domingo, 12 de abril de 2015

Tres doces de abril

Del día de hoy 12 de abril, conservo en mi memoria tres de esta fecha y que han sido de esos hitos que van jalonando el devenir en la vida de una persona, en este caso en la mía. 

La primera de ellas se remonta nada menos que hasta aquel 12 de abril de 1931, en que se celebraron en España una elecciones municipales y dos días después, la proclamación de la Segunda República Española.



Pese a mi corta edad, pues aún me faltaban quince días para cumplir los seis años, sin duda por el ambiente que en cuanto a aquellas elecciones se respiraba en el país, llegaba hasta nosotros los niños que posiblemente aun sin percibir el alcance que ello hubiere de tener, sin duda despertaba algo de curiosidad cuanto por lo que a mi respecta. Tal es así, que como siempre sucedía que se celebraban elecciones, el Colegio electoral se ubicaba en el local de la escuela donde yo asistía. Podía ser a media mañana del referido día, le propuse a un primo mío y a un amigo, ambos unos meses menores que yo, pero de mis misma quinta llegarnos hasta la puerta de nuestra escuela, sin duda por darle gusto al gusanillo de curiosidad en mi despertado. No sé si por complacerme o porque a ellos les sucediera lo mismo que a mí, allá que nos dirigimos. Tan pronto  nos aproximamos a la puerta y fuimos observados por uno de los Guardia Civiles que estaban prestando servicio en el colegio electoral, con  tono bastante autoritario fuimos echados creo recordar con la frase poco mas o menos de "niños iros a jugar por ahí".

Del resultado de aquellos comicios no me consta nada en la memoria, pero si tengo así como un vago presentimiento de que a partir de entonces, y dado a que yo ya sabía leer bastante bien e incluso escribir algo, y un tío mio que trabajaba en el Ayuntamiento estaba suscrito a un periódico de Córdoba, una vez él lo leía, me lo llevaba a mi casa que como quiera que no tenía ni un solo libro en donde pudiera saciar el vicio que ya tenía por la lectura, y de lo que solía comprender solo lo propio al alcance de un niño de mi edad. También tengo la casi total seguridad que a partir de aquellas fechas comenzaron a quedar en mi memoria los hechos y episodios mas importantes que sucedían y también de mi propia historia personal.

La segunda de las efemérides de este doce abril, por cuanto a mi personalmente se refiere, sucedía ocho años más tarde a la antes citada, o sea, el 12 de abril de 1939. Aquel día regresaba a mi pueblo tras haber pasado dos años y medio exiliados del mismo, iniciado el 9 de octubre de 1936 fecha en la que las fuerzas nacionales tomaron el mismo, habiendo permanecido, con toda mi familia como es natural, por distintos pueblos y cortijos del Valle de los Pedroches.



Salimos del lugar donde llevábamos residiendo año y medio aproximadamente, un cortijo del término municipal de Pedroche el día anterior, once de abril, hicimos noche en plena sierra de la Chimorra, precisamente donde estuvo el frente de guerra de ambos ejércitos el mismo tiempo que nosotros estuvimos exiliados, donde a ambos lados de la carretera por donde circulábamos se hallaba abandonado armamento de toda clase, desde armas cortas como pistolas, hasta piezas de artillería y verdaderos montones de municiones de diferentes calibres, todo ello el que dejaron abandonado las fuerzas del Ejército republicano, que en desbandada abandonaron sus posiciones. Asimismo en los olivares que se hallaban en las inmediaciones de la carretera, estaban sobre el suelo las cosechas de las tres campañas en que el frente de guerra se estableció en aquel lugar. Las correspondientes a las campañas 1936-37 y 37-38, por las lluvias y el sol a lo largo del tiempo, la aceituna era inservible para extraerle aceite, no así la correspondiente a la última de 1938-39, que lo único que habían perdido era la parte de agua que contenía el fruto, y pocos días después de nuestra llegada al pueblo, autorizaron la recogida libre de la misma, lo que a mi familia y a todas las que habían regresado de su exilio nos sirvió para estar casi dos meses proporcionándonos unos ingresos que nos solucionaron el problema de la falta de trabajo por un buen tiempo.

Tengo también el recuerdo de que el llegar al pueblo lo hacíamos como un tanto temerosos y sensación de que nosotros mismos nos considerábamos perdedores de la guerra, cuando yo salí de mi pueblo con once años de edad y regresé cuando aún no había cumplido los catorce, pero sí me sentía yo mismo como uno de los perdedores y quizá hasta algo culpable de que hubiere sucedido el conflicto bélico. Nunca después supe darme explicación a semejante sentimiento. No obstante, me hizo gran ilusión el volver donde había pasado toda mi infancia y parte de la niñez, y me recuerdo que las casas y calles del pueblo me parecían mas pequeñas que lo eran cuando salimos de allí.

A partir de aquella llegada a mi pueblo, comenzó sin duda una de las etapas más dificultosas, sobre todo económicas de las pasadas hasta entonces.

Y el último 12 de abril del que guarde un recuerdo especial, lo fue el del año de 1946. Poco después de las tres de la madrugada de aquel día, llegaba al cuartel del Regimiento de Artillería número 14, sito en el punto conocido por Pineda en los extrarradios de la capital sevillana, y que procedentes de Córdoba habíamos salido a las cinco y media de la tarde, o sea que tardamos unas diez horas aproximadamente.



Quiero recordar que a las siete de la mañana tocaron diana, y a la mayoría ni siquiera nos había dado tiempo siquiera a descabezar el sueño, cuando ya estábamos otra vez en danza. Diez minutos para asearnos, formación para el desayuno, y una vez realizado el mismo, dotarnos de todas las prendas de uniforme desde ropa interior, a las saharianas, pantalones, borceguíes, que era el nombre que oficialmente se les daba a las botas, y que nos lo entregaban a medida que nos nombraban por orden alfabético del primer apellido, sin tener en cuenta la talla o número de calzado de cada uno, por lo que hubimos de realizar cambios entre unos y otros reclutas y hasta finalmente algunos hubieron de realizarlo en el propio almacén del Regimiento, porque les era imposible el colocarse las prendas que le fueron entregadas, bien por pequeñas o excesivamente grandes. Yo hube de cambiar un mono con un recluta que  era de Pedroche y me sacaba tres cuartas de estatura a mí. Seguidamente a la entrega de las prendas de uniforme e interiores, unos novecientos reclutas que nos habíamos incorporado procedentes de distintos puntos, y previa la consulta de que todos aquellos que tuvieren algunos conocimientos sobre peluquería que dieran un paso al frente y que fueron bastantes, a todos ellos y a los que ya estaban en el Regimiento de Reemplazos anteriores, les entregaron a cada uno una maquinilla de pelar y nos pelaron al cero, y que tal estropicio hicieron con nosotros, que aquella tarde hubieron de darnos permiso especial para que en peluquerías de Sevilla enmendaran en lo posible lo que hicieron con nosotros, cosa que hicimos la inmensa mayoría, salvo los que tuvieron la suerte de que les tocara algún profesional entendido en el menester. Por cierto cuando un paisano mío y yo regresábamos de arreglarnos el pelo y estábamos llegando al cuartel, arriaban bandera y como observábamos que los artilleros de la Guardia e incluso suboficiales y oficiales, se paraban y en posición de firmes saludaban, nosotros no sabíamos si pararnos o que hacer, así que unas veces parados, otras andando, saludábamos como Dios nos daba a entender, otras dejábamos de hacerlo, y así mientras duró el toque de corneta. Con ese acto de arriar bandera se  daba finalizada la jornada militar, aunque a nosotros nos quedaban varias listas y formaciones, cena, retreta y el último toque del día en un cuartel, el de silencio en que el imaginaria se hacía cargo de su cometido y te tomaba nota si te sorprendía hablando y no digamos si eras sorprendido por el Sargento de Semana, que como mínimo te caían tres imaginarias, pero la segunda o la tercera que eran las peores, pero nunca la primera o la cuarta.

Pues con el toque de silencio de aquel 12 de abril de 1946, terminaba mi primer día de mili, de los dos años y medio que me tiré. Pero para cumplir los VEINTIÚN años, me faltaban aún quince días, los mismos que ahora me faltan para los NOVENTA, que si a éstos le restamos aquéllos, nos dan SESENTA Y NUEVE, que son muchos años.

Hasta la próxima, que ya veremos que sale.

1 comentario:

Daniel Torres dijo...

Rafael, gracias por acordarte con esa naturalidad de momentos tan importantes de la Historia de España. Parece mentira cómo han cambiado las cosas. En algunos aspectos; en otros, da la sensación de que ha pasado todavía demasiado poco tiempo como para que hayamos aprendido algo.