lunes, 9 de febrero de 2015

Los días perdidos

 Cruz del Carmen, Macizo de Anaga, Santa Cruz de Tenerife

Quizá pueda parecer un tanto extraño el título que he dado en poner a esta entrada, pero se trata de una experiencia padecida por mí y de lo que por estos días se están cumpliendo dieciocho años de ello.

El día 3 de febrero de 1997, en los instantes en que mi mujer fallecía, a mí me aquejaba según diagnóstico médico, "hemorragia digestiva severa," que requirió transfusión, "Neumonía derecha, IAM inferior, angina post infarto, con cambios eléctricos en cara anterior". En tal estado me ingresaron en la UCI del hospital Parque de San Antionio de esta ciudad de Málaga.


Serían aproximadamente entre las cuatro y media y cinco de la tarde de aquel infausto día, hallándome aún encamado en sala, lo último que me consta en el recuerdo, fue la visita del cirujano que el día anterior había operado a mi mujer, que resultó llegaba para dar a mis hijos la noticia de que su madre había fallecido, y al que, al preguntarle yo por ella, me respondió que "estaba bien" y a mí por mi estado, de lo que se que contesté que me dolía mucho el pecho. A partir de esos instantes todo desapareció para mí.

Dado al estado en que ingresé en la UVI, los médicos decidían no operarme por considerar que posiblemente no soportaría la grave operación a que habrían de someterme.

De vez en vez y cuando mis hijos y familiares pasaban a visitarme cada día, y siempre a pregunta de algunos de ellos, recuerdo así como de venirme de un infinito el responder a lo que creo me preguntaban, de lo que me consta en una ocasión lo hice a mi hijo mayor y en otra a mi hermana. Pero seguidamente volvía a sumergirme como en un profundo sueño de lo que nada me consta. No sé los días que podría llevar sumido en aquella pérdida de la conciencia y como envuelta entre nubes, vi a mi mujer, de ella solo era su cara, y el resto, la misma vestimenta, de color rosa, y hasta el sombrero que luce la imagen de La Divina Pastora, que se venera en la Iglesia sita en la Plaza de Capuchinos, donde solíamos ir a misa cuando vivíamos allí de recién casados y donde se bautizó mi hijo mayor.

Diez días se sucedieron en la misma situación, de lo que para mí es igual que si hubieran sido un instante solamente. Finalmente, y como Dios parecía no llamarme para "el otro barrio" los propios médicos se verían en la tesitura de animarse a operarme. Al fin, el día 13 tras diez días en la UVI, se decidieron a ello,  me extrajeron la vena safena interna derecha desde el tobillo hasta la rodilla, me colocaron tres By-Pass, y se dirían lo que en tales momentos suele decirse, "que sea lo que Dios quiera".

No se si fue en la tarde del día 15 o del 16, de dicho mes, o sea doce o trece días de haberme ingresado en la UVI, cuando volví a recuperar la total conciencia de que existía, fue que mirando en mi alrededor, vi a mi hija que sentada en una silla estaba junto a mi cama. Seguidamente y sin pronunciar palabra, ahora si recuerdo me quedaba dormido. En la mañana del día 18, cinco después de haberme operado, y por mi propio pie salía dado de alta del hospital.

Ahora y como consecuencia de lo relatado, ha sido el motivo de poner en el asunto "LOS DIAS PERDIDOS", ya que realmente esos doce o trece días de los que yo no tuve conciencia de haber estado en este mundo, creo el deber de solicitar me sean abonados por la parte final de mi existencia.

Lo que si puedo decir, es que esos doce o trece días, para mí fueron como he dicho anteriormente, solo un instante, y también tengo como un presentimiento de haberlo sido como si hubiere estado sobre un lecho de algodones en el propio cielo, sin sentimiento ni malestar de clase alguna, sin frío ni calor y con la añadidura de que puedo estar contándolo. Si el pasar a la otra vida, lo es con la placidez y el sosiego, con los aquellos que perdí hace ahora 18 años, no es para temer a la muerte, solo con el inconveniente de que no lo pueda contar a nadie, como ahora lo hago, y las alegrías si no se pueden contar, no se  gozan como tales, y las penas, si no se cuentan no te liberan, de que incluso, puedes terminar ahogándote en ellas.

Ah, y gracias a los médicos, pasados casi dos decenios, aquí continúo transitando por este llamado, para mí sin motivo alguno,  "valle de lágrimas", si no todo lo contrario de gozar lo maravillosa que la vida es, y lamentado solo el que "Ella", corrió suerte opuesta a la mía.


Benijo, Santa Cruz de Tenerife

Hasta la próxima entrada.

1 comentario:

Luis Carballeda dijo...

No fueron perdidos, si han servido para poder disfrutar como minimo de 20 años mas, es como los coches revision de chapa y pintura y como nuevo.
Bonita entrada.
Fuerte Abrazo.