La Rosa del Azafrán
La primera definición que el DRAE hace de la palabra "hato", es de "ropa y otros objetos que alguien tiene para el uso preciso y ordinario".
En mi infancia y juventud era frecuente oír la palabra hato, generalmente cuando los pastores con motivo de trasladarse de un punto a otro, tenían que recoger todos sus enseres que contenían sus "chozos" que eran sus habitáculos de ordinario. Como diminutivo de la palabra hato, solían utilizarse, hatillo o hatito.
Ayer tarareando la canción de las espigadoras de la zarzuela "La Rosa del Azafran", que comienza:
Por la mañana muy tempranito,
salí del pueblo con el "hatito"...
y aquí pensando, por que según alguien dice que soy "mu pensaor" me dije: "Hay que ver desde donde yo vengo, o para ir al grano, lo viejo que soy..."
Todo ello se debe a que, como digo, en mi infancia y juventud, solía darse lo de las espigadoras o espigadores, que consistía en recoger las espigas que a los segadores se les caían al suelo cuando se hallaban en las faenas de la siega, bien por cuenta de los propietarios de la finca o bien, cuando se autorizaba el espigue, al igual que se hacía autorizando el "rebusco" de la aceituna cuando se terminaba el trabajo de la recolección por parte de sus dueños, y el cereal o la aceituna, era para la persona que lo que recogía.
Pero mi entrada de hoy, aunque tenga por principio este relato que antecede, y como he citado de los tiempos que yo vengo, lo es con motivo de la palabra hato, o del diminutivo de "hatillo", como en mi pueblo se decía. Y es que cuando los trabajadores del campo se trasladaban para faenar durante algún tiempo, a fincas alejadas del pueblo donde tenían que pernoctar, solían llevarse su hatillo. Yo hube de realizar tal menester, durante cinco años consecutivos, como lo fueron de 1939 a 1944.
Resulta que sobre mediados de Agosto, pasado el día de la Virgen, nos trasladábamos a la finca de La Calera, donde todos los que habéis leído algunas veces mis entradas en este blog, sabéis de la misma, para dedicarnos a la limpieza de pastos, zarzas y todo cuanto fuere preciso a fin de dejar despejado el terreno y fuere mas fácil la recogida de la aceituna, y donde permanecíamos hasta generalmente el mes de mayo en que terminaban todas las faenas relacionadas con el olivar.
El "hatillo" consistía en una manta, uno o dos platos, cuchara, tenedor, la navaja que era herramienta que llevaba siempre el trabajador del campo, una olla, una sartén, una o dos toallas y algunas prendas de vestir, sin mas. Todo ello solía hacerse un lío con la propia manta, o metido en un saco, y era frecuentísimo el cruzarte con, generalmente hombres, con su hatillo al hombro dirigiéndose a su lugar de trabajo y donde había de permanecer algún tiempo.
Trayendo al recuerdo aquellos tiempos, no tengo por menos que decirme, sin duda un tanto sorprendido, " hay que ver lo poco que se precisa para poder sobrevivir, y hasta considerábamos que lo era "dignamente". Hoy recuerdo con cierto cariño, una olla pequeñita de color rojo, con algún que otro desconchoncito, y en la que sin duda me preparé cientos de cociditos, algún que otro potaje de lentejas, habichuelas, y pare usted de contar. También el plato, uno solamente, que por cierto era de aluminio, de los que se utilizaban por los soldados durante la guerra y como quiera que el frente estuvo próximo a mi pueblo dos años y medio, al terminar la contienda, tanto en las trincheras de las fuerzas de uno y otro bando, quedaron llenas de platos, cucharas, cantimploras, y todo lo que solía ser utilizado por los soldados. Incluso en las trincheras del ejército republicano dejaron abandonadas infinidad de armas desde pistolas, hasta cañones de artillería donde permanecieron seguro mas de un mes, hasta que fueron recogidas, y siempre quedaron algunas ocultas entre zarzales o matojos, y sobre todo granadas de mano.
Si se me hubiera hecho una fotografía alguna de las veces que caminaba con mi hatillo al hombro (alguna vez lo hicimos cargado sobre una caballería), y se me presentara, incluso creo que ni yo mismo me reconocería.
Así era entonces la vida, y no se si porque se era joven, o porque no había otra, éramos hasta felices en nuestro trabajo y ambiente. Desde luego, qué diferencia de aquella adolescencia y primera juventud a mi tercera edad (como con cierta cursilería se nos llama a los "viejos"...).
Hasta la próxima entrada.
Todo ello se debe a que, como digo, en mi infancia y juventud, solía darse lo de las espigadoras o espigadores, que consistía en recoger las espigas que a los segadores se les caían al suelo cuando se hallaban en las faenas de la siega, bien por cuenta de los propietarios de la finca o bien, cuando se autorizaba el espigue, al igual que se hacía autorizando el "rebusco" de la aceituna cuando se terminaba el trabajo de la recolección por parte de sus dueños, y el cereal o la aceituna, era para la persona que lo que recogía.
Pero mi entrada de hoy, aunque tenga por principio este relato que antecede, y como he citado de los tiempos que yo vengo, lo es con motivo de la palabra hato, o del diminutivo de "hatillo", como en mi pueblo se decía. Y es que cuando los trabajadores del campo se trasladaban para faenar durante algún tiempo, a fincas alejadas del pueblo donde tenían que pernoctar, solían llevarse su hatillo. Yo hube de realizar tal menester, durante cinco años consecutivos, como lo fueron de 1939 a 1944.
Resulta que sobre mediados de Agosto, pasado el día de la Virgen, nos trasladábamos a la finca de La Calera, donde todos los que habéis leído algunas veces mis entradas en este blog, sabéis de la misma, para dedicarnos a la limpieza de pastos, zarzas y todo cuanto fuere preciso a fin de dejar despejado el terreno y fuere mas fácil la recogida de la aceituna, y donde permanecíamos hasta generalmente el mes de mayo en que terminaban todas las faenas relacionadas con el olivar.
El "hatillo" consistía en una manta, uno o dos platos, cuchara, tenedor, la navaja que era herramienta que llevaba siempre el trabajador del campo, una olla, una sartén, una o dos toallas y algunas prendas de vestir, sin mas. Todo ello solía hacerse un lío con la propia manta, o metido en un saco, y era frecuentísimo el cruzarte con, generalmente hombres, con su hatillo al hombro dirigiéndose a su lugar de trabajo y donde había de permanecer algún tiempo.
Trayendo al recuerdo aquellos tiempos, no tengo por menos que decirme, sin duda un tanto sorprendido, " hay que ver lo poco que se precisa para poder sobrevivir, y hasta considerábamos que lo era "dignamente". Hoy recuerdo con cierto cariño, una olla pequeñita de color rojo, con algún que otro desconchoncito, y en la que sin duda me preparé cientos de cociditos, algún que otro potaje de lentejas, habichuelas, y pare usted de contar. También el plato, uno solamente, que por cierto era de aluminio, de los que se utilizaban por los soldados durante la guerra y como quiera que el frente estuvo próximo a mi pueblo dos años y medio, al terminar la contienda, tanto en las trincheras de las fuerzas de uno y otro bando, quedaron llenas de platos, cucharas, cantimploras, y todo lo que solía ser utilizado por los soldados. Incluso en las trincheras del ejército republicano dejaron abandonadas infinidad de armas desde pistolas, hasta cañones de artillería donde permanecieron seguro mas de un mes, hasta que fueron recogidas, y siempre quedaron algunas ocultas entre zarzales o matojos, y sobre todo granadas de mano.
Si se me hubiera hecho una fotografía alguna de las veces que caminaba con mi hatillo al hombro (alguna vez lo hicimos cargado sobre una caballería), y se me presentara, incluso creo que ni yo mismo me reconocería.
Así era entonces la vida, y no se si porque se era joven, o porque no había otra, éramos hasta felices en nuestro trabajo y ambiente. Desde luego, qué diferencia de aquella adolescencia y primera juventud a mi tercera edad (como con cierta cursilería se nos llama a los "viejos"...).
Hasta la próxima entrada.
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