miércoles, 16 de junio de 2010

Nuevamente llega otro 16 de junio


He repetido hasta la saciedad esta efemérides del 16 de junio. No por ello voy ha dejar de hacerlo cada vez que mientras viva y Dios me de entendimiento para realizarlo, llegue este día.

Como lo vengo haciendo siempre, guardo de este día uno de los mayores impactos entrañables de toda mi vida. Seguramente los míos, lo recordarán ahora cuando haga mención del acto que dio lugar a ello.

Podía ser aproximadamente esta hora, alrededor de las diez de la mañana, de aquel 16 de junio de 1959, cuando descendía del tren expreso Madrid-Málaga, en aquella vetusta estación de esta última ciudad, tan diferente a la actual, vestido de uniforme y luciendo mis flamantes galones de Cabo de la Guardia Civil, que me habían sido concedidos el día anterior. Una vez puestos mis pies en el andén y al dirigir mi vista hacía la puerta de salida, como cito anteriormente, recibí el mayor extremecimiento emocional de toda mi existencia, cuando mis dos hijos (el mayor de algo más de dos años de edad y el pequeño con catorce meses bien cumplidos y que éste, había echado a andar el día anterior) seguidos de su madre venían en mi busca. Al llegar a este momento, he dejado de escribir, he cerrado los ojos y me he transportado en el recuerdo hasta aquel instante, sin que haya podido evitar que mis ojos se aneguen de lágrimas. Aquel contoneo vacilante en el andar de mis hijos añadido a la belleza deslumbrante de su madre, mi mujer, y a los que hacía mas de dos meses que no veía, me hicieron que incluso soltara sobre el suelo la maleta que llevaba en las manos y corriera hacia ellos, donde al contactarnos nos fundimos en uno apretado y emocionante abrazo, adobado con una profusión de besos repartidos de unos a otros, momento que lamento carecer de hallar las palabras apropiadas para describirlo. Siempre que he relatado este hecho y hoy vuelvo a repetirlo, en estos instantes daría cuanto me reste de vida por volver a vivirlo en presente. Cincuenta y un años han pasado desde entonces, aquellos dos niños vacilantes en su andar, hoy, una alopecia profunda inunda sus cabezas, su hermana que en aquellas fechas no andaba todavía por este mundo, es también hoy una mujer madura, pero los tres hermanos, son el máximo de cuanto puedan desear los padres y de la descendencia de ellos, solo cabe decir, que de "tal palo, tal astilla".

Bastantes días hacía que no entraba en el blog. Traer al recuerdo el hecho que ha motivado esta nueva entrada, ha valido la pena. De estos, pocos se dan en la vida de una persona. Por hoy, valga. Mezclarlo con otro caso, sería como aguar el vino.

Hasta otra.

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