Como quiera que gracias a Dios mis preocupaciones solo lo son el poder continuar viviendo tal disfrutándolo estoy, puedo entregar la mente, de vez en vez, al recuerdo de todo ese pasado del que como ahora, guardo inolvidables acontecimientos, y algunos de ellos sucedieron en esta fecha del 7 de mayo, pero de hace sesenta y cinco años para atrás. Y es que las fiestas de mi pueblo desde que tengo noción de mi existencia, hasta mil novecientos cincuenta en que ingresé en la Guardia Civil, se celebraban del 7 al 9 de mayo, ambas inclusive y que después, no puedo decir a partir de cuando, se trasladaron al mes de Julio.
Muchas veces a lo largo de muchos años me he preguntado cómo era posible que de unas fiestas en un pueblo tan pequeño, como era y es el mío, con las estrecheces económicas de aquellos años cuarenta del pasado siglo, que para cualquier foráneo hasta le resultaran ridículas, calaran tan profundamente en mí. Y solo le hallo una explicación. Que si el nacer en una localidad tan pequeña encerraba, y aun lo sigue haciendo, infinidad de inconvenientes, creo que en su contra también el venir al mundo donde lo hice y donde permanecí, hasta estar próximo a cumplir los veinticinco años, salvo el tiempo pasado en el exilio durante la Guerra Civil y los dos años y medio de mi servicio militar, a medida que desde que comienzas a tener conciencia de tus vivencias, todas esas calles, esos rincones, esas gentes, esos lugares donde jugabas con tus amigos, que por su proximidad forzosa de habitabilidad a la tuya tenias la sensación de vivir bajo el mismo techo, y hasta los extrarradios del pueblo, le resultaban a uno tan íntimos, que se sentían, y pasados mas de sesenta y cinco años de mi salida de allí, aunque haya ido de visita muchas veces, se mantienen esos mismos sentimientos, "UN NOSEQUÉ", que soy incapaz de hallar la palabra que pueda definir, aunque lo sea aproximadamente, lo que tan profundo al alma llegaba, y tanto arraigo producía, que seguro estoy lo mantendré mientras viva.
Y es que en aquellos bailes de la caseta, que era lo único sobresaliente que había en las fiestas, y cuando en aquellos años en que yo pasaba de la adolescencia a una incipiente juventud, donde todo son ilusiones, donde por primera vez y, por cuanto a mi particularmente lo era, todo ruborizado trataba de declarar mis sentimientos de amor a una mujer, y que la necesidad de esos sentimientos podían superar la timidez de la que yo, puede decirse que padecía, van marcando en el discurrir de la vida uno de los principales capítulos en que con el paso del tiempo se va compartimentando el discurrir de toda ella.
Ya desde la noche del día 6, víspera de las fiestas en que hasta quienes residían en el campo a lo largo del año iban al pueblo para celebrar uno, dos o los tres días de las mismas, y hasta salían para entrevistarse con los mas amigos, daban un ambiente tan distinto al cotidiano del resto de los demás días del año, que hasta te resistías a marcharte a tu casa a dormir, y cuando ya de madrugada lo hacías, el propio deseo de que llegara el siguiente día te ocasionaba un estado de nervios que horas te costaba el poder conciliar el sueño.
Pero sin duda, el día 7 de mayo de 1944, primer día de las fiestas de aquel año, tomé una determinación, que, de no haberlo hecho, hubiere cambiado lo que después ha sido mi propio caminar por la vida. Tal circunstancia consistió en que sobre las once y media de la mañana de aquel día, vistiendo mi ropa de las grandes solemnidades y estrenando zapatos, salía del pueblo caminando a pié que era la única forma de poderlo hacer, salvo a lomos de una caballería de la que yo no poseía, para ir a visitar a mi primera novia, que vivía a no menos de dos horas de camino en un cortijo del término municipal de Obejo. El calor con que desde aquellas horas de la mañana reinaba, cuando no llevaba recorrido mas de diez o doce minutos, las molestias que el nuevo calzado comenzaba a producirme, el pensar que por la tarde o noche hubiere de tener que desandar otras dos horas de camino, y así todas las veces que hubiere de ir a verla, recostado sobre el tronco de una encina que me daba su buena sombra, creo que no menos de media hora sin saber que determinación tomar, si continuar para ver a la novia, a la que le había prometido diez días antes el ir a verla en tal fecha, y de la que seguro no estaba tan enamorado como pensaba, o volverme para celebrar las fiestas con los amigos. Finalmente opté por esto último, y nunca mas volví a verla. Confieso que mi proceder en el inicio, que lo fue el entrometerme solicitándole relaciones cuando sabía que tenía novio, y término de aquel noviazgo tal lo fue, no era lo sensato que debiera haberlo sido. Tal hecho me ha estado, y lo sigue, pesando desde entonces. Cosas de la vida.
No creo que la presente entrada en este blog, tenga la menor enjundia para nadie, pero yo si he sentido la necesidad de exponerlo cuando hoy se han cumplido setenta y un años de ello.
Hasta la próxima entrada.
Muchas veces a lo largo de muchos años me he preguntado cómo era posible que de unas fiestas en un pueblo tan pequeño, como era y es el mío, con las estrecheces económicas de aquellos años cuarenta del pasado siglo, que para cualquier foráneo hasta le resultaran ridículas, calaran tan profundamente en mí. Y solo le hallo una explicación. Que si el nacer en una localidad tan pequeña encerraba, y aun lo sigue haciendo, infinidad de inconvenientes, creo que en su contra también el venir al mundo donde lo hice y donde permanecí, hasta estar próximo a cumplir los veinticinco años, salvo el tiempo pasado en el exilio durante la Guerra Civil y los dos años y medio de mi servicio militar, a medida que desde que comienzas a tener conciencia de tus vivencias, todas esas calles, esos rincones, esas gentes, esos lugares donde jugabas con tus amigos, que por su proximidad forzosa de habitabilidad a la tuya tenias la sensación de vivir bajo el mismo techo, y hasta los extrarradios del pueblo, le resultaban a uno tan íntimos, que se sentían, y pasados mas de sesenta y cinco años de mi salida de allí, aunque haya ido de visita muchas veces, se mantienen esos mismos sentimientos, "UN NOSEQUÉ", que soy incapaz de hallar la palabra que pueda definir, aunque lo sea aproximadamente, lo que tan profundo al alma llegaba, y tanto arraigo producía, que seguro estoy lo mantendré mientras viva.
Y es que en aquellos bailes de la caseta, que era lo único sobresaliente que había en las fiestas, y cuando en aquellos años en que yo pasaba de la adolescencia a una incipiente juventud, donde todo son ilusiones, donde por primera vez y, por cuanto a mi particularmente lo era, todo ruborizado trataba de declarar mis sentimientos de amor a una mujer, y que la necesidad de esos sentimientos podían superar la timidez de la que yo, puede decirse que padecía, van marcando en el discurrir de la vida uno de los principales capítulos en que con el paso del tiempo se va compartimentando el discurrir de toda ella.
Ya desde la noche del día 6, víspera de las fiestas en que hasta quienes residían en el campo a lo largo del año iban al pueblo para celebrar uno, dos o los tres días de las mismas, y hasta salían para entrevistarse con los mas amigos, daban un ambiente tan distinto al cotidiano del resto de los demás días del año, que hasta te resistías a marcharte a tu casa a dormir, y cuando ya de madrugada lo hacías, el propio deseo de que llegara el siguiente día te ocasionaba un estado de nervios que horas te costaba el poder conciliar el sueño.
Pero sin duda, el día 7 de mayo de 1944, primer día de las fiestas de aquel año, tomé una determinación, que, de no haberlo hecho, hubiere cambiado lo que después ha sido mi propio caminar por la vida. Tal circunstancia consistió en que sobre las once y media de la mañana de aquel día, vistiendo mi ropa de las grandes solemnidades y estrenando zapatos, salía del pueblo caminando a pié que era la única forma de poderlo hacer, salvo a lomos de una caballería de la que yo no poseía, para ir a visitar a mi primera novia, que vivía a no menos de dos horas de camino en un cortijo del término municipal de Obejo. El calor con que desde aquellas horas de la mañana reinaba, cuando no llevaba recorrido mas de diez o doce minutos, las molestias que el nuevo calzado comenzaba a producirme, el pensar que por la tarde o noche hubiere de tener que desandar otras dos horas de camino, y así todas las veces que hubiere de ir a verla, recostado sobre el tronco de una encina que me daba su buena sombra, creo que no menos de media hora sin saber que determinación tomar, si continuar para ver a la novia, a la que le había prometido diez días antes el ir a verla en tal fecha, y de la que seguro no estaba tan enamorado como pensaba, o volverme para celebrar las fiestas con los amigos. Finalmente opté por esto último, y nunca mas volví a verla. Confieso que mi proceder en el inicio, que lo fue el entrometerme solicitándole relaciones cuando sabía que tenía novio, y término de aquel noviazgo tal lo fue, no era lo sensato que debiera haberlo sido. Tal hecho me ha estado, y lo sigue, pesando desde entonces. Cosas de la vida.
No creo que la presente entrada en este blog, tenga la menor enjundia para nadie, pero yo si he sentido la necesidad de exponerlo cuando hoy se han cumplido setenta y un años de ello.
Hasta la próxima entrada.
2 comentarios:
Desde luego muy bueno no fue tu comportamiento con esa chica, pero tendremos en cuenta en desagravio que es verdad que vivíais muy lejos uno del otro y sobre todo que te apretaban los zapatos y no hay nada mas desagradable que un dolor de pies.... JI ji ji. Que me alegro mucho de que te lo pasaras tan bien en las fiestas de Villaharta y sigo pensando que la infancia y la adolescencia me hubiese gustado mucho haberla pasado en un pueblo, porque cuentas cosas que los niños de Ciudad ni soñábamos que existían. Bss.
Ja ja ja!! Qué bien me lo he pasado leyendo este post, Rafael. Qué divertido y qué auténtico. Lo narras de tal forma que le parece a uno que está ahí caminando a tu lado, dándole vueltas al coco, que si la novia a la izquierda, los amigos a la derecha... que por dónde tiro... genial! Correspondiendo a tu sinceridad y a tu confianza, te diré que a mí me pasó lo mismo una vez, exactamente lo mismo, hace muchos años. Preferí quedarme con los amigos... y la cosa trajo consecuencias. En todo hay un aprendizaje. Algo que, si lo identificamos, nos potencia, algo que podemos utilizar para ser mejores. Todo pasa por algo. Y tu blog, desde luego, pasa por algo. Y marca una gran diferencia. E importa mucho. Muchísimo.
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