domingo, 27 de junio de 2010

¡Vamos a la playa!



Esta mañana cuando regresaba de oír Misa, sentía cierta nostalgia, al comprobar como el paso del tiempo te cambia por completo tu devenir por la vida. Un nudo de tristeza se me atravesaba por la garganta cuando me cruzaba con mucha gente, entre ellas algunos matrimonios con edades un tanto avanzadas, aunque tal vez no me alcanzasen en ello, llevando consigo todos sus bártulos para pasar el día en la playa.

Volvía mis recuerdos, allá por los treinta, cuarenta o cincuenta años atrás y yo, con todo mi entorno familiar, y de amistades, me veía representado entre esas heterogéneas bullangas que animosamente se dirigían a pasar el día en alguna de las playas de nuestro litoral malagueño. Este recuerdo me traía en primer lugar cuan disfrutaba con ello mi mujer (q.e.p.d.). Días entrañables pasados durante largos años en semejantes actividades, contrastaban con mi lento caminar en el día de hoy, dirigiéndome a mi casa donde acompañado solo por aquellos felices recuerdos, me llevan a pasar el resto de la jornada tan distinta de las tan lejanas recordadas hoy. Algunos de los míos de entonces, junto a los suyos de ahora, hoy o en próximos días o semanas, volverán a realizar semejantes o parecidas jornadas de esparcimiento por los mismos u otros puntos de la costa.

Por lo que a mí respecta, desde mi observatorio de hoy, volveré a repetir la experiencia consistente en vivir de los recuerdos de aquellos tiempos. Son ya tres años pasados en los que no me he adentrado en el mar mas allá de llegarme el agua por encima de los tobillos. Como la pérdida de otras muchas tendencias, lo de mi afición y deleite con los baños en el mar, o cualquier otro punto en que el líquido elemento me llegara siquiera a la cintura, se han esfumado con el paso de los años. Pese a todo, Dios me mantenga siquiera como lo estoy en estos momentos. Cuando menos, el recordar aquellos días, me compensan la carencia de hoy.

Valga por hoy. Hasta otro día.

domingo, 20 de junio de 2010

Santa Florentina


Hoy 20 de junio, celebra la Iglesia Católica entre otras festividades, la de Santa Florentina, por tanto onomástica de mi madre (q.e.p.d.).

Después de dieciseis años y dos meses justos de su fallecimiento, quiero con estas humildes letras rendir un sentido y cariñoso homenaje a su recuerdo.

Han sido infinidad de veces durante mi vida, que mis recuerdos lo han hecho recorriendo todas las vivencias de mi queridísima madre, desde que yo tuve uso de razón. Cuántas adversidades hubo de remontar, desde la muerte de tres de sus hijos cuando aún no habían cumplido su primer año de vida, el paso por la Guerra Civil española, y la postguerra, que aparte del dolor del fallecimiento de tres hijos, sin duda fueron los mas duros de toda su existencia. Quizá, y sin quizá, uno de los periodos mas críticos, creo lo fue desde el verano de 1940, hasta muy próximo al fin de aquel año, en que enfermó de Fiebre de Malta y que la tuvo postrada en cama durante todo ese tiempo. En aquellos momentos, mi padre se encontraba en la cárcel; algunos de mis hermanos y yo, también enfermamos aquel verano con fiebres palúdicas. Mi madre hubieron de llevársela a casa de mi abuela paterna, dado a que el médico se lo recomendó en evitación de que pudiera contagiar su enfermedad a sus hijos y también a sus hermanas, hermano y sobrinos que todos vivíamos en la casa de mi abuela materna. Algunos de mis hermanos hubieron de marcharse a cortijos, donde se dedicaron a la guarda de animales y donde solamente recibían por su trabajo, alojamiento y manutención, por cierto no muy abundante esto último.

Hoy, al cabo del paso de tantos años de aquellos sucedidos, no deja de sorprenderme la entereza y fuerza de voluntad de mi madre, que tan pronto se repuso un tanto de su enfermedad volvió a tomar las riendas del devenir de la familia y sin el menor desfallecimiento, consiguió llevar a buen puerto a todos sus hijos. La fortaleza física y moral de su persona, lo demuestra el que pese a tantísimas y graves adversidades con las que hubo de luchar, falleció cuando aún le faltaban menos de dos meses para cumplir los NOVENTA Y SIETE AÑOS.

Vaya por esta mi entrada de hoy, mi recuerdo agradecido a todo cuanto hizo por nosotros. En los últimos años de su vida, pudo al fin desquitarse de tantos sufrimientos y pasó una extrema vejez, si no tanto como mereció, si lo bastante aceptable como pago en parte a tantos desvelos y entrega por los suyos.

UN BESO MUY FUERTE, MÍO Y DE TODOS TUS HIJOS, MENOS CESÁREO QUE ESTARÁ JUNTO A USTED. Este tratamiento le dábamos sus hijos varones mientras vivió. Su única hija y la mas pequeña, la tuteaba. El paso del tiempo tenía esas consecuencias.

Hasta otra.

miércoles, 16 de junio de 2010

Nuevamente llega otro 16 de junio


He repetido hasta la saciedad esta efemérides del 16 de junio. No por ello voy ha dejar de hacerlo cada vez que mientras viva y Dios me de entendimiento para realizarlo, llegue este día.

Como lo vengo haciendo siempre, guardo de este día uno de los mayores impactos entrañables de toda mi vida. Seguramente los míos, lo recordarán ahora cuando haga mención del acto que dio lugar a ello.

Podía ser aproximadamente esta hora, alrededor de las diez de la mañana, de aquel 16 de junio de 1959, cuando descendía del tren expreso Madrid-Málaga, en aquella vetusta estación de esta última ciudad, tan diferente a la actual, vestido de uniforme y luciendo mis flamantes galones de Cabo de la Guardia Civil, que me habían sido concedidos el día anterior. Una vez puestos mis pies en el andén y al dirigir mi vista hacía la puerta de salida, como cito anteriormente, recibí el mayor extremecimiento emocional de toda mi existencia, cuando mis dos hijos (el mayor de algo más de dos años de edad y el pequeño con catorce meses bien cumplidos y que éste, había echado a andar el día anterior) seguidos de su madre venían en mi busca. Al llegar a este momento, he dejado de escribir, he cerrado los ojos y me he transportado en el recuerdo hasta aquel instante, sin que haya podido evitar que mis ojos se aneguen de lágrimas. Aquel contoneo vacilante en el andar de mis hijos añadido a la belleza deslumbrante de su madre, mi mujer, y a los que hacía mas de dos meses que no veía, me hicieron que incluso soltara sobre el suelo la maleta que llevaba en las manos y corriera hacia ellos, donde al contactarnos nos fundimos en uno apretado y emocionante abrazo, adobado con una profusión de besos repartidos de unos a otros, momento que lamento carecer de hallar las palabras apropiadas para describirlo. Siempre que he relatado este hecho y hoy vuelvo a repetirlo, en estos instantes daría cuanto me reste de vida por volver a vivirlo en presente. Cincuenta y un años han pasado desde entonces, aquellos dos niños vacilantes en su andar, hoy, una alopecia profunda inunda sus cabezas, su hermana que en aquellas fechas no andaba todavía por este mundo, es también hoy una mujer madura, pero los tres hermanos, son el máximo de cuanto puedan desear los padres y de la descendencia de ellos, solo cabe decir, que de "tal palo, tal astilla".

Bastantes días hacía que no entraba en el blog. Traer al recuerdo el hecho que ha motivado esta nueva entrada, ha valido la pena. De estos, pocos se dan en la vida de una persona. Por hoy, valga. Mezclarlo con otro caso, sería como aguar el vino.

Hasta otra.