miércoles, 25 de febrero de 2015

Festividad de San Cesáreo



Hoy se cumplen cincuenta y seis años del fallecimiento de mi padre. Se daba la circunstancia de que se llamaba Cesáreo y aquel  mismo día se cumplía el 61º aniversario de su nacimiento. Por tanto moría el día de su santo y de su cumpleaños.

También, como citaba en una de mis últimas entradas, para poder llegar a la hora del entierro, subí por primera vez en avión. Pero el traer hoy al recuerdo esta efemérides, en primer lugar, lo es como un homenaje cariñoso a su recuerdo, y también señalar lo que supone el fallecimiento de un padre. Por cuanto a lo primero, seguro estoy si la Gloria existe, gozándola estará.

La pérdida de un padre supone un desgarro del alma y gran parte de la vida de todos sus hijos, se van con él. Pero no se porqué, se asume con una resignación considerándolo como un hecho totalmente normal, y claro, los padres han de morirse antes que los hijos.

Ese suceso fue el primero que como cito anteriormente, me produjo el sentimiento del que uno nunca llega olvidarlo y cada año que llega este día, no tengo por menos, y sin que pueda remediarlo, llorar su pérdida. También en cada uno de estos aniversarios, pasa mi recuerdo sobre lo que fue su vida, una parte contada por él, y el resto conocida por mí, teniendo la certeza de que lo fue poco afortunada. Tuvo que intervenir en dos guerras, la una en su época de cuando le correspondió su reemplazo, en la de Melilla, donde fue herido. La segunda, la Guerra Civil y sin duda mucho mas dolorosa para él, que aunque no sufrió percance físico alguno, hubo de marcharse al frente de guerra dejando atrás a su mujer y cinco hijos, el mayor yo, que tenía trece años de edad. Luego, cuando terminó, después de estar quince días sin saber nada de su mujer y sus hijos, ni nosotros de la suerte que hubiere podido correr, ciertos avatares que se prolongaron casi tres años más.

Solo en la vida le fue favorable, lo que le supuso su matrimonio y la prole que del mismo le sobrevino, que ahí sí, los años que, por desgracia no fueron luengos ni sobraban lo recursos, si pudo gozarlo y sin duda lo fue el tiempo demasiado corto, para lo que mereció.

También seguro estoy, junto a su mujer, que le sobrevivió mas de treinta y cinco años, y sus hijos que unos, meses después de nacer y otros tres que lo hicieron cuando estaban sobre los ochenta años, estará gozando la dicha que por mucho tiempo le fue negada en este mundo.

Hasta la próxima, que procuraré lo sea un poco mas alegre que la presente.

martes, 17 de febrero de 2015

Hato

La Rosa del Azafrán


La primera definición que el DRAE hace de la palabra "hato", es de "ropa y otros objetos que alguien tiene para el uso preciso y ordinario".


En mi infancia y juventud era frecuente oír la palabra hato, generalmente cuando los pastores con motivo de trasladarse de un punto a otro, tenían que recoger todos sus enseres que contenían sus "chozos" que eran sus habitáculos de ordinario. Como diminutivo de la palabra hato, solían utilizarse, hatillo o hatito.


Ayer tarareando la canción de las espigadoras de la zarzuela "La Rosa del Azafran", que comienza:

Por la mañana muy tempranito,
salí del pueblo con el "hatito"...

y aquí pensando, por que según alguien dice que soy "mu pensaor" me dije: "Hay que ver desde donde yo vengo, o para ir al grano, lo viejo que soy..."

Todo ello se debe a que, como digo, en mi infancia y juventud, solía darse lo de las espigadoras o espigadores, que consistía en recoger las espigas que a los segadores se les caían al suelo cuando se hallaban en las faenas de la siega, bien por cuenta de los propietarios de la finca o bien, cuando se autorizaba el espigue, al igual que se hacía autorizando el "rebusco" de la aceituna cuando se terminaba el trabajo de la recolección por parte de sus dueños, y el cereal o la aceituna,  era para la persona que lo que recogía.


Pero mi entrada de hoy, aunque tenga por principio este relato que antecede, y como he citado de los tiempos que yo vengo, lo es con motivo de la palabra hato, o del diminutivo de "hatillo", como en mi pueblo se decía. Y es que cuando los trabajadores del campo se trasladaban para faenar durante algún tiempo, a fincas alejadas del pueblo donde tenían que pernoctar, solían llevarse su hatillo. Yo hube de realizar tal menester, durante cinco años consecutivos, como lo fueron de 1939 a 1944.


Resulta que sobre mediados de Agosto, pasado el día de la Virgen, nos trasladábamos a la finca de La Calera, donde todos los que habéis leído algunas veces mis entradas en este blog, sabéis de la misma, para dedicarnos a la limpieza de pastos, zarzas y todo cuanto fuere preciso a fin de dejar despejado el terreno y fuere mas fácil la recogida de la aceituna, y donde permanecíamos hasta generalmente el mes de mayo en que terminaban todas las faenas relacionadas con el olivar.


El "hatillo" consistía en  una manta, uno o dos platos, cuchara, tenedor, la navaja que era herramienta que llevaba siempre el trabajador del campo, una olla, una sartén, una o dos toallas y algunas prendas de vestir, sin mas. Todo ello solía hacerse un lío con la propia manta, o metido en un saco, y era frecuentísimo el cruzarte con, generalmente hombres, con su hatillo al hombro dirigiéndose a su lugar de trabajo y donde había de permanecer algún tiempo.


Trayendo al recuerdo aquellos tiempos, no tengo por menos que decirme, sin duda un tanto sorprendido, " hay que ver lo poco que se precisa para poder sobrevivir, y hasta considerábamos que lo era "dignamente". Hoy recuerdo con cierto cariño, una olla pequeñita de color rojo, con algún que otro desconchoncito, y en la que sin duda me preparé cientos de cociditos, algún que otro potaje de lentejas, habichuelas, y pare usted de contar. También el plato, uno solamente, que por cierto era de aluminio, de los que se utilizaban por los soldados durante la guerra y como quiera que el frente estuvo próximo a mi pueblo dos años y medio, al terminar la contienda, tanto en las trincheras de las fuerzas de uno y otro bando, quedaron llenas de platos, cucharas, cantimploras, y todo lo que solía ser utilizado por los soldados. Incluso en las trincheras del ejército republicano dejaron abandonadas infinidad de armas desde pistolas, hasta cañones de artillería donde permanecieron seguro mas de un mes, hasta que fueron recogidas, y siempre quedaron algunas ocultas entre zarzales o matojos, y sobre todo granadas de mano.


Si se me hubiera hecho una fotografía alguna de las veces que caminaba con mi hatillo al hombro (alguna vez lo hicimos cargado sobre una caballería), y se me presentara, incluso creo que ni yo mismo me reconocería.


Así era entonces la vida, y no se si porque se era joven, o porque no había otra, éramos hasta felices en nuestro trabajo y ambiente. Desde luego, qué diferencia de aquella adolescencia y primera juventud a mi tercera edad (como con cierta cursilería se nos llama a los "viejos"...).


Hasta la próxima entrada.

lunes, 9 de febrero de 2015

Los días perdidos

 Cruz del Carmen, Macizo de Anaga, Santa Cruz de Tenerife

Quizá pueda parecer un tanto extraño el título que he dado en poner a esta entrada, pero se trata de una experiencia padecida por mí y de lo que por estos días se están cumpliendo dieciocho años de ello.

El día 3 de febrero de 1997, en los instantes en que mi mujer fallecía, a mí me aquejaba según diagnóstico médico, "hemorragia digestiva severa," que requirió transfusión, "Neumonía derecha, IAM inferior, angina post infarto, con cambios eléctricos en cara anterior". En tal estado me ingresaron en la UCI del hospital Parque de San Antionio de esta ciudad de Málaga.


Serían aproximadamente entre las cuatro y media y cinco de la tarde de aquel infausto día, hallándome aún encamado en sala, lo último que me consta en el recuerdo, fue la visita del cirujano que el día anterior había operado a mi mujer, que resultó llegaba para dar a mis hijos la noticia de que su madre había fallecido, y al que, al preguntarle yo por ella, me respondió que "estaba bien" y a mí por mi estado, de lo que se que contesté que me dolía mucho el pecho. A partir de esos instantes todo desapareció para mí.

Dado al estado en que ingresé en la UVI, los médicos decidían no operarme por considerar que posiblemente no soportaría la grave operación a que habrían de someterme.

De vez en vez y cuando mis hijos y familiares pasaban a visitarme cada día, y siempre a pregunta de algunos de ellos, recuerdo así como de venirme de un infinito el responder a lo que creo me preguntaban, de lo que me consta en una ocasión lo hice a mi hijo mayor y en otra a mi hermana. Pero seguidamente volvía a sumergirme como en un profundo sueño de lo que nada me consta. No sé los días que podría llevar sumido en aquella pérdida de la conciencia y como envuelta entre nubes, vi a mi mujer, de ella solo era su cara, y el resto, la misma vestimenta, de color rosa, y hasta el sombrero que luce la imagen de La Divina Pastora, que se venera en la Iglesia sita en la Plaza de Capuchinos, donde solíamos ir a misa cuando vivíamos allí de recién casados y donde se bautizó mi hijo mayor.

Diez días se sucedieron en la misma situación, de lo que para mí es igual que si hubieran sido un instante solamente. Finalmente, y como Dios parecía no llamarme para "el otro barrio" los propios médicos se verían en la tesitura de animarse a operarme. Al fin, el día 13 tras diez días en la UVI, se decidieron a ello,  me extrajeron la vena safena interna derecha desde el tobillo hasta la rodilla, me colocaron tres By-Pass, y se dirían lo que en tales momentos suele decirse, "que sea lo que Dios quiera".

No se si fue en la tarde del día 15 o del 16, de dicho mes, o sea doce o trece días de haberme ingresado en la UVI, cuando volví a recuperar la total conciencia de que existía, fue que mirando en mi alrededor, vi a mi hija que sentada en una silla estaba junto a mi cama. Seguidamente y sin pronunciar palabra, ahora si recuerdo me quedaba dormido. En la mañana del día 18, cinco después de haberme operado, y por mi propio pie salía dado de alta del hospital.

Ahora y como consecuencia de lo relatado, ha sido el motivo de poner en el asunto "LOS DIAS PERDIDOS", ya que realmente esos doce o trece días de los que yo no tuve conciencia de haber estado en este mundo, creo el deber de solicitar me sean abonados por la parte final de mi existencia.

Lo que si puedo decir, es que esos doce o trece días, para mí fueron como he dicho anteriormente, solo un instante, y también tengo como un presentimiento de haberlo sido como si hubiere estado sobre un lecho de algodones en el propio cielo, sin sentimiento ni malestar de clase alguna, sin frío ni calor y con la añadidura de que puedo estar contándolo. Si el pasar a la otra vida, lo es con la placidez y el sosiego, con los aquellos que perdí hace ahora 18 años, no es para temer a la muerte, solo con el inconveniente de que no lo pueda contar a nadie, como ahora lo hago, y las alegrías si no se pueden contar, no se  gozan como tales, y las penas, si no se cuentan no te liberan, de que incluso, puedes terminar ahogándote en ellas.

Ah, y gracias a los médicos, pasados casi dos decenios, aquí continúo transitando por este llamado, para mí sin motivo alguno,  "valle de lágrimas", si no todo lo contrario de gozar lo maravillosa que la vida es, y lamentado solo el que "Ella", corrió suerte opuesta a la mía.


Benijo, Santa Cruz de Tenerife

Hasta la próxima entrada.

lunes, 2 de febrero de 2015

De vuelta al Aeropuerto

Costa del Sol

Como quiera que en la entrada anterior en la que trataba del tiempo que estuve prestando servicio en el Aeropuerto de Málaga, y a petición del que además de estar alcanzando el título de Ingeniero Aeronáutico, lo es también mi nieto Pablo, reincido en dicha entrada anterior y con ello doy satisfacción a su petición, y a la vez señalo algunas de las circunstancia o anécdotas que se me quedaron por relatar.


Aeropuerto de Tenerife Norte

Comenzaré diciendo que mi bautizo de vuelo, lo fue el día 25 de febrero de 1959, cuando me encontraba en Madrid realizando el curso de ascenso a Cabo y como consecuencia del fallecimiento de mi padre, y pese a que me notificaron su óbito a las ocho de la mañana de aquel día, y el sepelio señalado para las cinco de la tarde, el único medio para poder llegar a tiempo del mismo, hube de tomar el vuelo de un pequeño avión, de 17 plazas, que salía de Madrid a las cuatro menos cuarto de la tarde y llegada a Córdoba sobre las cuatro y media y a donde el amigo de uno de mis hermanos con una moto, se desplazó hasta el aeropuerto de esta última ciudad, y pese a todo ello, hubieron de aplazar el entierro media hora más,  llegando a mi pueblo y donde solo puede permanecer junto al cuerpo presente de mi padre, poco mas de quince minutos.



Binter Canarias
Aeropuerto de Tenerife Norte

Señalo esta circunstancia, primero, para que se vea que incluso por el medio aéreo, desde Madrid a Córdoba se tardaba en llegar entre el despegue y el aterrizaje, tres cuartos de hora, claro que como he citado aquello era poco mas que una avioneta, y segundo para decir que cuando estuve prestando servicio en el aeropuerto de Málaga, yo ya "había volado". Pero vamos a mi paso por el aeropuerto de esta bendita ciudad, que en principio le llamaban "El Rompedizo", luego como citaba en mi anterior entrada, "Garcia Morato", hasta el suyo actual, del que si sé que como entonces su código es el de "AGP".


Pese a que como digo anteriormente ya había volado en una ocasión, el ambiente de los aeropuertos y mucho menos lo de los aviones era para mí una novedad, aunque muy interesante. Las dos circunstancias que mas me sorprendieron por cuanto a los aviones, fueron la primera, la facilidad con la que un vehículo de tales dimensiones, como entonces lo era el "Super", y previas las indicaciones de los señaleros, con sus palas si era de día, o con sus linternas si lo era de noche, hacían maniobrar a los mismos que en un palmo de tierra podían dar un giro de hasta ciento ochenta gados, y conseguían aparcarlos en el punto exacto donde deseaban que lo hiciera, con una facilidad extraordinaria.


La segunda, fue cuando vi que para la provisión del combustible, dos camiones cisterna que no lo sería con no menos de una capacidad de no se cuantos miles de litros, se situaban cerca de cada una de sus alas, y allí permanecían hasta depositar todo lo que dentro llevaban en las entrañas del aparato. Asimismo me enteré que el citado combustible en vez de gasóleo o gasolina, como lo era en los coches, camiones o autobuses, se le denominaba "queroseno" y que se sometía a ciertos procesos a fin de que el mismo no se congelara durante las travesías, y que soportaban hasta la temperatura de cuarenta y siete grados bajo cero.


Una cuestión que entonces hacían todos los aviones antes del despegue, era situarse en las cabeceras de pista, donde solían estar varios minutos "calentando motores" así hasta que el piloto lo consideraba y comenzaba el rodaje hasta levantar el vuelo. No sé si los aviones suelen hacer esto actualmente, o calientan motores por otro procedimiento.


Ahora y coincidiendo en mi comentario de la entrada anterior, de que en el Aeropuerto estábamos como en familia, voy a señalar una anécdota que da fe de ello.


Desvíos de aviones desde el aeropuerto del Tenerife Norte hacia el aeropuerto de Tenerife Sur

Recuerdo podía ser por el mes de marzo o abril,serían sobre las once de la mañana, hacía un día de cielo totalmente despejado, radiante sol y viento en calma. Una media hora antes había tomado tierra en el aeropuerto un avión, precisamente un DC-3, perteneciente al Servicio Meteorológico Nacional, con base en Madrid, de donde procedía. Además del Comandante y copiloto, venían también dos o tres funcionarios del citado Servicio de meteorología. Charlando momentos antes del despegue, el Comandante nos dice: "el que quiera dar un paseo por la Serranía de Ronda donde vamos a realizar unos estudios, puede venir, y estaremos poco mas de una hora volando". Accedimos a ello, el Policía de servicio, que no era Domínguez, si no otro que solo se era natural de León, y destinado aquí en Málaga; el contable del Bar-Restaurante, era hijo del Cuerpo y también tenía dos hermanos Guardias Cíviles aquí en Málaga, uno de ellos el mejor amigo que tuve en el Cuerpo; un hijo del propietario del entonces celebre Café " Los Valle"  que estaba haciendo un curso para poder pilotar avionetas, y también lo hice yo. En total íbamos cuatro, cada uno de un gremio, además de la tripulación y los empleados de meteorología.

Pese a lo espléndido del día, tan pronto comenzamos a sobre volar los primeros cerros de la Serranía, creo lo era sobre la vertical de el pueblo llamado El Burgo, el avión de buenas a primeras hizo un descenso brusco de cuando menos quince o veinte metros, y no había recuperado el ascenso cuando dio otro mucho mas profundo que el anterior y así continuó con otros muchos más y cada vez que lo hacía, los alerones del aparato parecía que se iban a despegar del cuerpo del mismo. No habían transcurrido cinco minutos de ello, la tripulación y los meteorólogos iban en la cabina, y los cuatro voluntarios en unos asientos en la parte media del avión, cuando mis tres compañeros de viaje comenzaron a vomitar y aquellas bocas parecían un volcán en erupción. Ya los mismos tendidos en el suelo, y yo sintiendo ciertos deseos de vomitar también, que creo no lo hice por que como iba de uniforme pensaba lo desastroso que sería un Cabo de la Guardia Civil tirado en el suelo y hecho un vendo. Abandoné a su suerte a mis acompañantes, mas que nada porque no se me contagiara su situación y me fui a la cabina donde al hacer acto de presencia me preguntó el Comandante como iban mis compañeros de vuelo, al que le conté lo que sucedía. Poco mas de media hora después regresábamos al Aeropuerto, principalmente por hacerle un favor a los que eran de todo menos personas y lo estaban pasando bastante mal.


Al regreso el Comandante indicó que no pensáramos que había hecho adrede que el avión tomara aquellos baches, sino que lo fue motivado por el tiempo. Una vez en tierra y un tanto repuestos de sus mareos, el inspector de Policía, me dice: "Galán, ahora me nombran Director General de la Policía y para hacerme cargo del destino me dicen que tengo que viajar en avión, y renuncio al nombramiento". Cuando yo entonces  no me mareé, sabía no lo haría nunca, como así ha sido. En ese sentido tengo madera de piloto. Los pobres que se marearon, pues todo el personal del aeropuerto, como es natural se enteraron, además hubieron de sufrir las bromas de los que no fueron capaces de embarcarse. El que estaba haciendo el curso de piloto de avionetas, aunque solía estar poco por el aeropuerto, no se libró de los mayores sopleos, y con razón para ello.


Hasta la próxima entrada que abandonaré el aeropuerto.