Afilador
Comenzando por los primeros, a mi pueblo solía llegar con relativa frecuencia un afilador, nunca el mismo, empujando su carro, y tocando una especie de armónica, que desconozco el nombre de semejante instrumento que era usado solo por los de dicha actividad, con lo que solían apercibir a las mujeres de sus presencia y que precisaran de afilar algunos de sus utensilios utilizados generalmente en la cocina.
Según se decía la casi totalidad de los afiladores eran gallegos de Orense, y el caso es que trayendo al recuerdo su forma, modo y acento de hablar, gallegos por lo menos si que eran todos los que recuerdo haber visto y oído.
Aquellos hombres para trasladarse de uno a otro pueblo, lo hacían siempre a pie y además como he citado antes, empujando su carro en el que estaba instalado todo el menester para realizar su trabajo, y aunque no fuera muy pesado, y sería fácil de llevar por las carreteras en llano, y pendientes hacia abajo, el subirlas cuando la pendiente en muchas ocasiones, y en aquellos tiempos mas todavía, llegaban a alcanzar en no pocas veces el 10% o mas incluso, sin duda precisaría un gran esfuerzo su realización, máxime teniendo en cuenta que muchas veces la distancia de uno a otro pueblo era de veinte, treinta o más kilómetros. Lo que nunca pude comprender, es que con los míseros ingresos que pudieran obtener con aquel trabajo, aunque solían alojarse en las posadas que había en las localidades por las que pasaban, que hoy solo el recordarlas tales estaban preparadas para recibir a los que solían alojarse, al punto de que las camas para el descanso de la noche, solían ser, durante el invierno, solo una silla, o una manta tendida en el suelo junto a la lumbre para superar el frío, y en tiempo que no hiciera frío, solo la manta con una almohada menos aseada de lo que debiera, tendida en algún pajar, era su morada, y que decir de la alimentación que pudieran darle, dado a que, como he indicado anteriormente, eran solo miserias las que ganaban. Aquellos ambulantes trabajadores, no debían tener familia alguna, a su cargo se entiende, y si la poseían sin duda, ellas mismas habrían de buscarse lo mínimo para su supervivencia, dado que poco, o nada, podrían esperar de aquel afilador, que se pasaría la mayor parte del año nomadeando, sin ir siquiera por el lugar de su residencia.
Lañador
Por cuanto a los segundos, lañadores, aunque solía llamárseles también estañadores, ya que ambos trabajos realizaban. La de lañador se trataba de que sobre todo los utensilios de barro o arcilla, tales como cántaros, lebrillos, orzas y otros semejantes, que se utilizaban en la mayoría de los hogares de la época, cuando se les hacía una pequeña raja, en vez de tirarlos y comprar otros nuevos, se tenían guardados y cuando llegaba un lañador se le entregaba, el cual y utilizando una especie de berbiquí provisto de una broca de finísimo taladro, solía realizarle unos cuantos agujeros a ambas partes de la superficie dañada y luego le colocaba unas lañas metálicas, que si como en los lebrillos y orzas solía suceder, se podía cerrar por dentro del utensilio a reparar, luego con martillo muy pequeño y dándole golpecitos muy despacio, iba cerrando los dos extremos de la laña, y aunque parezca mentira por allí no volvía a salirse liquido alguno. En los cantaros, pucheros y otros que el lañador no podía meter la mano por dentro del cacharro con el martillo, la laña se cerraba por la parte exterior, pero con iguales resultados en su efectividad. Lo que sucedía que en el exterior quedaba un poco mas "bonito", la laña que se cerraba por dentro. No penséis que eso era una cosa rarísima el ver tales aplicaciones, que seguro no había ni una sola casa en el pueblo que no tuviera un utensilio con una, dos o mas lañas.
Estos mismos individuos también solían arreglar las ollas, platos y utensilios de porcelana a los cuales cuando se les hacía un agujero, al igual que solía hacerse con los de barro, se tenían en espera de que llegara el lañador, para que lo arreglara, y lo hacía lijando un poco los alrededores del agujero, y luego utilizando un aparato de hierro con mango y que en una especie de hornilla que llevaban con carbón encendido, lo ponían al rojo vivo y tomando una pequeña barrita de estaño, le aplicaban el aparato y dicho metal se licuaba rápidamente y cayendo sobre el agujero del utensilio quedaba totalmente tapado y con ello se evitaba de tener que comprar otro nuevo. En casa de mis padres recuerdo haber por cuanto a lo del afilador, haber presenciado en muchas ocasiones el afilado sobre todo de cuchillos, y en lo del lañador y estañador, cuando menos recuerdo de un lebrillo que tenía por lo menos tres o cuatro lañas, y también una o dos ollas y algún plato o fuente con las cicatrices a las que hubo de aplicársele el estaño.
Lo que nunca llegué a comprender, ni hoy tampoco, es que si el estaño aplicado a aquellas reparaciones se hacían al arrimarle a dicho metal un hierro al rojo vivo, porqué luego cuando por ejemplo una olla se acercaba a la lumbre aquellas gotas de estaño que se le aplicaron no se derretían con el calor de la hoguera. Si alguien sabe el misterio, me gustaría me lo explicara.
Estos lañadores solían ser muchas veces de etnia gitana y por ende iban siempre acompañados de su familia.
Para algunos de los pocos que oséis entrar a leer esta entrada, os resultará curioso cuando menos conocer, alguno de los detalles en que se desenvolvía el vivir cotidiano de aquellos tiempos, que aunque a mi me parece que fue ayer, si me paro un poco a pensar, y miro hacía atrás, me da la sensación de perderse en la lejanía de los años.
Hasta la próxima entrada.