Hace unos minutos, como todas las noches a las diez, mi reloj acaba de lanzar su alarma. Claro que todas las noches, no son ni el final de un año ni tampoco el de una década, como lo es hoy.
En estos momentos, millares de hogares estarán en los prolegómenos de una cena, o aún algunos ya habrán comenzado a cenar. Yo hace un rato terminé de hacerlo.
Como voluntariamente lo vengo haciendo desde hace ya algunos años, esta Nochevieja también la estoy pasando solo. Esta soledad voluntariamente impuesta y sin nada ni nadie que me lo entorpezca, me lleva a traer al recuerdo, no solo tantas y tantas noches de fin de año, si no todo el largo devenir de toda mi existencia desde aquellos lejanísimos días en que comencé a tener uso y razón de mi existencia. Como no, algunos de tantos y tantos sucedidos, me hacen contraer el ánimo por tratarse casi exclusivamente de la ausencia de esta vida de esas personas, a las que nunca ni por nada, cuando menos mientras tanto Dios nos conserve esa pequeña luz de la mente, dejaremos de dedicarle un sentido y emotivo recuerdo a cuanto supusieron e hicieron por hacernos felices, con la añadidura de que para ello nada nos exigieran a cambio. A ellos, padres, hermanos, uno de estos nos dejó hace escasos meses, otros familiares y como no, ESA MUJER que Dios en su día puso en mi camino, para colmarlo de infinitas felicidades y que tanto disfrutaba con la celebración de esta Festividad que años y años, en compañía de otros matrimonios amigos solíamos festejarlo hasta muy avanzadas horas de la madrugada.
Pero llegó la Nochevieja de 1996. Fue la última que pasamos juntos, de las doce uvas, solo pudo comerse cuatro o cinco. Su estado físico no se lo permitió. El final de sus días caminaba a pasos agigantados. Algunos días después del paso de un mes, se cumplían mis terribles augurios.
Las doce uvas que yo sí ingerí aquella noche, fueron las últimas que como ceremonia de esa festividad, no he vuelto a realizarlo. Con su partida, se llevó consigo toda la ilusión que yo ponía en aquellas celebraciones, en las que, hoy lo confieso, yo ponía el mayor empeño, más que nada, por complacerla a ella y acompañarla en su estado festivo. Hoy, que no esta conmigo, ¿qué hago yo tomando parte en semejantes celebraciones? Nada. Que me perdonen si alguien de los míos piensa que no es correcta mi forma de interpretar la situación.
Cambiando totalmente de tema, tal día como hoy, pero de 1947, rompía unas incipientes relaciones amorosas con una joven de mi pueblo. Tanto en mis memorias como en otras entradas en este blog, he relatado algunas circunstancias sobre aquel extraño e insólito romance. Hoy pasados SESENTA Y TRES años de aquel sucedido, dos cuestiones totalmente contradictorias, me vienen al recuerdo, de vez en vez y siempre cuando llega esta fecha de fin de año. La una de esas contradiciones, lo es que estoy satisfecho de haberlo hecho así. La otra, es que siento cierto remordimiento y culpabilidad, solo por el modo y forma en que lo llevé a efecto. Me queda ese no se qué, de no haberle pedido perdón por esas dos cuestiones. Así son las cosas.
Por todo lo demás y en relación a esta efemérides de fin de año, que Dios siga manteniendo a todos los míos como hasta ahora y, a mí, como ÉL quiera disponer.