Fuente: http://los-proverbios.com/
Llevamos en Málaga mas de cuarenta horas sin dejar de llover. El río Guadalmedina, que parte la ciudad en dos, va como hacía años no lo veía. No es que se vaya a desbordar, pero tampoco sería extraño si continua lloviendo y por más que estamos en alerta naranja. Pero, en fin, hasta ahora no ha llovido torrencialmente y está remediando la sequía que padecíamos.
Hecha esta narración, por lo que respecta a como diríamos una crónica malagueña, vayamos al motivo del título de la entrada de hoy, y ya hay que volver cuando menos setenta años atrás.
Dando ese salto hacia atrás en el tiempo, y sobre todo cuando se estaba en las faenas de la recolección de la aceituna, como no, allá en La Calera, cuando amanecía un día así de lluvioso, como hoy lo está aquí en Málaga, comenzando por el propio manijero de la faneguería, cuando se levantaba, solía dar la voz de "hoy migas perdidas". Ello quería decir que como no se podía ir a trabajar, no se cobraba el jornal correspondiente, cuestión que en los inviernos lluviosos, época de la recolección, no era un día solo el que no se podía ir al trabajo.
El único año que yo estuve realizando el vareo, cuando solo hacía lloviznar, recuerdo que en la vara utilizada para la faena y un poco por encima de donde se cogía con la mano derecha, con unos pastos de hierbas algo largas, rodeábamos la vara con una especie de rosco a fin que al resbalar el agua por la misma, se impedía en que llegara a la boca manga y entrara por el brazo, lo que además de que te mojaba todo el cuerpo, resultaba muy desagradable por lo fría que chorreaba vara abajo.
Sin embargo los tres años que yo trabajaba en la llamada almazara, pero en argot molinero, era la "molina", un día de agua lo festejábamos por todo lo alto, ya que nosotros como faenábamos bajo techo, no perdíamos el jornal, y los vareadores, y las recogedoras, que siempre eran mujeres, si habían de holgar forzosamente, y aquel día había baile tarde y noche. Pero si nos fastidiaba el día que estábamos en el segundo "relevo" que se hacía de 14 a 22 horas, y el baile de la tarde se perdía.
Estos bailes eran para nosotros, los que estábamos casi todo el año trabajando en dicha finca, dado a que se nos pasaban los meses y los meses si ver siquiera una mujer, pues en el caserío solo estaba la mujer del casero y a lo mejor se nos pasaban hasta semanas sin verla siquiera.
Independientemente del relato sobre las "migas perdías", había un refrán específico para un día lluvioso en el que no se podía ir a trabajar al campo: "Día de agua, taberna y fragua".
A la taberna generalmente iban los jornaleros, que en la mayoría de sus trabajos solían trabajar con herramientas del patrón, o de "el señorito", aunque esto ya no se decía en mis tiempos, si no en los anteriores. Y lo de fragua, era que los labradores, ese día que no podían ir al campo, lo dedicaban a llevar a la fragua las herramientas que precisaban de cualquier arreglo o reparación, tales como las rejas y las tejas de los arados, que se les denominaba de "vertedera", azadas, hachas, hocinos y todas aquellas que se fabricaban o arreglaban en las dos fraguas que entonces había en mi pueblo, propiedad de dos hermanos, uno era conocido por Ovidio, como era su nombre, y el otro por su apodo de "Carita".
Recuedo que Ovidio, uno de sus hijos llamado Manolo era amigo mío, y cuando no iba a la escuela estaba en la fragua y lo ponía su padre a manejar el fuelle para dar aire al carbón de la candela de la fragua donde colocaban las herramientas para ponerlas al rojo vivo, y aunque mi amigo Manolo no dejaba de tener el fuelle en movimiento, su padre, cada no mas de quince o veinte segundo seguidos, no dejaba de soltar como un latiguillo la palabra "aire", "aire", y así repetido todo el tiempo que estaba la herramienta en la candela, y que una vez sacada, Manolo había de tomar el "macho" como denominaban al martillo mas grande y gordo, que machacaba donde su padre, el maestro, le iba indicando con el martillo pequeño. Esta última narración me ha llevado a mi niñez, cuando yo llevaba mi rueda de hierro o mi "guiador", que se usaba para conducir la misma, a fin de que me la reparan o arreglaran, por cierto gratuitamente.
Como nos suele gustar decir a los "viejos", ¡qué tiempos aquellos!
Hasta la próxima.