tanta belleza. Pero no era eso todo lo que para mí suponía aquel árbol, si no que luego en el mes de agosto y septiembre, cuando estaba en plena sazón su fruto, que también diré eran unas almendras además de mayor tamaño que las normales, en nada envidiaban su rico sabor, porque de la cosecha del mismo, yo como mínimo el cincuenta por ciento de la misma, solía como suele decirse, meterme entre pecho y espalda, y raro era el día que después de regresar o antes de irme al trabajo, me pasaba por el mismo y me proveía de no menos de una docena de ellas. No sé si por ser el almendro que mas próximo al cortijo estaba, por su clase de fruto o por la frondosidad del árbol, para mí era como el Dios de los almendros. De las cosechas de los años de 1941 a 1943, ambas inclusive en que estuve allí, como he citado anteriormente. la mitad de su producción me la comía yo.
El día 14 de agosto de 1,999 después de CINCUENTA Y SEIS AÑOS, que no había vuelto por allí, y que tuvieron a bien el llevarme, y entre mis deseos, uno de los que más me apetecía era volver a ver lo que yo había considerado como mi almendro, sufrí una de las desilusiones mayores que puedan sufrirse, cuando al hallarme ante aquello que fue como he citado anteriormente un árbol frondosísimo, de aquello solo quedaba un troncón de no más de dos o dos y medio metros de altura, todo carcomido, varias filas de hormigas subían y bajaban por aquel cadáver en descomposición, y en sus alrededores se veían esparcidas por el suelo varios trozos de sus ramas resecas, que habrían ido cayendo muertas con el paso de los días. Ni que decir tiene, que los olivos que siempre hubo en las proximidades del almendro, allí estaban todavía, y seguro lo seguiran estando por incluso centenares de años más. Pero aquel almendro, mi almendro, no era ni siquiera un remedo de lo que fue, si no, como creo he dicho, un cadáver que casi ni siquiera podía decirse lo fuera de un almendro, En aquellos momentos comencé a mirarme a mí mismo, y si, se me notaba el paso de aquellos 56 años, pero no me habían llevado a la decrepitez del "MI ALMENDRO".
Nunca hubiere llegado a pensar, que el haber visto así aquella reliquia de almendro, produjera en mi ánimo los efectos que tuvieron. Creo que en aquellos instantes, se me apetecía hasta haber rezado un padrenuestro en su memoria, y perdón por como pueda interpretarse esta expresión.
Hasta la próxima entrada.