domingo, 11 de julio de 2010

11 de julio, San Benito

Como creo que lo he hecho en años anteriores, hoy 11 de julio de 2010, como se viene haciendo desde seguro hace muchísimos años, es día grande en el pueblo de Obejo y vecino del mío.

Tal día como hoy, pero de hace SETENTA Y OCHO AÑOS, salía por vez primera de mi pueblo desde que tengo conciencia del recuerdo. Mi padre me llevó a la citada localidad y a lomos de una burra que había entonces en casa de mis padres, al objeto de cumplir una promesa ante la imagen de San Benito y cuya procesión se realiza alrededor de la ermita próxima al pueblo y en la que se venera la imagen del santo.

De aquel viaje penitencial, guardo en mi memoria unos cuantos recuerdos y que al traerlos hoy a mi mente, lo veo con una nitidez de que tal lo hubieran sido de hace no más de unas semanas. Tales fueron, los atalajes de gala que componían el aparejo del jumento, la procesión de San Benito y que toda su indumentaria iba cubierta de billetes que habían sido colocados por los penitentes en cumplimiento de sus promesas. El calor sofocante que hacía, dado a que la procesión creo se celebraba entre las once y las doce de la mañana, aproximadamente. Nuestro inicio de regreso hacia mi pueblo, pero con una parada que hicimos a la salida de Obejo, cerca de un pilar donde dimos de beber a la burra, mi padre y yo bebimos buenos tragos de un agua tan fresquita y buena y que también llenamos una botija que llevábamos y que desocupamos de la que contenía, que como se decía por mi pueblo parecía ya "caldo del puchero" de lo caliente que estaba. Del intento de pesca que hice, de unos peces de colores que había en el pilón y que lo hice, aprovechando de que mi padre una vez almorzamos, y utilizando el aparejo de la burra como cama, se echó a dormir la siesta, que por cierto al despertar se llevó buen susto al ver que no estaba a la sobra del árbol bajo el cual estuvimos comiendo, hasta que se percató de donde yo estaba. Utilizando un sombrero de paja que llevaba y mis propias manos, para la pesca, no logré pescar ni uno siquiera de los mas de cincuenta peces que habría en el pilón.

Terminado el descanso volvimos a tomar el camino de Villaharta, pero tomando dirección distinta a la que habíamos llevado en la ida, al fin de coger una buena cantidad de peras de unos frutales existentes en una finca de mi abuela paterna. Pensar que mi padre tenía entonces 34 años, que falleció 27 años después de lo que estoy relatando y que hace mas de 51 años que murió, os podéis hacer una idea del tiempo transcurrido de esta efemérides. Y decir que no me parece tan lejano, da una idea de lo que supone la acumulación de años. Pensar que la existencia de unos pececillos de colores despertaron entonces una viva emoción en mi persona. Lo que hace el paso de los días.

Cuando menos, doy gracias a Dios de que hoy puedo contarlo y siempre como ahora. Hasta nueva entrada.

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