martes, 12 de febrero de 2013

Al fin vuelvo al trabajo


Nueve días hace desde mi última entrada en este blog.  La verdad es que cuando no por una cosa, por otra, han ido pasando los días, hasta hoy que al fin,  creo que más por vergüenza torera que por otra cosa he vuelto al tajo. Pese a que en este ínterin de la una a esta entrada de hoy, han pasado el cumpleaños de mi hijo mayor y el de mi hija, que lo han sido los días cinco y seis del corriente, respectivamente, y que solo las felicitaciones lo han sido por el entorno familiar mas íntimo, por lo demás tampoco tenía así algo de lo que tratar para una entrada en el blog.

Hoy, 12 de febrero, solo tengo en el recuerdo que fue en este día, pero de 1959, la última carta que me escribió mi padre cuando yo estaba en Madrid realizando el curso para el ascenso a Cabo de la Guardia Civil. Trece días después, falleció. Esta circunstancia, me trae al sentir, que aunque parezca que el abismo que separa una de otra cuestión, para mí particularmente, están tan estrechamente unidas, que por menos no tengo mas remedio que hacerlas constar.

Estos dos hechos, y comenzando por el más reciente, diré que son la imposición de la faja del empleo de General a mi hijo, y aquí está la distancia, la de mi ascenso a Cabo de la Guardia Civil. Así dicho a bote pronto, y habiéndola como la hay, esa abismal distancia del uno al otro empleo en el orden militar, en este caso en la Guardia Civil, voy a tratar de explicar la similitud que en ambos casos se hubieren dado, de no darse  la circunstancia del fallecimiento de mi padre cuatro meses antes  de mi ascenso. Pero ahora, voy a comenzar por lo mas lejano. Y esta lejanía, me lleva a detallar, la diferencia en la posición de salida en lo que fue mi vida y la que después lo ha sido la de mi hijo. 

Que no sentiría mi padre, que cuando se hallaba postrado en la cama con una fractura de tibia y peroné, en un accidente laboral,  al igual que lo haría mi madre, y cuando hacía tres días que yo había cumplido los diez años de edad, me vieran salir de la casa para cumplir mi primer día de trabajo como porquero, al que por  la circunstancia se vieron obligados a mandarme para obtener el ingreso de una peseta diaria en la familia, que por el hecho del accidente de mi padre, dejaban de ingresar emolumento alguno.

Y sigo más. Cuando en septiembre de 1938, mi padre era movilizado para llevarlo al frente de guerra de Extremadura, esto como creo no precisa mas explicación, lo era durante la Guerra Civil Española yo me colocaba como pastor, cuando contaba solo trece años de edad, sería otro de esos casos que a los padres les destrozará el alma, y así luego, cuando recién cumplidos los diecinueve años, me vi en la necesidad de entrar a trabajar en el pozo de una mina, en lo que especialmente mi madre, le partía el corazón, era toda la trayectoria que desde niño me había tocado recorrer. 

Si el empleo de Cabo a General, de la Guardia Civil, los separa un abismo, la infancia, la niñez y la adolescencia de mi hijo, que hasta su ingreso en la Academia General Militar, cuando solo contaba diecisiete años de edad, lo habían sido solo colegios e Instituto en los que cursó sus estudios, y, si no, nadando en la abundancia, sí, sin grandes estrecheces, creo podría ser el mismo abismo el que separa su caminar por aquellos primeros años en mi vida, que lo que luego los fueron los suyos. Y es más, me atrevo a asegurar, que no menos ilusión y orgullo le hubieren producido a mi padre el verme lucir aquellos primeros galones rojos del empleo de Cabo de la Guardia Civil, que a mi lo han sido el verlo la faja de igual color, del empleo de General en el mismo Cuerpo, en mi hijo. Tan espléndido le hubiere parecido el fulgor de aquellos galones rojos de su hijo, como la diferencia que en mí viera mi padre, al comparar de donde venía a lo que llegaba, al espacio que separaba mi hijo desde su salida de la Academia como Teniente, con el empleo de General al que llegaba, aunque pueda parecer ridícula semejante comparación. Y yo, sentí, y hoy pasados casi cincuenta y cuatro años de mi ascenso a Cabo, la misma desilusión de la que mi hijo hubiera sentido si yo, su padre, no hubiere podido verlo a él luciendo su faja como exponente de su actual empleo, y como sin duda le ha sucedido al ver, que su madre no ha podido gozarlo, por las misma causa que me sucedió con  mi  padre. Cosas de la vida, que parten el alma, pero que hay que aceptarlas, por que en nosotros, no estuvo el poderlas remediar.

Hasta la próxima entrada.     

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