viernes, 17 de septiembre de 2010

La moral por los suelos


Tal día como hoy, pero de 1948 (ya ha llovido), era licenciado del Ejército, de la mili como siempre se ha dicho. De los dos años y medio, veintiséis meses los pase en las oficinas de Capitanía General, que cuando menos entonces se hallaba en la parte central de la Plaza de España, de la capital sevillana

A las dos y media de la tarde de aquel lejanísimo día, tomaba el tren que me llevaría hasta Córdoba y desde allí a mi pueblo en autobús de línea.

Creo que lo he mencionado en bastantes ocasiones, yo podía haberme librado de ir al servicio militar, motivado a que en tal fecha me hallaba trabajando como minero en una mina de carbón y el que lo deseaba, continuando en dicho trabajo durante el tiempo que su Reemplazo estuviera en el ejército, le contaba para todos los efectos como si estuvieras en él.

Dos motivos esenciales me hicieron tomar la decisión de abandonar el trabajo en la mina y marcharme a la mili. No se cual de los dos, prevalecía sobre el otro. Uno era el de que yo tenía la esperanza, sin que pueda decir en que la basaba, de que desde allí podría dar el paso necesario para alcanzar algún destino o empleo, que me hiciera el dejar todo lo que había sido mi vida anterior, desde incluso la adolescencia trabajando como jornalero en el campo. El segundo motivo era la aversión que sentía por mi trabajo en la mina, que si no llegaba a odiarlo, si que cada jornada que echaba en la misma, me suponía el restarme un año de vida.

Por una decisión irreflexiva que en un momento tomé, que incluso al cabo de mas de sesenta años no he llegado a comprender como lo hice, conseguí mi pase a las oficinas de Capitanía General, que era sin duda el mas apetecido de todos cuantos se podían obtener. En este destino adquirí unos conocimientos, concretamente como mecanógrafo, que jamás hubiera llegado a imaginar. Los mas de dos años de permanencia en aquel destino, fueron los de mejor vida que hasta entonces había disfrutado, contando que teníamos oficina desde las ocho y media de la mañana hasta las dos o dos y media de la tarde, que comparándolo con las jornadas en el campo que se prolongaban de sol a sol, o las mas recientes dejadas atrás en la mina, que aunque solo eran de siete horas cada jornada, por las condiciones en que las practicábamos, eran un verdadero suplicio.

El tren que nos condujo hasta Córdoba iba repleto de gente como yo que marchaban licenciados hacia su casa. No pocos, viajaban incluso borrachos festejando la circunstancia de dar por concluido el servicio militar. Yo por mi estado de ánimo, era un bicho raro entre todos los demás. El propósito que me llevó hasta el ejército y abandonar el trabajo en la mina, había resultado un fracaso total y absoluto. Ni había conseguido el dar el salto hasta algún trabajo o destino que me apartara de la forma de ganarme la vida como lo había hecho hasta el momento de irme y por añadidura, dentro de muy pocos días no me esperaba otro horizonte que la vuelta al desempeño del trabajo, que como cité anteriormente casi lo odiaba, y que como tal vaticinaba, sucedió.

NUNCA, hasta entonces me había sentido tan insignificante en el discurrir de la vida. Mi estado anímico me hacía considerarme un ser sin la suficiente fuerza de voluntad para sobreponerme a la situación en que me hallaba. Cuando durante el viaje en el tren observaba el jolgorio que todos los demás formaban, me preguntaba si todos ellos se dirigían hasta una situación mejor que la que a mi me esperaba o quizá algunos, lo habían pasado tan mal en el ejército que comparándolo con lo que se les avecinaba, lo que dejaban atrás había sido mucho peor según celebraban su vuelta a casa.

¿Porqué Dios no se apiadó de mí en aquellos momentos y me insinuó siquiera cual iba a ser a la larga mi devenir por la vida? Sin duda en aquellos instantes me hubiera descargado del hondo pesar que me atenazaba el ánimo. Pero visto ahora desde la lejanía de SESENTA Y DOS AÑOS, doy por bien empleado aquellos sentimientos que de como con el paso de algunos años, fue cambiando mi vida hasta el punto que me llevó, y aún la conservó, hasta la extrema felicidad. Desde este estado actual, resulta un regodeo traer al recuerdo aquellos pesares.

ASÍ HA SIDO MUCHO MEJOR. Gracias a Dios


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