lunes, 27 de abril de 2015

El sentir de un nonagenario

Reunidos nos hallamos hoy aquí para celebrar un acto del que nunca hasta hace unos años se me hubiese pasado siquiera por la imaginación. Y es que esperar cumplir noventa años, no es cosa que la mayoría de los mortales lo traigamos a mente si no es cuando se está, como suele decirse, al alcance de la mano. 



Por un estudio realizado por Etnogerontología Social, llegaron a la conclusión de que se esta en “edad extrema”, generalmente a partir de los ochenta y cuatro años. Y me pregunto: ¿entonces donde me encuentro yo ahora? Podéis llamarme lo que queráis, pero yo me miro y observo, y entonces seguro estoy que la fecha de mi nacimiento no es la que consta, o aquellos que dictaminaron eso de edad extrema, no tuvieron en cuenta la condición de algunas personas que hubieren rebasado los ochenta y cuatro años.


Pero quiero dejar aparte estas disquisiciones y ceñirme al acto que celebrando estamos.


Hoy está siendo unos de esos días que luchan por hacerse hueco entre los de mayor satisfacción pasada a lo largo de una existencia. Sentirme acompañado por toda una familia, que son dos, pero para mí, conforman una sola. La mía propia y la que me viene por parte de Carmen, que tal cual, lo mismo son. Sí, porque familia se considera todas esas gentes, junto a tus ascendientes y descendientes, a los que quieres con toda el alma y que solo haces el corresponder con lo que de ellos recibes.


Los que a fondo me conocéis y los que hayáis tenido la osadía de leer mis memorias, estáis al tanto de cuantas vicisitudes he atravesado a lo largo de mi ya larga vida. Unas pasajeras; no pocas durísimas; las más, maravillosas.

Siendo un niño todavía, las dos grandes preocupaciones que tenía ya en mente, eran la una, que sería cuando fuera mayor, y la otra, como y cuando sería la mujer con la que habría de casarme. Extraño podrá parecer, pero así era. Ambas tardaron en llegar. La primera, ser Guardia Civil, que lo fue cuando iba a cumplir los veinticinco años, tras estar diez trabajando en el campo, dos en la mina y dos y medio de mili. La segunda también llegó algo tardía, cuando estaba a las puertas de cumplir los treinta y uno, y también ello, tras haber pasado por tres noviazgos, mas que algún que otro escarceo amoroso, sin mayor trascendencia. Pero en ambas acerté de plano. Ser Guardia Civil, lo he dicho siempre y lo mantengo, ha sido una de las grandes ilusiones de mi vida. Casarme y con quien me casé, fue la mejor determinación tomada  y ahí tenéis el resultado. (Señalando a mis nietos)




En muchas ocasiones he pensado en relación con una de las frases antológicas de Cervantes, aquello de que “en la adversidad se forjan los grandes corazones”, y de ello doy fe. Con las adversidades se fortalecen los espíritu, se blindan los sentimientos, y así cuando los acontecimientos llegan favorables, se gozan con mayor satisfacción, porque como diría Pedro Muñoz Seca, en su obra de Anacleto se divorcia, “¡si hasta Dios hizo la noche, pa' que luzca mas el día!”. Las carencias, muchas, sobre todo por las que en un tiempo hubimos de padecer la mayoría de los españoles, nos enseñaron, que para sobrevivir, poco se precisa, y así lo que no es imprescindible, es superfluo, y si nuestras ambiciones no se disparan, con poco que nos llegue, dicha y felicidad nos aporta.

Con todo ello y teniendo presente todas esas premisas, más la benevolencia que Dios y el Destino, conmigo lo han sido sin duda superiores a cuanto haya podido merecer, mi paso por la vida, lo fue, lo ha sido y continuando lo está, colmado de dichas y con cuyo acto de hoy, es el colofón de una felicidad completa.


Sin duda el mayor contratiempo en mi devenir, lo fue hace ahora algo más de dieciocho años, con el fallecimiento de mi mujer, esposa y madre ejemplar, dejándome sumido en la mayor de las desesperanzas, de la que nunca esperaba emerger. Pero os lo digo ahora, a unos y a otros, a los míos y a los de ella, por esas felices casualidades que a darse suelen en la vida, un día en los inicios del año 2011, aparecía un comentario en una de las entradas en el blog que en Internet tengo, y lo firmaba “Carmen”, Quizá y no tan quizás, fundamento ninguno tenía para despertar en mí el menor atisbo de esperanza, mas sin duda por necesidad que de ello tenía, que por lo que pudiera encerrar en sí, aquella aparición. Pero tras aquel comentario, volvieron otro, otro y así otros más, lo que cuando quise darme cuenta, habían calado tan profundo en mí, que trataba de hacer llegar a todo mi entorno la perentoria necesidad que tenía por ponerle cuerpo, cara y alma a aquel nombre de Carmen. Ello llegó en una comida celebrada por todos los míos y también ella, el día 14 de agosto de 2011.


El envío por mi parte de un correo al poco de conocernos, reconozco que tal vez un tanto de mal gusto, pero quizá no menos de un exceso en su interpretación por parte de ella, estuvo al borde de romperse un recién comienzo de amistad, que pocos días después, más por justificar mi pequeño desliz que por otro sentimiento, con el envío de un escrito al que recuerdo titulé “pliego de descargos”, volvieron las aguas al cauce de su propio inicio. A partir de entonces y comprendiendo que la sustitución de una persona por otra, nunca es posible, el efecto que una dejó de cumplir con su ausencia, si fue restituido por la otra que llegaba. Hoy, y aunque seguro estoy de que todos los presentes están al tanto de ello, a ti, Carmen, y aunque tu lo sabes y dicho te lo tengo muchas veces, delante de todos, te vuelvo a dar las gracias por haberme llevado al sendero de la dicha que tantos años llevé recorriendo y truncado por el hecho citado anteriormente. Contigo volví, y volviendo sigo, a transitar por esos caminos donde junto a ti estoy viviendo y continuando esa dicha que consideraba totalmente perdida, y hasta mentira me parece, el que tu la hayas restituido con solo el aceptarme tal soy.

Pido perdón si a lo mejor el momento de hacer estas manifestaciones que acabo de realizar, no vienen a cuento, pero cuando unos sentimientos tienen la necesidad de mostrase a la vista de todos, no es posible el contenerlas, como posiblemente la prudencia hubiere sido lo contrario.


Con un abrazo para cada uno de los que hoy me estáis acompañando en este acto, os doy las gracias porque, en estos instantes, ahora, vuelvo a sentirme el mas feliz de los mortales.


lunes, 20 de abril de 2015

En recuerdo a mi madre



Hoy se cumple el vigésimo primer aniversario del fallecimiento de mi madre, justamente cuando le faltaba mes y medio para cumplir los noventa y siete años. Aún la longevidad alcanzada y pese a que la espera de tal acontecimiento se estaba esperando, no por enfermedad si no por lo apuntado de sus muchos años, cuando una madre se nos va, se lleva consigo, no de uno, si no de todos sus hijos, un desgarro del alma de cada uno de ellos.

Pese al tiempo transcurrido de su óbito, ni un solo día se pasa sin que, no una, si no en varias ocasiones se traiga el recuerdo de esa madre que nos dejó. Sin duda la pérdida de un hijo ha de ser quizá mas dolorosa, pero esos recuerdos que se pierden allá en la lejanía de la niñez, cuando por la edad nos encontramos tan necesarios de la protección y el cobijo para la continuación del seguir viviendo, se nos viene a la mente la ternura y el cuido de nuestra madre. Sin duda la mayor garantía cuando llegamos al mundo, es nacer de unos padres buenos y responsables. Yo, y me pongo primero por haber sido el mayor de todos los hermanos, tuvimos toda esa suerte. Mi madre, mujer de carácter, que no dejaba pasar ni una de las acciones que no consideraba acertadas, de cualesquiera de nosotros, e incluso solía de írsele la mano con relativa frecuencia, no para dar una paliza pero si un buen cachete en las posaderas, luego era toda una madraza en el cuido de sus hijos y procurarles el mayor bienestar y sentirse felices.

Tuvo, primero el dolor de ver fallecer tres de sus ocho hijos nacidos, que lo fueron antes de cumplir el primer año de edad. Parte de la guerra civil y tres años más de la posguerra, el cuidar de los cinco que le sobrevivimos con la ausencia de su marido, pero su capacidad de trabajo y sufrimiento le hicieron el sobrellevar con toda entereza aquellas adversidades dándonos la crianza y educación que ella estimaba justa, y de lo que hasta presumir pudimos en el pueblo de haberla recibido ejemplar y que como tal había que demostrarla.

Valga esta entrada de hoy como homenaje  y recuerdo a aquella madre y esposa ejemplar, que juntamente con su esposo, nuestro padre, y otros tres de los cinco que le sobrevivimos  la infancia, y los que lo hicieron en su más tierna infancia, ya se marcharon también en su busca, estarán intercediendo para que los dos que lo estamos todavía por este mundo, el mayor y la mas pequeña, así como sus descendencias, nos proteja Dios hasta que a bien tenga el reunirnos a todos en el mas allá.

Hasta la próxima entrada.

domingo, 12 de abril de 2015

Tres doces de abril

Del día de hoy 12 de abril, conservo en mi memoria tres de esta fecha y que han sido de esos hitos que van jalonando el devenir en la vida de una persona, en este caso en la mía. 

La primera de ellas se remonta nada menos que hasta aquel 12 de abril de 1931, en que se celebraron en España una elecciones municipales y dos días después, la proclamación de la Segunda República Española.



Pese a mi corta edad, pues aún me faltaban quince días para cumplir los seis años, sin duda por el ambiente que en cuanto a aquellas elecciones se respiraba en el país, llegaba hasta nosotros los niños que posiblemente aun sin percibir el alcance que ello hubiere de tener, sin duda despertaba algo de curiosidad cuanto por lo que a mi respecta. Tal es así, que como siempre sucedía que se celebraban elecciones, el Colegio electoral se ubicaba en el local de la escuela donde yo asistía. Podía ser a media mañana del referido día, le propuse a un primo mío y a un amigo, ambos unos meses menores que yo, pero de mis misma quinta llegarnos hasta la puerta de nuestra escuela, sin duda por darle gusto al gusanillo de curiosidad en mi despertado. No sé si por complacerme o porque a ellos les sucediera lo mismo que a mí, allá que nos dirigimos. Tan pronto  nos aproximamos a la puerta y fuimos observados por uno de los Guardia Civiles que estaban prestando servicio en el colegio electoral, con  tono bastante autoritario fuimos echados creo recordar con la frase poco mas o menos de "niños iros a jugar por ahí".

Del resultado de aquellos comicios no me consta nada en la memoria, pero si tengo así como un vago presentimiento de que a partir de entonces, y dado a que yo ya sabía leer bastante bien e incluso escribir algo, y un tío mio que trabajaba en el Ayuntamiento estaba suscrito a un periódico de Córdoba, una vez él lo leía, me lo llevaba a mi casa que como quiera que no tenía ni un solo libro en donde pudiera saciar el vicio que ya tenía por la lectura, y de lo que solía comprender solo lo propio al alcance de un niño de mi edad. También tengo la casi total seguridad que a partir de aquellas fechas comenzaron a quedar en mi memoria los hechos y episodios mas importantes que sucedían y también de mi propia historia personal.

La segunda de las efemérides de este doce abril, por cuanto a mi personalmente se refiere, sucedía ocho años más tarde a la antes citada, o sea, el 12 de abril de 1939. Aquel día regresaba a mi pueblo tras haber pasado dos años y medio exiliados del mismo, iniciado el 9 de octubre de 1936 fecha en la que las fuerzas nacionales tomaron el mismo, habiendo permanecido, con toda mi familia como es natural, por distintos pueblos y cortijos del Valle de los Pedroches.



Salimos del lugar donde llevábamos residiendo año y medio aproximadamente, un cortijo del término municipal de Pedroche el día anterior, once de abril, hicimos noche en plena sierra de la Chimorra, precisamente donde estuvo el frente de guerra de ambos ejércitos el mismo tiempo que nosotros estuvimos exiliados, donde a ambos lados de la carretera por donde circulábamos se hallaba abandonado armamento de toda clase, desde armas cortas como pistolas, hasta piezas de artillería y verdaderos montones de municiones de diferentes calibres, todo ello el que dejaron abandonado las fuerzas del Ejército republicano, que en desbandada abandonaron sus posiciones. Asimismo en los olivares que se hallaban en las inmediaciones de la carretera, estaban sobre el suelo las cosechas de las tres campañas en que el frente de guerra se estableció en aquel lugar. Las correspondientes a las campañas 1936-37 y 37-38, por las lluvias y el sol a lo largo del tiempo, la aceituna era inservible para extraerle aceite, no así la correspondiente a la última de 1938-39, que lo único que habían perdido era la parte de agua que contenía el fruto, y pocos días después de nuestra llegada al pueblo, autorizaron la recogida libre de la misma, lo que a mi familia y a todas las que habían regresado de su exilio nos sirvió para estar casi dos meses proporcionándonos unos ingresos que nos solucionaron el problema de la falta de trabajo por un buen tiempo.

Tengo también el recuerdo de que el llegar al pueblo lo hacíamos como un tanto temerosos y sensación de que nosotros mismos nos considerábamos perdedores de la guerra, cuando yo salí de mi pueblo con once años de edad y regresé cuando aún no había cumplido los catorce, pero sí me sentía yo mismo como uno de los perdedores y quizá hasta algo culpable de que hubiere sucedido el conflicto bélico. Nunca después supe darme explicación a semejante sentimiento. No obstante, me hizo gran ilusión el volver donde había pasado toda mi infancia y parte de la niñez, y me recuerdo que las casas y calles del pueblo me parecían mas pequeñas que lo eran cuando salimos de allí.

A partir de aquella llegada a mi pueblo, comenzó sin duda una de las etapas más dificultosas, sobre todo económicas de las pasadas hasta entonces.

Y el último 12 de abril del que guarde un recuerdo especial, lo fue el del año de 1946. Poco después de las tres de la madrugada de aquel día, llegaba al cuartel del Regimiento de Artillería número 14, sito en el punto conocido por Pineda en los extrarradios de la capital sevillana, y que procedentes de Córdoba habíamos salido a las cinco y media de la tarde, o sea que tardamos unas diez horas aproximadamente.



Quiero recordar que a las siete de la mañana tocaron diana, y a la mayoría ni siquiera nos había dado tiempo siquiera a descabezar el sueño, cuando ya estábamos otra vez en danza. Diez minutos para asearnos, formación para el desayuno, y una vez realizado el mismo, dotarnos de todas las prendas de uniforme desde ropa interior, a las saharianas, pantalones, borceguíes, que era el nombre que oficialmente se les daba a las botas, y que nos lo entregaban a medida que nos nombraban por orden alfabético del primer apellido, sin tener en cuenta la talla o número de calzado de cada uno, por lo que hubimos de realizar cambios entre unos y otros reclutas y hasta finalmente algunos hubieron de realizarlo en el propio almacén del Regimiento, porque les era imposible el colocarse las prendas que le fueron entregadas, bien por pequeñas o excesivamente grandes. Yo hube de cambiar un mono con un recluta que  era de Pedroche y me sacaba tres cuartas de estatura a mí. Seguidamente a la entrega de las prendas de uniforme e interiores, unos novecientos reclutas que nos habíamos incorporado procedentes de distintos puntos, y previa la consulta de que todos aquellos que tuvieren algunos conocimientos sobre peluquería que dieran un paso al frente y que fueron bastantes, a todos ellos y a los que ya estaban en el Regimiento de Reemplazos anteriores, les entregaron a cada uno una maquinilla de pelar y nos pelaron al cero, y que tal estropicio hicieron con nosotros, que aquella tarde hubieron de darnos permiso especial para que en peluquerías de Sevilla enmendaran en lo posible lo que hicieron con nosotros, cosa que hicimos la inmensa mayoría, salvo los que tuvieron la suerte de que les tocara algún profesional entendido en el menester. Por cierto cuando un paisano mío y yo regresábamos de arreglarnos el pelo y estábamos llegando al cuartel, arriaban bandera y como observábamos que los artilleros de la Guardia e incluso suboficiales y oficiales, se paraban y en posición de firmes saludaban, nosotros no sabíamos si pararnos o que hacer, así que unas veces parados, otras andando, saludábamos como Dios nos daba a entender, otras dejábamos de hacerlo, y así mientras duró el toque de corneta. Con ese acto de arriar bandera se  daba finalizada la jornada militar, aunque a nosotros nos quedaban varias listas y formaciones, cena, retreta y el último toque del día en un cuartel, el de silencio en que el imaginaria se hacía cargo de su cometido y te tomaba nota si te sorprendía hablando y no digamos si eras sorprendido por el Sargento de Semana, que como mínimo te caían tres imaginarias, pero la segunda o la tercera que eran las peores, pero nunca la primera o la cuarta.

Pues con el toque de silencio de aquel 12 de abril de 1946, terminaba mi primer día de mili, de los dos años y medio que me tiré. Pero para cumplir los VEINTIÚN años, me faltaban aún quince días, los mismos que ahora me faltan para los NOVENTA, que si a éstos le restamos aquéllos, nos dan SESENTA Y NUEVE, que son muchos años.

Hasta la próxima, que ya veremos que sale.

sábado, 4 de abril de 2015

Día de la Merendilla

Merendilla de Villaharta
Año 2010

Hoy se ha celebrado, y aun se estará celebrando por muchos de los asistentes al acto, el Día de la "Merendilla" en Villaharta, también conocido como "mi pueblo". Mi hermana que este año está allí, y mis sobrinas y sobrinos han colocado en Facebook varias fotografías en las que se aprecian parte de las viandas que en tan señalado día se consumen. Esto de la merendilla es una costumbre que existe en mi pueblo, no sé desde hace cuánto tiempo, y que antes, se celebraba el Domingo de Resurrección, pero actualmente se hace el Sábado Santo, a fin de que muchos de los villaharteños/as que se hallan en otros puntos de España, puedan asistir, si así lo desean, y el lunes estar en sus puntos de residencia y de trabajo.

Dicha celebración consiste, en irse a cualquier pradera cerca del pueblo y llevando viandas, que antes lo eran generalmente la inmensa mayoría productos de la matanza y en la actualidad bastante mas variadas, aunque podría decirse, que la chacina es la base fundamental de lo que opíparamente se yanta en dicho día.

Mis recuerdos de la merendilla se pierden en la lejanía de mi infancia, y de los que más lejanos tengo en la memoria, lo eran cuando se celebraban en el punto conocido por La Cruz, dado que hay una cruz de piedra en un pequeño llano de la pradera, sito aguas arriba del Arroyo de Las Navas, desde la carretera que del llamado cruce va hasta Villaharta. Después se han celebrado en diferentes puntos, aunque desde hace algunos años suele hacerse en el mismo sitio. No sabría explicar el porqué, pero tengo la sensación de que estas costumbres de los pequeños pueblos, se consideran mas íntimas y calan más en los sentimientos personales, que las grandes solemnidades que suelen llevarse a cabo en las ciudades, donde la inmensa mayoría de quienes asisten, te son totalmente desconocidas, no así por cuanto a lo que en mi pueblo sucede, y con mas razón de ser lo era antes, cuando los medios de transporte lo eran casi inexistentes, salvo los autobuses de pasajeros, aunque también escaseaban mucho, y por tanto entrañaban gran dificultad para desplazarse de uno a otro lugar, que son, si no familias o amigos, cuando menos conocidos.

Mis ocupaciones profesionales y familiares, hallándome por supuesto aquí en Málaga, me tuvieron muchos años sin poder asistir al referido acto, aunque la vorágine de mis actividades y la familia, me hacían que casi me pasara desapercibida, sobre todo no sentida, mi asistencia a dicho acto. No obstante, desde hace doce, o catorce años, una vez enviudé, han sido pocos los años que he perdido de asistir al mismo. Hoy, que lo ha sido uno de esos, y trayendo al recuerdo los pasados, saco la conclusión de las diferentes formas de la celebración de este día, según la edad que contaba cuando a la merendilla asistía.

No sé si será de la primera que me alcanza el recuerdo, no solía alejarme mucho de mis padres y en todo caso jugar con niños de mi edad, pero siempre en las proximidades donde ellos estuvieran. Tal vez, aunque las concentraciones de gentes, que solo eran de mi propio pueblo, salvo raras ocasiones que hubiere familiar de algunos de los asistentes, no eran nada extraordinarias, pero en esos primeros años de la infancia tal vez la cautela y sensación del desamparo que te invade al sentirte lejos de tus padres, instintivamente te llevaban a estar siempre en sus proximidades. Ya algo mayor y cuando se asistía a la escuela, solías jugar con tus amigos y compañeros de todos los días y a los juegos que en tal época estuviera actual. Años mas tarde, el jugar al fútbol, que en tan señalado día, no faltaba quien tuviera un balón, o cuando menos una pelota de goma, todo el tiempo en que no se estuviera comiendo, que era bastante, se empleaba en jugar al fútbol, de lo que confieso en este instante, y no me avergüenzo de ello, siempre fui la criatura que peor ha jugado al fútbol, nunca vi a nadie tan malo como yo, pues en una ocasión, ya de Guardia Civil aquí en Málaga, que jugamos un partido en el campo del Seminario, entre compañeros de los que trabajaban en las oficinas de la planta baja y los que lo hacíamos en la segunda planta (la primera era la residencia del Coronel y su familia), me pusieron de defensa y aunque os cueste trabajo creerlo, en todo el partido. no llegué en ninguna ocasión darle una sola patada al balón, pero si conseguí estar por lo menos una semana con unas agujetas en las piernas que hasta andar me constaba trabajo.

Volviendo a la merendilla, ya cuando comencé a "mocear", a eso de los quince o dieciséis años, ya jugar pero solo y en sus inmediaciones o en compañía de las niñas de nuestra edad, que entonces como la asistencia a la escuela lo era por separado, estar jugando junto a ellas era mas que una novedad, una necesidad que solo se daba en dos o tres días al año.

En los años últimos en los que he asistido, sin duda son los que me he entregado a saborear y sacarle todo el partido a las viandas que suelen llevarse, especialmente a los productos del cerdo, que como buen sibarita me regodeo en la ingestión de tales "chichas".

Lo que esta totalmente perdida es la costumbre de hace muchos años, que no había familia que no llevara en su cesta, un "hornazo" para cada uno de sus miembros.

Con que el día de la merendilla del año que viene me tenga Dios por estos lares y tal estoy en estos momentos, por satisfecho me doy.

Hasta la próxima entrada.