Reunidos nos hallamos hoy aquí para celebrar un acto del que nunca hasta hace unos años se me hubiese pasado siquiera por la imaginación. Y es que esperar cumplir noventa años, no es cosa que la mayoría de los mortales lo traigamos a mente si no es cuando se está, como suele decirse, al alcance de la mano.
Por un estudio realizado por Etnogerontología Social, llegaron a la conclusión de que se esta en “edad extrema”, generalmente a partir de los ochenta y cuatro años. Y me pregunto: ¿entonces donde me encuentro yo ahora? Podéis llamarme lo que queráis, pero yo me miro y observo, y entonces seguro estoy que la fecha de mi nacimiento no es la que consta, o aquellos que dictaminaron eso de edad extrema, no tuvieron en cuenta la condición de algunas personas que hubieren rebasado los ochenta y cuatro años.
Pero quiero dejar aparte estas disquisiciones y ceñirme al acto que celebrando estamos.
Hoy está siendo unos de esos días que luchan por hacerse hueco entre los de mayor satisfacción pasada a lo largo de una existencia. Sentirme acompañado por toda una familia, que son dos, pero para mí, conforman una sola. La mía propia y la que me viene por parte de Carmen, que tal cual, lo mismo son. Sí, porque familia se considera todas esas gentes, junto a tus ascendientes y descendientes, a los que quieres con toda el alma y que solo haces el corresponder con lo que de ellos recibes.
Los que a fondo me conocéis y los que hayáis tenido la osadía de leer mis memorias, estáis al tanto de cuantas vicisitudes he atravesado a lo largo de mi ya larga vida. Unas pasajeras; no pocas durísimas; las más, maravillosas.
Siendo un niño todavía, las dos grandes preocupaciones que tenía ya en mente, eran la una, que sería cuando fuera mayor, y la otra, como y cuando sería la mujer con la que habría de casarme. Extraño podrá parecer, pero así era. Ambas tardaron en llegar. La primera, ser Guardia Civil, que lo fue cuando iba a cumplir los veinticinco años, tras estar diez trabajando en el campo, dos en la mina y dos y medio de mili. La segunda también llegó algo tardía, cuando estaba a las puertas de cumplir los treinta y uno, y también ello, tras haber pasado por tres noviazgos, mas que algún que otro escarceo amoroso, sin mayor trascendencia. Pero en ambas acerté de plano. Ser Guardia Civil, lo he dicho siempre y lo mantengo, ha sido una de las grandes ilusiones de mi vida. Casarme y con quien me casé, fue la mejor determinación tomada y ahí tenéis el resultado. (Señalando a mis nietos)
Siendo un niño todavía, las dos grandes preocupaciones que tenía ya en mente, eran la una, que sería cuando fuera mayor, y la otra, como y cuando sería la mujer con la que habría de casarme. Extraño podrá parecer, pero así era. Ambas tardaron en llegar. La primera, ser Guardia Civil, que lo fue cuando iba a cumplir los veinticinco años, tras estar diez trabajando en el campo, dos en la mina y dos y medio de mili. La segunda también llegó algo tardía, cuando estaba a las puertas de cumplir los treinta y uno, y también ello, tras haber pasado por tres noviazgos, mas que algún que otro escarceo amoroso, sin mayor trascendencia. Pero en ambas acerté de plano. Ser Guardia Civil, lo he dicho siempre y lo mantengo, ha sido una de las grandes ilusiones de mi vida. Casarme y con quien me casé, fue la mejor determinación tomada y ahí tenéis el resultado. (Señalando a mis nietos)
En muchas ocasiones he pensado en relación con una de las frases antológicas de Cervantes, aquello de que “en la adversidad se forjan los grandes corazones”, y de ello doy fe. Con las adversidades se fortalecen los espíritu, se blindan los sentimientos, y así cuando los acontecimientos llegan favorables, se gozan con mayor satisfacción, porque como diría Pedro Muñoz Seca, en su obra de Anacleto se divorcia, “¡si hasta Dios hizo la noche, pa' que luzca mas el día!”. Las carencias, muchas, sobre todo por las que en un tiempo hubimos de padecer la mayoría de los españoles, nos enseñaron, que para sobrevivir, poco se precisa, y así lo que no es imprescindible, es superfluo, y si nuestras ambiciones no se disparan, con poco que nos llegue, dicha y felicidad nos aporta.
Con todo ello y teniendo presente todas esas premisas, más la benevolencia que Dios y el Destino, conmigo lo han sido sin duda superiores a cuanto haya podido merecer, mi paso por la vida, lo fue, lo ha sido y continuando lo está, colmado de dichas y con cuyo acto de hoy, es el colofón de una felicidad completa.
Sin duda el mayor contratiempo en mi devenir, lo fue hace ahora algo más de dieciocho años, con el fallecimiento de mi mujer, esposa y madre ejemplar, dejándome sumido en la mayor de las desesperanzas, de la que nunca esperaba emerger. Pero os lo digo ahora, a unos y a otros, a los míos y a los de ella, por esas felices casualidades que a darse suelen en la vida, un día en los inicios del año 2011, aparecía un comentario en una de las entradas en el blog que en Internet tengo, y lo firmaba “Carmen”, Quizá y no tan quizás, fundamento ninguno tenía para despertar en mí el menor atisbo de esperanza, mas sin duda por necesidad que de ello tenía, que por lo que pudiera encerrar en sí, aquella aparición. Pero tras aquel comentario, volvieron otro, otro y así otros más, lo que cuando quise darme cuenta, habían calado tan profundo en mí, que trataba de hacer llegar a todo mi entorno la perentoria necesidad que tenía por ponerle cuerpo, cara y alma a aquel nombre de Carmen. Ello llegó en una comida celebrada por todos los míos y también ella, el día 14 de agosto de 2011.
El envío por mi parte de un correo al poco de conocernos, reconozco que tal vez un tanto de mal gusto, pero quizá no menos de un exceso en su interpretación por parte de ella, estuvo al borde de romperse un recién comienzo de amistad, que pocos días después, más por justificar mi pequeño desliz que por otro sentimiento, con el envío de un escrito al que recuerdo titulé “pliego de descargos”, volvieron las aguas al cauce de su propio inicio. A partir de entonces y comprendiendo que la sustitución de una persona por otra, nunca es posible, el efecto que una dejó de cumplir con su ausencia, si fue restituido por la otra que llegaba. Hoy, y aunque seguro estoy de que todos los presentes están al tanto de ello, a ti, Carmen, y aunque tu lo sabes y dicho te lo tengo muchas veces, delante de todos, te vuelvo a dar las gracias por haberme llevado al sendero de la dicha que tantos años llevé recorriendo y truncado por el hecho citado anteriormente. Contigo volví, y volviendo sigo, a transitar por esos caminos donde junto a ti estoy viviendo y continuando esa dicha que consideraba totalmente perdida, y hasta mentira me parece, el que tu la hayas restituido con solo el aceptarme tal soy.
Pido perdón si a lo mejor el momento de hacer estas manifestaciones que acabo de realizar, no vienen a cuento, pero cuando unos sentimientos tienen la necesidad de mostrase a la vista de todos, no es posible el contenerlas, como posiblemente la prudencia hubiere sido lo contrario.
Con un abrazo para cada uno de los que hoy me estáis acompañando en este acto, os doy las gracias porque, en estos instantes, ahora, vuelvo a sentirme el mas feliz de los mortales.