miércoles, 26 de noviembre de 2014

Cuarenta años, son años

Cuartel de la Guardia Civil
San Cristóbal de La Laguna (Santa Cruz de Tenerife)


Hoy se cumplen cuarenta años del homenaje que se me ofreció por el personal del Servicio de Información de la Comandancia de la Guardia Civil de Málaga, a cuyo Grupo dejaba de mandar por el pase voluntario a la Jefatura de Armamento de dicha Unidad.

Celebramos una comida en la venta "Bartolo" primera que había al inicio de la subida por la carretera de los montes, no se si existirá todavía como tal, y donde solíamos hacerlo con relativa frecuencia, bien para celebrar cualquier éxito por algún servicio realizado, o también para mantener la unión y el buen entendimiento entre el personal que lo formaban, cuestión que yo consideraba de suma importancia para la buena marcha del Grupo. Del ofrecimiento del homenaje, designaron al Guardia Barrionuevo, que aunque no pertenecía a Información, si no que lo era como Radiotelegrafista en la emisora de la Comandancia, aunque muy unido en sus relaciones personales y profesionales con  Información, y con buenas aptitudes para el que había sido comisionado.

Perdonar, si podáis pensar lo hago por la vanidad de cuanto en su discurso, escrito por dicho Guardia se me hacía, aunque tampoco niego me disguste cuanto en el mismo se hacía alusión a mí, tanto  personal como profesionalmente, de lo que hay que deducir, que Barionuevo era un gran amigo mío y como tal lo redactó, y a continuación lo copio literalmente:

DEDICADO AL SARGENTO DEL SERVICIO DE INFORMACION D. RAFAEL GALÁN RODRIGUEZ, EN EL DIA DEL HOMENAJE QUE EL SERVICIO DE INFORMACIÓN DE LA 251ª COMANDANCIA LE DEDICA POR SU EJEMPLAR COMPORTAMIENTO COMO SUPERIOR Y COMPAÑERO, DURANTE SU  MANDATO EN  EL SIGC

"Queridos compañeros: me habéis encargado la grata embajada de ser el portavoz de vuestros sentimientos. Esta comisión me produce una gran alegría, no por lo que entraña mi yo personal, es la alegría de comprobar una vez más, que pese a los materialismos que rodean a nuestro paso por la vida, existe algo muy importante, muy espiritual, que es la base de la convivencia humana, el verdadero sentido de la amistad y respeto que nos debemos unos a otros, que nos califica e identifica como personas de esta cualidad humana.

Esta comunión nos tiene aquí reunidos en fraternal abrazo para testimoniar con este sencillo y emotivo acto, el respeto y fraternidad que profesamos a nuestro superior y buen amigo Sargento D. Rafael Galán Rodríguez.

Todos conocemos profundamente las virtudes que adornan a nuestro superior, entre las que cuentan su sencillez y modestia; huelga hacer su panegírico, pero no podemos sustraernos de hacer una semblanza de lo que, con su digno sentido del mando y del compañerismo ha creado entre sus subordinados.


Por considerarlo así, voy a recordar unas palabras de aquel personaje creado por don Antonio Machado en cuyo ensayo humorístico y filosófico titulado, "Proverbios y consejos de Mairena", el cual decía:

"Sed modestos: Yo os aconsejo la modestia, o, por mejor decir yo os aconsejo un orgullo modesto, que es lo español y lo cristiano. Nadie es más que nadie.Esto quiere decir cuanto es difícil aventajarse a los demás, por que por mucho que un hombre valga, nunca tendrá mas alto valor que el de ser hombre. Huid de  escenarios, púlpitos, plataformas y pedestales. Nunca perdáis el contacto con el suelo. por que solo así tendréis una idea aproximada de vuestra estatura".


Este emotivo acto no es para dedicar frases sonoras y floridas como cumplido de sobremesa a la persona homenajeada; pero sí, momento para exteriorizar con honradez, hombría y satisfacción, respeto y cariño el sentimiento unánime de todos los que en este recorrido de la milicia hemos convivido con hombres de altos valores castrenses y espirituales como los que concurren en nuestro Superior y amigo.


Es justo dedicarle este homenaje, este recuerdo, como prueba de nuestro incondicional afecto y gratitud, prescindiendo de todo protocolo, de todas las fórmulas que no son necesarias cuando se siente y se habla con el corazón.


Amigo Rafael: Con tu elevado sentido y concepto de la responsabilidad, con tu estilo innato y con esa bondad que Dios te ha dado, has conjugado las dos esencias  mas sobresalientes del mando; ejercerlo con toda dignidad, sin mácula que lo empañe y aportar con tu amor y comprensión el complemento necesario para que la dura misión del mando, no siempre comprendida, sea mas efectiva contribuyendo a crear la mejor milicia, porque cuando el superior y el inferior llegan a conocerse y hablarse de corazón a corazón, es cuando se ha alcanzado la mayor plenitud de la disciplina-


Esto no es una alabanza sin fundamento, aquí tienes el fruto de tu buen hacer. Recógelo como prueba de lo que te apreciamos y te respetamos.


Te has hecho acreedor a ello, y sin vanidad, porque tu eres sencillo, sabes que es verdad, que todos nos sentimos honrados con tu amistad. Tu paso por el Servicio de Información, ha dejado una huella imborrable. Sin ninguna adulación de ninguna clase (porque nos consideramos muy hombres para incurrir en una bajeza), te decimos que esto es una verdad evidente, que la testimonian no solo los que te estamos subordinados, sino otro émulo de tus virtudes, tu Teniente, nuestro Teniente, que ratifica con su presencia, nuestras sentidas palabras y con orgullo podemos decir, que mientras haya hombres como vosotros, podemos decir que hay Guardia Civil.


Este abrazo que te doy como amigo y subordinado, es el abrazo de todos mis compañeros, que sella cuanto te decimos.

                                       
Málaga, 26 de Noviembre de 1974"    
       
    
Volviendo la vista atrás, mentira me parece hayan pasado cuarenta años, pero desbrozando todo ese acontecer durante ese tiempo, efectivamente no dudo de que así sea, principalmente porque muchas bienaventuranzas se han ido sucediendo, como asimismo no menos los desgarros, con la pérdida de muchos seres queridos que se han ido marchando defintivamente, como también lo han hecho más de la mitad de los asistentes a aquel acto, entre ellos el inolvidable amigo Barrionuevo del que guardo  y guardaré mientras viva un gratísimo  recuerdo.

Más de seis años después del acto reseñado y que por imperativo legal pasé a la situación de "retirado", por el propio personal que componían en su momento el Servicio de Información de la Comandancia, me volvieron a ofrecer otro acto de despedida y en el que me regalaron  un pequeño  busto de un Guardia Civil en traje de servicio de la época en que yo ingresé, lo que corroboraba que, y perdonar si con ello peco de vanidoso, me seguían recordando con el mismo cariño y afecto, que yo lo sentía por todos ellos. Como no, otro de los felices hitos que han ido jalonando lo que ha sido mi ya larga vida. 



El que tengo a mi derecha dándome un abrazo en la fotografía, y tomada el día en que se me ofreció el acto, es un Guardia que nos decíamos "paisano", por que era de Villaviciosa, pueblo limítrofe con el mío.

Hasta la próxima entrada.

domingo, 23 de noviembre de 2014

El herrero y el herrador


Hace dos días, y no se porqué, se me vino a la memoria el nombre, un tanto raro, de una herramienta de los herradores y de la cual puedo asegurar hace por lo menos setenta años no había pasado por mi imaginación, y que en su momento señalaré. Al asociar la parecida similitud en la fonética de herrador y herrero, ha sido el motivo de llevarme hoy a titular esta entrada con el nombre de ambos oficios.

Con respecto al herrero creo todos sabéis se trata de quien trabaja generalmente el hierro y cuyos talleres como lo eran en mis tiempos (y llamados "fraguas"), creo están casi desaparecidos. Cuando yo era niño en mi pueblo había dos fraguas, cuyos herreros eran dos hermanos, el uno llamado Ovidio y el otro no recuerdo cuál era su nombre, dado a que todo el mundo lo conocía por su apodo, que era el de "Carita". En dichas fraguas se reparaban los diversos aperos utilizados en la agricultura tanto de los usados manualmente, tales como azadas, hocinos, hachas, azadones y otros, como de los componentes de los arados,  como las rejas, vertederas, manceras y demás.

El mayor de los hijos varones de Ovidio llamado Manolo y dos años mayor que yo, era buen amigo mio y con relativa frecuencia solía visitarlo en la fragua de su padre cuando le estaba  ayudando en el trabajo, y yo claro, iba buscando algún favorcillo como arreglarme una "rueda" de hierro con la que solíamos jugar, el "guiador" de la misma, o también como que me hicieran una "púa" para el trompo, no para que bailara más, si no que estuviera bien afilada, y que en algunas modalidades de jugar con el mismo que lo era lanzarlos con fuerza, y como no, también con malas ideas, sobre el de los demás niños, si conseguías que le dieras de lleno, muchas  veces solías hacer cuando menos dos partes del trompo tocado, y era motivo de jolgorio para todos, menos para el dueño del mismo, claro. Pero me he ido por los cerros de Úbeda y no era esto de lo que quería hablar sobre las fraguas, sino del modo y forma en que veía trabajar a Ovidio y su hijo Manolo, que con doce o trece años solía ayudarle en bastantes ocasiones, y no tenía que estar en la escuela, que a ésta no faltaba. Uno de los trabajos de mi amigo en la fragua era darle al fuelle para producir aire y avivar el fuego para calentar mas rápido la herramienta en la que se estaba trabajando. Me recuerda que Ovidio tenía una manera muy clásica de animar a su hijo en tal cometido y lo hacía solo diciendo una palabra, que era la de "aire" y tan en la mente la tenía, que incluso cuando ni siquiera estaba dándole al fuelle, solía soltar la misma como coletilla a lo que estuviera diciendo eso de, "aire".

Pero una cuestión que yo no comprendía, era que mi amigo manejaba un martillo mucho mayor y mas pesado que el que utilizaba su padre, y tenía que tomarlo con las dos manos por un mango de aproximadamente medio metro de largo y su padre con una mano asía una tenaza y sujetaba la pieza que trabajaban, y con la otra  un martillo mucho mas pequeño y ligero que el de su hijo. Finalmente, no se si por propia observancia o alguien me informó de ello, el padre ejercía como maestro del trabajo y con un golpe de su martillo señalaba en punto donde su hijo había de dar con el "macho", que así se le llamaba el martillo grande,  que hacía mucho mas efecto y con ello daban forma a como había de realizarse o arreglar la herramienta.

Una vez arreglada o fabricada la pieza a golpe de "macho" y martillo puesta sobre el yunque, si se trataba de una como azadas, hachas, rejas de los arados u otras que hubieren de utilizarse para cortar leñas,  cavar o roturar la tierra, antes de que la misma llegara a enfriarse, la metían en un depósito de agua fría y la mantenían según el rato que el maestro consideraba necesario para darle el temple correspondiente a la misión a la que, como se dice, iba a ser dedicada. El repiqueteo de los golpes dados con los martillos, más agudos los del pequeño y mas graves, los del grande, formaban un soniquete que a mi me resultaba agradable al oído.

El día que estaba lloviendo y no se podía salir al campo, en mi pueblo había un dicho, entre otros, que decía: "día de agua, taberna y fragua"; o se iban  los hombres a la taberna o iban a la fragua para arreglar algunas de las herramientas que no se hallaran en condiciones idóneas para el trabajo.



Y ahora les toca el turno a los herradores, entonces no había herradoras, que eran y son, los que les ponen las herraduras a las caballerías, o sea el similar a los zapateros para las personas.

Seguramente en mi pueblo ahora, rara vez se presenciara el hecho de herrar una caballería, dado a que si hay alguna pueda ser un caballo o yegua y no creo haya herrador como tal en el mismo, sino que lo llevaran a Espiel u otro pueblo donde quizá lo haya, pero mulos y burros que eran los que más se utilizaban para la agricultura y eran muchos los que había, era solo uno el herrador que había, y se ganaba la vida con tal oficio. Daba la casualidad, que solo una casa había por medio entre la fragua de Ovidio y la del herrador, del que no se como se llamaba, solo se que era un tanto pelirrojo y al padre se le conocía en el pueblo por el apodo de "rebañas".

Señalaré una circunstancia en la faena del herraje de una caballería y solía darse generalmente cuando el animal a herrar, era una mula "roma", de esas muy nerviosas y que lo mismo coceaban que hasta mordían, y si era que solo que daban coces, como para herrarla de las patas traseras el herrador estaba expuesto a recibir coces de la misma, se procedía a que la pata delantera del lado contrario a la trasera que se iba a herrar, se levantaba de suelo y se le amarraba con una cuerda a un punto de ventana u otro que hubiere para tenerla con la pata suspendida y si no al mismo cuello del animal, y así no podía alzar la otra pata trasera con la que que dar la coz, ya que caería al suelo. Asi mismo se conseguía no se movieran colocándoles fuertemente un instrumento llamado acial, bien en el labio superior del hocio, o en una oreja. Si lo que se quería conseguir es que no mordiera, entonces con el propio cabestro de la jáquima, se amarraba con la suficiente tirantez de que no le diera lugar a llegar con la boca hasta donde el herrador se hallaba realizando su trabajo. 

Aunque pueda  parecer que el hecho de poner las herraduras a una caballería sea una cuestión simple, los herradores utilizan cuando menos quince o veinte herramientas para su misión, tales como tenazas varias, martillos, gumias, escofinas, yunque y otras más, y la que yo cito al principio de esta entrada y que digo no se me había venido al pensamiento sin duda hace por lo menos setenta años, es una llamada "pujavante", y que se utiliza para cortar y poner el casco en condiciones de que la herradura, también una vez amoldada sobre el yunque, quede una vez puestos los clavos, bien ajustada y con el uso no se desprenda y que sería como si a nosotros se nos cayera un zapato.

Al principio cuando yo observaba cortar con el pujavante parte del casco a las caballerías, pensaba que debía de doler mucho al animal, pero creo fue mi padre quien me lo dijo, que era igual a cortarnos las uñas a nosotros, y por tanto resultaba indoloro.

Bueno creo que para algunos os resultará cuando menos novedoso algo de lo que he dicho hoy sobre los herreros y los herradores, cuestiones que yo solía ver casi todos los días durante mi niñez y juventud.

Hasta la próxima, que ya veremos por donde salgo.

lunes, 17 de noviembre de 2014

La perspectiva, según cuándo

Parque Nacional del Teide

Desde hace ya varios años, concretamente desde que transpusimos el DOS MIL, cada vez que se va aproximando el final de una anualidad, se me viene al recuerdo el panorama que yo creía, deseaba, o soñaba percibir desde la perspectiva personal en la que me hallaba.

Cuando solamente era todavía un niño-adolescente, tres cuestiones llegaban a preocuparme de lo que habría de sucederme en la vida, por cuanto a mi persona especialmente se entiende.  Sin que la una fueren de mas interés que las otras, eran simple y llanamente, el modo y forma en que habría de ser como el procurarme el sustento profesionalmente; otra, y posiblemente ésta, lo fuere sin duda con anterioridad a la citada, cual y como sería la mujer con que llegaría a formar un hogar, y la última, como sería la vida en el año dos mil, y aunque difícil consideraba que yo pudiera llegar a verlo, si lo conseguía, como sería mi vejez. Sin duda estas disquisiciones, quizá puedan resultar chocantes para quien ahora tenga conocimiento de esta preocupación mía, cuando sin duda aún era todavía un niño, pero como lo he dicho en toda ocasión que se ha presentado en este blog, y como su título lo dí en llamar "Recuerdos", esto así lo es, y como lo era lo digo.

Creo mi forma de pensar pudiera ser un tanto anormal para un niño, y vuelvo a repetirlo, como con ello no perjudicaba a nadie, no tengo por que ocultarlo.

Bueno vamos a ir desbrozando paso a paso cada una de estas tres cuestiones que digo, desde mi niñez ya llegaba a tenerlas entre mis preocupaciones.

Por cuanto a la primera, creo todos estáis al tanto, bueno perdonar que dé por hecho, que todo el mundo conozca cual haya sido mi profesión o forma de ganarme el pan, tal suele decirse, como si de una persona popular se tratara, pero en fin esto suele ser un ligero desliz que se escapa, y continuo, diciendo que pese a que la perspectiva que en mi pueblo existía entonces para ello, que cuando menos el noventa y nueve por ciento lo era el trabajo en el campo, y así lo fue como porquero a los diez años; pastor a los trece: luego como jornalero agrícola hasta los diecinueve; minero hasta los veintiuno; dos años y medio de mili y luego algo mas de treinta y uno en la Guardia Civil. Estos mas de treinta y un años en el Cuerpo, no me dieron la oportunidad de que con el cumplimiento de cuanto en el mismo era exigible, pudiera procurarme un enriquecimiento en cuanto a lo económico se entiende, pero si lo fueron en el terreno personal, y cuando menos a lo que ha sido mi familia, pude sacarla adelante con algunas estrecheces, sobre todo al principio, pero sí con menos dificultades de lo que nunca en mis primeras y precoces pensamientos hubiere siquiera llegado a soñar.

La segunda y sin duda la que más felicidad llega a procurar a una familia, tras varios titubeos que no premeditados, si no impuestos por las circunstancias, tuve la dicha de dar con una mujer, con la que llegamos a formar una familia, si no excepcional ni modélica, si lo suficientemente feliz, satisfactoria y nada que pueda reprochársenos,  que nos dieron tres hijos, dos varones y una hembra, y que, a que ya de por sí lo eran de condición, tuvieron el aditamiento de sus padres, de lo que sin duda mi mujer fue algo más que una colaboradora, otra vez me repito, no digo que modélicos, pero sí a lo mas que unos padres puedan desear, asi lo fueron, y digo, lo siguen siendo.

Y vamos a la última de las cuestiones. Siempre mis perspectivas de niño, joven e incluso de persona madura como se suele señalar cuando se tienen los cuarenta o cincuenta años, mi visión ensoñadora nunca llegaba a atravesar lo que consideraba era una barrera infranqueable como lo era el año DOS MIL, dado a que para entonces tendría yo los setenta y cinco, que especialmente durante mi niñez y juventud, era pensar en casi un imposible. Lo de como sería mi vejez, me viene, de lo de mi abuela paterna, que pese a que en su tiempo gozaron de una posición un tanto acomodada, el final de sus días lo fue el de estar cada mes en casa de uno de sus hijos, que de los nueve que eran, en mi pueblo solo estaban cuatro o cinco, según la época del año, y sobre todo en los años cuarenta, lo único que salvo en uno, podíamos darle, era el repartir  con ella la miseria, sobre todo en los alimentos que tanto escaseaban.

Pero los años fueron pasando, llegó la hora de mi "retiro", como siempre se ha llamado la jubilación en la Guardia Civil, en 1981, diecinueve más hasta el dos mil y a poco mas de un mes para  volver la esquina de  2014 y tropezarnos de bruces con el 2015, y no solo que atravesé esa barrera infranqueable de la que yo veía desde mi perspectiva de la niñez  y juventud del año dos mil, entrar en el siglo XXI, y aquí estoy y en esto sí, que ni en los sueños mas ilusos de los que hubiere podido desear, una vejez, sosegada, plácida ilusionada y en una bienaventuranza de la que como citaba, mi abuela paterna, hubiera deseado pasar que lo hubiere sido incluso mejor de lo que en sus años de pasado tiempo pudo serlo.

Ahora la perspectiva que desde este casi próximo 2015 puedo observar volviendo la vista atrás, contemplo aquellos lejanos de cuando comencé a sentir ese porvenir, no pensaba entonces lo eran tan deprimentes y míseros de lo que en realidad lo fueron, ni tan gratificantes como son los actuales, que tampoco siquiera en aquellos inocentes desvelos yo podía suponer.

Solo el traer al recuerdo como eran aquellas vivencias, no comprendo siquiera el que fueran soportados con tanta resignación. Desde luego, las circunstancias marcan lo uno y lo otro.

Hasta la próxima.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Sabañones y cabrillas

Los Sabandeños - Llamarme Guanche

Con la llegada de estas temperaturas a lo que aquí en Málaga ya llegamos a llamar frío, se me vienen al recuerdo aquellos sabañones y cabrillas que con motivo de la llegada de los frios invernales, solíamos padecer en general los niños, y las cabrillas, mas generalizadas en las mujeres de aquellos tiempos a los que yo me refiero.

Para despejar alguna mala interpretación a cuanto acabo de señalar, diré que los sabañones y las cabrillas se originaban por el acercamiento a las lumbres de las chimeneas y los braseros, que solían colocarse en las mesas camillas (o mesas estufas como se les llamaba en mi pueblo) cuando llegaban los fríos, cosa que creo ha desaparecido por completo, a la par que lo han hecho aquellas candelas en la chimeneas y los braseros de picón que a lo largo de todo el invierno se utilizaban.

Los niños de hoy, no saben de lo que se han librado, pues aquellos sabañones que salían en las manos, los pies y las orejas, originaban dos circunstancias, que no se cuales de ellas  era peor,  la picazón en algunos casos cuando del frío te aproximabas al calor de la candela o el brasero, o el dolor que te producía cuando se te enfriaban.

También durante la noche, en la cama cuando se te calentaban los pies, manos y orejas, esos picores llegaban a despertarte y alterarte el sueño, hechos que noche tras noche, y así durante todo el invierno, yo, como todos los niños, solíamos padecer.

Las cabrillas salían solo en la parte anterior de las piernas por su acercamiento también a la candela y el brasero. Digo que generalmente eran las mujeres de mis tiempos, debido a que como entonces, cuando menos en mi pueblo no salían a trabajar fuera de casa,  estaban en la misma, bien junto a la candela preparando las comidas y luego una vez terminados esos menesteres, lo hacían  cosiendo u otras ocupaciones, pero sentadas en la mesa camilla, se les originaban esas manchas que solo con el uso de aquellas medias de algodón, de color negro, que en su mayoría solían confeccionarse ellas mismas, como mi madre hacía, conseguían que salieran a la vista exterior y con ello se evitaba la fealdad que ello originaba, y también porque jamás una mujer solía usar pantalones en sus vestimentas ordinarias, lo que solo en las faenas de la recolección de la aceituna utilizaban una especie de pantalón que desde la cintura les llegaba hasta una altura aproximada de los tobillos y que en su parte inferior solían amarrarse a la pierna por medio de una especie de cinta.

Pero, ¿y en los hombres porque se daban menos los sabañones y en rarísimas ocasiones las cabrillas? Sencillamante como estaban trabajando en el campo, no solían arrimarse a las lumbres, por supuesto durante largos espacios de tiempo, y ni por supuesto a los braseros, y también dado a que utilizando los pantalones, y también, como recuerdo lo hacía mi padre, usaban calzoncillos que como en los pantalones de las mujeres en las faenas de recoger la aceituna, pero en color blanco, les llegaba hasta los tobillos, e igualmente mediante unas cintas de color blanco se  los amarraban a esa altura de la pierna, cuestión que les suponía un punto importante de combatir el frío en la faena a campo descubierto como habían de trabajar.

Quedan fijos en mis recuerdos aquellas estampas de varios niños, mal vestidos, y en no pocas ocasiones mal nutridos, ateridos de frío, a veces hasta discutiendo por ver quien ocupaba el mejor sitio para poder recibir el calor de aquellas candelas de leña de encina que en todos los hogares por imperativo de las temperaturas dentro de las propias casas había que hacer.

Pero de todo esto de los sabañones, lo que mas llegó a impactarme al punto que, pasados así como ochenta años largos, no se me ha olvidado, ni jamás estoy seguro ya lo haré, dado a que lo era antes de la Guerra Civil Española, un señor del que recuerdo solo se apellidaba Marín, procedente de la localidad vecina a mi pueblo llamada Espiel, y utilizando un pequeño burro de andar diligente, venía hasta mi pueblo dos o tres veces por semana a lo largo de todo el año, vendiendo pescado y que cuando apenas había amanecido ya estaba allí tras haber recorrido una distancia de unos quince kilómetros que separan ambas localidades, y aquel hombre tenía la parte superior de los hélix de ambas orejas, todo de un color morado y se le notaba de haber perdido cuando menos varios centímetros de sus orejas en la parte señalada, lo que entonces, y hoy también, pensaba y pienso cuantos picores y dolores habría de haber padecido aquel hombre para llegar al punto de haber dejado sus pabellones auriculares en aquella situación. El trayecto que había de recorrer de su pueblo al mío, que como he citado lo era de unos quince kilómetros, mas de diez, lo eran por un terreno de lo mas frío de aquellos contornos, pero lo que tampoco nunca llegue a comprender, ni hoy tampoco, el porqué de no haber utilizado medios que le cubrieran las orejas, si no que lo hacía solo con una pequeña gorra de visera,  y que no le recuerdo de que ni siquiera la hubiese cambiado nunca, si no que era siempre la misma y posiblemente hubiere remediado, cuando menos en parte el haber llegado a aquella situación. Tan en el recuerdo mantengo su estampa, que podría describir hasta la indumentaria que solía vestir, también a lo largo del año, su gorra de un color marrón oscuro, quizá por la falta de no ser lavada muy a menudo, una especie de blusa de color azul celeste, no siempre lo limpia que había de menester, y en iguales condiciones, unos pantalones de tela color indefinido, creo debido a lo raído que se hallaban por el uso. Pero era verdadera compasión lo que yo siempre sentía por el pobre Marín, cuando durante la época del invierno lo veía recorrer las calles del pueblo pregonando su "pescado fresco", aunque tras ser pescado, luego llegara a su pueblo y desde el suyo al mío, me supongo habría de transcurrir no lejos de una semana.

Quizá de aquellos padecimientos durante mi infancia, niñez, adolescencia y juventud venga el total disfrute de mi situación actual y como diría Cervantes, "en la adversidad, se forjan los grandes corazones"... Cuando menos se aprende a sufrir y a soportarlo.

Hasta la próxima entrada.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Lo que más deseaba

Una historia de amor como otra cualquiera...

Centro de Visitantes del Parque Nacional de Garajonay
Isla de La Gomera

Hoy al fin hemos pasado casi del verano a casi al invierno, cuando menos por lo que respecta a la temperatura aquí en Málaga. Pero no es al tiempo a lo que me voy a referir en la entrada de hoy, si no a lo que en los años de mi primera juventud, cuando se llegaba por estas fechas, cuales eran nuestros principales anhelos.

Como la inmensa mayoría de los que sois asiduos lectores de este blog sabéis de los cinco años que pasé trabajando  en la finca de La Calera (perdón por lo de "inmensa" y a la vez "mayoría"), desde los quince a los diecinueve, pasábamos a veces cuando menos quince o veinte días sin ir siquiera por el pueblo. De los ocho o diez que solíamos estar trabajando fuera de la recolección de la aceituna, cinco o seis éramos solteros y casi de idénticas edades.

El no va más de nuestras ensoñaciones durante todo el año, era la llegada de  la "faneguería", como solía denominarse al conjunto de las personas que componían, cuantos se iban a dedicar a los distintos trabajos relacionados con la faena, cuyo mayor contingente lo formaban los vareadores y recogedoras del fruto, siendo éstos alrededor de las cien, de los cuales casi el doble lo eran mujeres, dado a que se consideraba una pareja de recogedoras por un vareador. De esas aproximadas setenta mujeres, también la mayoría solían ser jóvenes y solteras.

Como el inicio de la temporada solía ser casi todos los años en la primera decena del mes de diciembre, por estas fechas, como cité anteriormente, ya íbamos contando los días que faltaban para ello, y que cada jornada nos parecía una eternidad. ¿Pero qué era lo que tanta ilusión nos hacía que llegara ese momento del inicio de la recolección de la cosecha? Nada más y nada menos el que cada noche se celebraba baile después de la cena, y que en los días laborables lo era hasta las once de la noche y los domingos y festivos, hasta las doce, en que el manijero principal, que solía ser el que mandaba los vareadores,  pese a que el número de personas a las cuales dirigía era muy inferior al de las mujeres, en que daba la voz de  ¡termina el baile!

¿Y solo eso despertaba en nosotros semejantes ensoñaciones?

Pues sí, y posiblemente si algún joven de hoy que pudiera leer esto, ni siquiera podría imaginar que ello sucediera. Pero las personas somos lo que las épocas en las que no ha tocado vivir nos llevaban sin remedio a tales apetencias. Pero si además de poder bailar todas las noches con mujeres jóvenes, que como he dejado dicho antes se nos pasaban semanas enteras sin siquiera verlas, pues en todo el cortijo el resto del año fuera de la temporada de la recolección, solo había una mujer y era la esposa del casero, que casi seguro cuando salíamos para el trabajo incluso hasta se hallaba durmiendo, y cuando regresábamos de la jornada, habíamos de entregarnos a prepararnos la cena, con la agravante de que pocos elementos teníamos para ello, y tras una pequeña charla con los compañeros había que irse a la cama, porque tan pronto asomaban las primeras claras del día había que levantarse, y de ahí mi entrada anterior de haber contemplado infinidad de amaneceres. Por otra parte, cuando son tantas las carencias que se tienen, el mero hecho de escuchar los rasgueos de una guitarra tañida con más o menos soltura, y poder bailar, agarrado por supuesto como siempre se hacían los bailes de entonces, lo que visto desde las perspectiva de estos catorce años del ya siglo XXI, incluso a mí mismo me cueste trabajo el poder digerir como aquellas simplezas puedan parecer hoy, nos llevaban a sentirnos plenamente gratificados. Y si además, como me sucedió en la ultima temporada que pasé allí, que me eché novia, el primer amor de mi vida, guardo de ello, uno de los recuerdos mas entrañables de aquella lejana juventud. Lo que no podría decir, es si los jóvenes de hoy en su forma de relacionarse con las mujeres, y que se llaman novias a algo tan diferente a lo que entonces decíamos eran eso, pero no estoy por aceptar que para ellos hoy sientan la ilusión y la pasión en esos menesteres superior a la nuestra, pero ya lo he dicho antes, las personas somos la consecuencia de nuestras épocas y que nos vienen impuestas por las circunstancias del paso de los años. El mero hecho de besar a una novia, en mis tiempos, había que hacerlo en la más extricta intimidad, ni siquiera delante de una amiga o amigo, podía llegarse a tal evento. Pero cuando se presentaba la oportunidad, se realizaba con el apasionamiento propio del deseo contenido, y se consideraba un acto tan sublime, del que hoy solo es un remedo de aquellos besos.

Perdonar que traiga hoy a este blog, lo que sin duda a quienes tenga menos de sesenta años por ejemplo, les parezca además de ridículo una cuestión demasiado rancia, pero como yo así lo viví, y así lo mantengo en el recuerdo, así lo cuento.

Hasta la próxima entrada.