lunes, 1 de mayo de 2017

Mi primera peseta


Tras muchos días pasados desde mi última entrada, y contrariando lo que tenía prometido, de que ya todas las entradas lo serían relatando las vicisitudes de mi paso por la Guardia Civil, y a la vista de que hoy se cumple un aniversario en que daba comienzo una de las principales etapas de mi vida, la voy a dedicar a ello, por lo que pido perdón de no dar cumplimiento a la palabra dada. Vamos a ello.

Día Primero de Mayo de 1935. Sí, hoy se cumplen OCHENTA Y DOS AÑOS, en que a la edad de 10, yo ganaba mi primera peseta en la vida.

Como todos cuantos hayáis leído mis memorias estáis al tanto de ello, mi padre en aquellos momentos llevaba más de cuatro meses encamado con motivo de un accidente laboral en el que había sufrido fractura de tibia y peroné de la pierna izquierda. Por esta causa, en casa de mis padres hacía todo ese tiempo en que no entraba dinero alguno, dado a que por no tener seguro de accidente en el trabajo, de lo que sería largo de explicar, un hogar compuesto por el matrimonio y cinco hijos, yo el mayor de ellos, la situación creo podía suponerse la que era.

Las muchas lágrimas que a diario vertían furtivamente los ojos de mi madre, sin duda para que sus hijos no se percataran de ello, aunque en muchas ocasiones eran percibidas por mí, y aunque hoy pueda parecer casi imposible, yo con solo diez años, hacían mella en mis sentimientos.

En base a todo ello, como citaba al principio, aquel 1 de mayo de 1935, se producía mi bautizo laboral, como zagal en la guarda de cerdos, o sea como porquero, en la que mi sueldo diario era el de una peseta.

Podría jurar, que aquel inicio en mi trabajo, quedó grabado tal mente en mi memoria, que pasados esos ochenta y dos años, puedo narrar, especialmente las dos primeras horas de aquella jornada, comenzando que lo primero que hice, fue, según me ordenó José María, como se llamaba el mayoral, contar los cerdos cuando salían del establo o zahúrda, y hasta el número de animales que componían la piara que era el de 86. La comida que mi madre me había preparado para aquella primera jornada, era una tortilla de patatas y dos torreznos, que llevaba en una pequeña fiambrera,y un trozo de pan, una naranja y una pequeña navaja y todo ello metido en una bolsa o "talega" de tela que por una cordón que la cerraba, llevaba colgada del cinturón que sostenían mis pantalones cortos, como entonces todos los niños los usábamos así hasta los, 14, 15, o 16 años que nos ponían los largos.

Otra de las circunstancias que hoy podrán ser difíciles de comprender, que aquella misión que comenzaba a ejercer, no es que la aceptara de buen grado, si no que hasta me sentía orgulloso y contento de ello y hasta podrá parecer ridículo, que me sentía así por aportar el ingreso de una peseta diaria, a una casa donde hacía meses no había llegado ni una sola.

En muchas ocasiones a lo largo de mi ya larga vida, he pensado que aquel primero de mayo de hace ochenta y dos años, dejé de ser niño y creo que hasta de ser adolescente. Las situaciones muchas veces, hacen tales efectos.

Vaya la entrada de hoy, como homenaje a mis padres y a las lágrimas, que aparte de las derramadas por la situación que atravesaban, también, como muchas veces me dijeron a lo largo de su vida, no fueron pocas las que vertieron por haber tenido que dejar la escuela y ponerme de porquero.

Aquel, fue otro de esos días que dejan huella indeleble en el devenir de la vida, en este caso de la mía.

Hasta la próxima entrada, que trataré de continuar lo prometido en la anterior a ésta. 

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