Sin duda, el día primero de abril jamás podrá pasar inadvertido para mí mientras mi vida alentare y mis condiciones psíquico-físicas se mantengan como hasta ahora.
Van a dar las nueve y media de la mañana del día uno de abril de 2009. Como quiera que mi memoria me sigue respondiendo, puedo jurar en este momento, que cuanto voy a señalar es rigurosamente cierto.
Comenzando por orden cronológico, hace setenta años a estas horas, algunos de mis hermanos, varios primos y otros de los que residíamos entonces en el Cortijo de Don Elías Cabrera, término municipal de Pedroche y sito cerca de el Apeadero de la Jara, en la línea férrea de vía estrecha, Peñarroya-Puertollano, nos encontrábamos dando viajes desde unos Almacenes que los servicios de Intendencia del Ejército rojo habían abandonado dos días antes, y en los que había almacenados víveres diversos, la mayoría en conserva, y que los residentes de todos los cortijos limítrofes habíamos invadido, y llenábamos nuestros sacos con todo lo que había, proveyendo con ello nuestras maltrechas y raquíticas despensas. La distancia desde nuestro cortijo al que se hallaba habilitado de Depósito de Intendencia, estaría alrededor de los dos kilómetros, lo que no impidió que diéramos durante aquel día por lo menos cinco o seis viajes.
La única circunstancia adversa de aquel evento, fue el que todos los niños, sin excepción, nos entrara una diarrea de órdago a la grande, debido a que como entre los víveres existentes había grandes cantidades de chocolate, el hambre atrasado que arrastrábamos y lo goloso del producto, nos dimos verdaderos atracones de tal producto, que varios días después todavía no habíamos conseguido desterrar los efectos de los retortijones.
La segunda efemérides a la que me refiero al principio de este relato, es que a esa hora de las nueve y media de la mañana de aquel primero de abril, pero de hace hoy CINCUENTA Y TRES AÑOS, me dirigía en aquellos momentos en busca de mi novia, para ir a la Iglesia de San Pedro, donde a las diez de la mañana estábamos citados para confesar y comulgar, dado a que a las cinco de la tarde, habíamos de contraer matrimonio. Si en el relato anterior hubo una circunstancia adversa, en la celebración de nuestro matrimonio, a partir de entonces y como se nos recomendaba en los consejos del sacerdote celebrante, hasta que la muerte nos separó, fue una continua consecución de venturas que en su inmensa mayoría perduran al día de hoy.
Largo camino he recorrido desde la primera de las fechas mencionadas, las inmediatas a la misma, las hubo de toda índole, quizá la mayoría adversas, o bastantes adversas, pero con el paso del tiempo, fueron mejorando y en estos momentos no puedo por menos que dar gracias a Dios, por todo lo que me ha sido concedido, incluso con algunas afectaciones personales, excepción hecha, como no, con la pérdida de la que me acompañó durante la consecución de tanta dicha.
De todo ello, solo me queda el recuerdo. ¡Cómo pasan los años!
No hay comentarios:
Publicar un comentario